martes, 28 de marzo de 2023

chafardero 64

 <<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE

NÚMERO 64   ANNO V>>



PRIMERA PLANA


Llueve en la ciudad.

La crisis no termina de irse, mientras los aspirantes a gobernar exigen la dimisión del actual gabinete por el bien de los oligarcas; pues el resto de la población no existe para ellos. El país -¡España!, como dicen algunos con la boca llena de letras- son ellos: los ricos, los poderosos, los aspirantes a ricos y poderosos, y, por supuesto, los políticos lacayos de todos ellos; esos mismos “servidores públicos” -pues cobran de lo público; aunque sólo piensen en privatizarlo- que se escandalizan por subir el salario mínimo a 900 euros/mes, mientras alaban los multimillonarios beneficios de banca y empresas. ¿Cuántos países hay en un país? ¿Cuántas clases de ciudadanos? ¿Por qué hay que aceptar la usura como sistema, la corrupción como costumbre y el abuso como norma?

Los ánimos continúan grises como la tarde.

El caos circulatorio domina la ciudad, mientras la solución de los munícipes es prohibir los automóviles y promover un transporte público eficaz del que sólo hay vagos proyectos. Los ciudadanos creemos a pie juntillas todo lo que dicen los políticos de ideología más afín, porque ataca a la contraria, sin examinar sus razones. En algún otro país, nos llamarían energúmenos.. Defendemos los símbolos antes que a las personas, porque resulta más fácil defender lo etéreo que lo real hasta que toca defenderlo de verdad. Entonces, salimos corriendo como los cobardes vociferantes que somos.

La gran ventaja de cualquier superficie -o apariencia- es que puede parecer perfecta, mientras esconde los problemas bajo ella. Presumimos de honor y dignidad, pero engañamos y despreciamos a nuestros conciudadanos; porque ostentamos un cargo político bien remunerado que, por lo visto, nos lo permite. ¡Somos superiores! Aparentar es más importante que ser, pues sabemos que nuestro verdadero aspecto horrorizaría a los demás.

Los arribistas que se dedican a la política por sus grandes prebendas y privilegios, que no por afán de servicio, nunca resuelven los verdaderos problemas de los ciudadanos; pues, de hacerlo, no podrían prometer solucionarlos en cada campaña electoral, no podrían seguir comiendo la sopa boba.

La denuncia, la protesta, la indignación, el hartazgo, la auténtica realidad son “políticamente incorrectos” para todos aquellos que emplean términos como “post verdad”, “transversalidad” o “neocomunista”; pues ofenden a las buenas gentes, a los políticos que sólo defienden sus carreras y sus másteres sospechosos y las de sus amos y señores contra las justas reclamaciones de los demás; a los que aseguran sin tapujos que mejorarán sus condiciones de vida, bajarles el precio de la luz y el gas, conseguirles un empleo fijo y bien remunerado que les permita vivir con cierta dignidad, mientras agachan la cabeza ante sus jefes, contrarios a estas promesas..

Sigue lloviendo en la calle.

Los jueces buscan una fórmula para negarse sin que resulte muy descarado. Los bancos amenazan con más despidos e incrementos en sus comisiones, algunas legales. Los políticos los defienden, pues el sistema es más importante que las personas como ya sabemos. Al final, el Tribunal Supremo se desdice y sentencia que sigan pagando los ciudadanos, alegando que la ley no está clara. Cuando sentenciaron lo contrario, ¿sí estaba clara? Por supuesto, se mantienen la independencia judicial y la credibilidad de los magistrados (aunque alguno haya trabajado para la banca). Para resolver el entuerto, el Gobierno promulga un decreto-ley que obliga a pagar a los bancos y pretende calmar a los posibles votantes afectados, Por su parte, el PP le acusa en este caso de populista; pues, como ya se ha dicho, perjudica al sistema, lo único importante. El inquilino del Valle sigue dividiendo al país cuarenta y tres años después de su muerte, lo que dice muy poco de todos nosotros. La Iglesia se convierte en Poncio Pilatos en este tema. El Gobierno teme gobernar en este asunto, mientras sus socios le aprietan sin misericordia. Los herederos del pequeño dictador amenazan con denuncias y querellas, soberbios como siempre; aunque aceptarían un buen pellizco a cambio de su aquiescencia. Todo por su antepasado, por el honor familiar, por… seguir viviendo de los demás.

Todo esto sucedía, mientras soñaba un mundo al revés.




¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?


- Un conductor de autobús obliga a bajarse a todos los pasajeros por no ayudar a subir a un hombre en silla de ruedas.

- Se vende casa con inquilino dentro.

- La Camorra napolitana ha puesto precio a la cabeza de su peor enemigo: un perro antidroga llamado “Pocho”.

- Un inspector de policía intimida a un sindicalista, apuntándole con un revólver.

- Piden investigar a Willy Toledo por criticar los pasos de Semana Santa.

- La Fiscalía pide cuatro años y diez meses de cárcel por robar un bocadillo.

- Un dueño de burdeles muerto consigue un puesto de congresista por Nevada.




LITERALIA I




DOS VIEJOS AMIGOS


Esta es la típica historia de dos niños: el tonto y el listo, o, si lo prefieren, el gigante y el enano.

Comienza en una escueta habitación de un segundo piso, en el número trece (actual sesenta y uno) de la calle del Comandante Fortea, el día en que nace Adrián, el tonto, o, si lo prefieren, el gigante. Sus primeros días de existencia se caracterizaron por el hambre desmedida y la potencia de su llanto, que traía fritos a los vecinos, sufridos madrugadores en su mayoría. Creció rollizo y glotón, grande y colorado. Orgullo de su abuela, se convirtió en el principal elemento de discordia entre ésta y la madre, desesperada y vociferante entre los alaridos más que sollozos- y llantinas de su primogénito. El marido se dedicaba a trabajar y administrar el escaso dinero de su sueldo.

Meses después, nació otro niño, encanijado y peludo, en el piso adyacente. Le llamaron Francisco eternamente Paquito-, y sería el único descendiente de un matrimonio joven y bien considerado. Se desarrolló escuálido y callado, soñador y curioso. Dormido sobre el orinal o sobre la trona, pasaba las horas muertas entre un silencioso sopor y la ruidosa envidia de la señora Eugenia, abuela de Adrián. María y Carmen, las madres, trabajaron juntas en un taller de costura por la zona de Recoletos. De solteras, aprovechaban los domingos para bailar con sus novios en la orilla del río, bajo el puente de la Reina Victoria. Manuel, padre de Adrián, trabajó hasta su jubilación en la editorial de un periódico deportivo y varias revistas del corazón. Por su parte, Jacobo, padre de Paquito, estudió electrónica, enseñó mecánica, trabajó por su cuenta, reparó maquinaria láctea y acabó su días laborales en un periódico estatal.

Entretanto, la infancia proseguía su lenta marcha. Las tardes de verano las pasaban en la Casa de Campo entre trinos y hojas de morera. Bien aposentado en su cochecito, Paquito se contaba historias increíbles, o soñaba con héroes fabulosos; mientras su madre le tejía innumerables jerseys que nunca llegó a estrenar. Por llevar la contraria, Adrián exigía con grandes berridos más agua y comida, y, cuando se terminaban, se tiraba del coche; yendo de cabeza al suelo. Como premio a tan meritoria acción, recibía una contundente y precisa paliza de su madre. Aumentaban los berridos.

De regreso al hogar, María reñía con la señora Eugenia por culpa de Adrián; quien, atiborrado de ropa junto al fogón, lloraba y sudaba sin un orden preestablecido. Las dos mujeres chillaban y amenazaban, mientras el niño pillaba un nuevo catarro.

Llegada la época escolar, compartieron clase de párvulos en un colegio mixto; para pasar, más tarde, al Colegio Nacional donde cantaron el Cara al sol”, mecánicos e ignorantes, durante un par de años; donde apuraron nutritivos botellines de leche durante interminables y belicosos recreos; donde copiaron, tenaces y obedientes, la misma enciclopedia que, año tras año, les presentaba don Miguel, el engominado maestro.

Terminada la primaria, Paquito se convirtió en el alumno más aventajado y admirado de un colegio particular; de donde pasó, tras brillante examen de ingreso, a un colegio religioso que abandonó siete años después, camino de la universidad, sin ninguna inocencia y alguna dioptría de más.

Entretanto, Adrián pasaba sin pena ni gloria por su etapa escolar; mientras crecía hasta el metro noventa y una proverbial fanfarronería. A los dieciséis años, comenzó a trabajar de botones en una famosa agencia de viajes.

Separados por el estudio y el trabajo, un tabique bastante ancho, redujeron sus contactos a esporádicos, pero calurosos, saludos en la escalera de su casa y a las amenas conversaciones en la camioneta. Adrián fumaba a escondidas, mientras Paquito veía en diapositivas la vida de san Juan Bosco.

Durante los veranos, cambiaban la rutina. Vivían más en la calle que en sus casas, entre carreras de chapas, balones prisioneros, escondites y reñidos partidos de fútbol en los que Paquito siempre pasó desapercibido. El mes de agosto se trasladaba a Alicante junto a sus padres y unos buenos amigos, donde disfrutaba de plácidos baños en aguas mansas y encarnizadas batallas con las empecinadas olas del Postiguet.

Por su parte, Adrián se había convertido en jefe de botones y ya ganaba más con las propinas que con el sueldo. Los domingos, junto a los colegas más altos, bailaba en el Hogar Asturiano con la sana intención de aprender a ser un hombre o, en su defecto, pegarse la paliza con alguna piba que tragase sin rechistar; a ser posible, desconocida y residente lo más lejos posible del barrio.

Mas, por las noches, sentados en el muro de granito que rodea al mercado, con un cigarrillo negro en los labios, toda la panda de amigos, nunca tan entrañables y necesarios, discutían seriamente sobre los temas más insospechados, más emocionantes, más atrevidos. Es decir, de chicas y coches. Adrián vociferaba: ¡No tenéis ni puta idea!, para pasar a relatar las hazañas, posteriormente falsas, que realizaba con sus colegas del curro. Paquito callaba y escuchaba; pues, al ser estudiante, desconocía la vida y, por tanto, ocupaba un escalafón inferior dentro del grupo. Algunos años después, Adrián y su familia se trasladaron al barrio de Carabanchel, y, como es natural, la muda trajo la distancia; la distancia, la diferencia; la diferencia, cierto olvido. Adrián continuó bajando al barrio, después del trabajo, en un intento por mantener vivas la raíz y la infancia. Fumaban al anochecer, alardeaban de sus conquistas femeninas y se intercambiaban secretos no siempre confesables. El gigante conocía la calle y la gente; el enano sabía de santos y batallas, pero aún no había salido de las faldas de su mamá. Poco a poco, las visitas de Adrián se fueron espaciando hasta que, un mal día, no bajó más. Había encontrado nuevos compañeros en su nueva residencia. Paquito y sus padres visitaban de vez en cuando a los de Adrián, y, entonces, los viejos amigos se reunían y charlaban sobre el barrio, los colegas, el ayer, único punto de contacto entre ellos. Por entonces, Adrián continuaba en la agencia de viajes y Paquito cursaba una carrera universitaria.

El servicio militar los sorprendió tan a traición que modificó sus vidas para siempre. Cuando Paquito se licenció, ya había decidido abandonar la facultad y encontrar un trabajo. Transcurrieron cinco años hasta que un banco reclamó sus servicios. Cinco años en los que malgasto las tardes en una vetusta pastelería que olía a humedad y racanería. Soltero, pobre y sin futuro, deambuló por las calles inquiriendo razones, escribiendo poemas, bebiendo cervezas, descubriendo el silencio. Entre brumas y vapores etílicos, conoció cierta sinceridad en los actos y desveló algunos enigmas femeninos. El hermoso cuento que le habían contado empezaba a decolorarse.

Adrián, tras la licencia, se despidió antes de que le despidieran en la agencia y se gastó la indemnización con su novia de entonces en tres meses de lujo y vida, exceso y libertad. Se produjo la primera gran divergencia con su padre, para quien el dinero fue siempre sagrado. María, la madre, cogida entre dos fuegos, lloraba y rogaba, empeñaba las escasas joyas, y callaba. La grieta entre padre e hijo no se cerraría nunca más. Con un pie a cada lado, María, risueña por fuera, dolorida por dentro.

Cuando Paquito, que había cambiado el barrio por una zona-dormitorio, era un rico empleado de banca bien vestido, recibió la invitación de boda de Adrián. Las malas lenguas hablaban de embarazo prematuro o, si lo prefieren, antes de. Un domingo soleado, Paquito y sus padres se reunieron con los antiguos vecinos en una iglesia de un pueblo cercano a la capital para celebrar el matrimonio de Adrián, gigante y confiado, vulnerable y fanfarrón, con una joven morena que, tras el parto del primogénito, se refugió en el hogar materno y abandonó a su suerte a su flamante marido, el padre de su hijo; quien, para criarle, había aceptado trabajar como peón de albañil a las órdenes de su suegro, de todos sus cuñados. Pero la situación se rompió por el lado más débil, y, cabizbajo, Adrián llamó a la casa de sus padres, pidiendo un rincón en el que lamer sus heridas. Manuel recordó que él no alimentaba vagos , mientras María añadía que: siempre habrá un plato para mi hijo, mientras yo viva.

Instalado nuevamente en Carabanchel, mientras se tramitaba el divorcio, trabajó durante un tiempo como encargado en unos billares, como su abuelo, y llevó vida de soltero: horario irregular, juergas con los amigotes, borracheras hasta el sinsentido, achuchones a bajo precio.

Paquito trabajaba en una institución sanitaria, mientras perseguía con desigual fortuna a una mujer esquiva e incierta. Su sueño se difuminaba junto a la mujer, enamorada de otro. Residía con sus padres y ya conocía la calle y la gente; aunque no le gustaba lo que veía. Se había convertido en un existencialista desencantado, en un observador curioso, en un elitista despiadado. Soñaba con la gloria literaria, aunque no había concretado nada de lo que comenzó; pero le atraían la bohemia y cierto descontrol. Adrián conoció a una mujer casta y hacendosa como en las películas- con la que decidió unir su vida. Cambió de trabajo y empezó a buscar piso.

En las raras veces que se veían Adrián y Paquito, sus conversaciones se reducían a comentarios amables, noticias sobre los antiguos amigos, proyectos y actualidades de cada cual.

Meses después, María sufrió una grave enfermedad y fue hospitalizada. Las visitas se sucedieron; aunque fue Carmen la más tenaz, la más dolida. Un cáncer devoraba a su vieja amiga, derrotada y sola. Los médicos quitaban importancia al asunto, porque tenía mucha importancia.

Paquito, escéptico y sin compromiso, charló con Adrián por los pasillos del hospital sobre naderías e informes médicos, por compromiso, por rutina, por educación. Tras un mes de angustias y confusas sospechas, María recibió el alta y regresó al hogar. Los siguientes días transcurrieron entre viajes en taxi y sesiones de quimioterapia . Todo se desarrollaba con normalidad, sin grandes sobresaltos, sin grandes esperanzas.

Esta historia casi termina una noche de luto y desamparo. María había muerto de un traidor infarto de miocardio, mientras su marido llamaba a los vecinos, mientras Adrián finalizaba la jornada laboral, mientras Paquito devoraba un bocadillo de jamón, mientras todos sus conocidos, amigos y familiares vivían tranquilamente. Después, llantos, gritos, impotencia. Después, la grieta sin punto de contacto. Después, el entierro, triste y desapacible. Después, Adrián llorando derrotado, solo, abandonando el cementerio rumbo a un destino desconocido junto a su novia, junto a la madre de su segundo hijo, sin despedirse de nadie, sin decir adiós a Paquito, su viejo amigo; pero no era momento de compromisos, sino de soledad y penitencia.

Entre estas imágenes, una niñez compartida, una infancia paralela, un aprendizaje común y diferente, un pésame imposible ante la desazón del momento, un vacío impensable e ilimitado entre Adrián y Paquito, el tonto y el listo, o, si lo prefieren, el gigante y el enano. Tal vez, Paquito debió decirle a Adrián que pudo acelerar la muerte de su madre, que fue egoísta y altanero, ciego y desconsiderado, pero no pudo o supo ser más. Como él no pudo ser más amigo, más compañero; mientras ambos sufrían el desencanto, el barrio como rémora invencible, la rotura de los viejos sueños. Nuevos desconocidos, continuaron viviendo en la ignorancia recíproca, cada uno con su vida, paralelos, inencontrables.

Esta típica historia de dos viejos amigos termina sin saber con certeza quién es el tonto y quién el listo, o, si lo prefieren, el gigante y el enano.


NOTA FINAL.- Este relato tiene muchos años. Su único valor es la fuerte nostalgia por un tiempo irrecuperable. Los protagonistas somos Miguel Ángel -Adrián- y yo, Paquito. Nacimos con tres meses de diferencia y vivimos en el mismo edificio, pared con pared, hasta los quince años; cuando él emigró a Carabanchel. No nos parecíamos en nada: él era alto, fuerte y fanfarrón; yo… también. Compartimos juegos en las mismas calles, alrededor del viejo mercado, en los futbolines donde trabaja su abuelo, el señor Juan. Él se malcasó, tuvo dos hijos que no trataba. El trabajo, las costumbres, las aficiones nos separaron. Volvimos a vernos muchos años después, ya adultos -o lo más parecido-, cuando lo encontré por casualidad sentado ante el portal de su casa, la de sus padres Lo reconocí enseguida. Yo tuve que identificarme: mi pelo había cambiado de ubicación y ese detalle le confundía. Me contó que estaba jubilado por enfermedad tras años como vigilante jurado. Nos alegramos de vernos, aunque ambos sabíamos que, en realidad, veíamos a aquellos chiquillos que compartieron juegos y secretos inocentes en el viejo barrio de la Teja, nuestro particular edén, donde nuestra infancia permanecía varada.

Ayer (finales de octubre) conocí su fallecimiento. Sospecho las causas, pero no son relevantes. Ayer envejecí un poco más.



¿MYTHOS O TIMOS?


FOCO: Hijo de Eaco y de la nereida Psamatha. Jugando con sus hermanastros Pelco y Telamón, el tejo de éste le partió la cabeza. Cuando el padre se enteró de que le habían matado por instigación de la madre, los condenó a destierro perpetuo.

EACO: Rey de Eginia e hijo de Zeus. A su muerte, se convirtió en uno de los tres jueces del Infierno junto a Minos y Rodamanto.

NEREIDA: Las cincuenta hijas de Nereo (dios marino), ninfas del mar. Personificaban los movimientos del mar y los colores de las olas. Las más famosas fueron: Anfítrite, esposa de Poseidón, Tetis y Galatea.

HELLE: Doncella que dio nombre al Helesponto al caer al mar.

IRIS: Mensajera de los dioses, transformada en el arco iris por Zeus.

LAIS: Nombre de dos cortesanas griegas: la primera expuso su belleza al público de Corinto y contó entre sus innumerables amantes con el filósofo Aristipo. La segunda, rival de Friné, posó para Apeles.

FRINÉ: La hetaira (cortesana) más bella del siglo IV a.C. Modelo y amante del escultor Praxíteles. Acusada de impiedad, delito castigado con la muerte, logró la absolución del tribunal tras desnudarse total o parcialmente (según las versiones) ante él.



CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi)


- Paculla Annia fue una sacerdotisa de Baco a la que no gustaba demasiado que las Bacchanalia, las orgías en honor del citado dios, se celebrasen durante el día, sólo tres días al año, y estuviesen reservadas a las mujeres. Por ese motivo, decidió celebrarlas por la noche, cinco días al mes, y con la participación de ambos sexos. Convirtió la violencia que provocaba la ingesta excesiva de vino y la promiscuidad sexual en los ejes principales de los fastos. Entre los participantes, incluyó a sus hijos Minius y Herrennius Cerrinius. Como suele ocurrir con las experiencias divertidas, al Senado romano le pareció intolerable tanto libertinaje y la relajación de las costumbres (sobre todo, porque no participaba ningún senador, sino las clases más bajas de la sociedad) tras los informes que recibió de la arrepentida Hispala Farecenia que haber participado activamente en las bacanales. En consecuencia, el Senado ordenó la detención de los implicados; de los que ejecutaron a siete mil. Paculla Annia jamás fue encontrada.

- La Tarumba fue una compañía ambulante de títeres que recorrió el frente durante la Guerra Civil para animar y entretener a las tropas republicanas. Los protagonistas de las obras -entre las que cabe destacar El retablo de don Cristóbal, de Gª Lorca; Los salvadores de España, de Alberti o Defensa de Madrid y lidia de Mola, de Miguel Prieto, director de la compañía, y el poeta y miembro de la misma Luis Pérez Infante- eran Queipo de Llano, Franco, Mola, Mussolini o Hitler, convertidos en marionetas. 1936 y 1939 delimitan sus años de existencia. . En 1956, falleció Miguel Prieto en Mèxico.

- La Guerra de la Oreja de Jenkins se desarrolló entre 1739 y 1748 en el Caribe entre España y Gran Bretaña. Se originó tras la captura del buque contrabandista inglés Rebecca, al mando de Robert Jenkins, por el barco español que mandaba Juan León Fandiño, quien, tras apresar la nave inglesa, mandó atar al mástil a su capitán, donde, de un certero tajo con su espada, le cortó una oreja. Después, le liberó y devolvió a su país con el siguiente mensaje para su Graciosa Majestad: Ve y dile a tu rey que le haré lo mismo que a ti si viene por aquí, que míster Jenkins transmitió a su Parlamento; mientras sostenía su oreja dentro de un frasco. El premier británico, sir Robert Walpole, declaró la guerra a España, lo que significó el mayor desastre naval de la Armada británica en su historia. El Tratado de Aquisgrán finiquitó los combates, y obligó a los contendientes a devolver al contrario los territorios conquistados durante el combate para que todo volviese a su estado anterior al enfrentamiento.

- Algunos autores consideraron que los indios americanos eran supervivientes de la Atlántida, descendientes de fenicios, egipcios, cartagineses o íberos  y las diez tribus de Israel; porque se circuncidaban como los judíos. Incluso se llegó a afirmar que los japoneses tenían rasgos judíos.

- La Inquisición abrió expediente a la Maja Desnuda de Goya por obscena el año de 1815.



FRASEOLOGÍA


- Todos usan las mismas palabras, pero nadie se entiende.- (Octavio Paz).

- El poeta calla, el intelectual abdica, el pueblo se amotina.- (“ “ “).

- Quien juzga por lo que oye, y no por lo que entiende, es oreja y no juez.- (Francisco de Quevedo).

- Bien acierta quien sospecha que siempre yerra.- (“ “ “).

- El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor.- (“ “ “).

- La libertad se perpetúa en la igualdad de todos, y se amotina en la desigualdad de uno solo.- (“ “ “).

- Sólo es delincuente el que puede ser castigado.- (“ “ “).

- Mereció ser temido, porque no temió.- (“ “ “).




CONTRAPORTADA





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