<< EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE
NÚMERO 200 ANNO IX>>
PRIMERA PLANA
El cantonalismo fue un fenómeno político que promovieron políticos republicanos radicales entre julio de 1873 y enero de 1874 para crear un Estado federal de abajo a arriba sin estar regulado por las normas desarrolladas por cada cantón independiente; aunque podían, como sucedió, asociarse entre ellos.
Se crearon los siguientes: Castilla La Nueva (que incluía Madrid), Ávila, Jumilla, Cartagena, Alicante, Granada, Salamanca, Valencia, Sevilla, Cádiz, Almansa, Torrevieja, Castellón, Málaga, Bailén, Andújar, Tarifa, Murcia, Algeciras, Béjar, Camuñas (Toledo), Chinchilla, Lorca, San Fernando, Jerez de la Frontera, Osuna, Orihuela, Sanlúcar de Barrameda y Barcelona.
Tras el grito "¡Viva la Federal"!, el primer día de la insurrección cantonal de Cartagena, 12 de julio de 1873, el jefe de la guarnición de voluntarios del Castillo de Galeras (nombrado capitán de todos los castillos), un cartero apellidado Sáez, enarboló una bandera roja como señal de que la fortaleza estaba dominada. Al no encontrar otra mejor, izó la bandera nacional turca. En un acto de encomiable valentía, un voluntario se hirió un brazo para teñir la media luna y la estrella blancas de la enseña otomana para que todo el trapo fuese rojo. A las cinco de la madrugada, controlada la ciudad, el ayuntamiento dimitió en pleno y enarboló la bandera roja. El Cantón de Cartagena existía oficialmente. El 21 de julio el presidente de la República Nicolás Salmerón declaró “piratas” a los navíos de la Armada atracados en el puerto cartagenero que se habían sumado a los insurrectos.
Algunas de las primeras disposiciones que adoptaron estos cantones fueron claramente anticlericales. Podemos citar: amnistía general, incautación de los bienes eclesiásticos, las armas y los cuarteles, laicización de la ciudad, abolición del clero regular y las quintas (reclutamiento militar obligatorio), erradicación de cualquier vestigio de nombres religiosos en los espacios públicos, desarmortización de inmuebles religiosos salvo las parroquias, separación Iglesia-Estado, desaparición de la asignatura de Religión de los planes de estudios, transformación de los archivos religiosos en civiles, ausencia de las autoridades en los ritos religiosos..., aunque se mantuvieron fieles a las Cortes. El cantón de Cádiz exclaustró a los religiosos y religiosas de la ciudad, porque “el celibato era contrario a la naturaleza humana”. En Sanlúcar de Barrameda, las autoridades municipales tuvieron que proteger a los escolapios de la furia ciudadana. En Cartagena, se prohibieron las manifestaciones externas del rito católico y se retiraron todos los símbolos religiosos de las calles. En otros cantones se derribaron conventos e iglesias con la excusa de su mal estado de conservación. En algunos, se incautaron para convertirlos en edificios de uso civil.
Sin embargo, surgieron diferencias entre ellos como expone la declaración de independencia del cantón de Jumilla, que llegó a declarar la guerra al de Murcia: “La nación de Jumilla desea estar en paz con todas las naciones extranjeras y sobre todo con la nación murciana, su vecina; pero, si ésta se atreve a desconocer nuestra autonomía y a traspasar nuestras fronteras, Jumilla se defenderá como los héroes del 2 de mayo y triunfará en la demanda sin dejar en Murcia piedra sobre piedra”.
Para mantener los cantones se impusieron empréstitos obligatorios a la burguesía local, el pago inmediato de los impuestos pendientes y la incautación de los fondos públicos. En otros se acuñó moneda propia como en Cartagena o San Fernando. Se estableció una jornada laboral de ocho horas y se crearon jurados mixtos para resolver conflictos laborales entre empresarios y trabajadores, se prohibió el trabajo infantil y se promovieron cooperativas de producción y consumo sobre todo en los cantones murcianos. También indultaron a los presos políticos, eliminaron impuestos como el de la sal, se sustituyó el ejército por milicias y se constituyeron Comités de Salud Pública como órganos de gobierno popular. En contra, aparecieron “comités de defensa ciudadana o de vecinos honrados"-ciudadanos de bien que diríamos hoy-, integrados por las clases acomodadas de cada localidad”.
Nicolás Salmerón, presidente del gobierno republicano moderado, pronunció un discurso inaugural de su mandato en el que afirmó sobre el movimiento cantonal que “han llevado sus torpes propósitos, su obcecación, su verdadero delirio, que toca en el paroxismo, a declarar estados independientes y erigirse en cantones, rompiendo la unidad de la patria, algunos profanando la noble investidura del diputado, ofendiendo la majestad de estas Cortes Constituyentes y haciendo punto menos que imposible la obra de la federación”. Las autoridades cantonales de Cartagena le acusaron de “traición a la patria y la República Española”. El 12 de agosto de 1873 se habían rendido todos los cantones salvo Málaga (lo hizo el 19 de septiembre) y Cartagena. El nuevo presidente de gobierno Emilio Castelar ordenó el bloqueo naval de Cartagena y el bombardeo de la ciudad desde los buques de la Armada para impedir los viajes de los barcos del cantón a otras localidades para obtener víveres, armamento y aliados y desanimar a los conjurados. Los generales Martínez Campos y Pavía comandaban las operaciones contra los cantones rebeldes. En busca de ayuda desesperada, las autoridades cartageneras se dirigieron a los Estados Unidos, molestos con el gobierno republicano, para formar una alianza que implicase su apoyo militar y la inclusión de la ciudad como nuevo estado de la Unión, pero no tuvieron éxito. Tras el golpe de estado del general Pavía el 3 de enero de 1874, cuando irrumpió montado en su caballo en el Congreso de los Diputados, se precipitó el fin del movimiento cantonal. Diez días después se rendía Cartagena al ejército gubernamental, el último territorio que resistía todavía. Aunque los vencedores habían prometido indulto general, comenzó la represión.
¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?
- Corea del Norte ordena proteger los retratos de su líder Kim Jong-un por la llegada de una tormenta tropical.
- Un particular llama a la policía de Chipiona, porque no le dejan entrar con una bolsa llena de "unos polvos blancos". Cuando llegan los agentes y comprueban la situación, le detienen.
- Atraca con un soplete un hotel de Fuengirola para conseguir cincuenta euros de botín.
- Aparecen carteles falsos (como el de la imagen) para alejar a los guiris y denunciar la masificación del archipiélago.
- Un juez italiano absuelve a dos presuntos violadores, porque "no entendieron la negativa de la víctima".
- Unos grandes almacenes obligan a sus empleados a coserse los bolsillos para que no roben sus productos.
OLDIES
The Band fue un grupo folk-rock canadiense-norteamericano que saltó a la fama tras convertirse en el grupo de acompañamiento de Bob Dylan, aunque ya tenían una carrera consolidada; pero más anónima. Los años y la muerte de algunos componentes deshicieron el grupo, aunque antes se reunieron en un concierto de despedida -considerada la mejor del rock-, filmado por Martín Scorsese, junto a una constelación de amigos como Neil Young, Van Morrison, Neil Diamond, Dr. John, Eric Clapton, Joni Mitchell o el citado Dylan. Se tituló: "The last walz" y ahora les ofrecemos la canción homónima.
P.d.- El 9 de agosto se conoció la muerte de Jimmy Robbie Robertson, guitarrista y líder de The Band.
LITERALIA
IL DOLCE FAR NIENTE
Me han dejado solo como regalo de cumpleaños. A pesar de mis denodados esfuerzos, no logro mover este maldito bajel que me sirve de morada desde hace ocho esforzados años. Permanezco sentado en el décimo banco corrido desde el día de mi llegada, cuando mi piel no se había agrietado y mis cabellos no se habían tornado blancos. Desde entonces, sólo pienso en recuperar la libertad perdida que tanto desdeñé, cuando me consideraba más allá del bien y del mal.
Miembro de una de las familias más influyentes de Florencia, la existencia me resultó cómoda hasta cierta fatídica noche. Mis compañeros de parranda eran los descendientes de los nobles y principales cargos eclesiásticos de la ciudad; sin que faltaran los bastardos y los hijos secretos entre nosotros. Como desconocíamos las penurias económicas –nunca comprendimos los alicientes que la gente encontraba en la pobreza- y no precisábamos trabajar para satisfacer nuestras necesidades más perentorias, ocupábamos el tiempo en francachelas, intrigas políticas y visitas regulares a las casas de las meretrices más hermosas de la villa.
A los doce años, gracias a las influencias de mi tío, el cardenal Guido di Monza, lucí el capelo rojo y mi nombre no dejó de sonar en las ternas de candidatos papales hasta que caí en desgracia. Por mi cargo, disponía de servidumbre y guardia fijas y residía en un inmenso palacio, sito junto a los Uffizi, diseñado por el mismísimo Brunelleschi.
Con motivo de mi mayoría de edad, celebré una de las fiestas más fastuosas que se recuerdan en la dilatada historia florentina. Hice traer las atracciones más descollantes del momento y las bailarinas más exóticas de los serrallos agarenos, que deleitaron con sugerentes movimientos de pelvis a mis ilustres invitados, entre los que recuerdo a Cosme I de Médicis; a la gentil Pantasilea, mujer deslumbrante que inició en los secretos venéreos a todos los varones de la urbe, salvo el contrahecho Orsini; al cardenal Pompeyo Colonna, que se había desplazado expresamente desde Roma para asistir a mi onomástica, y artistas tan notables como Benvenuto Cellini o Miguel Ángel Buonaroti; así como todos aquellos que pintaban algo en nuestra sociedad. Los fastos duraron una semana gracias a la generosa contribución de los abnegados feligreses de mi diócesis. Después, me retiré a mi villa de Capri; mientras me limpiaban la residencia oficial.
A estos acontecimientos, siguió un periodo de hastío en el que todo me pareció tan falto de interés que llegué a pensar seriamente en dejar los hábitos y contraer matrimonio con alguna rica heredera hasta que mi tío me devolvió a la normalidad al recordarme que ambos estados eran naturalmente compatibles.
Entonces, brotó la chispa de la genialidad en mi compadre Tommasino Gambetta y me sacó de la desesperación en que permanecía atrapado. Por este simple detalle, le nombré mi gonfaloniero particular.
Aprovechando una gélida noche sin Luna del mes de febrero de 15.., me reuní con mis compinches en la “HOSTERÍA DEL VESCOVO”, frente al convento de Monjas Mínimas de la Santísima Trinidad. Esperamos que se apagasen las luces del edificio, apurando varias botellas de chianti bien frío. Cuando reinó la más completa oscuridad, salimos a la calle y apostamos vigías en las esquinas. Tras cerciorarnos de que no había nadie por los alrededores, aseguramos nuestras escalas en el muro y saltamos al otro lado. Nos escondimos entre el tupido follaje del jardín hasta que pasamos todos los componentes del grupo. Luego, nos dirigimos hacia la cocina del monasterio; donde la hija del mayordomo, enamorada de Tommasino, había dejado abierta una ventana en un inocente descuido.
Con gran sigilo, pasamos al interior y esperamos a que nuestros ojos se acomodasen a la penumbra. A continuación, subimos lentamente por la gran escalinata de mármol que conducía hasta las habitaciones donde reposaban las primogénitas de las más nobles familias florentinas y, aprovechando el factor sorpresa, nos metimos subrepticiamente en sus lechos y las forzamos una tras otra entre gritos y protestas que procuramos ahogar con nuestros besos y, en su defecto, con las almohadas. Ahora que no frecuento mujeres por razones evidentes, recuerdo con especial cariño las suculentas formas de mi querida prima Bárbara Stampa, que terminó convirtiéndose en barragana de nuestro insigne tío, el conde Malquisto Malatesta.
Mientras Tommasino se despedía de la hija del mayordomo, los demás nos trasladamos hasta la casa de Pantasilea, siempre tan acogedora, donde celebramos nuestro éxito con bailes y vinos especiados hasta que el nuevo día comenzó a clarear; momento en que mi camarada se reunió con nosotros. Nos despertamos resacosos y... engrillados. Exigí mi liberación inmediata, recordé mi privilegiada situación social y amenacé a los guardias con la pena capital; pero sólo conseguí el repudio de toda la sociedad florentina.
Comparecimos ante el Gran Tribunal un martes y trece, aunque nunca he sido supersticioso. En primera instancia, negamos todas las imputaciones que se nos hicieron hasta que la acusación desveló la existencia de un testigo ocular de nuestras tropelías. ¡Imposible! Habíamos cerrado todas las puertas para que nadie pudiera escapar. ¿Cómo, entonces...?
Una encantadora niñita de seis años -¡Maldita bruja, espero que ardas ad eternum en las llamas del Infierno!- avanzó solemnemente hasta el estrado. Tomó asiento, efectuó el juramento de rigor y, con una sonrisa adorable, esperó las preguntas del Fiscal General, padre de una de nuestras víctimas.
Con voz clara y segura, la angelical criatura relató a los presentes los pormenores de nuestro asalto y subsiguiente desvirgación de tan distinguidas novicias; ya que dormía en un cuartucho lateral que no habíamos visto por culpa de la condenada oscuridad. Como le despertaron los alaridos y posteriores jadeos de sus compañeras, presenció todo lo sucedido y nos reconoció sin titubeos entre los murmullos reprobatorios de los asistentes.
El Gran Tribunal, tras apresurada deliberación, nos privó de todos los privilegios y títulos ostentados hasta ese momento, nos declaró “personas non gratas”, nos prohibió volver a la ciudad mientras viviéramos y, como remate, nos condenó a treinta años de galeras.
Desde tan infausto día, bogamos por todo el Mediterráneo encadenados a los remos de las naves venecianas. Hemos luchado contra el turco terrible y contra el pérfido español y, si no sucumbimos durante el combate, quedamos tan exhaustos por el ritmo que marca el comitre que los vigilantes sólo pueden reanimarnos con los rebenques. Por eso, clamamos una muerte rápida. En todo caso, no deja de resultar curioso que la verdadera causa del escándalo de los florentinos no fuese la violación de sus hijas -¿cómo podían seguir siendo vírgenes con doce años cumplidos?-, inquirió el Fiscal General durante el juicio; sino el hecho de que, con nuestra intervención, habíamos frustrado el intento que realizaba el venerable cardenal Pompeyo Colonna por el lado sur del monasterio. Pues, a pesar de tener setenta años, aún gustaba paladear carnes tiernas; aunque, para lograrlo, tuviera que escalar las tapias de un convento. Cuando llegó hasta los aposentos de las jovencitas, las encontró sofocadas y satisfechas y, en un rincón, un pañuelo de seda con mis armas bordadas. Esta prueba, unida al testimonio de la diabólica criatura que nos delató, resultó concluyente para nuestra suerte.
Pero... ¡ya da igual! Hoy es mi cumpleaños y los demás galeotes de “IL DOLCE FAR NIENTE” me han dejado solo con todos los remos; mientras el negro Abdul me fustiga con saña, porque no logro mover este maldito navío. Por si fuera poco, el vigía ha descubierto la nave capitana del pachá Muley Rais, que se dirige hacia nosotros a toda vela con la clara intención de abordarnos y enviarnos al fondo del océano.
CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi)
- El pabellón que representó a España en la Exposición Universal de Viena de 1873 se inauguró con dos meses de retraso. Se expusieron copias de las esculturas íberas del Cerro de los Santos, cerca de Montealegre del Castillo, provincia de Albacete, como la Gran Dama Oferente (foto). Más tarde se descubrió que gran parte de los originales custodiados en el Museo Arqueológico de Madrid eran falsificaciones obra de un hábil estafador, por lo que las piezas exhibidas en la austriaca eran copias de copias.
- “Forman con mimbres entretejidos ídolos colosales, cuyos huecos llenan de hombres vivos y, pegando fuego a los mimbres, rodeados aquellos de las llamas, rinden sus almas. En su estimación, los sacrificios de ladrones, salteadores y otros delincuentes son los más gratos a los dioses, si bien a falta de esos no reparan en sacrificar a los inocentes”.- (Comentarios a la Guerra de las Galias, Julio César, Libro VI, Capítulo 16).
- Mide 10'6 metros, es conocida como el “Coloso de los Apeninos” y se halla en el parque de la Villa Pratolino cerca de Florencia., construida para Bianca Cappello, amante de Francesco de Médici y futura consorte. Ambos murieron envenenados. Fue tallada en 1580 por el escultor Giambologna o Juan de Bolonia. En algún momento, estuvo rodeada por otras estatuas de bronce que se han perdido o han sido sustraídas.
- Vlad Draculae III, conocido como Tepes o el Empalador, fue príncipe de Valaquia, región perteneciente a Rumania, mientras el territorio estaba bajo dominio turco. Más tarde, se convirtió en enemigo acérrimo de los otomanos hasta el punto de empalar a los enviados del sultán y de enviarle sus cabezas conservadas en miel como regalo. Este personaje también es famoso por haber servido de modelo o inspiración, según algunos, para el "Drácula" de Bram Stoker y por padecer hemolacria, enfermedad que hace llorar sangre.