viernes, 12 de enero de 2024

candiliterario 16

 


CANDIL LITERARIO Nº 16




CAPÍTULO XIII



Durante la cena, Silvia Alphand comentó a Hontanares:

  • Manuel, esta tarde ha venido a mi empresa el señor Drinker, el coleccionista que investigas.

  • ¿Y qué quería?

  • Hacernos un encargo cuya naturaleza no puedo revelarte por política de empresa,

  • Habíamos quedado en que no habría secretos entre nosotros.

  • Se trata de otro tipo de secretos, querido – señaló ella.

  • ¿Qué estamos comiendo? Está muy bueno.

  • Sopa fría de cebolla. De segundo, magret de pato confitado - respondió Silvia.

  • ¡No te merezco! - admitió el comisario.

  • Eres un adulador, pero te lo agradezco.

  • Entonces, ¿puedes decirme algo de la visita del sospechoso a tu empresa?

  • Que estuvo unos diez minutos, que se reunió con el director de compras, que me saludó con educación, que me recordó su anterior invitación a conocer su casa, que...

  • ¿Cómo?... ¿Te ha invitado a su casa?

  • Sí, Manuel, no te pongas celoso.

  • ¿Sabe que estás comprometida?

  • Nadie lo sabe en mi trabajo y, fuera, muy pocas personas. Creo que no le interesa a nadie.

  • Pero...

  • Llevo muchos años espantando moscones. No te preocupes.

  • Entonces, ¿tu empresa está en un edificio acristalado de diez plantas en el Paseo de la Castellana?

  • ¿Cómo lo sabes?

  • Martínez siguió al coleccionista hasta allí y me lo comunicó por teléfono.

  • ¡Qué pequeño es el mundo!

  • ¿Por qué no me hablas más de tu empresa?

  • Porque el trabajo debe quedarse fuera de casa, como deberías hacer tú.

  • Pero hablar del caso me ayuda a comprenderlo mejor y tomar decisiones. Eres de gran ayuda para mí. Por cierto, podrías aceptar la invitación de Drinker y acompañarte yo para estudiar su piso.

  • ¿Y te presento como policía?

  • No, claro que no. Como nadie me conoce en tu empresa, puedo inventarme otra profesión.

  • Por favor, no exageres el personaje. Si ha matado a esa pobre mujer, puede sospechar de todos y más de alguien con aspecto... inusual.

  • ¿Qué tal alguien recomendado por tu empresa o un cliente interesado en comprarle algo?

  • Preferiría que no interviniera en el asunto.

  • Bien, seguiré pensando. Como aún queda una semana de exposición, tendré tiempo suficiente para pergeñar un plan.... ¿Más vino?

  • Sí, por favor.

Hontanares le sirvió un poco más de Ramónn Bilbao Reserva 2017. Después, brindaron con una sonrisa.

Por su parte, Martínez cenaba tortilla de patata con pimientos fritos con su señora y sus tres hijos, mientras veían un concurso televisivo que protagonizaban famosillos en una isla desierta.



A la mañana siguiente, mientras tomaba un café con leche y unos churros que le habían subido de la cafetería, Hontanares recibió una llamada telefónica.

  • Comisario, soy Recuenco, del laboratorio.

  • ¿Recuenco?... ¿Usted no se apellidaba Recuero?

  • No, señor. Recuenco desde hace treinta y cuatro años.

  • ¡Bien!... Usted dirá.

  • ¿Recuerda las dos huellas parciales que encontramos en la empuñadura de la espada?

  • Vagamente.

  • No coinciden con nadie fichado, así que no podemos darle una identificación de su propietario, salvo que tengamos otras para cotejarlas.

  • Pues empezamos bien... ¿Podrían sacarlas de una colilla?

  • Podemos sacarlas de cualquier objeto, comisario. Por cierto, ¿su sospechoso fuma?

  • Ni idea.

  • Pero beberá y comerá. Bastará con que consiga un vaso o un cubierto para poder compararlas.

  • ¡Qué fácil es decirlo!

  • ¡Buenos días! - se despidió Recuenco.

Casi a continuación llegó Martínez con mala cara.

  • ¿Ha dormido mal?

  • No he dormido. Mi mujer quería recuperar los días que no me he acostado con ella, así que hemos estado toda la noche de jarana.

  • ¿Ha estado en una fiesta?

  • No, comisario, cumpliendo con el débito conyugal.

  • ¡Ah, comprendo!... En fin, acaban de llamarme del laboratorio para decirme que las huellas parciales de la empuñadura no corresponden a nadie fichado, así que tenemos que conseguir otras para cotejarlas.

  • ¿Cómo? ¿De quién?

  • Si yo fuera el coleccionista y tuviera un empleado como su guardaespaldas, no me mancharía las manos; sino que le encargaría los trabajos sucios.

  • Razonable. Además, la espada estaba muy clavada en el cuerpo de la pobre Reme, lo que implica una fuerza que no supongo en Drinker.

  • Entonces, nos centraremos en el guardaespaldas. ¿Sabe si fuma?

  • Yo no le he visto.

  • ¿Y si preguntamos al portero?

  • No perdemos nada – concedió Martínez.

Después, descolgó el teléfono, marcó el número del portero y esperó respuesta.

  • ¿Diga?... ¿Quién es?

  • Martínez, señor Teodoro.

  • ¿Martínez?... Ahora no caigo.

  • El policía.

  • ¡Ah, sí!... ¿Qué desea?

  • ¿Fuma el guardaespaldas de Drinker?

  • Como un carretero, pero solo cuando no le ve su jefe. En el portal, por ejemplo, mientras espera que baje en el ascensor.

  • ¿Dónde tira las colillas?

  • Hay dos grandes ceniceros con arena en el portal.

  • ¿Podría conseguirme alguna? Nos ayudaría en la investigación en curso.

  • ¡Cuente conmigo!

  • Cuando las tenga, llámeme al teléfono que hay en la tarjeta que le di.

  • De momento sólo podemos esperar -intervino Hontanares-. Espéreme en la puerta con el vehículo, mientras yo me visto para ir al museo. Después, diríjase a su puesto de vigilancia.

  • Y digo yo, comisario, ¿no sería más conveniente que me sustituyese otro agente para que el coleccionista no sospeche al ver siempre al mismo tipo merodeando por su domicilio?

  • Tiene razón. ¿A quién podríamos mandar?

  • Me va a decir que estoy loco, pero yo enviaría al amigo Carrasquilla.

  • ¿A ese demente?

  • ¿Quién pensaría, en su sano juicio, que alguien tan... peculiar... estuviera vigilando a otro?

  • Nadie, desde luego; pero puede organizar un altercado público con su forma de conducir y aparcar. Y no digamos, si mantiene el taxi mucho tiempo en el mismo sitio.

  • ¿Y si utiliza un coche camuflado?

  • ¿Cuál?

  • Déjeme hablar con él.

  • Me parece muy arriesgado.

  • ¿Mas que disfrazarse de Obélix?

  • Lo hago por espíritu de servicio – se justificó Hontanares.

  • Ignoro lo que es eso, pero pasar desapercibido no es una de sus cualidades, comisario.

  • ¡Soy un artista, Martínez!

  • ¡Lo que usted diga!... Por cierto, habrá que recompensar de alguna manera al amigo Carrasquilla por su colaboración.

  • Pues... no se me ocurre como...

  • ¿Usted tiene cuenta de gastos, no?

  • Sólo para actividades relacionadas con el servicio.

  • Como es el caso.

  • ¿Qué cantidad ha pensado?

  • Doscientos euros.

  • Me parece razonable. Hable con él y recuérdele lo que debe hacer, que actúa de incógnito, -recálquele esta última palabra-, que no se meta en líos y que le informe de cualquier movimiento del sospechoso.

  • ¿De la recogida de las colillas, si se produce, me encargo yo o se lo dejamos a él?

  • Hay una tercera opción: enviar a un policía de paisano

  • ¡Buena idea, comisario! Un movimiento habitual. En cuanto me llame el portero, le comentaré el sistema que hemos ideado para conseguir las pruebas.

  • Entonces, espéreme en la calle.

  • Me acercaré al garaje para buscar un vehículo para el amigo Carrasquilla y luego me reúno con usted. Vístase despacio para darme tiempo.

Hontanares se metió tras el gran biombo que ocupaba un ángulo de su despacho tras poner en un tocadiscos una selección de arias de ópera. Martínez descendió en el ascensor hasta el garaje y preguntó por Fermín. Tras saludarle, le comentó el asunto para que decidiera qué coche podrían utilizar. El encargado se rascó la cabeza, miró los vehículos que había a su alrededor, y luego preguntó a Martínez:

  • ¿Qué tal conduce tu amigo?

  • Eeh..., bueno..., de aquella manera.

  • ¡Vale!... Entonces, necesitamos un coche robusto.

  • Que no sea automático ni ostentoso.

  • Tenemos una furgoneta Renault Kangoo camuflada para reparto de bollería que podía servir. ¿Qué te parece?

  • ¡Bien!... ¿Es aquélla con el letrero “PASTELERÍA LABIOS DE MIEL”?

  • Sí.

  • Me sugiere otra cosa, pero...¡podría valer!

  • Me firmas el recibí y te la llevas ahora mismo.

  • Lo firmaré por orden del comisario Hontanares, como siempre, pero vendrá a recogerlo un conocido mío que se llama Régulo Carrasquilla.

  • ¿Existe alguien con ese nombre?

  • Sí. Es un hombre muy particular como su apelativo.

  • Por mi no hay problema – dijo el encargado.

  • El problema será mío para convencerle. ¡Gracias de nuevo, Fermín!

  • Siempre a tu disposición, Martínez.

Después, subió al Citröen Elysée, y condujo hasta la puerta de la Dirección General, donde varias decenas de turistas japoneses fotografiaban a un indignado Obélix, quien los apartó con enérgicos movimientos de brazos para acceder al vehículo.

  • ¡Ya era hora! -exclamó el comisario-. Si tarda un poco más, me toca firmar autógrafos.

  • Cóbrelos, y sacará un sobresueldo.

  • ¡Por encima de mi cadáver!

  • Cuando le deje en el museo, volveré al domicilio del amigo Carrasquilla para comunicarle nuestro plan.

  • No olvide las recomendaciones que le he dado.

  • En cuanto le hable de los doscientos euros, no dudará un minuto.

  • ¡Siempre el vil metal! - lamentó el comisario.

  • Es el motor de la vida – añadió Martínez.

  • Podría ser el amor.

  • ¿El amor?... Termina convertido en costumbre, cuando desaparecen el deseo y la pasión – sentenció su ayudante.

  • ¿Habla por experiencia?

  • Es una de las razones de que siempre ande detrás de alguna mujer. En casa, ya conozco el menú.

  • Un poco vulgar, ¿no le parece?

  • Es mi conclusión tras veinte años de matrimonio.

  • ¿Y su mujer qué dice?

  • Me aguanta por educación y por nuestros hijos. ¡Es una santa, comisario, que no merece un marido como yo!

  • ¡Vaya, ahora resulta que es usted humano!

  • Lo cortés no quita lo valiente.

Cuando llegaron al museo, Obélix se apeó y Martínez condujo hasta la calle de Atocha, donde se ubicaba el domicilio del taxista. Subió en el ascensor hasta el cuarto piso, salió al descansillo y pulsó el timbre. Abrió la puerta Rita, quien le saludó con un:

  • ¿Y ahora qué quiere?

  • Asunto oficial, señora. ¿Está su marido?

  • En el saloncito. Ya conoce el camino.

  • ¡Muy amable!

El agente franqueó la puerta y caminó hasta una pequeña sala en la que destacaban el retrato de la difunta madre de Rita, un aparador marrón oscuro que ocupaba toda la pared, una mesa ovalada con cuatro sillas tapizadas en verde persa sobre la que había un florero de cristal con luminarias y crisantemos, dos sillones del mismo color que las sillas y una televisión plana pequeña sobre el mueble. Sentado en una silla, el taxista satisfacía el hambre con unos callos y un vaso de tinto.

  • ¡Qué aproveche, amigo Carrasquilla!

  • ¡Gracias!... ¿Quiere?

  • Ya he desayunado.

  • Viene mucho por aquí últimamente. ¿Me está investigando por alguna infracción de tráfico?

  • No. Quiero proponerle un trabajo a cuenta del comisario.

  • ¿Otra vez?... ¿Hay dinero por medio?

  • Doscientos euros por unas pocas horas de trabajo.

  • Soy todo oídos.

  • Estamos detrás de un sospechoso al que necesitamos vigilar con discreción, pero no podemos utilizar coches-patrulla y siempre al mismo agente para que no recele; por eso hemos -el comisario y yo- pensado en usted.

  • Pero... ¿no sospechará de un taxi parado mucho tiempo?

  • Por eso no utilizará su taxi.

  • ¿Entonces?

  • La Dirección General pone a su disposición una furgoneta Renault Kangoo para que pueda actuar sin problemas. Sólo tendrá que acercarse a nuestro garaje, preguntar por Fermín y decirle que va de mi parte.

En ese momento, sonó el teléfono del policía.

  • Diga.

  • Señor Martínez, soy Teodoro. ¿Me recuerda?

  • Sí. Dígame.

  • Ya tengo su encargo.

  • ¡Bien! Enviaré a un agente a recogerlo, porque yo estoy ocupado con otro asunto. ¡Muchas gracias por su colaboración!.

  • ¡A mandar!

Colgó y marcó el número de Hontanares.

  • Comisario, ya tenemos las colillas.

  • ¿Hay algún agente disponible?

  • He pensado en Céspedes, un novato paisano mío.

  • Lo dejo en sus manos. Hay dos japoneses que quieren un autógrafo.

  • ¿Suyo o de Obélix?

  • Mío por supuesto.

Martínez volvió a colgar y marcar otro número, mientras el taxista rebañaba con pan el plato de callos. El policía dijo:

  • Céspedes, soy Martínez. Necesito un favor.

  • A sus órdenes.

  • Acércate a la calle de la Constancia, nº 22 y recoge un paquete que te entregará el portero. Dile que vas de mi parte. Luego lo llevas al laboratorio, se lo entregas a Recuenco y le recuerdas que saque las huellas para compararlas con las encontradas en la empuñadura. Él ya conoce el asunto. No olvides vestir de paisano.

  • ¿Puedo ir en el coche-patrulla?

  • ¿De paisano?

  • Daría mucho el cante.

  • ¿Tienes vehículo propio?

  • Sí.

  • Pues úsalo... Mueve el culo.

  • Sí, señor.

  • Te debo una.

  • ¡Al contrario!... Nunca podré pagarle lo que me está enseñando.

  • ¡Lo que tú digas!

  • ¿Por dónde íbamos, amigo Régulo?

  • Que vaya a su garaje, pregunte por un tal Fermín y recoja una furgoneta Renault Badú.

  • Renault Kangoo, pronunciado Kangú.

  • Lo que yo he dicho.

  • Después, se dirige a la dirección que he dado a mi compañero, aparca cerca del portal y vigila los movimientos del sospechoso.

  • ¿Me recuerda la dirección?

  • Calle de la Constancia, nº 22.

  • ¿Por dónde cae?

  • ¿No recuerda que se lo pregunté yo?

  • Vagamente.

  • ¿Tiene un asistente digital para circular por la ciudad?

  • Yo soy lógico. Por cierto, encontré el otro día en el coche una antología de “La Niña de los Peines” que podría interesarle. Recuerdo que le gustaba el cante jondo.

  • ¡Oh, la gran Pastora!... ¡Me haría tan feliz!

  • Ahora la busco... ¿Cómo es el individuo que debo vigilar?

  • Sobre los cincuenta, bien vestido, melena plateada, va siempre acompañado de un hombretón rubio que hace de chófer y guardaespaldas. Si tiene alguna duda, pregunte al portero. Se llama Teodoro. Viaja en un Maybach negro.

  • ¿El portero?

  • No, el sospechoso.

  • ¿Qué es un maybac?

  • Un vehículo de lujo.

  • O sea, un coche grande.

  • Más o menos.

  • ¿Lo sigo o permanezco en mi puesto de observancia?

  • ¿Observancia?

  • ¿No voy a estar observando?

  • Eeh... Sí. Sígale con total discreción.

  • ¡Hombre, Martínez, ya sabe que la discreción es mi divisa!

  • ¡Menos mal!... Como tiene mi número de teléfono particular, avíseme con cualquier novedad o en caso de peligro. Si le descubren, abandone la vigilancia y regrese al garaje. No se arriesgue sin necesidad.

  • ¿Cómo cobro?

  • Tendrá que hablar con el comisario.

  • ¿Es necesario? Ya sabe que no congeniamos mucho.

  • Es un hombre especial, pero no se come a nadie.

  • ¿Especial dice?... ¡Está como un cencerro!

  • Ahora tengo que dejarle. No olvide todo lo que he dicho. Si no hay novedades destacables, comunique conmigo a última hora de la tarde y... ¡gracias por su colaboración!

  • ¿Cuándo cobro?

  • Cuando termine la investigación.

Antes de volver a la calle, Régulo le entregó la casete flamenca que Martínez fue escuchando y coreando camino de la Dirección General. Régulo aparcó la furgoneta en una zona de carga y descarga, para que pareciese que venía a entregar una remesa de dulces, frente al número 22 de la calle de la Constancia. Salió del vehículo y se acercó hasta allí, donde se presentó al portero, que le miró con incredulidad. Después, regresó al coche y abrió un diario deportivo. Unos quinientos metros más adelante estaba parada otra furgoneta, negra y sin distintivos, modelo Opel Vivaro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario