<<CANDIL LITERARIO 4
Aquí comienzan las nuevas aventuras del comisario Hontanares, su fiel, a veces, ayudante Martínez y el peculiar taxista Régulo Carrasquilla que comenzaron a finales de los años ochenta del siglo pasado (como pueden suponer). El comisario ha vivido siempre en su despacho de la Dirección General de Seguridad, sito en la Puerta del Sol, hasta que, con cuarenta años, se fue a vivir con Silvia Alphand, una mujer bella e inteligente; Martínez está destinado habitualmente en el Departamento de Casos Archivados, salvo cuando le reclama, para su desgracia, el comisario para colaborar con él en algún caso, está casado y tiene tres hijos, y Régulo Carrasquilla (cuyo nombre corresponde a una persona real que conocí cuando yo trabajada en el Ambulatorio de Villaverde Cruce, experiencia que aconsejo a todo aquel/aquella que quiera perder su fe en la especie humana), natural de la localidad toledana de la Nava de Ricomalillo, vive con su mujer Rita y su hijo Crispín en un piso de la calle de Atocha que antes fue la pensión "La Buena Cocinera", donde se hospedó al llegar a Madrid, y recorre las calles de la ciudad con absoluto desprecio a las normas de circulación y a la seguridad vial por tanto, pues su único interés es ganar todo el dinero posible.
LA ESPADA DE ROLDÁN
CAPÍTULO I
Los franceses emplean la fórmula “il y a beaucoup de temps” para iniciar algunos de sus relatos. En nuestro idioma existe “Érase una vez” o “érase que se era”; por tanto érase una vez, hace algún tiempo, una historia que comienza cuando Martínez entró al despacho-vivienda del comisario Hontanares, el nº352 del segundo piso del edificio de la Dirección General de la Seguridad en la Puerta del Sol, tras golpear el cristal de la puerta y pasar sin esperar respuesta, se encontró con una mujer rubia de unos treinta años que destacaba por sus poderosas caderas, gafas redondas de montura dorada, maquillaje suave y carmín muy tenue embutida en un traje chaqueta verde trébol, acompañado de una blusa beige de manga larga y cuello Mao. Sus manos, largas y delgadas, carecían de adornos y anillos de compromiso. Al principio, el policía se extrañó -no quería pensar en posibles inclinaciones travestiles del comisario, aunque con sus antecedentes...-, pero su experiencia profesional pronto le aclaró la situación. Era ella sin duda.
¡Cuánto de bueno, señorita Alphand! –saludó-. Encantado de volver a verla.
Y yo a usted.
Ha mejorado usted desde la última vez que nos vimos.
¡Halagador!
Se estrecharon la mano, mientras sonreían.
Me gustó usted desde la primera que la vi –admitió Martínez-, pero me sigue resultando difícil comprender que una mujer... digamos normal... pueda interesarse por el comisario; mucho menos alguien tan interesante como usted..
¿Intenta seducirme, Martínez?
No me atrevería. Soy consciente de mis limitaciones.
Me cayó simpático desde la primera vez que Manuel me habló de usted.
¿Dónde está?
En el despacho de su jefe por un caso nuevo.
Siempre que me molesta en mi destino habitual de Casos Archivados es por ese motivo. ¡Con lo feliz que soy allí!
¿Casos Archivados?... ¿Qué hace en ese Departamento?
¡Nada! Por eso soy tan feliz.
¡Ja, ja!
Me ha sorprendido verla en su despacho.
He dormido aquí.
¡Vaya con el comisario!... Nunca le creí capaz de...
Eeeh... Se nos hizo tarde y...
No se justifique. Lo comprendo perfectamente.
¿Su familia bien?
Todo lo bien que puede tras veinte años juntos y tres hijos cada vez más grandes, caros y revoltosos.
¿Su señora?
Muy cariñosa y mandona, motivo por el que necesito alguna distracción de vez en cuando.
Ya me ha comentado algo Manuel al respecto.
No me juzgue mal, pero … soy muy débil.
Silvia Alphand reía a carcajadas, cuando entró el comisario Hontanares. Se sorprendió por el buen ambiente que había entre su novia y su ayudante.
Veo que os entendéis bien.
¡Comisario, enhorabuena!... Es una mujer de pies a cabeza.
¡Pues claro!... No iba a ser un súcubo – respondió el aludido.
¿Un qué?
¡Da igual!... ¿Todavía no han traído el desayuno? Hace una hora que lo encargué.
¡Tranquilo, Manuel! - intervino Silvia Alphand.
¿Alguna novedad, comisario? - preguntó Martínez.
Sí. El nuevo Director General, Aquél jr., me, nos, ha encargado un nuevo caso.
O sea, que los rumores eran ciertos.
¿Qué rumores?
Los que afirmaban que Aquél había enchufado a su primogénito en su mismo cargo sin ser policía y tener más arrestos por escándalo público que Luis Candelas.
Fue la condición que puso para jubilarse.
¿Y la aceptaron? ¿Se creen el viejo refrán de tal palo tal astilla?
No comprendo sus palabras.
Conozco a Benja desde que era un crío y siempre ha sido un crápula – afirmó Martínez.
Me ha enseñado con orgullo su título de 4º Dan de kárate.
Es lo único que le interesa: las posturitas y los gritos – insistió el policía.
Se llama kata, ignorante.
¡Que sí, que vale!
En ese momento, sonaron unos golpes en la puerta del despacho. Los ocupantes del mismo vislumbraron una silueta parada tras el cristal, pero no se movieron. Volvieron a golpear. Misma reacción. A la tercera llamada, Martínez se levantó y abrió la puerta. Un ordenanza estaba parado al otro lado con una bandeja en la mano. Sobre ella, dos tazones con chocolate caliente y otros dos platos con churros y picatostes. Entonces comprendieron por qué no había abierto.
Su desayuno, comisario.
¡Gracias! Puede retirarse.
¿No has traído nada para mi, Corominas?
Sólo encargaron dos desayunos completos. Desconocía tu presencia en este despacho.
Bueno, luego nos tomamos algo en la cafetería – señaló Martínez.
La última pagué yo, así que.... te toca.
¡Huy, estoy a fin de mes!
Pero... si es día cuatro – intervino el comisario.
Mis meses empiezan antes – comentó su ayudante.
Le avisaré para recoger el servicio – remató Hontanares.
El agente Corominas realizó el saludo reglamentario, giró sobre sus talones y abandonó el despacho. Silvia Alphand ofreció una taza y picatostes a Martínez, que rechazó la invitación, alegando que ya había desayunado.
¿De qué va el asunto, comisario?
El aludido se atragantó con un churro. Comenzó a toser y ponerse colorado. La oportuna intervención de la señorita Alphand evitó males mayores. Después pudo responder a la pregunta de su ayudante.
Podría haber esperado a que terminase de masticar.
Pues sí, pero era menos divertido – admitió Martínez.
Tenemos que proteger a un alto funcionario de un país nuevo.
¿Un embajador?
No, un ex jugador de baloncesto que mide 2'10 metros y ahora es agregado cultural de su delegación.
Silvia Alphand rió divertida, mientras Martínez gruñía en voz baja.
Parece que las autoridades de su país van a exhibir un importante tesoro por varias capitales europeas para promocionar su recién creada nación y nosotros somos los primeros. Dada la relevancia de los objetos que se expondrán, el Departamento me ha encargado, y a usted por extensión, que vigilemos al susodicho; encargado, a su vez, de la exposición que se celebrará, en fecha aún por determinar, aunque cercana, en el Museo Arqueológico de la ciudad.
¿Cómo se llama el agregado?
Charles Martel.
¿Y el país?
Según me ha informado Aquél jr se trata de una nación muy curiosa que responde al nombre de Parisia
¿Parisia?
Por lo visto han adoptado el nombre de una antigua tribu celta francesa, los parisii, que ocupaba, aproximadamente, el actual emplazamiento de París. Resulta que los actuales parisinos se han independizado de Francia con la excusa de tener más renta per cápita que el resto y no querer mantener pobres con sus impuestos. Un caso claro de insolidaridad y egoísmo. Se han organizado como una monarquía republicana.
¿Cómo? - preguntaron al unísono sus dos acompañantes.
¡Caray con los franchutes!- remató Martínez.
Una asamblea de ancianos realizó un referéndum para conocer el tipo de organización política que querían sus habitantes y un 50% votó monarquía y el otro 50%, república. Como los resultados se repitieron tres veces, optaron por quedarse con las dos. Así que tienen un rey, Michel I, y un presidente de la república, el honorable François Lamartine.
¡Curioso cuando menos! - admitió Silvia Alphand.
Parece que el tesoro perteneció a un tal Roland, sobrino del rey Carolus Magnus.
¡El de Roncesvalles! - exclamó Martínez
¡Ah, sí! -exclamó Silvia Alphand-. He leído algún reportaje que hablaba de ese tesoro. Pesa más de cien kilos y consta de coronas, cetros y monedas de oro, numerosos diamantes y otras piedras preciosas y la famosa espada Durandal o Durandarte.
¿Y se arriesgan a un robo, exhibiéndolo por el continente? - inquirió Martínez.
¿Pretende Benja que nos ocupemos usted y yo solos de una operación tan compleja?
Seremos los guardaespaldas del agregado cultural, nada más.
¿Nosotros?... ¿El gachó ése habla nuestro idioma?
Es un problema menor. El Pequeño Larousse nos sacará de cualquier apuro.
Silvia Alphand sonrió, mientras Martínez elevaba los brazos al cielo.
Cuando terminaron la refacción, Hontanares telefoneó para que subiesen a recoger el servicio. Después, Silvia besó al comisario y se despidió hasta la noche en su apartamento. Luego, estrechó la mano de Martínez y le guiñó un ojo. El policía reconoció que era una mujer de bandera y que el comisario, sin quererlo, era un tipo afortunado.
¿Cuál es el primer paso, comisario?
Conseguir un coche. Le espero en la puerta del edificio en diez minutos.
¡A ver qué encuentro!
Martínez descendió en el ascensor hasta el garaje, donde preguntó por Fermín, el encargado. Un mecánico señaló un pequeño despacho acristalado. El susodicho Fermín, con un cigarro entre los labios, le abrió la puerta, mientras le saludaba con un:
¡Dichosos los ojos!
Lo mismo digo. ¿La familia bien?
Tan bordes como siempre. ¿Y los tuyos?
Más de lo mismo
¿Tú dirás?
El comisario Hontanares necesita un vehículo en buen estado para ya.
¡Ese majadero!... Hace más de cinco años que no renuevan el parque y los coches están muy curraos... A ver qué tenemos por ahí...
Fermín se sentó, se rascó la cabeza, consultó un listado y, después, afirmó:
Hay un Citröen Elysée con dos años y ciento veinte mil kilómetros que... podría valerte, pero anda muy justo de frenos.
Dame las llaves.
Es aquel azul metalizado.
¡Gracias!... Espero no estrellarme.
Trátalo con suavidad.
Martínez se detuvo en la puerta de la Dirección General, donde el comisario leía atentamente un libro. El policía tocó el claxon para advertirle de su llegada. Cuando Hontanares se sentó junto a él, le preguntó:
¿Las memorias de Aquél?
¡Qué dice, mamarracho?... La última novela del gran Morgan Philbilly, “La gárgola del hotel”. Es una sátira divertidísima.
Y una chaladura también.
Cada día escribe mejor.
¿Dónde vamos?
A la embajada.
¿Dirección?
Ni idea.
¡Cojonudo!
¡Martínez!... Usted es policía, ¡averígüelo!
Podía habérselo preguntado a Benja.
Aquél jr., recuerde. ¡Muestre un poco de respeto por sus superiores!
A mis años.
¿Qué le hace pensar que un director general maneja esa información?
Ni lo sé ni me importa... Tengo una idea... ¿Qué día es hoy?
Veintidós.
De la semana, comisario.
Miércoles.
¡Perfecto!... Hoy libra nuestro común amigo Régulo Carasquilla, así que nos presentamos en su domicilio y le preguntamos. Dada su condición de taxista, digo yo que estará al tanto del callejero madrileño.
Usted me odia, Martínez. Ese hombre es un peligro público.
En efecto, pero tiene una mujer preciosa que cocina muy bien y yo... estoy en ayunas.
En fin, todo sea por cumplir las órdenes –se resignó Hontanares-. Por supuesto no puede informarle sobre las razones que nos llevan a esa dirección.
Querrá algo a cambio. ¡Vaya pensándolo!
El país está en crisis.
Como siempre.
Martínez condujo hasta el número veintiocho de la calle Atocha, subió el coche a la acera, franquearon el portal y subieron en el ascensor hasta el cuarto piso, antigua sede de la pensión “La Buena Cocinera”. Tras salir del artefacto, pulsaron el timbre. Abrió Rita, la esposa del taxista, y nada más verles, sin tiempo para saludos, gritó:
¡Escóndete, Régulo, son tus amigos policías!
Poco después estaban sentados en la mesa del comedor frente al taxista, aún en camiseta de tirantes. Ante él y Martínez dos vasos de vino de Navalcarnero y, ante el comisario, un vaso de agua del grifo, pues en aquella casa carecían de exquisiteces como el Vichy Catalán, bebida favorita de Hontanares.
¿A qué debo el placer? - preguntó Régulo con sorna.
Es un asunto oficial, y, por tanto, no podemos informarle al respecto – respondió el comisario.
Entonces, ¿para qué han venido?
Estoy en ayunas, querido amigo Carrasquilla -intervino Martínez-, y recordé que tu señora cocina de maravilla, así que...
Te has invitado a desayunar.
Más o menos.
¿Y usted comisario?
Necesitamos sus servicios profesionales, señor Carrasquilla.
¿Cuánto piensa pagarme?
El país está en crisis y...
¡Cómo siempre!
Tal vez pueda recomendarle para un diploma o una nota de agradecimiento.
¡Yo cobro en especie!
En esos instantes apareció Rita con una tortilla de patata humeante y apetitosa. Entregó un tenedor a cada uno, depositó una bandeja con rebanadas de pan y se disponía a salir de la habitación, cuando Martínez la preguntó:
¿No nos acompaña?
Estoy muy liada. Tengo que bajar al mercado para comprar la comida de hoy.
¡Tiene una pinta cojonuda! - reconoció el taxista.
Pues... ¡al tajo! - añadió Martínez.
Durante los diez minutos siguientes sólo se escucharon los comentarios admirativos de Régulo y el policía, mientras el comisario bebía en silencio; pues no le gustaba la cebolla. Diez minutos después la tortilla había desaparecido y el medio litro de tintorro que contenía la frasca de cristal que había sacado el taxista de la nevera también.
¡Soy un hombre nuevo! -admitió Martínez-. ¡Muchas gracias, Régulo!
Mi Rita tiene unas manos divinas. ¡Cada día la quiero más!
No la deje escapar – insistió el policía.
¡Ni loco!
¿Y el crío?
Progresando adecuadamente como dicen sus profesores.
¿Han terminado de confraternizar? - interrumpió Hontanares.
Le noto más civilizado, comisario. ¿Se encuentra bien? - preguntó el taxista.
¡Está enamorado! - contestó Martínez.
¿Ha ligado este... concéntrico? - inquirió sorprendido Régulo.
¿Concéntrico?
Raro, poco habitual – aclaró el taxista.
¡Excéntrico, señor Carrasquilla! - corrigió el comisario.
¡Una mujer de bandera: guapa, culta, elegante! -aclaró el policía-. ¡Un mirlo blanco!
¿La conoció en una biblioteca?
No, durante uno de nuestros casos.
Recuerde, amigo Carrasquilla, que la conoció durante nuestra investigación de evasión de divisas.
¡Ah, ya caigo!... ¡Un espectáculo de mujer, comisario!
¡Ya vale! -cortó el aludido-. Están hablando de mi... y soy muy celoso de mi intimidad.
Le estamos alabando el gusto – señaló Martínez..
¡Gracias!... ¿Necesitamos conocer una dirección?
¿Por qué me pregunta a mi? - inquirió el taxista.
Por su profesión, pensamos que...
¿Sabe cuántas calles hay en esta ciudad?
Se trata de una embajada y debería estar por el Barrio de Salamanca como casi todas.
¡En fin!... Le costará una carrera completa ida y vuelta... ¡Cien euros sin propina!
¿Y cómo lo justifico yo?
¡Es su problema!... Esas son mis condiciones. Las toma o las deja.
Buscaremos la forma de satisfacer sus exigencias – afirmó Martínez.
¿Hace un café?
Sería un remate. ¿Y una copita de aguardiente?
Está de servicio y conduciendo – le recordó el comisario.
¡Aguafiestas!
Rita, dos cafés, por favor.
Queremos conocer la ubicación de la Embajada de Parisia.
¿Lo qué?
Es un país nuevo – aclaró Hontanares.
No lo he oído en mi vida.
¿La conoce o no?
Si no conozco el país, ¿cómo voy a conocer la dirección de su embajada? - insistió el taxista.
¿Y alguno de sus compañeros?
Ni idea.
¿Puede preguntar? - preguntó Martínez.
Mientras Rita trae los cafés, haré una rápida encuesta entre mis colegas.
¡Gracias!
Minutos después Régulo retomó su lugar en la mesa, donde ya le esperaba un humeante café.
Ha habido suerte. El compañero MRG23 me ha informado de que el sitio que buscan está en la calle General Martínez Campos esquina a Miguel Ángel.
¿MRG23 significa algo?
Manuel Rodríguez García y 23, los años de profesión.
Esperaba algo más imaginativo... ¡En marcha! - ordenó el comisario.
¡Gracias por el almuerzo, amigo Carrasquilla!
Y yo, ¿cuándo cobro?
Presente una factura en la Dirección General – respondió Hontanares desde el descansillo de la escalera.
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