jueves, 28 de mayo de 2020

CHAFARDERO 106

<<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE>>
NÚMERO 106.- ANNO VI





PRIMERA PLANA

En algunas ocasiones, el líder visible de un partido político no es el líder real del mismo, como sucede en los dos principales partidos conservadores del país –Ciudadanos es un funambulista a punto de caer al suelo (desaparecer), escindirse, o integrarse en alguno de los ya citados-, siendo Vox una mera sucursal del partido innombrable surgida por la, para algunos,  excesiva debilidad de Mariano Rajoy.
¡Cómo nos engañan! El verdadero cabecilla de ambas organizaciones actúa en la sombra, como muchas personas inteligentes; aunque en este caso hablamos del espécimen más deplorable, mediocre, rastrero, vengativo, soberbio y cobarde nacido en este país en los últimos tiempos; tal vez desde sus primeros pobladores. Los latinos lo llamaron asinarius, el que cuida asnos.
Por supuesto, no desglosaremos sus hazañas durante sus innecesarios gobiernos. Casi nadie ha conseguido olvidarlas. Lo que nos resulta más incomprensible –admitimos nuestra  incapacidad- es que tenga tantos seguidores y que sean tan vociferantes y agresivos  como para insultar, amenazar o agredir a compatriotas que piensan diferente a ellos. Lo más lamentable es descubrir que haya individuos más estultos que él; reconocer que nuestro país siempre será pequeño y subdesarrollado, porque alberga demasiados cavernícolas que secundan y vitorean a sabandijas como nuestro protagonista.
¿Cómo explicar, si no, que la única estrategia desarrollada por ambos partidos conservadores, que él maneja en la sombra según nuestra teoría, sean la confrontación y el acoso continuo a un gobierno legalmente constituido que califican como “sociocomunista” para crear la idea de peligroso o deslegitimado entre los ciudadanos en una situación de crisis sanitaria con miles de muertos e infectados como la que padecemos? Sólo una mente retorcida y enfermiza puede considerar que sembrar odio entre compatriotas, enfrentándolos hasta el extremo de hablar de “ambiente guerracivilista” (consciente del miedo atávico que encierran este adjetivo),  alentado por la prensa afín paniaguada, es un buen medio para alcanzar el gobierno -su gobierno- de la nación -su nación-, pues solo el gran Chemari Aznar, nuestro protagonista, merece tan alto honor; aunque pueda ostentar el cargo otro presidente títere (sólo o en coalición, según los resultados electorales). Los señores Casado y Abascal, por tanto,  son meros Pinochos a los que no deja de crecer la nariz.





¡LA INTELIGENCIA AL PODER!



¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?

- Un sacerdote bendice a los fieles con una pistola de agua para mantener la distancia de seguridad.
- El Secretario General del Partido Innombrable en Andalucía critica que las becas se vayan a conceder por las rentas familiares en vez de por méritos académicos.
- Míster Trump afirma que "contar con más casos de COVID19 que nadie es una insignia de honor".
- Bruselas también odia a Madrid: denuncia los estragos producidos por los recortes en el sistema sanitario madrileño.
- Adelanta en carretera a la Guardia Civil y termina detenido por el tufo a marihuana que deja al pasar.
. Un alcalde peruano finge estar muerto para no ser arrestado al saltarse el confinamiento.
- "La violencia de género es una teoría feminista que la izquierda ha utilizado tras la caída de la URSS para no vaciar su discurso", afirma Carla Toscano, diputada de Vox.
- "Comienzan a abrir librerías y museos, ¡otro ataque del presidente Sánchez a la derecha!".- (Tremending, Público).
. Vox presidirá la Comisión de Reconstrucción en el Parlamento andaluz tras oponerse a su creación.
- Un tribunal holandés obliga a una abuela a borrar de  Facebook las fotos de sus nietos por publicarlas sin su permiso.
- Cincuenta  euros al mes por un contrato de teletrabajo en prácticas: "Queremos que seas feliz y disfrutes al máximo. Para que vivas al máximo: trabaja desde cualquier parte del mundo", afirma la empresa.
- Usamérica privatiza la Luna (para asegurarse el monopolio de sus minerales).




LITERALIA




LA JUSTIFICACIÓN)
(Relato Mecanicista)



Me llamo Esteban Bienhecho, aunque el apellido proviene de un antepasado muy remoto, cuando este apelativo podía referirse a una característica física de mi ancestro.
Sentir pudor implica considerarse culpable por algún acto realizado o no, que la educación recibida considera inadecuado o malvisto. También implica ceder a los prejuicios vigentes en vez de liberarse de ellos.
Mi abuelo Sebastián decía que nos pasamos la vida buscando justificaciones para todos nuestros actos y decisiones, es decir, presentando excusas más o menos creíbles para tranquilizar nuestra conciencia o las ajenas. Yo solía responderle que era una actitud cobarde y él contraponía que ya cambiaría de opinión, cuando alcanzase su edad. Mi abuelo falleció hace veinticinco años y aún no he llegado a su edad, pero he caído en la trampa de buscar justificaciones para todos mis actos y decisiones, como si necesitase una excusa externa a mi para realizarlos y tomarlas, o , dicho de otro modo, otro responsable de los mismos. Bien pensado, es una actitud más cómoda que apechugar con toda la responsabilidad.
Esta situación se agravó cuando conocí a Martina, una hermosa mujer más joven que yo, a través de una amiga, vecina suya. Soltero recalcitrante, egoísta redomado según otras opiniones, no esperaba grandes cambios sentimentales en mi vida dadas mi edad y situación económica hasta que Amelia, la amiga ya citada, me habló de mi alma gemela, como la llamó, e insistió en que la conociera. Por simple cortesía, accedí a su deseo; aunque la idea no me desagradaba. La justificación era que a casi todos los hombres nos gustan las mujeres y Martina era una mujer.
Nos citamos en una cafetería céntrica. El encuentro fue cordial, aunque temeroso. Incapaces de mantener una conversación interesante, la tarde languideció entre monosílabos y frases manidas. Lo forzoso de la situación pudo con el posible interés que tuviéramos el uno en el otro. Nos separamos con educados besos en la mejilla y saludos corteses antes de regresar a nuestros respectivos domicilios. Ambos creíamos que no volveríamos a vernos y que olvidaríamos pronto la triste escena que habíamos compartido.
Así sucedió durante varios meses. Mi amiga Amelia reprendió el comportamiento desangelado que había mantenido durante la cita con Martina, quien la había calificado, por su parte, de estúpida pérdida de tiempo. Amelia se sentía traicionada por mi actitud. Su justificación era que existen mujeres empeñadas en casar o emparejar a todos sus amigos y conocidos solteros o en edad de merecer. Nuestro encuentro había fallado como otros muchos, pero mi amiga quería salvarnos de la soledad -malsana a su entender- que soportábamos su amiga y yo, y, según su opinión, no habíamos hecho nada para romper el aislamiento en que vivíamos. Sin embargo, ella también permanecía soltera.
Meses después, olvidada la cita con Martina, me telefoneó Amelia tras un viaje profesional para interesarse por mi. Entre otras novedades que he olvidado, comentó que, por fin, Martina se había comprometido con un hombre más joven que ella y muy bien situado. No indicó dónde. ¿No había insistido ella en que nos conociéramos? Entonces, ¿por qué se mostraba tan entusiasmada con el compromiso de Martina? ¿Por salvar a otra víctima de la soledad? Me sentí aliviado. La justificación era que me liberaba de cualquier obligación hacia ella. Comenté que me alegraba por ella sin poder disimular un profundo desinterés.
Poco después, falleció la madre de Amelia y, lógicamente, acudí a su velatorio; aunque no conocía al resto de su familia. Tras presentar mis respetos a los deudos y departir brevemente con mi amiga, me senté en un banco; donde pronto me concentré en mis pensamientos, ensimismado en las musarañas. Al rato, noté que alguien se sentaba junto a mi; aunque no le presté la menor atención hasta que una voz familiar dijo:
- Me alegro mucho de verte, Esteban.
Como ya dije, la voz me resultó familiar. Giré la cabeza y miré a la persona que me había hablado. Reconocí a Martina, aunque me pareció una mujer diferente, más hermosa, más simpática e interesante. La justificación era que otorgamos a ciertas mujeres cualidades extraordinarias, porque, en el fondo, deseamos tener algo con ellas. Anhelé conocerla, pasar más tiempo con ella, acapararla para mi solo. Soñé despierto. La justificación era que las personas que pasamos mucho tiempo solas nos aceleramos en cuanto alguien nos presta atención; mucho más si se trata de una mujer tan bella como Martina. De la nada pasé al todo. Planeé cambios en mi vida y en mi vivienda, pues viviríamos juntos, amigos y amantes, seríamos felices y comeríamos perdices. Seguí soñando hasta que recordé a su prometido, un hombre inocente. Más tarde, un gran amigo que le conocía bien le calificó como impresentable; lo que, sin motivo alguno, me hizo creer que aumentaban mis posibilidades. Pero, ¿no era ella la que decidía? Entonces, ¿qué más daba como fuese su prometido a los ojos de los demás, si ella lo había elegido? Para empeorar la situación, Martina me confesó que no había podido olvidarme y que le encantaría volver a quedar conmigo para reanudar la conversación iniciada tiempo atrás, aunque se resumiese en monosílabos y balbuceos educados. Reconocí en silencio que yo también quería verla, tocarla, sentirla, acapararla para mi solo. Me había impresionado tanto, me parecía tan diferente y magnífica que secundé su deseo. Quedamos en la misma cafetería una semana después. Luego, ella regresó junto a su prometido, presente en el velatorio, y yo volví a ensimismarme en mis pensamientos; aunque sólo pensara en ella. La justificación era que, soltero recalcitrante, había abierto una puerta que permanecía cerrada con o sin mi aprobación.
¿Estaba imaginando, como otras muchas veces, o realmente el interés de Martina por verme traspasaba la mera cortesía, pues no desconocía las llamadas de Amelia para pedirle que me diese una nueva oportunidad? ¿El prometido no le parecía suficiente para nuestra común amiga¿ Su sentido de la amistad le obligaba complacer a su amiga, aunque estuviese comprometida, aunque recordase la mala experiencia de la primera cita? ¿Todo se reducía a buena educación o jugaba a varias bandas? ¿El aumento de mi interés por ella era real o respondía también a sentirme obligado con Amelia tras la frustrante primera cita? En ese caso, ¿no estábamos siendo injustos el uno con el otro? Decidí que me resultaba indiferente. La justificación fue que Martina era muy hermosa y yo, un soltero necesitado de cariño. En todo caso, siempre podía alegar un malentendido, si ella rechazaba mis pretensiones (naturales por otra parte). Siempre he considerado muy complicadas las amistades entre hombre y mujer por resultar difícil una relación desinteresada entre ellos.
Aunque mi educación tradicional me recordaba que Martina mantenía una relación estable con otro hombre y que debía respetarla, mi deseo insistía en conocerla más y mejor. La justificación era que los hombres no quieren compartir sus mujeres con otros hombres; aunque olvidaba, o parecía olvidar, que Martina no era mía y que yo siempre había defendido la libertad femenina y, por tanto, negaba cualquier tipo de propiedad a ese respecto. Sin embargo, mi parte racional -alguna tendría- reclamaba que mitigase mi apasionamiento repentino -en pura lógica, era la misma mujer de la primera vez- y que no olvidase su compromiso con otro hombre (al que empezaba a odiar con todas mis fuerzas). Entonces, ¿qué ocurría? El amor es posesivo, excluyente, egoísta. ¿El amor? ¿Cómo podía sentirme enamorado de una mujer a la que había visto dos veces y hablado una? Se trataba de curiosidad desaforada por mi parte, de perplejidad por su interés hacia mi, estando comprometida con otro? ¿Nada más?. Nadie, en su sano juicio, admitiría su egoísmo. Por tanto, consideraba lógico que Martina cancelase su compromiso, mientras yo seguía frecuentando algunas mujeres que consolaban mi soledad y ofendían a Amelia; aunque no olvidaba a los amigos que se habían entrometido en relaciones estables y habían salido malparados física o anímicamente. .
Sin embargo, pasé los siguientes días contando los segundos que faltaban para nuestro reencuentro. Para terminar de tranquilizar mi ánimo, las primeras palabras de Martina, tras instalarnos en una mesa lateral, fueron:
- No sabes las ganas que tenía de verte, Esteban. Nunca pensé que los segundos fueran tan lentos.
¿A qué estaba jugando? Por que…¿estaba jugando, verdad?
- Me ha salido un trabajo temporal en una localidad de la sierra. Tendré que alquilar un piso para vivir allí los próximos meses - prosiguió.
- Me alegro por ti - mentí.
- Lo malo es que veré menos a mi chico.
- Puede visitarte los fines de semana.
- Tendré turnos y trabajaré algunos domingos, así que será complicado.; pero tú sí podrías venir a verme. En coche, son dos horas de viaje.
- Sí…. No estaría mal.. - balbuceé.
- ¡Venga, hazlo por mi!
Estaba muy confundido. Nunca me había gustado ser segundo plato. Nunca me había gustado que me organizasen el tiempo.
- ¿Dónde vamos después? - inquirió.
- Eh…
- A las ocho he quedado con Jaime (su prometido) y aún tenemos tiempo por delante.
- ¿Qué te apetece hacer? ¿Ir al cine, dar un paseo, entrar al teatro…?
- Podríamos… despedirnos hasta pronto con unas horas inolvidables - comentó, mientras parpadeaba con falsa ingenuidad.
¿Qué estaba insinuando? Plantearle mi casa ya me parecía demasiado aventurado, pues podía sentirse ofendida, podía descubrir -¿aún no estaba claro?- mis auténticas intenciones; aunque fueran las mismas que las suyas.
- ¿Vemos una película, entonces? - sugerí.
Ante mi sorpresa, respondió:
- ¡Picarón!… Recuerda que estoy comprometida.
Volvió a desconcertarme. ¿Cómo olvidar que, cuatro horas después, se reuniría con el aludido, y yo debería renunciar a su presencia, a su perfume, a su calor, a su…? Por otro lado, temía que nuestra amiga común volviese a reñirme por desaprovechar las oportunidades. No quería sobrepasarme, aunque sus gestos y palabras me incitaban a hacerlo.
- Tienes razón, Martina. Disculpa mi atrevimiento.
- No estoy molesta. Sólo has demostrado tu interés por mi.
-¿Por decir que podríamos ir al cine?
-No, por pensar en que estaríamos a oscuras, en que me pasarías tu brazo por mis hombros y en que intentarías besarme y, entonces, yo te rechazaría, ofendida por tu osadía, y tú retirarías el brazo hasta que me asustase una escena de la película --.elegirías un filme de miedo para poder protegerme ¡Todos los hombres sois iguales!-, cuando me refugiase entre tus brazos. Entonces, me dirías que sólo era una película, que no era real, que estabas junto a mí, que no temiese nada, y , entonces, yo levantaría la cabeza, te miraría con falso temor en los ojos, entreabriría los labios y, por fin, me besarías con suavidad, al principio, y luego, con pasión, con nuestras lenguas entrelazadas durante el resto de la proyección.
- ¡Menuda imaginación tienes, Martina!
- En realidad, es lo que necesito ahora, pero en un cine hay demasiada gente. Estamos estancados y nuestra relación necesita un impulso.
- Yo también lo creo.
- Conozco un hotelito por aquí cerca en el que ya he estado con Jaime alguna vez. Es limpio y discreto.
Me cogió la mano, sonrió y añadió:
- ¿Nos vamos ya?
Mi abuelo decía que la caza era un mal necesario, cuando azuza el hambre o la pieza merece el esfuerzo y, en este caso, se cumplían ambas condiciones. Cogidos del brazo, caminamos unos diez minuto hasta el “Hotel Mediodía”. El recepcionista la saludó con un: “Usted de nuevo por aquí, señorita Cardenal”; lo que me hizo pensar que Martina tenía vidas secretas, pues no era su verdadero apellido. Siempre he sido bastante sagaz. ¿Había estado allí con otro u otros hombre diferentes a su prometido y a mi? ¿Qué número hacía yo? Y, sobre todo, ¿qué representaba en su vida? Necesitaba respuestas, aunque admiraba su naturalidad.
La habitación era funcional y anodina, pero no estaba allí para disfrutar la decoración. Martina se comportó como una amante solícita, cálida y paciente. Yo… actué como un novato nervioso y atolondrado la primera vez. La segunda, más calmado, pude transmitirle todo el cariño que le profesaba. Mi abuelo solía decir que hay ciertos actos en la vida que no necesitan justificación. En todo caso, ella insistió en que la visitase en su nueva residencia, cuando estuviese instalada; lo que debía significar que no le había defraudado demasiado.
A las ocho menos diez, nos reunimos con su prometido en un bar del centro; donde hicimos el intercambio. Me despedí con educación y el corazón destrozado. No sería la última vez que se repetiría esta escena, pero nunca logré asumirla con normalidad. Su chico me parecía un cretino, pero yo no podía ser ecuánime. Deseaba seguir estando en el “Hotel Mediodía”.
Días después, recibí un whatsapp suyo. Me comunicaba que tenía mucho trabajo y mucho cansancio, por lo que no podríamos vernos de momento. Respondí que comprendía su situación. ¿Ya había olvidado el “Hotel Mediodía”? Yo quería, necesitaba, conocerla, estar con ella, demostrarle toda mi dependencia;. ¿Ya había colmado sus expectativas? ¿Había otros hombres y otros “Hoteles Mediodía” en su nueva residencia? ¿Se habría asustado con mi comportamiento pedigüeño, con mi necesidad imperiosa? No encontraba justificación a su actitud. Yo era un pobre diablo devorado por el deseo al que se negaba su plena satisfacción. Me sentía utilizado. Volvía a repetirse el viejo juego de ni comer ni dejar comer. Era incapaz de pensar que Martina necesitaba -¿exigía?- su espacio y su tiempo, cuando yo siempre había defendido mi tiempo y mi espacio ante los demás; pero, como decía mi abuelo, el hambre no entiende filosofía.
Semanas más tarde, un whatsapp reavivó algunas brasas.
- Nos vemos en tu casa en diez minutos.
¿Quién le había dado la dirección? ¿Y si no estaba solo?
Respondí:
- ¿A qué hora has quedado con tu novio?
- No lo estropees, bonito. Disfrutemos el presente… Tengo tantas ganas de verte.
El mensaje finalizaba con un rostro sonriente enviando un beso.
Me entró el pánico. Recorrí la casa en busca de algún fallo, de alguna prenda tirada en el suelo o en una silla. Comprobé que no hubiera pelos en la bañera, comida pasada en la nevera o platos sucios en el fregadero. Debía encontrar la vivienda en perfecto estado. ¿Por qué? De repente, me importaba su opinión. De repente, estaba preocupado por el qué dirán. ¿Estaba enamorado o enajenado? ¿Era lo mismo?
Todos mis temores se disiparon en cuanto la vi. Mi abuelo tenia razón, cuando decía que la mujer nos deja sin palabras y sin aliento. Debía saber de lo que hablaba, pues se casó cinco veces. Reconocí su superioridad, su dominio, mi infinita pequeñez. Tras el beso de bienvenida, entró al baño. Después, pasó a mi habitación, donde ya la esperaba. Se desnudó sin dejar de mirarme y dijo:
- Amelia te envía saludos.
- ¿Sabe que venías aquí?
- Me proporcionó tu dirección. ¿Sabías que está enamorada de ti?
- ¿Cómo? Pero si fue ella quien me arrastró hacia ti. No entiendo nada- insistí-. ¿Por qué me empuja Amelia hacia ti, si me ama también?
- No hables tanto. Me estoy quedando fría.
- ¡Claro, claro!… ¿Cuándo ves a Jaime?
- He quedado con él a las nueve en el metro. Por cierto, yo nunca he dicho que te quisiera.
- ¿Cómo?…Entonces, ¿el “Hotel Mediodía”, este momento, tu interés en que te visitara?
- Eres muy hermoso, señor Bienhecho, y siempre he admirado la belleza. Contigo, tengo la oportunidad de disfrutarla. Además, sabes hacer reír a una mujer.
Sentir su cálido y sinuoso cuerpo junto al mío logró que mi aplomo varonil quedase fuera del lecho, innecesario.
Mientras nos besábamos como preámbulo a otras actividades, pensaba en Amelia, en lo extraños y retorcidos que somos. ¿No se atrevía a declararse y disfrutaba escuchando las descripciones de nuestros encuentros que le haría su buena amiga Martina? Mi abuelo solía decir que estamos como chotas. La justificación debía ser que actuamos sin lógica, cuando nos consideramos una raza lógica y exigimos lógica a todos los actos propios y ajenos.
A las nueve en punto realicé el intercambio con Jaime en la estación del metro. Nos saludamos con un flácido apretón de manos. La situación era incómoda para ambos. Nos mirábamos como rivales, molestos y perplejos por compartir la misma mujer, una situación para la que no habíamos recibido ninguna instrucción de manejo o comportamiento. Pero… ¡que más daba! Cuanto antes asumiéramos que éramos sus juguetes y sus caprichos, más disfrutaríamos todos. Sin embargo, no imaginaba un trío con él. Tenía demasiado vello.
Martina volvió a su trabajo y los whatsapp se sucedieron con irregularidad y aparente nostalgia. Tuvimos nuevos encuentros en mi casa y en la localidad donde trabajaba. En esos casos, disponíamos del fin de semana completo para nosotros; pues el contrario, Jaime, siempre tenía guardia esos días. Martina también era muy hábil con el calendario. Amelia no volvió a preguntarme por mi relación con su amiga, bien informada por ésta. Parece que había aprovechado mis oportunidades. Cinco meses después, Martina me anunció su boda, sin avisar, sin preparativos, tras un fogoso abrazo en su alcoba. La justificación era que había sopesado los pros y contras y Jaime le parecía más solvente y estable que yo; aunque más aburrido. Apelé a mi belleza, que tantas veces había alabado, pero me besó la punta de la nariz y afirmó que no cambiaba nada y que podíamos seguir viéndonos. Ignoraba si Jaime era comprensivo, o adaptable a las circunstancias, o estaba dispuesto a tragar lo que fuese con tal de seguir acostándose con ella. El brillante del anillo de pedida parecía bueno e inalcanzable para mis posibilidades.
En el convite tras las nupcias, me sentaron junto a Amelia. Charlamos como los viejos amigos que éramos. Después, fuimos al cine a ver una película de miedo. La besé, cuando se escondió entre mis brazos. Mientras nos amábamos en mi cama, sin ningún afecto por mi parte, supuse que, en aquellos momentos, Martina y Jaime estarían consumando su matrimonio. Saber que seguiríamos viéndonos como hasta ahora me liberó de todos mis complejos y remordimientos. La justificación era que Martina me había recordado que lo que se comerán los gusanos lo disfruten antes los humanos..



OLDIES

The Style Council, El Consejo de Estilo, fue un dúo formado por Paul Weller, uno de los músicos ingleses más interesantes de los últimos treinta años, que venía de The Jam, un trío post punk de ritmos acelerados y bailables, y el teclista Mick Talbott. Crearon grandes temas de r& b, soul y funk y un elepé tan elegante -y lánguido como en "Café Bleu", que titula el disco- y que les ofrecemos junto a "The whole point of no retunr", del que escribí hace unos años un texto, incluido en la novela "La tela de araña" (199..), que resume bien, a mi entender, la comunicación ideal entre oyente e intérprete y que, por supuesto, podrán disfrutar tras esta breve introducción:



"Imagina, querida, un estudio de grabación y, dentro de él, un cantante y un guitarrista ensayando una nueva melodía. No pueden verme, no pueden oírme, no pueden hablarme; sin embar­go, también estoy allí, con ellos. Me siento cerca de los dos, en un taburete del que cuelgan unos cascos estereofónicos que adapto a mi cabeza. Comienza la grabación. De repente, siento en el cuerpo cada arpegio, cada punteo, cada nota, cada ras­gueo de la púa sobre las cuerdas y sobre las pastillas; el desplazamiento de unos dedos ágiles y rápidos por el mástil. Con los ojos cerrados, por su sonido, podría reconocer el modelo de guitarra empleado. La misma sensación me invade cuando la voz irrumpe en la escena. Sobre mi cabeza se concentran el timbre, el idioma foráneo, la modulación nasal del intérprete, la respiración agitada, los dedos mar­cando el ritmo. Pero, especialmente, sobrecogedor, aprecio el silencio que rodea a los dos hombres, a los tres hombres. Un silencio, un vacío, perfectos, redondos, que trans­forman la interpretación en simple y sencilla armonía, como miembros de un mismo ser vivo desarrollando acciones complementarias. Sí, querida, me siento inmerso en un vacío cósmico que, sin rostro apreciable, entona una composición para voz y guitarra. «THE WHOLE POINT OF NO RETURN». Me descubro el único y afortunado receptor de un canto imprevisto, ideal, mágico. Tras su audición, por un momento, intenso y fugaz segundo, me contemplo incapaz de regresar a mi yo anterior, ese yo bien protegido de la soledad abisal, del infinito, de la terrible atracción del abismo. Me ha trasladado a una encrucijada desconocida, atractiva, peligrosa, hermosamente coloreada. Porque ese silencio, esa calma, esa imperturbabilidad, me acompañan desde la primera nota, desde el primer sonido perci­bido, desde el primer e inconsciente paso hacia el estudio de grabación donde un cantante y un guitarrista interpretan «THE WHOLE POINT OF NO RETURN», mientras un técnico controla los niveles de la mesa y yo controlo el volumen de mi pletina para obtener una audición perfecta de The Style Council a través de mis cascos estereofónicos".


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CRÓNICAS DE SOCIEDAD (urbi et orbi)

- Lady Caroline Ponsoby (1785-1828), hija del 3er. conde de Bessborough y prima política de Annabella Byron (nacida Anna Isabella Milbanke), fue una mujer muy hermosa y brillante novelista; aunque su paso a la historia no se debió a sus textos, sino a su obsesión malsana -según la aristocracia de la época a la que pertenecía- por George Gordon, el afamado poeta cojo que tanto gustaba a mujeres y hombres y que la rechazó una y otra vez con su desdén habitual. A los diecinueve años contrajo matrimonio con William Lamb, con el que tuvo dos hijos que no unieron más a la pareja. En  1812, se enamoró de George, Lord Byron. Al principio, la relación fue apasionada y dichosa hasta que él se cansó y la rechazó. Ella enloqueció y protagonizó varias situaciones "escandalosas" para la época, como aquella vez que intentó cortarse las venas tras ser insultada por el bardo o aquella otra ocasión en que, según se cuenta, se unció desnuda al tiro de los caballos del carruaje del poeta. El amor la convirtió en un juguete roto que nunca se recuperó.
- Diego Corrientes (1757-1781) fue un bandolero utrerano que, según la leyenda, robaba a los ricos para entregar parte del botín a los más necesitados, cual Robin Hood carpetovetónico. No hay nada que moleste más a un rico que repartan su riqueza entre los más necesitado; por este motivo, las autoridades pusieron precio a su cabeza. Tras ser apresado en Portugal, donde huyó de sus perseguidores, sufrió el trato habitual reservado a los bandoleros: juicio, condena, horca, desmembramiento, envío de las partes de su cuerpo a las provincias donde delinquió y colocación de su cabeza, con un garfio en el cráneo (como solía hacerse con las cabezas de los ajusticiados) en una plaza de Sevilla. En la memoria popular, ha permanecido como una especie de buen ladrón.
- El llamado "Gigante de Cerne Abbas" es una figura de 55 metros de longitud tallada en la tierra rica en tiza, de donde proviene el color blanco de su contorno. El primer registro de su existencia data de 1649. Recibe muchos visitas al año, muchas de las que rodean varias veces su miembro, acorde al tamaño de la figura, por considerarlo un símbolo de fecundidad.






- En 1923, el poeta portugués Antonio Botto publicó su libro "Cançoes", que contenía numerosos poemas sobre el amor homosexual que profesaba el autor. Tildada de "literatura de Sodoma" por las instancias más conservadoras del país, los alumnos de las escuelas políticas exigieron un auto de fe público contra él y que fuera ahorcado. En la época fue definido como "mercurial", signifique lo que signifique.





FRASE DEL DÍA (sea el que sea)


Era la hora en que el crepúsculo besa a la Tierra.- (Lord Dunsany)

CONTRAPORTADA


Dos por el precio de una










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