LA CARA B
Fieles a la costumbre y la tradición, los auténticos cristianos se preparan para celebrar el nacimiento del Mesías, el Ungido. Familiares y amigos separados todo el año por el trabajo, que condiciona las residencias y las demás actividades cotidianas, concretan agendas para poder reunirse en casa de los padres, de los suegros o de amigos comunes para comer, beber y reírse hasta la saciedad y la borrachera; intentando fingir que aprecian al cuñado de turno o silenciar sus discrepancias políticas con el anfitrión o el padre de su señora, nunca tan santa. Las calles de pueblos y ciudades permanecen iluminadas con adornos navideños, mientras cualquier hogar que se precie tiene, en un ángulo del salón, un abeto -que tirarán a la basura pasadas estas fiestas- cargado de bombillitas parpadeantes, bolas y guirnaldas multicolores y una estrella o un anacrónico Santa Claus en el ápice, y, a los pies, varios paquetes envueltos con papeles brillantes, azules para los niños y rosas para las niñas. En la puerta de la vivienda, un ramo de muérdago recuerda a propios y extraños que trae buena suerte, aunque sea un vestigio de tiempos paganos. Según llegan los invitados, familiares o amigos, se suceden los abrazos, los besos y los apretones de manos. Se ofrece una cerveza o una copa de vino, mientras se entablan conversaciones informales, pero interesadas, sobre los pormenores de cada vida desde la última vez que se vieron o hablaron. Reina un ambiente hogareño, cálido y entrañable; aunque algunos y algunas piensen que el tal Mesías ya podía ser mayor de edad, o haber nacido en verano; pues, dado que su nacimiento se celebra desde el siglo IV después de nacer, parece que no se decide a crecer. También cabe preguntarse cómo o qué celebraban, o si celebraban, los primeros cristianos hasta el citado siglo. Poco a poco los hombres de la casa se sitúan alrededor de la mesa, engalanada con la mejor mantelería y cubertería de la anfitriona; mientras las mujeres permanecen de pie, sirviendo aperitivos y entremeses, ensaladilla rusa o cualquier otro plato regional de estas fechas, el pavo o el besugo, los postres y los dulces por fin, comiendo a salto de mata. Es otra tradición como que sea el anfitrión o el cabeza de familia quien escancie el vino o descorche el champán.
Reina un ambiente hogareño, cálido y entrañable; aunque algunos estén deseando marcharse a sus casas para descansar tras de un día de duro trabajo y los más jóvenes, a una discoteca, o a la casa de un amigo o amiga, donde beber hasta la inconsciencia, fumar o esnifar sustancias estimulantes, o ampliar sus conocimientos sobre la anatomía del sexo contrario o... propio. Todo ello, por supuesto, para mayor honor y gloria del recién nacido.
Entretanto, otros cristianos duermen en las gélidas calles, solos o con sus mascotas, tras haber cenado lo que han podido o algún samaritano les ha facilitado, o, como otras muchas, ayunado; mientras se acurrucan bajo trozos de cartón. Otros más afortunados disfrutarán una comida caliente gracias a la generosidad del municipio en estas fiestas tan entrañables, pues... ¡todos somos hijos del padre del Mesías! En algunas iglesias, sacerdotes caritativos les ofrecerán un plato también caliente y permitirán dormir sobre los bancos del templo bajo la protección del recién nacido o de su madre en forma de estatua de madera; aunque la mayoría permanecerán cerradas hasta la media noche en que abrirán sus puertas para recibir a los cristianos que, bien comidos y bebidos, acudan a la tradicional Misa del Gallo, o del Pollito según las regiones donde se celebra, tras “cantar el gallo”; aunque los únicos que se ven, pero no se oyen, en casi todas las localidades del país están colgados de un gancho.
Todo son tradiciones de estas festividades que nos alegran el ánimo, o nos impulsan a disimularlo. Las tradiciones son la base de una verdadera sociedad cristiana, aunque ahora se hayan convertido en una excusa para comprar sin tino y competir entre las ciudades para ver cuál ilumina antes, más y mejor sus calles. Este gasto, innecesario para algunos (los más descreídos sin duda), es una nueva tradición, como celebrar el nacimiento del Mesías desde el siglo IV después de nacer, que muchos agradecen viajando a estas localidades para extasiarse, con la boca bien abierta, ante las luces navideñas; aunque otros, quizá más adinerados, prefieren viajar a la llamada Tierra Santa para recorrer, fotografiar y filmar como turistas arrobados los auténticos parajes por donde dicen que el Mesías vivió y deambuló.
En las calles y albergues municipales, reina un ambiente gélido, triste y desencantado, pero... ¡es otra tradición!
Gracias Miguel, subscribo todo lo recogido en tu misiva, todos los años repetimos todo aquello que al finalizar las fiestas decimos, "nunca
ResponderEliminarmás " y de nuevo aquí estamos, a punto de comenzar el gran festín de todos los años. Felices Fiestas.