domingo, 9 de abril de 2023

chafardero 190

<<EL  NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE

NÚMERO 190    ANNO IX>>



PRIMERA PLANA


 <<España no podrá ser feminista hasta que no cambien los hombres, y no se conformen con sus mujeres. Los hombres españoles no están preparados para tal evolución. Hablo de los hombres, hombres; no voy a tratar del hombre literato, del hombre científico, del hombre artista o del hombre sociológico.


Las tres cuartas partes de los españolitos (los hombres, hombres) no entienden una palabra del respeto debido a la mujer, de la capacidad, de la sensibilidad de la mujer. Hay que elevar sobre el hombre a la fémina, porque, ¡aún!, están en un plano inferior. Pero ello no puede conseguirse, mientras el hombre las piropee groseramente, mientras no le ceda su puesto en el tranvía o en el metro, mientras le mira las piernas antes de mirarle a la cara, mientras le pague su trabajo míseramente, mientras la aísle de sus negocios, mientras la desprecie, y mientras se limite a “domarla”. Y no soñamos con una evolución relativamente rápida, porque los jóvenes de hoy, viejos de mañana, son en general más ineducados, más incomprensivos, que lo son los viejos de hoy, jóvenes de ayer>>.


(Fragmento de “La joven española”, texto publicado por Enrique Jardiel Poncela en la revista “La libertad” en el año 1920).



¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?

- Condenan a dos años de cárcel a un padre ruso, porque su hija realizó un dibujo contra la guerra de Ucrania

- Nueve meses de prisión por ahorcar a su perro.

- Le sacan un pepino del recto y alega que se había tragado una semilla.

- Dos congresistas expulsados de la Cámara de Representantes de Tennessee por protestar a favor del control de armas.





OLDIES

"So Damn Easy", Deborah Coleman, blueswoman virginiana que vivió entre 1956 y 2018.  

https://www.youtube.com/watch?v=9KAhYeFb_ig


LITERALIA




UN TAL NÚÑEZ


I



Nos conocimos en el autobús durante un trayecto hacia el centro de la ciudad. Yo necesitaba comprar libros. Ella se dirigía al trabajo en turno de tarde. Fue un gran día para mi: encontré muy barata una edición facsímil del “Tertium Organum”, uno de los textos fundamentales de la teosofía, una rareza de la que presumir. Volvimos a vernos días más tarde en el bar donde solía desayunar, tomar el aperitivo y comer. Ella también. Compartimos mesa y mantel. Ella se llamaba Aurora. Yo respondía por Raimundo. Ella estaba entre los treinta y cuarenta según mis cálculos. Yo tenía una década más. Ella era jovial, amable, soñadora y.. hermosa. Tenía un cutis fresco que olía a jazmín. Yo, a humo de tabaco y desodorante barato. Durante la comida descubrí que era dependienta en unos grandes almacenes. Yo le dije que era traductor, aunque no especifiqué idioma y oculté mis inquietudes literarias. No quería parecerle pedante o vanidoso. El siguiente fin de semana compartimos un paseo por el parque cercano a nuestros domicilios durante el que me informó de que vivía sola en la vivienda familiar, que tuvo un novio que prefirió a otra (como yo en sentido contrario) y que todas sus amigas de juventud estaban casadas con hijos y vivían en otras zonas de la ciudad. Yo me limité a comentar que la traducción era una tarea solitaria y monótona. Me invitó a comer el domingo siguiente con la excusa de conocer su casa. Me presenté con una botella de vino y unas tejas para acompañar al café. Entonces conocí a “Wilfred”, su gato siamés. Nos caímos mal desde la primera mirada, pero Aurora y yo disfrutamos una siesta muy agradable. Todo fluía con naturalidad. Nos dejamos llevar. Repetimos esta rutina, pero yo rechacé sus pretensiones de venir a mi piso; alegando que estaba sucio y repleto de libros y diccionarios por todas partes. Sin darnos cuenta, cumplimos el primer mes de relación ilusionada para ella, perpleja para mí. Tras mis reiteradas súplicas y unos cuantos arañazos, regaló el gato a una tía suya que nunca conocí. Aurora resultó ser una mujer cariñosa y juguetona que mantenía cierta ingenuidad juvenil. Yo siempre mantuve una compostura reservada que aumentaba su interés por mi. Le mostré varios libros que había traducido -y ella conocía, pues aparecían en las listas de los más vendidos en el país y que, por tanto, podían comprarse en su lugar de trabajo-. Comentó que me admiraba mucho al considerar que mi trabajo era más importante que el suyo, amén de duro y poco reconocido. Confirmé sus últimas palabras. Empecé a quedarme a dormir los fines de semana en su casa. Ella había recobrado lozanía e ilusión. Su rostro sonreía siempre. Yo me mantenía prudente, pues sabía que las relaciones humanas son frágiles y traicioneras. Cualquier detalle insospechado, imprevisto o accidental podía hacerlas fracasar. Durante el segundo mes me propuso vivir juntos. Yo le recordé que necesitaba espacio para mi trabajo y que no lo había en su vivienda. Acordamos que dormiríamos juntos todos los días. Poco a poco permanecí más tiempo en su domicilio que en el mío, al que sólo acudía para trabajar. Conocí al señor Facundo, el portero; a Oleg, el jardinero; a sus vecinos: la familia Ruibal del A; los García Espinosa del B y un tal Paniagua del D. Aurora me dijo que era soltero y vigilante nocturno en una fábrica tras jubilarse de guardia municipal. Nuestra relación, correcta y superficial, se limitaba a encuentros fortuitos en el portal, en el descansillo al esperar el ascensor o al subir y bajar las escaleras. Un mal día, sobre el tercer mes de relación, encontré una carta en su buzón, pues me había dado una copia de sus llaves como muestra de aprecio y confianza. La remitía un tal Pedro Núñez. Se la entregué durante la cena. Leyó el nombre del remitente con gesto sorprendido, pero no la abrió. La encontré días después sobre su mesilla y la leí, cediendo a la tentación; aunque no le dije nada. El tal Núñez era ese novio que la había dejado por otra y ahora, separado y nostálgico, había recordado los buenos momentos que habían pasado juntos, le anunciaba que estaría en la ciudad próximamente, adjuntaba la dirección del hotel donde se alojaría y comentaba su deseo de volver a verla para charlar sobre los viejos tiempos. Esa noche me mostré más atento y cariñoso. Aurora cada día parecía más alegre y jovial. Yo estaba muy concentrado en la traducción de una insípida novela romántica que se desarrollaba en un gran rancho de Montana entre la dueña, una mujer de mediana edad llamada Mary Lou Parker, y uno de sus peones, el tosco y musculado Jimmy Paxton. El relato no mejoraría la literatura mundial, pero había arrasado en ventas. Aurora nunca me habló de la carta ni de la identidad del tal Núñez, ni yo pregunté para no delatarme; pero se vio con él, como más tarde descubrí, en el hotel que aludía en su misiva. Aquella noche no volvió a casa, alegando que debía hacer horas extras para cuadrar el balance mensual. ¿Una dependienta?. Las jornadas siguientes la encontré más taciturna y preocupada. El balance se prolongó toda la semana. Ese domingo, durante la comida, tras comentarle que ese mes cobraría una buena nómina con tantas horas extras como estaba haciendo, Aurora me habló del tal Núñez, de quién era y de que se habían visto en un hotel céntrico de la ciudad. Añadió que él se había separado y quería recuperar el tiempo perdido con ella. Me confesó que no le amaba y era muy dominante, pero que disfrutaba mucho junto a él. Luego, insistió que quería seguir conmigo. Mi perplejidad aumentó de repente. ¿Me proponía hacer un trío? Contesté que debía recapacitar. Esa noche dormí en mi casa, donde permanecí toda la semana. El sábado siguiente regresé a su domicilio, pero el portero me informó de que la señorita Aurora había salido de viaje. Subí hasta el piso, donde encontré una nota en la que me informaba de que pasaría unos días en la playa con el tal Núñez y que hablaríamos a su regreso. Permanecí en mi vivienda hasta que ella me telefoneó. Su voz me pareció aviejada y triste. Comimos juntos en el bar que solíamos frecuentar. Me abrazó y besó con mucha efusión. Yo permanecí más frío. No me sentía traicionado; sólo sorprendido. Aurora me comentó someramente sus jornadas playeras y sus noches de baile y amor. Una mueca recelosa dominaba su hermoso rostro. Admitió que el tal Núñez había sido muy atento con ella, que insistía en revivir su amor juvenil, empezar de nuevo; pero ella le habló de mi y el tal Núñez endureció el gesto, crispó los puños, gruñó en voz baja. Aurora insistió en que no quería dejarme, pues me amaba sinceramente. Esa noche volvimos a dormir juntos, mientras ella lloraba entre mis brazos. Los días siguientes el portero me comentó que un individuo de aspecto sospechoso según él había preguntado si vivía allí la señorita Aurora, si estaba sola y a qué hora volvía de trabajar. Facundo le respondió siempre que no conocía a nadie con ese nombre, aunque el individuo siguió merodeando por las cercanías del inmueble. Lo encontré en un bar cercano tras pedirle una descripción al conserje. Era un hombre robusto, mirada torva, pelo rubio muy corto y ademanes desconfiados. Le observé con aparente indiferencia; él, con inquisitiva curiosidad. Tal vez Aurora me había descrito en alguna conversación con él. Abandonó el local tras dos whiskys dobles. Mi intención era seguirlo, pero en ese momento recibí una llamada de la editorial para recordarme que debía entregar la semana siguiente la traducción de la novela insípida que ya mencioné. Cuando regresé al domicilio de Aurora para cenar, después de trabajar toda la tarde en mi casa, encontré a Facundo muy alterado y lloroso hablando con un agente de policía. Otro me impidió subir al piso tras identificarme ante él. Me tomó declaración sin darme explicaciones. El portero se reunió conmigo junto al policía que le interrogaba. Entonces, me informó de que un individuo que podía ser el tal Núñez había conseguido acceder al interior de la vivienda de Aurora, mientras él limpiaba las escaleras interiores, y... En esos momentos, dos empleados de una funeraria salieron del ascensor trasportando una bolsa gris. El conserje se persignó. Los agentes se quitaron la gorra. Entonces comprendí la situación. Solicité permiso de nuevo para subir al piso y recoger mis pertenencias, pero los policías me lo denegaron por ser el escenario de un crimen. Les facilité mi domicilio y mi número de teléfono y regresé a mi casa. Por primera vez dormí sólo en mucho tiempo. Aurora era una buena mujer que merecía más amor del que pude darle.


II



Dos inspectores me interrogaron un par de días después, pero no pude aclararles mucho. Mi única coartada eran la última fecha y la hora registradas en el ordenador en que había trabajado en el documento que traducía. Regresé al domicilio de Aurora para recoger mis pertenencias, cuando la policía me lo permitió. Los vecinos del rellano salieron al sentir abrirse la puerta. Tal vez espiaban por las mirillas por si volvía el tal Núñez. Al reconocerme, vinieron a darme el pésame y comentarme que también los habían interrogado en comisaría. El señor Ruibal empezó a exponerme su declaración, pero comenté que no quería recordar aquellos momentos tan amargos. Ante su insistencia, pasé a su domicilio tras prometer a los demás que hablaría con ellos después. El citado señor Ruibal, Alfredo de nombre y funcionario de profesión, estaba casado con Patricia, secretaria, y tenía dos hijos en edad escolar, Alfredito y María del Carmen, que se empeñó en presentarme. Me ofreció una cerveza, que acepté, y, después, comentó que Aurora siempre fue una buena vecina, una mujer honrada y trabajadora que no merecía un fin semejante. Añadí que nadie lo merecía. A continuación afirmó que había visto al tal Núñez a principios de mes merodeando el edificio, es decir, mucho antes de que Aurora recibiese su carta, es decir, que el tal Núñez ya tenía un plan de actuación premeditado antes de comunicarse con ella y, por tanto, unas intenciones muy claras cuando lo hizo. Añadió que le había visto entrar en un portal de la calle Maestrazgo, cercana a la nuestra, en la que vivía bajo el nombre de Enrique Pimentel tal y como había declarado a la policía el portero del inmueble. Cómo se había enterado él nunca me lo dijo. Entre apretones de manos, lamentó no poder darme más información, como tampoco había podido facilitársela a la policía. Se lo agradecí, me despedí de su familia, y regresé al descansillo. Pulsé el timbre de la letra B. Me abrió el señor García Espinosa, don Senén, comisario de policía retirado. Como era de rigor, me presentó a su señora, doña Elvira, y a su foxterrier “Angus”. Sus hijos ya estaban independizados. Nos acomodamos alrededor de una mesa camilla donde ya estaban dispuestas unas tazas de chocolate y un plato con picatostes. Don Senén, ante el silencio casi religioso de su esposa, confirmó lo apuntado por su vecino Ruibal, del que dijo que era ateo y comunista, es decir, librepensador; aunque le caía simpático. Luego señaló que también había visto al tal Núñez, merodeando por el edificio y la puerta de Aurora; pero lo confundió con un vendedor a domicilio. Ignoraba cómo había logrado burlar a Facundo. Movido por sus sospechas, contactó con la comisaría más próxima a su vivienda, donde transmitió una descripción del tal Núñez al responsable de la misma, antiguo subordinado suyo. Tras varios días de discreta vigilancia, recibió una llamada del susodicho, al que mentó como Fontana, en la que éste le informó de que el tal Núñez estaba investigado por la desaparición de su esposa en una ciudad del litoral, que no mencionó, donde respondía al nombre de Rafael Macías y trabajaba como camarero. Don Senén y su señora lamentaron el triste final de Aurora, una buena chica -así la llamaron- que llevaba una vida solitaria, pero ordenada, y nunca provocó un escándalo. Doña Elvira había encargado una misa en su memoria. Me despidieron con suaves apretones de manos y su sincero agradecimiento, según propias palabras, por hacer feliz Aurora los últimos días de su vida. Paniagua, el inquilino del D, me agasajó con un vaso de vino y unos tacos de cecina de su pueblo leonés, Trabadelo. Me contó que había visto a ese pájaro, en referencia al tal Núñez, rondando el edificio algunas noches camino de su trabajo; mucho antes de que enviase la carta a Aurora tal y como afirmó su vecino Ruibal. No le gustó su pinta y advirtió a Facundo de su presencia para que estuviese atento por si aparecía por allí y avisase a la autoridad en caso necesario. Recordó las ocasiones que Aurora le había prestado sal o azúcar para cocinar, pues, dado su horario laboral, muchas veces no podía comprar víveres a tiempo. Recalcó que era una buena persona y mejor vecina, y que, de haber sido él más joven, le hubiese tirado los tejos. Los tres vecinos y sus familiares coincidieron en que Aurora era encantadora. Le agradecí sus palabras y el refrigerio y me despedí con otro apretón de manos. Entré al domicilio de Aurora, y me acosté en la cama que había compartido con ella. No pude entrar a la cocina, donde la policía encontró su cadáver ensangrentado con un cuchillo de cocina clavado en el corazón. La casa ya no olía a ella, pero seguía presente, siempre estaría presente.

III



El tal Núñez fue detenido en el norte del país bajo el nombre de Matías Recarte tras la denuncia por malos tratos de una mujer separada con la que llevaba conviviendo un par de meses. Quizá por cansancio, o por un fugaz arrebato de conciencia, confesó el asesinato de ocho mujeres en dos años. Admitió que las mataba, porque le recordaban a su primera novia, Aurora. Siempre se había arrepentido de abandonarla. La mató también, porque estaba con otro hombre, porque le había traicionado con todos los sacrificios que él había hecho para volver con ella.

Aurora no resucitaría, no alegraría más mi vida, que volvió a centrarse en el trabajo y la soledad; pero el tal Núñez no mataría a ninguna otra mujer, pues fue apuñalado la misma noche que ingresó en prisión.





CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi)

Descubierta en 1887 por el reverendo James Harvey en la localidad escocesa de West Dunbartonshire, mide 12x12 metros. Contiene tallas de vasos y anillos, numerosas espirales acanaladas, hendiduras talladas en la roca, diseños geométricos y otros dibujos que nadie ha podido explicar hasta la fecha. Es conocida como la Piedra de Cochno y toma su nombre de una granja cercana. Tras numerosos estudios, la conclusión más generalizada es que se trata de un mapa estelar realizado hace unos cinco mil años. Enterrada y desenterrada varias veces para estudiarla, permanece oculta para evitar vandalismos o sustracciones.


El Códice Magliabeccchiano es un documento compuesto por 92 páginas de elementos religiosos y cosmológicos. Creado durante el siglo XVI. Muestra los nombres de los veinte días del calendario religioso de 18 meses, tonalpohualli, integrado en el ciclo de 52 años mexica. Toma su nombre del archivero italiano del mismo apellido que lo rescató.






FRASE DEL DÍA (sea el que sea)


- La política es el camino para que los hombres sin principios dirijan a los hombres sin memoria.- (Voltaire).

CONTRAPORTADA





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