viernes, 29 de diciembre de 2023

candiliterario 13

 


CANDIL LITERARIO Nº 13




CAPÍTULO X



Tras una noche sin dormir, velando a Reme en el depósito, se presentó en el despacho de Hontanares con la espada en una mano. Saludó al comisario, dejó el arma sobre su mesa y se dejó caer en una silla, mientras comenzaba a relatarle los acontecimientos ocurridos tras dejarle en el museo. Comenzó con:

  • Comisario, la tenía clavada en el corazón.

  • ¿Quién?

  • Reme, una camarera del museo.

  • ¿La conocía bien?

  • Bastante. Llegué a intimar con ella.

  • Me alegro por usted – comentó Hontanares sin entender bien el verdadero significado de la última frase de su ayudante.

  • Los técnicos han determinado que puede ser la espada desaparecida.

  • Nos acercaremos hasta la embajada para entregársela a monsieur Martel y daremos por cerrado el caso.

  • Comisario, le debo algo a Reme. Fue muy generosa conmigo.

  • ¿Generosa? Creo que no le comprendo.

  • ¿Tengo que explicárselo?

  • Eeeh...¿usted y ella?

  • Sí.

  • No desaprovecha una oportunidad.

  • La vida es corta, comisario.

  • Y su caradura, grande... ¿Qué propone?

  • Considerar su muerte como parte del robo de la espada, nos permitiría investigarla y mantener el caso abierto.

  • ¿Han encontrado alguna huella?

  • Están analizando las de Reme y dos parciales en la empuñadura según me han dicho. Parece que el asesino no era muy cuidadoso.

  • ¿Podría ser que el coleccionista la eliminara o mandara eliminar para atar cabos sueltos? No sería la primera vez.

  • También, pero debemos esperar los resultados definitivos de los técnicos.

  • Entonces, dirijámonos a la embajada para informar a monsieur Martel de que hemos recuperado el arma y se la entregaremos en cuanto concluyan los trabajos del laboratorio.

  • ¿Para qué?

  • Para que conozcan la eficacia de nuestros métodos – señaló Hontanares.

  • ¿Acaso espera de los parisinos una palmadita en la espalda?

  • Su opinión es irrelevante, pero creo que deben saberlo.

Entonces sonó el teléfono. Descolgó el comisario y dijo:

  • A la escucha.

  • Soy Recuenco, del laboratorio.

  • ¡Vaya, qué eficacia! - comentó Hontanares.

  • Al rellenar el petitorio 23/1853B, su ayudante incluyó las palabras: prioridad absoluta, por lo que hemos aparcado las demás investigaciones para centrarnos en el análisis de la espada entregada.

  • ¿Qué es un petitorio? - inquirió Hontanares poco ducho en jerga administrativa.

  • Un formulario para realizar una petición – respondió el técnico de laboratorio con desgana.

  • ¿Y no puede utilizar esa palabra para que nos entendamos todos?

  • Supongo.

  • ¿Qué han descubierto?

  • Hemos cotejado las huellas de la difunta en todas las bases de datos disponibles y hemos encontrado una incongruencia?

  • ¿Incongruencia dice?... ¿Algún problema con las huellas? - se interesó Hontanares.

  • No, no. Según consta en el formulario de petición su ayudante señaló que la mujer se llamaba María de los Remedios Sanchidrián, pero los resultados que hemos obtenido en los ficheros de la Interpol corresponden a una persona fichada en Francia por hurtos menores llamada Françoise Durand, 28 años, hija de Ezequiel Durán, nacido en La Restinga, localidad de la isla de El Hierro, que emigró al país vecino y se instaló en Dijon, donde trabajó en una fábrica de mostaza, y de Brigitte Chabanne, ama de casa. Estudió Ingenieria Mecánica en la Universidad de Bretaña Occidental. Hablaba inglés, alemán, español y... francés lógicamente.

  • ¿Está seguro? - insistió el comisario.

  • Le he resumido su ficha, pero los datos son exactos.

  • ¡Bien, gracias!... De todos modos, espero un informe por escrito.

  • Tardaremos unos días. Quedan muchas pruebas por realizar, pero quería informarle de esta novedad por si agilizaba su investigación.

  • Gracias de nuevo.

  • ¿Quién era? - se interesó Martínez.

  • Recuenco, el mismo técnico de laboratorio de la otra vez.

  • ¿Qué quería?

  • Informarme de que las huellas de su amiga Reme...

  • ¿La descartan como sospechosa?

  • No. Según los archivos de la Interpol su amiga era francesa, tenía antecedentes por hurtos menores y se llamaba … (lee la cuartilla donde lo anotó)... Françoise Durand. Era hija de un inmigrante canario, lo que puede explicar la facilidad con que manejaba nuestro idioma.

  • ¿Cómo dice? -exclamó Martínez-. ¡No puede ser!... ¿Está diciendo que he dormido con una delincuente?

  • ¡Ah, ignoro con quien se acuesta usted!

  • ¡Con ella, comisario, se lo he dicho antes!

  • No suelo memorizar los datos irrelevantes.

  • Pero... era una simple camarera.

  • ¿No sería una tapadera?

  • ¿Insinúa que Reme, mi Reme, robó la espada? ¿Cuándo la sacó, si abandonamos juntos el museo, aprovechando que se había ido la luz?

  • ¿Cómo dice?... ¿Abandonó su puesto sin mi permiso?

  • ¿Qué podía hacer allí a oscuras?... ¿Se fijó usted en lo buena que estaba?

  • Sólo tenía ojos para la espada como era mi obligación.. No le empapelo, porque le necesito - advirtió Hontanares.

  • ¡Claro, claro!... ¡Qué injusticia! Ahora tendré que dormir con mi señora.

  • ¡Degenerado! -explotó el comisario, mientras se convertía en Obélix-. Vamos a la embajada para informar al agregado. Después, acérqueme al museo, y, desde allí, se traslada al domicilio del coleccionista para vigilarlo. Le mandaré un relevo por la tarde.

  • Comisario, no creo estar en condiciones de trabajar. Estoy muy afectado por Reme.

  • ¡Reme no existe, insensato!... Se llamaba Françoise y pudo haber robado la famosa espada Durandal en nuestras narices.

  • ¿Dónde la escondió? En su piso no la vi nunca.

  • Pudo guardarla en el museo hasta que se la entregó al coleccionista. Nunca se nos hubiera ocurrido buscarla en el mismo sitio donde desapareció.

  • ¿Cómo pudo cogerla, si estaba junto a mi cuando se fue la luz en el museo? ¿Tendría un cómplice?

  • Habrá que investigarlo.

  • ¡Pobre Reme! -se lamentó Martínez-. Morir de esa manera tan horrible... ¡Estaba tan buena!

  • Lo suyo es fijación.

  • Para una distracción que tengo, termina tan mal. ¡No hay derecho!

  • Está usted casado, ¿recuerda?

  • Porque este castrante sistema social me obliga para poder acostarme con una mujer. ¡Yo siempre he defendido el amor libre!

  • ¡Menudo caradura está hecho!

  • Soy un hombre muy débil, comisario.

  • Si hubiera caído en la marmita de poción mágica como yo – respondió Hontanares, mientras salía del despacho camino del ascensor.






La entrada de Obélix en la embajada revolucionó a todos los presentes, empleados y particulares. Ivonne informó a los policías que monsieur Martel estaba en su despacho.. Martínez la miró de arriba a abajo con ojos hambrientos. La Relaciones Públicas le sonrió profesional. Aún recordaba el último masaje que le había dado Aline. El agregado escuchó sus novedades y agradeció su celo y profesionalidad. Añadió que podían quedarse con la espada todo el tiempo que necesitasen, pues, como ya sabían, habían puesto una réplica para que el público siguiera disfrutando la exposición. Durante el trayecto, Hontanares solicitó al agregado que recabase información a la Sureté sobre una ciudadana francesa llamada Françoise Durand, pues la investigación seguía abierta, y, al estar presente en el museo durante la sustracción de la espada,, necesitaba descartarla como sospechosa. Obélix y monsieur Martel se trasladaron hasta el museo en un vehículo de la embajada, mientras Martínez se dirigió al domicilio del coleccionista. Cuando llegaron a la exposición, el comisario de la misma, el citado monsieur Pompholix, situó a Obélix-Hontanares junto a la vitrina donde lucía la espada de Bertrand Du Guesclin para que desentonase menos en el conjunto al pertenecer a una época posterior a los demás objetos.

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