martes, 2 de enero de 2024

candiliterario 14

 

CANDIL LITERARIO Nº 14




CAPÍTULO XI



Tras cerrar el museo a mediodía, Hontanares comió con Silvia Alphand en un restaurante cercano que había obtenido una estrella Michelín recientemente, lo que le permitió subir los precios. Ella, más acostumbrada a esos ambientes por su actividad profesional, eligió unos hors d'oeuvre al papillot y sole (lenguado) a la meuniére; él, más tradicional, caracoles con perejil y mantequilla y ancas de rana rebozadas en aceite de albahaca, que acompañaron con un Marqués de Murrieta Reserva 2015. Entre plato y plato, el comisario comentó someramente a su acompañante las últimas novedades del caso de la espada desaparecida. Silvia Alphand le escuchó con atención y cierta sorpresa por compartir mesa con Obélix, pues el comisario, como debía volver al museo a las cinco de la tarde, seguía con el disfraz puesto; mientras ella lucía un vestido estampado de muselina, una chaqueta de lino color marfil y unas sandalias de tacón bajo. Los demás comensales del establecimiento apenas comían, pues los observaban con la boca abierta. En algún momento, Hontanares preguntó a su acompañante:

  • ¿Conoces a algún coleccionista de arte?

  • ¿Personalmente? - inquirió ella.

  • O por referencias. Es igual.

  • Antes de entrar en materia, ¿a qué se debe tu interés por el arte? ¿Has pensado comprar algún cuadro o mueble para nuestro apartamento?

  • No, pero ha surgido uno en el caso de la espada desaparecida que ya hemos encontrado.

  • ¡Enhorabuena, Manuel?... ¿Dónde estaba?

  • Clavada en el cuerpo de una mujer.

Silvia Alphand se atragantó por la brutalidad de la respuesta. Después, preguntó:

  • ¿Cómo dices?

  • La descubrió Martínez clavada en el cuerpo de una camarera del museo con la que se acostaba a mis espaldas.

  • Bueno, tampoco pretenderás que te cuente su vida o que estés presente en todas sus actividades.

  • ¡Claro que no!... Pero ha puesto en peligro la investigación, pues la finada ha resultado ser la ladrona del arma.

  • ¿Lo sabía él?

  • Por supuesto que no. Nos hemos enterado esta mañana tras analizar el laboratorio sus huellas que tenía el arma.

  • Entonces, no comprendo tu enfado. Ya sabes que pierde el sentido por las faldas.

  • Es un buen policía, pero muy anárquico en sus métodos.

  • Hablaste de un coleccionista. Supongo que te refieres a uno privado.

  • En efecto.

  • ¿Sabes su nombre? ¿Es nacional o internacional?

  • Internacional.

  • Puedo citarte al holandés Ruud Berg, el alemán Hans von Fluss, el ruso Mihail Mihailovich Popoff, el irlandes Ian Drinker, el norteamericano...

  • Ese, ese – la cortó Hontanares muy excitado.

  • ¿Cuál?

  • Drinker. Es el nombre que me dio el anticuario.

  • No lo conozco personalmente, pero mi empresa ha trabajado varias veces con él. Es un buen cliente desde luego.

  • ¿Trabajáis con delincuentes?

  • No, Manuel. Actuamos como intermediarios en operaciones comerciales internacionales. El cliente nos hace un encargo, le damos un precio por nuestra participación y, si está de acuerdo, adquirimos la mercancía que desea.

  • ¿Como la espada de Roldán?

  • Esas piezas no están en el mercado. Ya lo sabes.

  • ¿Y alguno de ellos estaría dispuesto a utilizar otros medios como contratar a un ladrón para conseguir el objeto que quiere?

  • Tendrás que preguntárselo.

  • ¿Qué sabes de Ian Drinker?

  • Poca cosa. Suelen ser personas muy reservadas. Al ser muy ricas desean la menor publicidad posible y, por tanto, la mayor intimidad.

  • ¿Conoces su aspecto? ¿Lo has visto alguna vez?

El camarero apareció con el segundo plato. Rellenó las copas de vino.

  • Aquí se come de muerte, Silvia.

  • Recuérdalo, cuando traigan la cuenta – señaló ella.

  • ¿Por qué?

  • Lo sabrás con la minuta. Y deja una buena propina.

  • ¡Como siempre!

  • Sigamos con tu coleccionista. Puedo decirte que debe tener unos cincuenta años, pelo cano y abundante, viste con elegancia y sobriedad, desconozco su estado civil y su domicilio actual, aunque tiene fijada su residencia en la isla de Jersey.

  • Esto último ya lo sabía. Tiene un piso en Madrid que Martínez está vigilando ahora mismo.

  • Y tú, disfrutando una comida exquisita.

  • Cada uno tiene una misión en la vida.

  • ¡Ya, ya!

  • ¿Podrías presentármelo o introducirme en su círculo?

  • ¿Pretendes que le diga que un comisario de policía quiere conocerle?

  • No, mujer. Tendré que inventarme un personaje para acercarme a él, tal vez un comprador interesado en adquirir... la espada de Roldán, por ejemplo.

  • Mientras no te disfraces de Abraracúrcix.

  • Creo que no te sigo.

  • ¿Y no sospechará de ti, si encargó el robo y mató, u ordenó matar, a la ladrona?

  • Tienes razón. Martínez comentó que pudo eliminarla para atar cabos sueltos, pero... ¿se arriesgaría a matar?

  • No lo conozco tan íntimamente, Manuel; pero la codicia y la frustración pueden arrastrarnos a cometer errores.

  • Muy sabia, querida Silvia. ¿Tiene chófer o guardaespaldas?

  • Que yo sepa se mueve en un Maybach S-Class Haute Voiture negro que conducía la última vez que estuvo en mi empresa un hombre enorme, un antiguo judoka creo, llamado Max. Desconozco su apellido o nacionalidad.

  • Transmitiré esta información a Martínez. ¿Vas a querer postre?

  • ¿Te apetecen unos profiteroles?

  • ¡Bien!... Pídelo, mientras hablo con Martínez.

Hontanares-Obélix salió a la calle para telefonear a su ayudante y comunicarle los nuevos datos sobre el coleccionista. Algunos transeúntes se paraban al verle, mientras comentaban que el restaurante había tenido una buena idea al poner un reclamo semejante. Varios turistas japoneses se detuvieron a hacerle fotos. Terminada la conversación, se reunió con Silvia Alphand, quien le preguntó:

  • ¿Cómo está Martínez?

  • En su puesto, como es su obligación.

  • Me sabe mal.

  • Ves pensando alguna manera de que pueda acceder al tal Drinker, mientras continuamos con la vigilancia. De momento, no podemos hacer otra cosa.

El camarero apareció con la cuenta. Hontanares puso los ojos en blanco. Silvia Alphand sonrió divertida, mientras comentaba al mozo:

  • Ha estado todo exquisito.

  • ¡Gracias, señorita!

  • ¡Faltaría más! - exclamó Hontanares, mientras depositaba billetes en un platillo.

  • ¿Quieren café o un licor? -preguntó el camarero-. Invita la casa.

  • Un cortado, por favor – respondió ella.

  • ¿Y usted, caballero?

  • Nada, gracias. Estoy satisfecho.

  • Te agradezco la invitación. He disfrutado mucho la comida y la compañía.

  • Yo también, querida – secundó Hontanares, mientras le acariciaba la mano.

  • Espero que no vuelvas con este disfraz puesto. ¡Qué dirán los vecinos!

  • ¿Desde cuándo te preocupan?

  • Lo decía por ver como se lo explicabas – respondió ella entre carcajadas.

Después, cogidos del brazo, abandonaron el local. El comisario regresó al museo, y ella, a ver una exposición de Xul Solar en otro museo, el Reina Sofía.

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