Durante los años de la guerra civil, las tropas nacionales imitaron de muchas formas a sus admirados nacionalsocialistas. Una de ellas fue la persecucion de todo -y todos- aquello que sonase a cultura, llegando hasta el fusilamiento de muchos maestros cuyo único délito era su profesión. Otro objeto de su inquina fueron los libros.
<<En nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento del Ejército salvador de España, por bravos muchachos de la Falange Española fueron recogidos de los quioscos y librerías centenares de ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados como merecían. Asimismo, muy recientemente, los valientes y abnegados requetés realizaron análoga labor, recogiendo también otro gran número de ejemplares de esas malditas lecturas que deben desaparecer para siempre del pueblo español>>.- (Nota del Jefe de Orden Público y Teniente General de la Guardia Civil Bruno Ibáñez García publicada por el diario "ABC" de Sevilla el 26 de septiembre de 1936).
Estos hechos se repitieron en casi todas las capitales españolas tras la entrada de las tropas franquistas, así como las ejecuciones de intelectuales y profesores. Resultaría prolijo citar todos los casos de quema de libros de "literatura disolvente", como la llamaban.
El diario "Arriba España" de Pamplona reclamaba en su primer número del 1 de agosto del mismo año: <<¡Camaradas! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camaradas! ¡Por Dios y por la Patria!>>. El director del periódico era el sacerdote falangista Fermín Yzurdiaga, futuro Jefe Nacional de Prensa y Propaganda.
Otras destacadas voces eclesiásticas también se significaron en este proceso, como el obispo de Valencia, Reverendísimo Señor D. Manuel González y García, quien en su pastoral: "Lecciones de la tragedia presente. Preparando soluciones para la posguerra", noviembre del 37, defiende la desinfección cultural y la reconstrucción del pensamiento <<sobre las ruinas del liberalismo secularizador>> y acusa al gobierno republicano de <<haber promovido la difusión de una literatura extranjerizante, anticatólica y pornográfica>>.
Otro colega suyo, el obispo de Salamanca, Enrique Plá y Daniel, incluía en su pastoral "Los delitos del Pensamiento y los falsos ídolos intelectuales" el siguiente párrafo lleno de verdades como templos: <<¡La Iglesia! Adora la Verdad, pero no es fetichista del libro, porque sabe que hay libros malos y buenos, libros benéficos y libros venenosos y corruptores. ¡El fetichismo del libro, de los intelectuales! ¿Podrán medirse los estragos que ha causado, sobre todo desde fines del siglo décimo octavo, el no querer distinguir entre libros buenos y malos y dar beligerancia a cuanto se presente en tipos de imprenta? Esta ha sido la tesis del liberalismo>>. ¿Qué pensaría Su Eminencia ahora de los liberales católicos y romanos del Partido Innombrable?
También propalaron la destrucción de libros integrantes de un estamento, el universitario, que, por su profesión, parecerían más cercanos a la cultura; pero... en todas partes cuecen habas. Citaremos como ejemplo a un catedrático de Derecho en Salamanca -cuyo nombre omitiremos por piedad-, quintacolumnista e integrante del Sindicato Español Universitario (SEU), quien pronunció un discurso con ocasión de la quema pública de libros, en el que incluía el siguiente párrafo: <<Para edificar a España Una, Grande y Libre, condenamos al fuego los libros separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los seudocientíficos. los textos malos y los periódicos chabacanos (como este chafardero, suponemos). E incluimos en nuestro índice a Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Gorki, Remarque, Freud y el Heraldo de Madrid. Prendido fuego al sucio montón de papeles, con alegre y purificador chiporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, canta con ardimiento y valentía el Cara al Sol>>.
Suponemos que don Francisco de Quevedo y Villegas Santibáñez y Cevallos sería uno de los autores incinerados por escribir frases como: "Todos los que parecen estúpidos lo son y también lo son la mitad de los que no lo parecen".
JUEGO DE MÁSCARAS
Natalia apareció en el hotel vestida con un traje pantalón oscuro, gafas de sol y un pañuelo discreto que ocultaba sus hermosos cabellos rubios. Traía una maleta y un neceser negros. En la recepción, dijo que un antiguo cliente le había recomendado nuestro establecimiento por su limpieza y discreción. Pagó un mes por adelantado. Salía poco y comía en su habitación. No hablaba con nadie y tampoco recibía correspondencia. Parecía estar sola en la inmensidad del mundo. De repente, cambió sus costumbres. Por razones desconocidas para todos, se volvió más atrevida y empezó a salir por las tardes a pasear. Su semblante se tornó más risueño y sus vestidos ganaron colorido y atrevimiento. Un día, al entregarme la llave de la habitación, me sorprendió ataviada con un elegante y llamativo traje blanco. Había conocido a un hombre joven y atractivo que había prometido mostrarle nuevos rincones de la ciudad. Regresó de madrugada, radiante y feliz. También, algo bebida. Me pidió que le acompañase hasta su cuarto, pues no se sentía capaz de abrir sola la puerta. Le ayudé a desvestirse y acostarse. Admiré por primera vez su cuerpo de diosa. Cuando bajó a desayunar, me agradeció los cuidados y me preguntó cuándo terminaba la jornada. Quedamos para esa misma noche. Se sentía completamente liberada. Cenamos en un coqueto restaurante del puerto. Entre plato y plato, admitió que le transmitía confianza y, por ese motivo, me confesó llamarse María Galindo, pertenecer a la resistencia y que el hombre joven y atractivo que conoció no le había enseñado la ciudad, sino que le había conseguido, previo pago, documentación falsa para abandonar el país; pues su vida corría peligro. El gobierno había encargado su muerte a Iván, su verdugo más eficaz y despiadado; pero el joven de los documentos le había informado de que estaba preso en un país extranjero, donde había ido a cumplir otro encargo y había sido reconocido y delatado por la única víctima que había sobrevivido a sus tormentos. Desde entonces, se sentía más segura y había empezado a disfrutar la vida, que tanto amaba; aunque no podía bajar la guardia. El régimen tenía sicarios por todas partes y podía haber ordenado su ejecución a cualquier otro. Después de varias botellas de vino, regresamos al hotel. Cogí la llave de su habitación y subimos en el ascensor, donde nos besamos por primera vez. Nos amamos con frenesí. ¡Era tan hermosa!
Mientras gozaba bajo mi cuerpo, le dije al oído:
María Galindo, soy Iván. El hombre joven y atractivo era un policía y te engañó. No te dijo que había escapado de la cárcel hace un año, que eliminé a mi delator y que te esperaba desde hace ocho meses, pues detuvimos al contacto que te recomendó este hotel y confesó vuestros planes antes de sucumbir bajo las torturas que le infligí.
No tuvo tiempo de cambiar el rictus y murió en silencio, con una mueca de placer congelado en su bello, y ya inerte, rostro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario