<<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE
NÚMERO 64 ANNO V>>
PRIMERA PLANA
Llueve
en la ciudad.
La
crisis no termina de irse, mientras los aspirantes a gobernar exigen
la dimisión del actual gabinete por el bien de los oligarcas; pues
el resto de la población no existe para ellos. El país -¡España!,
como dicen algunos con la boca llena de letras- son ellos: los
ricos, los poderosos, los aspirantes a ricos y poderosos, y, por
supuesto, los políticos lacayos de todos ellos; esos mismos
“servidores públicos” -pues cobran de lo público; aunque sólo
piensen en privatizarlo- que se escandalizan por subir el salario
mínimo a 900 euros/mes, mientras alaban los multimillonarios
beneficios de banca y empresas. ¿Cuántos países hay en un país?
¿Cuántas clases de ciudadanos? ¿Por qué hay que aceptar la usura
como sistema, la corrupción como costumbre y el abuso como norma?
Los
ánimos continúan grises como la tarde.
El
caos circulatorio domina la ciudad, mientras la solución de los
munícipes es prohibir los automóviles y promover un transporte
público eficaz del que sólo hay vagos proyectos. Los ciudadanos
creemos a pie juntillas todo lo que dicen los políticos de
ideología más afín, porque ataca a la contraria, sin examinar sus
razones. En algún otro país, nos llamarían energúmenos..
Defendemos los símbolos antes que a las personas, porque resulta más
fácil defender lo etéreo que lo real hasta que toca defenderlo de
verdad. Entonces, salimos corriendo como los cobardes vociferantes
que somos.
La
gran ventaja de cualquier superficie -o apariencia- es que puede
parecer perfecta, mientras esconde los problemas bajo ella.
Presumimos de honor y dignidad, pero engañamos y despreciamos a
nuestros conciudadanos; porque ostentamos un cargo político bien
remunerado que, por lo visto, nos lo permite. ¡Somos superiores!
Aparentar es más importante que ser, pues sabemos que nuestro
verdadero aspecto horrorizaría a los demás.
Los
arribistas que se dedican a la política por sus grandes prebendas y
privilegios, que no por afán de servicio, nunca resuelven los
verdaderos problemas de los ciudadanos; pues, de hacerlo, no podrían
prometer solucionarlos en cada campaña electoral, no podrían seguir
comiendo la sopa boba.
La
denuncia, la protesta, la indignación, el hartazgo, la auténtica
realidad son “políticamente incorrectos” para todos aquellos que
emplean términos como “post verdad”, “transversalidad” o
“neocomunista”; pues ofenden a las buenas gentes, a los políticos
que sólo defienden sus carreras y sus másteres sospechosos y las
de sus amos y señores contra las justas reclamaciones de los demás;
a los que aseguran sin tapujos que mejorarán sus condiciones de
vida, bajarles el precio de la luz y el gas, conseguirles un empleo
fijo y bien remunerado que les permita vivir con cierta dignidad,
mientras agachan la cabeza ante sus jefes, contrarios a estas
promesas..
Sigue
lloviendo en la calle.
Los
jueces buscan una fórmula para negarse sin que resulte muy
descarado. Los bancos amenazan con más despidos e incrementos en sus
comisiones, algunas legales. Los políticos los defienden, pues el
sistema es más importante que las personas como ya sabemos. Al
final, el Tribunal Supremo se desdice y sentencia que sigan pagando
los ciudadanos, alegando que la ley no está clara. Cuando
sentenciaron lo contrario, ¿sí estaba clara? Por supuesto, se
mantienen la independencia judicial y la credibilidad de los
magistrados (aunque alguno haya trabajado para la banca). Para
resolver el entuerto, el Gobierno promulga un decreto-ley que obliga
a pagar a los bancos y pretende calmar a los posibles votantes
afectados, Por su parte, el PP le acusa en este caso de populista;
pues, como ya se ha dicho, perjudica al sistema, lo único
importante. El inquilino del Valle sigue dividiendo al país cuarenta
y tres años después de su muerte, lo que dice muy poco de todos
nosotros. La Iglesia se convierte en Poncio Pilatos en este tema. El
Gobierno teme gobernar en este asunto, mientras sus socios le
aprietan sin misericordia. Los herederos del pequeño dictador
amenazan con denuncias y querellas, soberbios como siempre; aunque
aceptarían un buen pellizco a cambio de su aquiescencia. Todo por su
antepasado, por el honor familiar, por… seguir viviendo de los
demás.
Todo
esto sucedía, mientras soñaba un mundo al revés.
¿QUÉ
SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?
- Un
conductor de autobús obliga a bajarse a todos los pasajeros por no ayudar a
subir a un hombre en silla de ruedas.
- Se vende
casa con inquilino dentro.
- La Camorra
napolitana ha puesto precio a la cabeza de su peor enemigo: un perro
antidroga llamado “Pocho”.
- Un
inspector de policía intimida a un sindicalista, apuntándole con un
revólver.
- Piden
investigar a Willy Toledo por criticar los pasos de Semana Santa.
- La
Fiscalía pide cuatro años y diez meses de cárcel por robar un
bocadillo.
- Un
dueño de burdeles muerto consigue un puesto de congresista por
Nevada.
LITERALIA
I
DOS
VIEJOS AMIGOS
Esta
es la típica historia de dos niños: el tonto y el listo, o, si lo
prefieren, el gigante y el enano.
Comienza
en una escueta habitación de un segundo piso, en el número trece
(actual sesenta y uno) de la calle del Comandante Fortea, el día en
que nace Adrián, el tonto, o, si lo prefieren, el gigante. Sus
primeros días de existencia se caracterizaron por el hambre
desmedida y la potencia de su llanto, que traía fritos a los
vecinos, sufridos madrugadores en su mayoría. Creció rollizo y
glotón, grande y colorado. Orgullo de su abuela, se convirtió en el
principal elemento de discordia entre ésta y la madre, desesperada y
vociferante entre los alaridos –más
que sollozos- y llantinas de su primogénito. El marido se dedicaba
a trabajar y administrar el escaso dinero de su sueldo.
Meses
después, nació otro niño, encanijado y peludo, en el piso
adyacente. Le llamaron Francisco –eternamente
Paquito-, y sería el único descendiente de un matrimonio joven y
bien considerado. Se desarrolló escuálido y callado, soñador y
curioso. Dormido sobre el orinal o sobre la trona, pasaba las horas
muertas entre un silencioso sopor y la ruidosa envidia de la señora
Eugenia, abuela de Adrián. María y Carmen, las madres, trabajaron
juntas en un taller de costura por la zona de Recoletos. De solteras,
aprovechaban los domingos para bailar con sus novios en la orilla del
río, bajo el puente de la Reina Victoria. Manuel, padre de Adrián,
trabajó hasta su jubilación en la editorial de un periódico
deportivo y varias revistas del “corazón”.
Por su parte, Jacobo, padre de Paquito, estudió electrónica, enseñó
mecánica, trabajó por su cuenta, reparó maquinaria láctea y acabó
su días laborales en un periódico estatal.
Entretanto,
la infancia proseguía su lenta marcha. Las tardes de verano las
pasaban en la Casa de Campo entre trinos y hojas de morera. Bien
aposentado en su cochecito, Paquito se contaba historias increíbles,
o soñaba con héroes fabulosos; mientras su madre le tejía
innumerables jerseys que nunca llegó a estrenar. Por llevar la
contraria, Adrián exigía con grandes berridos más agua y comida,
y, cuando se terminaban, se tiraba del coche; yendo de cabeza al
suelo. Como premio a tan meritoria acción, recibía una contundente
y precisa paliza de su madre. Aumentaban los berridos.
De
regreso al hogar, María reñía con la señora Eugenia por culpa de
Adrián; quien, atiborrado de ropa junto al fogón, lloraba y sudaba
sin un orden preestablecido. Las dos mujeres chillaban y amenazaban,
mientras el niño pillaba un nuevo catarro.
Llegada
la época escolar, compartieron clase de párvulos en un colegio
mixto; para pasar, más tarde, al Colegio Nacional donde cantaron el
“Cara
al sol”,
mecánicos e ignorantes, durante un par de años; donde apuraron
nutritivos botellines de leche durante interminables y belicosos
recreos; donde copiaron, tenaces y obedientes, la misma enciclopedia
que, año tras año, les presentaba don Miguel, el engominado
maestro.
Terminada
la primaria, Paquito se convirtió en el alumno más aventajado y
admirado de un colegio particular; de donde pasó, tras brillante
examen de ingreso, a un colegio religioso que abandonó siete años
después, camino de la universidad, sin ninguna inocencia y alguna
dioptría de más.
Entretanto,
Adrián pasaba sin pena ni gloria por su etapa escolar; mientras
crecía hasta el metro noventa y una proverbial fanfarronería. A los
dieciséis años, comenzó a trabajar de botones en una famosa
agencia de viajes.
Separados
por el estudio y el trabajo, un tabique bastante ancho, redujeron sus
contactos a esporádicos, pero calurosos, saludos en la escalera de
su casa y a las amenas conversaciones en la camioneta. Adrián fumaba
a escondidas, mientras Paquito veía en diapositivas la vida de san
Juan Bosco.
Durante
los veranos, cambiaban la rutina. Vivían más en la calle que en sus
casas, entre carreras de chapas, balones prisioneros, escondites y
reñidos partidos de fútbol en los que Paquito siempre pasó
desapercibido. El mes de agosto se trasladaba a Alicante junto a sus
padres y unos buenos amigos, donde disfrutaba de plácidos baños en
aguas mansas y encarnizadas batallas con las empecinadas olas del
Postiguet.
Por
su parte, Adrián se había convertido en jefe de botones y ya ganaba
más con las propinas que con el sueldo. Los domingos, junto a los
colegas más altos, bailaba en el Hogar Asturiano con la sana
intención de aprender a ser un hombre o, en su defecto, pegarse la
paliza con alguna piba que tragase sin rechistar; a ser posible,
desconocida y residente lo más lejos posible del barrio.
Mas,
por las noches, sentados en el muro de granito que rodea al mercado,
con un cigarrillo negro en los labios, toda la panda de amigos, nunca
tan entrañables y necesarios, discutían seriamente sobre los temas
más insospechados, más emocionantes, más atrevidos. Es decir, de
chicas y coches. Adrián vociferaba: “¡No
tenéis ni puta idea!”,
para pasar a relatar las hazañas, posteriormente falsas, que
realizaba con sus colegas del curro. Paquito callaba y escuchaba;
pues, al ser estudiante, desconocía la vida y, por tanto, ocupaba un
escalafón inferior dentro del grupo. Algunos años después, Adrián
y su familia se trasladaron al barrio de Carabanchel, y, como es
natural, la muda trajo la distancia; la distancia, la diferencia; la
diferencia, cierto olvido. Adrián continuó bajando al barrio,
después del trabajo, en un intento por mantener vivas la raíz y la
infancia. Fumaban al anochecer, alardeaban de sus conquistas
femeninas y se intercambiaban secretos no siempre confesables. El
gigante conocía la calle y la gente; el enano sabía de santos y
batallas, pero aún no había salido de las faldas de su mamá. Poco
a poco, las visitas de Adrián se fueron espaciando hasta que, un mal
día, no bajó más. Había encontrado nuevos compañeros en su nueva
residencia. Paquito y sus padres visitaban de vez en cuando a los de
Adrián, y, entonces, los viejos amigos se reunían y charlaban sobre
el barrio, los colegas, el ayer, único punto de contacto entre
ellos. Por entonces, Adrián continuaba en la agencia de viajes y
Paquito cursaba una carrera universitaria.
El
servicio militar los sorprendió tan a traición que modificó sus
vidas para siempre. Cuando Paquito se licenció, ya había decidido
abandonar la facultad y encontrar un trabajo. Transcurrieron cinco
años hasta que un banco reclamó sus servicios. Cinco años en los
que malgasto las tardes en una vetusta pastelería que olía a
humedad y racanería. Soltero, pobre y sin futuro, deambuló por las
calles inquiriendo razones, escribiendo poemas, bebiendo cervezas,
descubriendo el silencio. Entre brumas y vapores etílicos, conoció
cierta sinceridad en los actos y desveló algunos enigmas femeninos.
El hermoso cuento que le habían contado empezaba a decolorarse.
Adrián,
tras la licencia, se despidió antes de que le despidieran en la
agencia y se gastó la indemnización con su novia de entonces en
tres meses de lujo y vida, exceso y libertad. Se produjo la primera
gran divergencia con su padre, para quien el dinero fue siempre
sagrado. María, la madre, cogida entre dos fuegos, lloraba y
rogaba, empeñaba las escasas joyas, y callaba. La grieta entre padre
e hijo no se cerraría nunca más. Con un pie a cada lado, María,
risueña por fuera, dolorida por dentro.
Cuando
Paquito, que había cambiado el barrio por una zona-dormitorio, era
un rico empleado de banca bien vestido, recibió la invitación de
boda de Adrián. Las malas lenguas hablaban de embarazo prematuro o,
si lo prefieren, antes de. Un domingo soleado, Paquito y sus padres
se reunieron con los antiguos vecinos en una iglesia de un pueblo
cercano a la capital para celebrar el matrimonio de Adrián, gigante
y confiado, vulnerable y fanfarrón, con una joven morena que, tras
el parto del primogénito, se refugió en el hogar materno y abandonó
a su suerte a su flamante marido, el padre de su hijo; quien, para
criarle, había aceptado trabajar como peón de albañil a las
órdenes de su suegro, de todos sus cuñados. Pero la situación se
rompió por el lado más débil, y, cabizbajo, Adrián llamó a la
casa de sus padres, pidiendo un rincón en el que lamer sus heridas.
Manuel recordó que “él
no alimentaba vagos”
, mientras María añadía que: “siempre
habrá un plato para mi hijo, mientras yo viva”.
Instalado
nuevamente en Carabanchel, mientras se tramitaba el divorcio, trabajó
durante un tiempo como encargado en unos billares, como su abuelo, y
llevó vida de soltero: horario irregular, juergas con los amigotes,
borracheras hasta el sinsentido, achuchones a bajo precio.
Paquito
trabajaba en una institución sanitaria, mientras perseguía con
desigual fortuna a una mujer esquiva e incierta. Su sueño se
difuminaba junto a la mujer, enamorada de otro. Residía con sus
padres y ya conocía la calle y la gente; aunque no le gustaba lo que
veía. Se había convertido en un existencialista desencantado, en un
observador curioso, en un elitista despiadado. Soñaba con la gloria
literaria, aunque no había concretado nada de lo que comenzó; pero
le atraían la bohemia y cierto descontrol. Adrián conoció a una
mujer casta y hacendosa –como
en las películas- con la que decidió unir su vida. Cambió de
trabajo y empezó a buscar piso.
En
las raras veces que se veían Adrián y Paquito, sus conversaciones
se reducían a comentarios amables, noticias sobre los antiguos
amigos, proyectos y actualidades de cada cual.
Meses
después, María sufrió una grave enfermedad y fue hospitalizada.
Las visitas se sucedieron; aunque fue Carmen la más tenaz, la más
dolida. Un cáncer devoraba a su vieja amiga, derrotada y sola. Los
médicos quitaban importancia al asunto, porque tenía mucha
importancia.
Paquito,
escéptico y sin compromiso, charló con Adrián por los pasillos del
hospital sobre naderías e informes médicos, por compromiso, por
rutina, por educación. Tras un mes de angustias y confusas
sospechas, María recibió el alta y regresó al hogar. Los
siguientes días transcurrieron entre viajes en taxi y sesiones de
quimioterapia . Todo se desarrollaba con normalidad, sin grandes
sobresaltos, sin grandes esperanzas.
Esta
historia casi termina una noche de luto y desamparo. María había
muerto de un traidor infarto de miocardio, mientras su marido llamaba
a los vecinos, mientras Adrián finalizaba la jornada laboral,
mientras Paquito devoraba un bocadillo de jamón, mientras todos sus
conocidos, amigos y familiares vivían tranquilamente. Después,
llantos, gritos, impotencia. Después, la grieta sin punto de
contacto. Después, el entierro, triste y desapacible. Después,
Adrián llorando derrotado, solo, abandonando el cementerio rumbo a
un destino desconocido junto a su novia, junto a la madre de su
segundo hijo, sin despedirse de nadie, sin decir adiós a Paquito,
su viejo amigo; pero no era momento de compromisos, sino de soledad y
penitencia.
Entre
estas imágenes, una niñez compartida, una infancia paralela, un
aprendizaje común y diferente, un pésame imposible ante la desazón
del momento, un vacío impensable e ilimitado entre Adrián y
Paquito, el tonto y el listo, o, si lo prefieren, el gigante y el
enano. Tal vez, Paquito debió decirle a Adrián que pudo acelerar la
muerte de su madre, que fue egoísta y altanero, ciego y
desconsiderado, pero no pudo o supo ser más. Como él no pudo ser
más amigo, más compañero; mientras ambos sufrían el desencanto,
el barrio como rémora invencible, la rotura de los viejos sueños.
Nuevos desconocidos, continuaron viviendo en la ignorancia recíproca,
cada uno con su vida, paralelos, inencontrables.
Esta
típica historia de dos viejos amigos termina sin saber con certeza
quién es el tonto y quién el listo, o, si lo prefieren, el gigante
y el enano.
NOTA FINAL.-
Este relato tiene muchos años. Su único valor es la fuerte
nostalgia por un tiempo irrecuperable. Los protagonistas somos Miguel
Ángel -Adrián- y yo, Paquito. Nacimos con tres meses de diferencia
y vivimos en el mismo edificio, pared con pared, hasta los quince
años; cuando él emigró a Carabanchel. No nos parecíamos en nada:
él era alto, fuerte y fanfarrón; yo… también. Compartimos juegos
en las mismas calles, alrededor del viejo mercado, en los futbolines
donde trabaja su abuelo, el señor Juan. Él se malcasó, tuvo dos
hijos que no trataba. El trabajo, las costumbres, las aficiones nos
separaron. Volvimos a vernos muchos años después, ya adultos -o lo
más parecido-, cuando lo encontré por casualidad sentado ante el
portal de su casa, la de sus padres Lo reconocí enseguida. Yo tuve
que identificarme: mi pelo había cambiado de ubicación y ese
detalle le confundía. Me contó que estaba jubilado por enfermedad
tras años como vigilante jurado. Nos alegramos de vernos, aunque
ambos sabíamos que, en realidad, veíamos a aquellos chiquillos que
compartieron juegos y secretos inocentes en el viejo barrio de la
Teja, nuestro particular edén, donde nuestra infancia permanecía
varada.
Ayer
(finales de octubre) conocí su fallecimiento. Sospecho las causas,
pero no son relevantes. Ayer envejecí un poco más.
¿MYTHOS
O TIMOS?
FOCO: Hijo
de Eaco y de la nereida Psamatha. Jugando con sus hermanastros Pelco
y Telamón, el tejo de éste le partió la cabeza. Cuando el padre se
enteró de que le habían matado por instigación de la madre, los
condenó a destierro perpetuo.
EACO: Rey de
Eginia e hijo de Zeus. A su muerte, se convirtió en uno de los tres
jueces del Infierno junto a Minos y Rodamanto.
NEREIDA: Las
cincuenta hijas de Nereo (dios marino), ninfas del mar.
Personificaban los movimientos del mar y los colores de las olas. Las
más famosas fueron: Anfítrite, esposa de Poseidón, Tetis y
Galatea.
HELLE:
Doncella que dio nombre al Helesponto al caer al mar.
IRIS:
Mensajera de los dioses, transformada en el arco iris por Zeus.
LAIS: Nombre
de dos cortesanas griegas: la primera expuso su belleza al público
de Corinto y contó entre sus innumerables amantes con el filósofo
Aristipo. La segunda, rival de Friné, posó para Apeles.
FRINÉ: La
hetaira (cortesana) más bella del siglo IV a.C. Modelo y amante del
escultor Praxíteles. Acusada de impiedad, delito castigado con la
muerte, logró la absolución del tribunal tras desnudarse total o
parcialmente (según las versiones) ante él.
CRÓNICA
DE SOCIEDAD (urbi et orbi)
-
Paculla Annia fue una sacerdotisa de Baco a la que no gustaba
demasiado que las Bacchanalia, las orgías en honor del citado dios,
se celebrasen durante el día, sólo tres días al año, y
estuviesen reservadas a las mujeres. Por ese motivo, decidió
celebrarlas por la noche, cinco días al mes, y con la participación
de ambos sexos. Convirtió la violencia que provocaba la ingesta
excesiva de vino y la promiscuidad sexual en los ejes principales de
los fastos. Entre los participantes, incluyó a sus hijos Minius y
Herrennius Cerrinius. Como suele ocurrir con las experiencias
divertidas, al Senado romano le pareció intolerable tanto
libertinaje y la relajación de las costumbres (sobre todo, porque no
participaba ningún senador, sino las clases más bajas de la
sociedad) tras los informes que recibió de la arrepentida Hispala
Farecenia que haber participado activamente en las bacanales. En
consecuencia, el Senado ordenó la detención de los implicados; de
los que ejecutaron a siete mil. Paculla Annia jamás fue encontrada.
-
“La
Tarumba”
fue una compañía ambulante de títeres que recorrió el frente
durante la Guerra Civil para animar y entretener a las tropas
republicanas. Los protagonistas de las obras -entre las que cabe
destacar “El
retablo de don Cristóbal”,
de Gª Lorca; “Los
salvadores de España”,
de Alberti o “Defensa
de Madrid y lidia de Mola”,
de Miguel Prieto, director de la compañía, y el poeta y miembro de
la misma Luis Pérez Infante- eran Queipo de Llano, Franco, Mola,
Mussolini o Hitler, convertidos en marionetas. 1936 y 1939 delimitan
sus años de existencia. . En 1956, falleció Miguel Prieto en
Mèxico.
- La
Guerra de la Oreja de Jenkins se desarrolló entre 1739 y 1748 en el
Caribe entre España y Gran Bretaña. Se originó tras la captura del
buque contrabandista inglés “Rebecca”, al mando de Robert Jenkins, por el barco español que mandaba Juan
León Fandiño, quien, tras apresar la nave inglesa, mandó atar al
mástil a su capitán, donde, de un certero tajo con su espada, le
cortó una oreja. Después, le liberó y devolvió a su país con el
siguiente mensaje para su Graciosa Majestad: “Ve
y dile a tu rey que le haré lo mismo que a ti si viene por aquí”,
que míster Jenkins transmitió a su Parlamento; mientras sostenía su
oreja dentro de un frasco. El premier británico, sir Robert Walpole,
declaró la guerra a España, lo que significó el mayor desastre
naval de la Armada británica en su historia. El Tratado de Aquisgrán
finiquitó los combates, y obligó a los contendientes a devolver al
contrario los territorios conquistados durante el combate para que
todo volviese a su estado anterior al enfrentamiento.
- Algunos
autores consideraron que los indios americanos eran supervivientes de
la Atlántida, descendientes de fenicios, egipcios, cartagineses o
íberos y las diez tribus de Israel; porque se circuncidaban como
los judíos. Incluso se llegó a afirmar que los japoneses tenían
rasgos judíos.
- La
Inquisición abrió expediente a la “Maja
Desnuda de Goya”
por obscena el año de 1815.
FRASEOLOGÍA
- Todos usan
las mismas palabras, pero nadie se entiende.- (Octavio Paz).
- El poeta
calla, el intelectual abdica, el pueblo se amotina.- (“ “ “).
- Quien
juzga por lo que oye, y no por lo que entiende, es oreja y no juez.-
(Francisco de Quevedo).
- Bien
acierta quien sospecha que siempre yerra.- (“ “ “).
- El
valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor.-
(“ “ “).
- La
libertad se perpetúa en la igualdad de todos, y se amotina en la
desigualdad de uno solo.- (“ “ “).
- Sólo es
delincuente el que puede ser castigado.- (“ “ “).
- Mereció
ser temido, porque no temió.- (“ “ “).
CONTRAPORTADA