martes, 28 de noviembre de 2023

candilliterario 5

EL CANDIL LITERARIO Nº 5

 




CAPÍTULO II



Martínez aparcó el vehículo frente a la embajada, un coqueto hotelito de tres plantas, techo de madera y fachada color amarillo junquillo que había sido Residencia de Señoritas. Ambos policías mostraron su placa al agente que hacía guardia en la puerta y pasaron al interior, donde el comisario preguntó por el agregado cultural, monsieur Charles Martel como ya quedó dicho. Siguiendo las instrucciones de una hermosa relaciones públicas, subieron al primer piso y llamaron a la puerta marcada con el número tres. Abrió un hombretón que debía ser el citado monsieur Martel a tenor de su tamaño y sus enormes manos. Con un fuerte acento francés, parisino en este caso, les indicó dos sillones frente a una gran mesa tras la que se acomodó. Hontanares se presentó y a Martínez y, luego, le comunicó el motivo de su presencia en el lugar. Monsieur Martel agradeció la disponibilidad de la policía y recordó el gran valor del tesoro, por lo que les rogó la mayor discreción y eficiencia. Luego les sirvió una copa de coñac Martell que declinaron, aduciendo que estaban de servicio. Martínez lamentó perder la ocasión de probar un licor tan famoso y exquisito. El agregado, impresionante incluso sentado, les informó de que el tesoro llegaría al país al día siguiente y sería trasladado con fuerte vigilancia -cuatro motoristas, una tanqueta, un furgón blindado, otra tanqueta y otros cuatro motoristas- al Museo desde el aeropuerto. Ellos, es decir, monsieur Martel y los dos policías esperarían en la sala dispuesta para su exposición a las diez a.m., por lo que les rogaba puntualidad británica, adjetivo que sorprendió a ambos funcionarios. ¿No hubiera sido más lógico hablar de puntualidad parisina?

A continuación, el agregado les mostró diversas fotografías que reproducían el tesoro a petición del comisario; pues comentó conocer el asunto que tenía entre manos. Martínez pensó en la recepcionista, una preciosidad rubia y ojos azules que le sacaba cabeza y media, pero él... no era celoso y, como tendría tiempo libre hasta el día siguiente, decidió ampliar sus conocimientos parisinos.

  • Señor Martel -dijo Hontanares-, ¿pesa mucho la espada?

  • Supongo que varios kilos, pero nunca la he tenido en mis manos.

  • Hace tiempo leí una leyenda berciana que afirmaba que esta misma espada se encontraba en el fondo del lago de Carucedo, cerca de Las Médulas – comentó Martínez.

  • Esta es la auténtica. Su historia es falsa – señaló con sequedad monsieur Martel.

  • ¿Desde cuándo lee usted?

  • Desde que fui amigo de una bibliotecaria. Ya le contaré algún día.

  • Aparte de su valor histórico, ¿hay algún detalle que debamos saber sobre este arma?

  • Pues... guarda varias reliquias cristianas importantes. Por este motivo Roldán intentó romperla contra una roca para evitar que cayera en manos de los infieles.

  • ¡Muy razonable! - admitió el policía.

  • ¿Y cuáles son? - prosiguió Hontanares.

  • Un diente de san Pedro, sangre de san Basilio, cabellos de san Denis, Dionisio para ustedes, y un pedazo del manto de santa María.

  • Echo en falta una porción del prepucio de Cristo – afirmó Martínez.

  • ¡Irreverente! - le amonestó el comisario.

  • Pueden comprender que es un objeto sagrado para nuestro pequeño país.

  • ¿Cuánto puede valer el conjunto que se expondrá?

  • Incalculable, comisario -respondió monsieur Martel-, aunque está asegurado en quinientos millones.

  • ¿De euros? - inquirió Hontanares.

  • No, de parisinos, la moneda de mi país.

  • ¿A cuánto equivale en euros? - se interesó Martínez.

  • Lo desconozco. Aún no existe una paridad entre ambas monedas.

  • Lo que nos impide conocer su valor verdadero – concluyó Hontanares.

  • En todo caso, un pastón – remató el agente.

  • También se expondrán el olifante del citado Roldan, tallado en un colmillo de elefante, una espada con empuñadura plateada de CarloMagno, así como su corona y el cetro que utilizó el día de su entronización como emperador. El tesoro también incluye numerosas libras carolingias de plata y sous, el famoso talismán de Carlomagno, varios esmaltes de influencia bizantina, el cáliz de Tasilo y diversas piedras preciosas menores, la panoplia de mi antepasado Carlos Martel y la armadura completa de Bertrand Duguesclin.

  • Pero este último es muy posterior a los demás objetos – señaló el comisario.

  • Cierto, pero debíamos redondear los cien kilos de peso para lograr el seguro que queríamos – admitió el agregado.

  • ¡Inconcebible! - calificó Hontanares.

  • ¿Cuántos agentes compondrán el dispositivo de vigilancia? -se interesó monsieur Martel-. Sus superiores no nos han informado al respecto.

  • A nosotros tampoco -respondió el comisario-. Nuestro cometido -señaló a Martínez y a él- es protegerle a usted.

  • ¿Cree que necesito protección? - inquirió el agregado con cierta sorpresa.

  • Lo que yo crea es irrelevante. Me limito a obedecer órdenes.

  • ¿Con quién debo hablar para informarme del equipo dispuesto para la ocasión?

  • Con Benja – contestó Martínez.

  • ¿Quién?

  • No haga caso. Mi subordinado desvaría en ocasiones – intervino Hontanares, mientras fulminaba con la mirada a su ayudante.

  • Entonces, ¿con quién?

  • Llame a este teléfono -le entregó una tarjeta en la que había anotado el teléfono de Aquél jr- y él le informará.

  • ¡Muy amable, comisario!

  • Nosotros hemos recibido órdenes de no separarnos de usted las veinticuatro horas del día.

  • ¿No pueden empezar mañana? Hoy tengo un compromiso y, francamente, me resultaría difícil explicar su presencia.

  • Creo que no le sigo – admitió Hontanares.

  • ¡Un affaire, comisario, tiene un affaire! - intervino Martínez.

  • Tiene razón, pero no puedo darles más detalles.

  • ¡Comprendo! Todos tenemos vida privada. Entonces, ¡hasta mañana a las diez en el museo!

  • Au revoir!

  • Por cierto, monsieur, ¿a qué hora terminan de trabajar los empleados de la embajada?

  • A las cinco en punto, ¿por qué?

  • He pensado que, tal vez, su relaciones públicas podría enseñarme su idioma y otras maravillas de su país.

  • ¿A quién se refiere?

  • A esa monada... señorita rubia de ojos verdes que nos ha indicado su despacho.

  • ¡Ah, Ivonne!... Es una joven muy dispuesta y estará encantada de hablarle sobre nuestra patria –comentó el agregado. Después, descolgó el auricular del teléfono y marcó cuatro números-. ¿Aló, Ivonne?...Soy monsieur Martel, ¿puede subir un momento?... Merçi.

    Instantes después se presentó la joven.

  • Usted dirá... Charles... Monsieur Martel.

  • Este agente quiere conocer mejor nuestro país y ha pensado que tú... usted.. podría ayudarle.

  • ¡Ah, será un placer!

  • La recogeré a las cinco en punto – aseveró Martínez antes de abandonar el despacho bajo la mirada admonitoria del comisario, quien pasó la tarde leyendo la novela de Morgan Philbilly ya citada, cuyo argumento es muy simple: “El rancho “Three Spurs”, sito en Galveston, Texas, es inmenso. En sus tierras pastan cincuenta mil cuernilargos. Pertenece a la familia Shepherd desde hace ocho generaciones. Esta es la razón, y no otra, de que el actual propietario sea Frederick Marx Shepherd VIII, casado con la exmiss Texas Bárbara “Barbie” Shepherd, Armitage de soltera. Tienen tres hijas: Belle, Audie y Star, de 22, 20 y 18 años respectivamente. Su primogénito, Ebenezer H. Shepherd IX, de 25 años, dilapida la fortuna familiar en los garitos de la ciudad junto a su prometida Beauty Brown, una preciosa mulata hija de un simple aparcero, quien descubre su cadáver una mañana en la habitación del hotel donde se hospedan. El cuerpo presentaba tres disparos en el pecho realizados a corta distancia con un arma de pequeño calibre que, posteriormente, el laboratorio identificará como una pistola Derringer Solid Singer, arma femenina por excelencia. Por este motivo el eficiente sheriff Angus T. McBride la detiene como principal sospechosa, pero varios testigos ratifican haberla visto con otro hombre en un casino de la ciudad toda la noche. Entonces, el agente, abrumado, transfiere el caso a la policía nacional, entrando en acción el sagaz comisario Linxeyes, quien, tras un día de pesquisas, ha conocido a las tres hermanas del finado y detenido a la camarera encargada de limpiar la habitación, Abigail Kloff, mujer de fealdad inconcebible, tras confesar que lo mató por despecho. Agradecido Frederick Marx Shepherd VIII le regala un semental llamado “Hammer” que ha criado la hermosa Belle. El comisario Lynxeyes la convence para que le muestre cómo cuidó al animal en el pajar”. Hontanares detuvo la lectura en el momento en que Silvia Alphand abría la puerta del apartamento tras finalizar su jornada laboral.

Durante la cena -flores de alcachofa con virutas de jamón, rodaballo al vapor y alvariño muy frío-, ella le preguntó:

  • ¿Has conocido al alto funcionario?

  • ¡Oh, sí!... Es enorme. Martínez parecía un liliputiense a su lado.

  • ¿Y tú?

  • Yo siempre seré el superior.

A las cinco en punto su ayudante aparcaba el Citröen Elysée en la puerta de la embajada. Minutos después se reunía con él la recepcionista Ivonne acompañada de una mujer tan joven como ella a la que presentó como Aline, su novia.


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