sábado, 20 de enero de 2024

candiliterario 18

 


CANDIL LITERARIO Nº 18



CAPÍTULO XV



Durante la cena Hontanares comenta a Silvia Alphand que ha decidido acercarse más al coleccionista y que, para ello, necesita su colaboración. En concreto, necesita que le introduzca en sus partidas de póquer semanales como Jacobo Serafín del Señor Gómez de la Ensenada y Fitzpatrick-Pron, X Vizconde de Martino. Puedes inventarte un currículo, siempre que me lo comentes antes para no meter la pata. Ella respondió que era muy consciente de que nunca lo hacía. Como era habitual, Hontanares no captó su ironía.

A la mañana siguiente, Obélix retomó su lugar en la exposición, un éxito de crítica y público y el espaldarazo definitivo para la nueva nación de Parisia a nivel internacional. Tanto el agregado cultural como el comisario de la misma estaban muy satisfechos, muy imbu que podían decir en su idioma. Por fortuna, era la última mañana de visitas; pues, por la tarde, se desmontaría la sala y las armas regresarían a los museos donde residían habitualmente, incluida la copia de la espada de Roldán, la más afilada del mundo. Cada país tiene sus propias costumbres y él no era quien para discutirlas. Estaba deseando regresar a su despacho, leer el informe del laboratorio y conocer la información de Martínez sobre el título nobiliario que le había dado. También esperaba que su amada Silvia le transmitiera buenas noticias sobre su ingreso en la timba de míster Drinker.

A la una en punto del mediodía, monsieur Pompholix cerró la puerta de la exposición, dando por terminada, o fermée, la misma. Después, descorchó dos botellas de auténtico champán parisino y ofreció sendas copas al agregado cultural de la embajada, el conocido monsieur Martel, a la Relaciones Públicas Ivonne, al comisario Hontanares, que se había desecho del disfraz de Obélix, y a los ordenanzas que habían participado en la vigilancia de las armas expuestas. Después, inició un breve discurso que traducimos para la comprensión de todos y todas:

  • Queridos amigos y amigas, estimado comisario y personal del museo, muchas gracias por su inestimable colaboración. Las autoridades de mi pequeño país están muy satisfechas del resultado de esta exposición y de la publicidad que supone para nosotros. ¡Muchas gracias a todos!... ¡Viva Parisia!

Después, levantaron las copas, apuraron su contenido y las estrellaron contra el suelo. Luego, comenzaron a desmantelar la muestra y guardar las armas en sus respectivas cajas, que fueron trasladas a camiones de la misma empresa que las había traído.

El comisario se despidió de monsieur Pompholix y comunicó al agregado cultural que le entregaría la espada robada en los próximos días y le informaría de la resolución del caso en cuanto se produjera. Monsieur Martel se lo agradeció con un apretón de manos y, luego, comenzó a charlar con monsieur Pompholix en su idioma, el parisino.

Hontanares salió a la calle, tiró el disfraz de Obélix a un contenedor y subió a un taxi que le trasladó hasta su domicilio, donde disfrutaría una buena comida y, sobre todo, la compañía de su querida Silvia; aunque no pudo confirmarle su partida de póquer con el coleccionista.




Por la tarde, en su despacho, Hontanares leyó detenidamente el informe del laboratorio, que ampliaba, pero no contradecía, la información que ya le había trasladado Martínez, quien se presentó sobre las seis p.m.

  • Llega tarde – fue el saludo del comisario.

  • Estaba tomando un café con algunos compañeros, Recuenco entre ellos. Le he invitado por la celeridad con que ha intervenido en nuestro caso.

  • Un detalle que le honra. Yo tengo un regalo para usted.

  • ¿Cómo?... ¿Se ha vuelto espléndido?

  • Es un obsequio de monsieur Martel, el agregado cultural de la embajada.

  • Ya podía haberle regalado a la hermosa Ivonne.

  • ¿Cómo dice?

  • Nada, nada, cosas mías.

Hontanares extrajo de una bolsa dos botellas de vino y se las ofreció a Martínez.

  • Nunca ha probado una maravilla semejante.

  • Yo sólo veo dos botellas de vino.

  • ¡Hereje!... Es un Châteauneuf-du-Pape, el vino que bebían los Papas en Aviñón, una exquisitez sublime. Lo probé en Sevilla hace muchos años y aún conservo excelentes recuerdos de aquella velada a base de quesos franceses y este elixir prodigioso perteneciente a la denominación Côtes du Rhône... ¡Ah!

  • ¿Ya ha bebido usted?

  • No. Este vino debe tomarse con grandes platos de carnes, ostras y otros mariscos y los ya apuntados quesos.

  • Es que parece un poco afectado, comisario.

  • Sólo estoy rememorando los buenos momentos que disfruté con este caldo. Si no las quiere, me las quedo yo.

  • Hombre, comisario, yo prefiero vinos más recios y corrientes.

  • Ya sé que usted se mueve mejor entre la vulgaridad y la chabacanería.

  • Tampoco hace falta que me insulte. Deme una botella para probarlo.

  • Ya he leído el informe del laboratorio, sin que hay encontrado novedades respecto a lo que ya me había anticipado usted. Y la fotografía corrobora que se trata del guardaespaldas.

  • ¿Ha pensado si le arrestamos ya o seguimos vigilando?

  • Por cierto, ¿qué sabe del taxista?

  • Nada. Espero que me informe en algún momento.

  • De momento, seguiremos con la vigilancia; pero estoy pergeñando un plan para introducirme en el círculo íntimo del coleccionista para obtener una confesión.

  • ¿Qué ha pensado?... Empiezo a preocuparme.

  • Como ya le he dicho, introducirme en su círculo a través de Silvia, que le conoce, porque su empresa ha trabajado varias veces con él.

  • ¿Y se presentará como policía para que no escape?

  • ¡No, algo más brillante!

  • No pienso disfrazarme de nada más, ¿comprendido? - advirtió Martínez.

  • Sólo me disfrazaré yo.

  • ¿De qué? ¿De Adelantado de las Indias? ¿De Gran Mogol? ¿De hechicero o adivino como otras veces?

  • Ya se lo dije: del X Vizconde de Martino.... ¿Ha buscado la información que le pedí sobre él?

  • Aún no he tenido tiempo.

  • Pues es urgente.

  • ¿Y yo qué haré mientras?

  • Aún no lo he pensado. Podría ser mi enlace o..., como pienso poner usar cámaras y micrófonos en el domicilio del coleccionista, podría escuchar las conversaciones desde un coche cercano, mientras graban. Además, cabe suponer que el sospechoso pedirá información a la Real Asociación del Rancio Abolengo sobre el vizconde para comprobar su identidad, así que, al acercarse a su sede para comprobar si el título está activo, informe al responsable sobre la posibilidad de dicha llamada y de la respuesta que debe dar en caso de producirse.

  • O sea un papel secundario... ¿Y qué hacemos con el chófer? Usted solo no puede enfrentarse a él. Yo podría ser su...

  • Edecán, eso es.

  • ¿Edequé?

  • Edecán, más o menos lo que es ahora, mi ayudante.

  • Edecán suena más importante. ¡Me gusta!

  • Hasta que Silvia no me confirme que participaré en las partidas de póquer del coleccionista poco podemos hacer; así que contacte con el señor Carrasquilla para que le transmita las novedades que se hayan producido y pregunte al portero si el sospechoso tiene algún vicio que podamos explotar.

  • ¿Cree usted, comisario, que su apellido será una casualidad?

  • ¿Hontanares?... Me gusta el Vichy Catalán, pero no creo que sea una premonición.

  • El apellido del coleccionista – corrigió Martínez.

  • ¿Drinker?

  • ¡Pues claro!. No conocemos otro...

  • ¿Bebedor?... ¡Claro!

  • Quizá podamos entrarle por ahí.

  • Muy sagaz, Martínez. Contacte con el taxista y manténgame informado.

  • Y, mientras, ¿usted qué hará?

  • Visitar tiendas de disfraces para encontrar un chaqué y una chistera de mi talla y otras, de objetos militares, para adquirir un surtido variado de medallas que luciré en la solapa para resaltar la importancia del vizconde.

  • ¡Como una chota, como una chota! - musitaba Martínez al salir del despacho del comisario camino de reunirse con el amigo Carrasquilla.



Llegó a la calle de la Constancia en veinte minutos, pues había puesto la sirena del vehículo para evitar el tráfico urbano, aunque lo prohibiesen las ordenanzas. Aparcó en una plaza para minusválidos y se acercó al portal n 22, donde saludó a Teodoro, el portero-conserje.

  • Buenos días, ¿qué hay de bueno? - dijo éste.

  • Seguimos trabajando que no es poco. ¿Ha visto a mi amigo?

  • ¿Ese tipo raro que dijo venir de su parte?

  • Ese mismo.

  • Yo no quiero resultarle entrometido o grosero, pero no me parece la persona ideal para este trabajo.

  • ¿Por qué?

  • Es demasiado... cómo decirlo...

  • ¿Da mucho el cante?

  • Puede comprobarlo usted mismo. Está en el bar de enfrente jugando al dominó. Se oyen sus gritos desde aquí.

  • ¡Desde luego!... Por cierto, ¿le gusta beber a míster Drinker?

  • Que yo sepa sólo bebe whisky que le traen desde su Irlanda natal, aunque Max, el chófer, tira al contenedor diez o doce botellas vacías todas las semanas.

  • ¿Y sabe qué marca utiliza?

  • En las etiquetas pone “Old Connemara Turf Mór”. Me ha regalado alguna botella, pero yo sólo bebo cerveza y alguna copa de vino en las comidas.

  • ¿Tiene alguna en la actualidad?

  • En mi vivienda.

  • ¿Podría prestármela?

  • ¿Se la quiere beber usted?

  • No, no. Quisiera mostrársela a mi superior por si pudiera ayudarnos a resolver el caso.

  • Espere un momento.

    Teodoro regresó de su habitáculo con una botella verdosa que contenía un líquido turbio. En la etiqueta Martínez pudo leer la denominación que había comentado el portero. Después, volvió a su automóvil y la guardó en el maletero. Luego, se dirigió hacia el bar “Los Amigos” para charlar con el taxista.

  • ¡Buenos días tengan ustedes! - saludó Martínez a los jugadores donde estaba el taxista.

  • ¡Buenos días! - respondieron.

  • ¿Qué hace usted aquí? - preguntó a Régulo.

  • Echar una partida de dominó, ¿no lo ve?

  • Si, pero debería estar en otro sitio y haciendo otra cosa.

  • No se preocupe. He dejado al Leandro en mi lugar

  • ¿Leandro?... ¿Quién es?

  • ¿No va a dejarme jugar en paz, verdad?... ¡Me has ahorcado el seis doble, inútil! - gritó a otro jugador.

Luego añadió:

  • Más que mi compañero pareces mi enemigo.

  • Pero.. si hemos ganado la partida con mi jugada – se defendió el aludido.

  • ¿Y qué?... Pero me has ahorcado el seis doble.

  • Régulo, descanse un poco y tomemos un café.

  • Bueno – dijo éste a regañadientes.

Se acercaron a la barra y Martínez pidió dos cortados.

  • Paga usted – advirtió el taxista.

    ¡Qué sí, hombre, que sí!... ¿Quién es el tal Leandro y qué hace dentro de un vehículo policial?... ¿Quiere que me expedienten?

  • ¡Tranqui, Martínez!... Es un parao al que he subcontratado el trabajo por seis euros la mañana.

  • ¿Que ha subcontratado qué?...Pero si usted no ha firmado ningún contrato con nadie.

  • Usted me dio su palabra.

  • Que no implica obligaciones legales ni la posibilidad de emplear a otra persona.

  • Para mi sí, y yo soy muy respetuoso con la palabra que doy.

  • ¡Debería detenerle ahora mismo!

  • ¿Encima que colaboro con ustedes casi regalao?

  • Ya hablaremos usted y yo con más calma... ¿Por qué no me ha llamado para comunicarme las novedades?

  • Porque no ha habido ninguna.

  • ¿Los sospechosos no han entrado ni salido del edificio desde que usted está aquí? Ha pasado día y medio.

  • Claro que han entrado y salido, y han cogido el coche, y...

  • ¿Por qué no me telefoneó?

  • Lo hice, pero no me admitieron el cobro revertido.

  • Ya le dije que la furgoneta tiene una emisora con la que puede hablar conmigo directamente.

  • ¿Cómo?

  • Pulsando el botón del micrófono, y pidiendo hablar conmigo.

  • Bien, lo haré la próxima vez

  • En fin, ¿qué ha visto?

  • Ayer, sobre las diez y media, salió el hombretón rubio. Minutos después, volvió con el cochazo negro al que subió el otro tío bien trajeado. Regresaron a media tarde y ya no volvieron a salir.

  • ¿Dónde fueron?

  • ¡Y yo qué sé!

  • Pero... ¿no los siguió?

  • Usted me dijo que vigilase, nada más.

  • Y que los siguiese

  • No lo recuerdo.

  • ¡Vamos al coche!

  • ¿Para qué?... Aún no he terminado la partida.

  • Para que despida a su empleado y ocupe su lugar. Quiero que me informe de cualquier movimiento de los sospechosos y los siga si vuelven a coger el coche.

  • ¿Todo eso por doscientos euros?

  • Si los cobra... Es usted un colaborador muy deficiente.

  • Ya me lo dijo mi Rita, que no me fiase de la pasma.

Caminaron hacia la furgoneta, en cuyo interior estaba sentado un hombre de edad indefinida, espesa barba negra, melena enmarañada del mismo color, camiseta descolorida con la lengua de los Rolling Stone en el pecho y unos vaqueros raídos y rotos en las rodillas que dormía profundamente.

Régulo comentó:

  • Este es Leandro. No se le escapa una.

Martínez golpeó el cristal de la puerta del conductor hasta que el ocupante se despertó, miró sorprendido al policía y al taxista, y, bajó la ventanilla. Luego dijo:

  • ¿Tienes un truja, colega?

  • Ni colega ni leches. Salga inmediatamente del vehículo... ¡Es una orden!

  • ¿Este pavo quién es, Régulo?... Me da muy mal rollo.

  • El policía del que te hable.

  • Yo no he hecho nada, señor agente... Estoy limpio desde hace dos meses.

  • Pues le vendría bien lavarse un poco –señaló Martínez-. Ahora salga de la furgoneta y aléjese de aquí.

  • ¿Y mi dinero?

  • Hable con su empresario.

  • ¿Régulo? - dijo Leandro, mientras extendía su mano derecha hacia él.

  • ¿Puedo pagarte cuando cobre yo? Ahora no tengo suelto.

  • Es que, tío, lo necesito para jalar.

  • Te hago un pagaré y lo cobras a fin de mes.

  • ¿Dónde?

  • En cualquier banco – respondió el taxista, mientras escribía en una pequeña libreta de la que arrancó una hoja y se la entregó a Leandro.

  • ¡Gracias, tío, eres un amigo! - respondió éste, mientras se alejaba mirando ensimismado el papel.

  • ¡Es usted un caradura, amigo Régulo!

  • ¿Por qué?... Como no había relación contractual entre nosotros, no estoy obligado a pagarle.

  • Lo dicho: un sinvergüenza de manual. Y, ahora, ocupe su lugar y vigile atentamente. Quiero sus novedades a las dos y a las seis de la tarde. A esa hora enviaré un relevo.

  • ¿Podré parar a comer?

  • Claro, pero se lo paga usted.

  • ¡Roñoso!

  • Su sustituto se llama Céspedes.

  • ¡Atento, Martínez!... Ha salido el hombretón.

  • Suba al vehículo y esté preparado para seguirles.

  • ¿Y usted?

  • Tengo que hablar con el portero. Mantenga la distancia y no haga tonterías. Pueden ir armados.

  • No me dijo nada de pistolas.

  • Sólo es una posibilidad.

El Maybach negro pasó a su lado dirección calle Cartagena. Régulo maniobró con habilidad y se situó tras él. Martínez cruzó de acera y se acercó al portal. Saludó al portero.

  • ¡Hola de nuevo!... ¿Cómo va todo?

  • ¡Bien!...¿Y usted?

  • Bien dentro de lo que cabe. Quería agradecerle su colaboración y el riesgo que ha corrido por ayudar a la policía.

  • ¡No tiene importancia!

  • ¿Sabe dónde han ido?

  • Míster Drinker ordenó a Max que le llevase al almacén. Supongo que se refería al trastero que tiene en la calle Embajadores. Que yo sepa no posee ninguna otra propiedad salvo esta vivienda.

  • ¿Conoce el número de la calle por casualidad?

  • No.

  • Gracias de todos modos. Seguiremos en contacto.

  • ¡A su disposición!

Martínez caminó hacia su vehículo. Desde allí conectó con la emisora del taxista..

  • Régulo, ¿me escucha?

  • ¿Qué?... ¿Quién habla? - oyó decir.

  • Pulse el botón del micrófono.

  • ¿Quién habla?

  • Soy Martínez. Escúcheme con atención. Puede que se dirijan a la calle Embajadores.

  • De momento estamos en … una plaza muy grande.

  • ¡Genial!... Sígales hasta que se detengan y me avisa. Aparque donde pueda y procure localizar el número de algún portal. Luego me lo comunica, pero no intervenga para nada. Enviaré un coche-patrulla para que le releve.

  • Corto y cierro – dijo el taxista.

Martínez aparcó frente a la embajada de Parisia. Quería volver a ver a la hermosa Ivonne. Y... la vio. La joven estaba junto a Aline en la puerta del edificio. Se besaban y abrazaban. Parecían despedirse. Martínez permaneció en el vehículo, fumando en silencio. A veces se pierde. La voz de Régulo resonó por la emisora.

  • Martínez, ¿me recibe?

  • Alto y claro.

  • Se han parado en el número 195, pero han entrado en el 199. Es un local de trasteros.

  • Bien. Cuando llegue el coche-patrulla, abandone la vigilancia y vuelva a su casa o donde quiera. Si le necesito, contactaré con usted.

  • Entonces, me marcho a casa. Rita hace un cocido cojonudo.

  • ¡Buen provecho!

  • ¿Quiere comer con nosotros?

  • Gracias, pero estaré con mi familia. La tengo un poco abandonada.

  • Corto y cierro.

Martínez paró en la Dirección General y guardó la botella de whisky en su taquilla para mostrársela al comisario por la mañana. Si la llevaba a su casa, temía por su integridad.

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