lunes, 8 de enero de 2024

candiliterario 15

 CANDIL LITERARIO N º 15





CAPÍTULO XII



Martínez salió del coche y se acercó al portal donde vivía el coleccionista. Saludó a Teodoro, el portero -conserje, volvió a corregirle-, parado en el umbral, y le preguntó por el aludido, si había salido, si estaba en el piso, etc.

  • ¿Hace un cigarro? - dijo Martínez al portero.

  • No fumo, gracias. El médico me lo ha prohibido.

  • ¿Un café entonces?

  • No puedo abandonar mi puesto de trabajo. ¿Qué dirían los vecinos?

  • ¡Que digan lo que quieran!... Usted tiene derecho a comer y beber como todos.

  • Los inquilinos del edificio son muy estirados, señor agente.

  • ¡Martínez, solo Martínez!

  • ¿Acaso viven personas ilustres: nobles, militares, empresarios...?

  • ¡Qué va!... Salvo el señor por el que usted se interesa, los más son unos currantes como yo; pero ya sabe que en este país se vive mucho de la apariencia.

  • Comprendo. ¿Dónde podemos hablar sin que nos molesten?

  • Tengo una pequeña vivienda en el portal. Estaremos más tranquilos, pero le advierto que no puedo traicionar la confianza de los vecinos y le abandonaré, si alguno me necesita.

  • Ni yo lo pretendo, amigo Teodoro; pero necesito conocer un poco mejor a ese señor por un asunto oficial que no puedo desvelarle.

  • Me hago cargo, señor... Martínez.

Después, miró a ambos lados de la calle, y, al no ver a nadie que le resultase sospechoso, entró al portal y abrió la única puerta que había en el vestíbulo. Pasaron a un cuartucho con cocina, una cama plegable, un pequeño sofá y un televisor de tubo catódico. Martínez lo estudió brevemente, luego preguntó a su acompañante:

  • ¿Vive aquí?

  • Mientras trabaje en el edificio. Si me despiden o me jubilo, tendré que dejarlo, pues pertenece a la comunidad.

  • ¿Y entonces?

  • Tengo un piso en la Ribera de Curtidores. Me instalaré allí y pasaré los años que me queden.

  • ¿Al menos correrán con los gastos domésticos como la luz y el agua?

  • Sí, eso sí. No tengo queja de los inquilinos. Un poco tiesos, pero buena gente.

  • ¡Menos mal!

  • ¿Qué quiere saber de míster Drinker?

  • Sus hábitos por ejemplo. Si viaja mucho o no se mueve por el piso, si está ahora mismo en el inmueble, etc.

  • Sale todas las mañanas a las diez y media, aunque ignoro dónde se dirige. Siempre le acompaña su hombre de confianza, guardaespaldas y chófer, un hombre enorme llamado Max, callado y receloso. Viste con elegancia y discreción. No está casado ni tiene hijos que yo sepa. Vive sin ostentación, aunque no le falta de nada; por eso creo que es el único bien situado de todos los vecinos – señaló el portero con perspicacia.

  • ¿Recibe muchas visitas?

  • Aparte de las mujeres que ya le comenté, sólo se reúne con otros tres hombres los viernes por la tarde para jugar al póquer.

Entonces, Martínez extrajo una fotografía de Reme, se la mostró y, luego, preguntó:

  • ¿La ha visto por aquí?

El portero-conserje la observó detenidamente y, después, respondió:

  • Alguien parecido vino dos veces, pero era algo distinta.

  • ¿En qué sentido?

  • Tenía el pelo rubio y estaba más pintada.

  • ¿Sabe si se reunió con Drinker?

  • Subió a su piso, desde luego; porque me lo dijo cuando le pregunté dónde iba.

  • ¿Las dos veces?

  • Sí.

  • ¿Estuvo mucho tiempo en el piso?

  • Alrededor de una hora.

  • ¿Trajo o se llevó algún objeto?

  • La primera vez no. La segunda portaba una funda alargada y estrecha que no llevaba al irse.

  • ¿Podría ser una espada?

  • ¡Por poder!... Pero... ¿para qué quería míster Drinker un arma?

  • Para coleccionarla. Le gustan las obras de arte.

  • Tiene razón. La vivienda parece un museo. Me pregunto de dónde sacará el dinero para comprar tantos cuadros y muebles bonitos.

  • De su compañía aérea – respondió Martínez.

  • ¡Ah!, ¿tiene aviones?

  • Lo ignoro.

  • Entonces, ¿cómo vuela su compañía?

  • Puede alquilarlos.

  • También... ¿Por qué le interesa tanto la mujer de la fotografía?

  • Creemos que era una intermediaria que le vendía obras de arte.

  • No es un delito que yo sepa.

  • Depende de cómo adquieras los objetos que coleccionas.

  • Son las diez y veinticinco. Volvamos al portal y podrá conocer a míster Drinker.

  • ¡Buena idea, Teodoro!

Salieron al vestíbulo. Martínez encendió un cigarrillo, mientras continuaba hablando con Teodoro.

  • Supongo que será usted del Madrid como muchos de su gremio.

  • ¡Ca!.. Del Atleti y a mucha honra.

  • ¿Le gusta sufrir, entonces?

  • El Atleti es como la vida: dura y resignada, pero, de vez en cuando, nos da alegrías inolvidables... ¡A muerte con él!

  • ¿Es usted madrileño?

  • No, señor... Martínez. Asturiano de pura cepa. Nacido en Cangas de Narcea en 1972, hijo de Nicanor y Ayalga.

  • ¿Ayalga? Nunca lo había oído.

  • Significa “tesoro escondido” y alude a un tipo de ninfas muy jóvenes. Los astures somos muy dados a estas fantasías... Ahí viene – advirtió Teodoro.

  • ¿Quién? - preguntó el policía, distraído con el recuerdo de una paisana del portero que conoció durante su servicio militar en Oviedo.

  • Míster Drinker.

Precedido por un hombre enorme de pelo rubio cortado a cepillo, descendió los tres escalones que separaban el ascensor de la entrada del edificio otro hombre más bajo, cuidada melena blanca, sobrio terno azul marino con botones dorados, camisa blanca, pañuelo rojo al cuello y zapatos de hebilla negros. Saludó al portero con un gesto de cabeza y salió a la calle, donde esperó a que llegase un cochazo negro -el Maybach de que había hablado Silvia Alphand-, en cuya parte trasera se acomodó. Martínez salió corriendo hacia el Citröen Elysée, mientras se despedía de Teodoro con la mano.

Descubrió el vehículo parado en un semáforo. Paró dos coches más atrás. Lo siguió a prudencial distancia. Alrededor de un cuarto de hora después el automóvil negro se detuvo frente a un edificio acristalado de diez plantas en el Paseo de la Castellana. Tras abrirle la portezuela el guardaespaldas, el coleccionista se apeó y entró en el inmueble. El chófer permaneció dentro del vehículo.

  • Comisario, soy Martínez – dijo a través del teléfono del Citröen.

  • ¿Qué quiere?... Estoy en el museo y... en tiempos de Obélix no se hablaba por teléfono. Me están mirando todos.

  • ¿Desde cuándo le preocupa eso?

  • Desde que voy de incógnito.

  • ¿Usted?... Ja, ja... Esa es buena.

  • ¿De qué se ríe?

  • En fin, ya trataremos el tema en otro momento. El coleccionista ha salido de su domicilio, ha subido a un coche -menudo haiga gasta el tío-, le...

  • Ya me hablo Silvia del vehículo. Creo recordar que se trata de un Mercedes de lujo o algo parecido.

  • ¡Da igual!... Le he seguido un edificio acristalado del Paseo de la Castellana. Le acompaña un hombre enorme que hace de guardaespaldas y chófer según me ha dicho Teodoro.

  • ¿Quién es Teodoro?

  • El portero del inmueble donde vive.

  • ¡Bien!... El guardaespaldas se llama Max. También me lo dijo Silvia.

  • ¿De qué los conoce?

  • El coleccionista ha sido cliente de su empresa alguna vez.

  • Bueno es saberlo. Quizá pueda ayudarnos en la investigación.

  • No la pondré en ningún peligro.

  • Ni yo lo deseo. Me refería a suministrarnos información o algún contacto que nos acerque al sospechoso.

  • Me parece bien. ¿Para qué me ha llamado? Podría decírmelo mañana.

  • ¿Qué hago: espero sus movimientos o abandono la vigilancia?

  • Espere para saber dónde vuelve, aunque lo más probable es que regrese a su domicilio.

  • De acuerdo, comisario. Disfrute del espectáculo – se despidió Martínez.

  • ¿Qué espectáculo?

  • El que usted da.... ¡Adiós, comisario! Se ponen en marcha.

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