CANDIL LI TERARIO
Nº 48
IRRELEVANTE
I
El juez Arévalo, tras cuarenta años de carrera, tenía fama de incorruptibe. Por sus manos habían pasado casos muy sonados públicamente como la presunta contabilidad ilegal de un destacado partido político, el presunto espionaje a varios líderes políticos provinciales y nacionales, las muertes sospechosas de varios presuntos activistas violentos que pretendían cambiar el sistema en las que presuntamente estaban implicadas las fuerzas de seguridad, o el presunto desfalco de una importante entidad financiera que presidía, en ese momento, un ex ministro y contaba con otros políticos de distintas ideologías en su consejo de administración, y en todos había actuado siempre acorde a la Ley y la estricta equidad que debe guiar a todo profesional de la justicia; obviando, por tanto, su ideología o creencias religiosas. Su actual caso, el escape de material radioactivo en la central nuclear de Villaluenga, de treinta años de antigüedad, presentaba la circunstancia de que el presidente de la compañía propietaria de la central era otro antiguo ministro conservador y el vicepresidente, uno progresista según propias palabras, y la coincidencia de que el primero había sido compañero de estudios del magistrado, dato que tal vez podría haberle hecho considerar la posibilidad de rechazar la investigación por cercanía con un implicado en el caso, pero el juez Arévalo tenía un elevado sentido del deber.
Tras ordenar a las fuerzas de seguridad que realizasen una investigación pormenorizada de lo acontecido en la fecha del escape -la nube radiactiva estuvo flotando sobre el país durante varios días entre el recelo y la perplejidad de la población y las reiteradas llamadas a la calma de los políticos-, el magistrado se reunió en su despacho del juzgado con su antiguo camarada.
¡Cuánto tiempo sin verte, Manfredo! -saludó Evaristo Ríos, presidente de la compañía eléctrica propietaria de la nuclear-. Te has convertido en todo un defensor de la ley. ¡Enhorabuena!
¡Muy amable, Evaristo, pero solo soy un probo funcionario que cumple con su deber lo mejor que puede!
Bueno, tú dirás.
Te supongo enterado del escape acaecido en la central de Villaluenga.
¿Debería?
Ejem, según mis datos, eres el presidente de la compañía propietaria.
¿Ah, sí?... Bueno, ya sabes, en realidad mi función es de relaciones públicas, conseguir clientes y patroinadores importantes gracias a mis contactos tras el paso por el gobierno. De cuestiones técnicas no tengo ni idea.
Ejem... Entonces, ¿no tienes información sensible sobre el accidente?
Ni insensible... ¡Ja, ja, ja!
¿Tampoco te han informado tus colaboradores?
Tienen orden tajante de no molestarme con asuntos menores.
¿Un escape radiactivo te parece un asunto menor?
No me parece nada, porque desconozco todo lo referente a la energía nuclear. Como ya te he dicho, soy un relaciones públicas con buenos contactos.
Pero... cobras un dineral por tu alta responsabilidad y... la población próxima a la central ha podido contaminarse.
¡Ah, ya!... ¿Tienes más preguntas? He quedado dentro de una hora para jugar al golf.
Hombre... Creí que, por tu puesto, tú...
Manfredo, no creas, no te fíes... Todo es negocio y solo negocio. El resto es simple romanticismo que no produce dividendos.
¿Puedes facilitarme un listado del personal presente de la central el día de autos?
Se lo encargaré a mi secretaria... ¡Ha estado bien volvernos a vernos! - afirmó Evaristo Ríos, mientras se levantaba y ofrecía su mano al magistrado, quien se la estrechó amistosamente.
De nuevo solo, descolgó el teléfono interior y dijo:
Piluca, soy el juez Arévalo. Averigüe quién es el Director Técnico de la central nuclear de Villaluenga y cítelo para esta tarde a las seis.
Minutos después, sonó el mismo teléfono.
El juez Arévalo al aparato.
Soy Piluca.
¡Ah!... Dígame.
La secretaria del señor Paradores...
¿Quién es ese?
El director técnico, señoría.
Continúe.
Me ha informado de que está en Venezuela participando en un congreso internacional sobre energías verdes y alternativas y que no volverá hasta la semana siguiente.
¡Vaya por Dios!... Concierte una cita para entonces.
¿Mañana o tarde?
Siempre por la tarde.
Tras colgar, el magistrado comenzó a escribir en una cuartilla los escasos datos que conocía sobre el escape nuclear para hacerse una idea de conjunto. Poco después, sonó su teléfono móvil.
Buenos días, ¿hablo con el juez Manfredo Arévalo?
Al aparato, ¿Quién es usted?
Soy Dalmacio Bienvenida, Jefe de Prensa de don Norberto Emperador., presidente de la Unión de Ciudadanos Ejemplares.
¡Ah, el señor Emperador! Cuanto honor me hace – comentó el magistrado.
¡Como a todos!... Le paso con él.
¡Buenos días, magistrado!... El motivo de mi llamada es interesarme por un caso que, según me han informado, lleva usted – dijo Norberto Emperador.
¿Puede ser más explícito?
Me refiero al escape en una central nuclear.
¡Ah, sí!
Verá usted, sería una mala publicidad para la empresa propietaria de la central una sentencia condenatoria, pues podría afectar a los resultados económicos de la misma y de sus accionistas. Además, mi antecesor en el cargo y otros exdirigentes políticos ocupan puestos importantes en su Consejo de Administración y no podemos, perdón, debemos tolerar manchas en su magnífico currículo ni menoscabos de sus emolumentos.
Me hago cargo, señor Emperador.
Por otra parte no debemos transmitir a la población, siempre tan asustadiza, con mensajes alarmistas.
¡Comprendo!... Pero aún estoy en la fase de instrucción, recabando pruebas e indicios, debo interrogar a los posibles testigos y a los trabajadores de la central presentes en el momento del escape, así como estudiar el informe preceptivo de la Unidad de Fugas Radiactivas y Medioambiente de la Benemérita.
¡Qué gran institución!... Pero no lo dilate mucho por los motivos antes señalados. En todo caso, soy consciente de su magnífica carrera judicial y de que adoptará las decisiones más justas para el caso como siempre ha hecho; mas, si puede hacer, haga.
Por supuesto.
También he comprobado que es usted simpatizante de nuestro partido, detalle que me tranquiliza más todavía.
Me afilié cuando mi paisano, y ministro, Veiga creó el partido para defender los auténticos valores del país: Dios, patria, familia, orden. No dude de que actuaré con diligencia, firmeza y equidad.
No esperaba menos de usted, Arévalo.
Siempre a sus órdenes, señor Emperador.
¡Buenos días!
¡Dios le guarde muchos años!
Tras esta amable conversación, el juez Arévalo consultó su reloj de pulsera. Después, se levantó, y salió del despacho. Después cogió el metro hasta la estación de Estrecho, donde se apeó y oyó misa en la parroquia salesiana de san Francisco de Sales .
II
Esa misma tarde, tras una agradable comida en su restaurante asturiano habitual a cargo del ministerio, el juez Arévalo interrogó a Pedro María Quinto, Jefe de Seguridad de la central, primer nombre de la lista que había remitido con sorprendente celeridad la secretaria de su amigo Evaristo, aunque, en realidad, solo era el responsable de la mesa de control del núcleo. El verdadero Jefe de Seguridad era el antiguo director general de un ministerio que cobraba un buen sueldo, pero nunca acudía al trabajo, lo que, teniendo en cuenta su ignorancia total sobre energía nuclear, agradecían los demás empleados.
Señor Quinto, ¿puede explicarme sus funciones en un idioma que yo pueda comprender?
¿No habla español?
Claro que sí.
Entonces, no entiendo su pregunta.
Me refería a que emplease términos comprensibles para mi, sin tecnicismos.
¡Ah, no se preocupe! No conozco ninguno.
¿No es usted ingeniero nuclear tal y como exige su cargo según mis informaciones?
¡Qué va!... Sale muy caro.
Entonces, ¿qué preparación tiene usted?
Un cursillo de dos meses y veinte años de trabajo en la central. La conozco como si la hubiera construido yo.
Pero, ¿qué estudios técnicos tiene?
Ya se lo he dicho: un cursillo de dos meses.
¿Y le dejan manejar la mesa de control?
No quiero repetirme, pero la conozco como si la hubiese hecho yo.
Ya, pero...
Además, señor juez, es automática, y, por tanto, casi no necesita intervención humana.
¿Ni en caso de fuga u otro accidente fatal?
En esos casos, salta una alarma en la central para iniciar la evacuación.
¿Cómo dice?...
Que todos los empleados presentes abandonarían la instalación en cinco minutos tal y como establece el protocolo de seguridad.
Pero... ¡explotaría el núcleo!... ¡La radiación se extendería por el país y nos mataría a todos!
A nosotros no. Tenemos un refugio preparado para sobrevivir seis meses.
¿Y después?
Volveríamos a la superficie y reanudaríamos nuestra vida.
Señor Quinto, según mis informaciones seis meses es poco tiempo para eliminar los efectos de una fuga nuclear.
¿Está seguro?
Al menos eso afirma el protocolo elaborado por la dirección de... ¡su central! y que he leído antes de su llegada para conocer mejor la escena de los hechos.
Desconocía su existencia.
¡Magnífico!... ¿Dónde se encontraba usted en el momento de la fuga?
En la cafetería. Como ya le dije, la mesa es automática.
También me dijo que saltaría una alarma y creo que no sucedió.
Bueno..., ejem..., La alarma consiste en un aviso acústico y unas luces rojas giratorias repartidas por todo el edificio; pero se ha suprimido, porque el ruido molestaba al Ingeniero Jefe y las luces no se encienden, por falta de bombillas de repuesto dado su elevado coste desde la inauguración. La empresa ha prohibido gastos superfluos como los relativos al mantenimiento de la instalación. Solo le interesa su rentabilidad.
Pero... ¡es inaudito! Puede producirse una catástrofe nacional
La culpa es del gobierno, señoría..
¿De cuál?
Del actual, por supuesto.
¡Cómo siempre!... ¿Hay más personal relacionado con el núcleo?
Los operadores.
¿Qué hicieron antes y durante el escape?
Antes, compartir un café conmigo. Después, correr al refugio como los demás.
¡Dios mío!... Entonces, ¿quién avisó de la fuga?
La mesa de control.
¡Menos mal que sirve para algo!... Dígame los nombres de esos operadores.
Otilio Bernárdez, Facundo Gelmírez y Sebastián Colmado.
¡Gracias! Hemos terminado por el momento.
Las posteriores declaraciones de los operadores citados consistieron en refrendar las palabras del señor Quinto. El sagaz magistrado sospechó que habían hablado entre ellos para ofrecerle la misma versión de los hechos, pero no podía demostrarlo.
Minutos después de marcharse el señor Quinto, sonó el teléfono móvil del magistrado.
¿Con quién hablo?
Dalmacio Bienvenida... Le paso.
¿Juez Arévalo?...Soy Norberto Enperador.
¡Ah! Encantado de saludarle.
Ha llegado a mi conocimiento que un grupo de buenos ciudadanos que se agrupan en una organización religiosa sin ánimo de lucro llamada Auxilio Social ha presentado una denuncia contra el actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente. ¿Quisiera saber si ha podido estudiarla o la ha admitido a trámite?
Desconozco ese dato. ¿Está seguro de que ha entrado en el Registro?
Es lo que me han dicho mis asesores.
Preguntaré en todo caso, pero puede que no llegue a mis manos.
¿Por qué?
Porque hay más jueces.
Pero la denuncia hace referencia a su presunta responsabilidad en el escape radiactivo de la central que usted está investigando.
En ese caso...
Ya sabe: si puede hacer, haga.
Una pregunta más, señor Emperador, ¿qué relación puede tener el actual ministro con un asunto que, por lo que he averiguado hasta ahora, parece estar relacionado con la falta de mantenimiento de la central y la escasa preparación del personal?
Ese detalle deberá aclararlo usted, pero, a mi entender, su relación está muy clara: es un peligroso progresista que quiere destruir el país con sus políticas. Ya debería saberlo. Nosotros, nuestro partido, estimado Arévalo, somos los únicos que podemos y debemos dirigir la patria hacia un nuevo tiempo en el que no vuelva a ponerse el sol.
Espero que no haya ningún apagón – comentó el magistrado.
¡Dios no lo quiera!... Sería el caos, aunque... podría beneficiarnos electoralmente. ¡Una buena idea, Arévalo, que deberé estudiar!
¿Idea?... ¿Qué idea?
Usted siga con su instrucción para llevarla a buen puerto, al puerto que las personas de bien esperamos y deseamos.
A su disposición, señor Emperador.
¡Adiós, buenas tardes!
Después, colgó. El juez marcó el número del Registro de Entrada, y preguntó:
Soy el magistrado Arévalo. ¿Ha llegado una denuncia de Auxilio Social?
Ha entrado hace media hora.
Como está relacionada con el caso que investigo, me hago cargo de la misma.
A sus órdenes, señoría.
El magistrado Arévalo comenzó a escribir una providencia, que luego transcribiría a máquina su secretaria Piluca, en la que citaba como testigo al ministro de Tecnología y Medio Ambiente y señalaba que acudiría a interrogarle a su despacho ministerial para evitarle el paseíllo, instalándole a preparar un entorno acorde a la gravedad de la situación.
III
En cuanto se conoció la citación como testigo del ministro, la oposición, por medio de su presidente, Norberto Emperador, exigió “su inmediata dimisión y la convocatoria de elecciones generales, pues un país tan serio como el nuestro no podía estar dirigido ni un minuto más por un gobierno implicado en presuntos delitos y accidentes nucleares que pondrían en peligro la vida de los ciudadanos”. El prestigioso político silenciaba el hecho de que la central nuclear donde se produjo el accidente pertenecía a una empresa extranjera, gracias a la privatización que realizó un gobierno de su partido Unión de Ciudadanos Ejemplares, en la que el Estado, y no el gobierno actual, mantenía una presencia accionarial legal mínima. Uno de los pilares ideológicos del partido del señor Emperador era la defensa a ultranza del empresariado como generador de riqueza en los países. Otro, la guerra permanente contra cualquier plan de progreso y mejora ciudadana. Dios, patria, familia, orden.
El juez Manfredo Arévalo se trasladó al ministerio en un coche oficial enviado por el testigo y escoltado por cuatro agentes motorizados de la Guardia Civil. El ministro, don Anselmo Quintana, cuarenta y dos años, gafas sin montura, peinado a raya, traje gris y corbata roja, le recibió en su despacho; pero al magistrado no le pareció un lugar adecuado para el interrogatorio, por lo que exigió otro más... impersonal. Alegó que podía haber micrófonos o cámaras ocultas y que deseaba una reunión sin testigos. Añadió que la grabaría un auxiliar para que su secretaria, que no debía ser un testigo por lo visto, la transcribiera más tarde. Perplejo, pero colaborador, el ministro le ofreció un despacho más pequeño, anexo al suyo, donde su antecesor examinaba a sus colaboradoras más directas.
Ministro y magistrado se sentaron frente a frente. A la izquierda del juez, se instaló un agente judicial que grabó el interrogatorio. A la siniestra del ministro, un letrado del ministerio, contra el criterio del magistrado. Por ese motivo, le amenazó con enjuiciarle por divulgación de secretos. La primera pregunta que hizo al ministro fue:
¿Cómo explica la fuga radiactiva producida en la central nuclear de Villaluenga hace unos días?
De ninguna manera. Aparte de llevar cuatro meses en el cargo, la central pertenece a una empresa privada.
Pero el gobierno tiene una participación accionarial que le convierte en socio mayoritario.
Es el reparto que establece la ley que se aprobó durante el mandato de mi antecesor.
¿Su nombre?
José Luis Veiga.
¿A qué partido pertenece?
Unión de Ciudadanos Ejemplares.
¿Cómo?... Entonces no es relevante.
¿Por qué?
Porque lo digo yo.
¿Ha hablado con los empleados sobre el mantenimiento de la central.?
Tema que compete a su gobierno como socio mayoritario y a usted como ministro del ramo.
Disculpe que le corrija, magistrado. Todas las decisiones técnicas las adopta el Consejo de Administración por mayoría de tres quintos, lo que supera la participación del gobierno, cuyo presidente, que tiene voto de calidad, fue nombrado por el ya citado gobierno anterior de la Unión de Ciudadanos Ejemplares.
Pueden sustituirle por uno de su conveniencia.
Su mandato dura cinco años y su reelección o el nombramiento de otro candidato exige mayoría absoluta del Consejo de Administración según establecen los estatutos de la compañía..
Según el listado de empleados de la central que obra en mi poder, el responsable de compras es... Alfonso Valenzuela.
¿Y?
Que trabajó con usted en la Delegación de Hacienda de Palencia.
Como otras cien personas o más. Comprenderá que no conociera a todas.
No comprendo nada ajeno a las pruebas. Y esta coincidencia puede ser un indicio.
¿De qué?
De su responsabilidad en la fuga de la central.
¿Mía o del señor Valenzuela?
Suya.
Está usted desbarrando, magistrado.
¡Modere su lenguaje o le acusaré de desacato!... No olvide que yo soy la autoridad.
¡La perra gorda para usted!... ¿Tiene más preguntas?
¿Quién nombró o eligió al citado Alfonso Valenzuela, funcionario en excedencia, responsable de compras?
Pregúnteselo a él, pero supongo que elegiría un trabajo mejor remunerado.
Se lo pregunto a usted.
Ya le he contestado.
No me están gustando sus respuestas. Parece que oculta algo.
Tengo una reunión en quince minutos.
Este interrogatorio...
¿Me acusa de algo?
Como iba diciendo, este interrogatorio terminará cuándo yo lo decida.
Tiene diez minutos. Debo coger un avión a Bruselas.
¿Debo entender, por tanto, que pretende escapar de la acción de la justicia?
Debe entender, por tanto, que tengo una reunión a la que no puedo faltar, porque se discutirá el reparto de fondos tecnológicos y nos jugamos mucho dinero en ella.
¿Cuándo regresa?
Mañana mismo.
Recibirá una nueva citación. En este caso, será en el juzgado como imputado. Acuda con su representante legal.
Imputado... ¿en qué?
Como responsable de una fuga radiactiva que pudo afectar a la salud ciudadana.
El ministro se levantó, visiblemente molesto, y abandonó el despacho. El agente judicial apagó la grabadora y la guardó en un portafolios. Después, acompañó al magistrado hasta el coche oficial que les devolvió al juzgado.
Nada más llegar a su despacho, el juez Arévalo marcó un número particular.
¿Diga?
Con el señor Emperador.
Al aparato.
Termino de interrogar al ministro de Tecnología y Medio Ambiente. Carece de coartada para el día de la fuga, así que voy a imputarle como máximo responsable de la misma.
No esperaba menos de usted, Arévalo. Recuerde: si puede hacer, haga.
¡A su disposición, don Norberto!
¡Buenos días!
Después, el magistrado comenzó a redactar la providencia por la que citaba al ministro de Tecnología y Medio Ambiente, don Anselmo Quintana, para el martes de la semana siguiente a las diez en punto de la mañana en la Sala nº 4 del Juzgado de Instrucción nº 18, del que era titular. El hecho de que la fecha y la hora coincidieran con un Consejo de Ministros no impresionó al juez, sobre todo porque no lo recordó en ningún momento. Además, él era la autoridad y lo demás no era relevante.
IV
Dos días después, el magistrado Arévalo interrogó como testigo al ya citado Alfonso Valenzuela, responsable de compras en la central nuclear afecta por la fuga radiactiva.
¿Qué relación mantiene con el ministro Quintana? - preguntó el juez.
¿Quién?
No se ande con rodeos o le mando a prisión – amenazó el juez, que había dormido mal.
Eeeh... Creo que ninguna.
¿No es cierto que coincidieron en la Delegación de Hacienda de Palencia?
Puede ser. Fue mi primer destino tras aprobar la oposición, pero éramos más de cien empleados.
¿Y no recuerda haberle visto por allí?
¿Era funcionario de base? No le pongo cara, señoría.
Según mis datos, es Doctor en Economía por la Universidad Central.
Entonces, ocuparía un cargo alto; por lo que resultaría difícil que coincidiéramos. Frecuentábamos ambientes distintos.
¿Cómo entró usted en la central?
La compañía propietaria convocó un concurso para cubrir varios puestos vacantes en la central, me presenté y conseguí un empleo mejor remunerado que el que tenía; aunque debí solicitar la excedencia como funcionario al ser considerado también un empleo público por la participación del gobierno en el accionariado de la compañía.
Entonces, ¿debo entender que no influyo su amistad con el ministro?
¿Qué amistad?... Ya le he dicho que apenas le conocía. Llevo cuatro años trabajando en la central y él lleva en el cargo unos meses.
¡Irrelevante! Pudo enchufarle desde otro puesto.
¿Me está llamando algo? ¿Está dudando de mi honestidad?
Intento establecer una línea de investigación que relacione al ministro con el escape radiactivo de la central nuclear.
Lo tiene claro. La fuga se produjo por la falta crónica de mantenimiento en las instalaciones. La compañía no invierte un euro en ellas.
¿Y usted qué sabe?
Hombre, quizá llevar cuatro años trabajando allí me haya permitido conocer un poco la situación. ¿Ha hablado con algún responsable de la compañía?
Con el presidente.
El menos indicado.
¡Porque usted lo diga!
A ese... pregúntele sobre golf y sobre el apartamento donde vive su sobrina y que paga la compañía.
Evaristo... el señor Ríos siempre ha sido muy generoso.
¡Ah!, ¿le conoce?
Sí, fuimos... ¡No es asunto suyo!
Tampoco es asunto mío que la sobrina no lo sea, y, sin embargo, lo sé.
¡Un cotilleo sin fundamento! Eva.. el señor Ríos es un esposo y padre modelo.
¡Y yo... Papá Nöel!
Por ahora hemos terminado. Manténganse localizable.
¡Buenos días!
De nuevo solo, el juez Arévalo redactó un sucinto resumen del interrogatorio al señor Valenzuela que remató con la palabra: sospechoso.
Esa misma tarde interrogó como testigo a la secretaria personal del ministro, señorita Marta Pérez.
¿Desde cuándo trabaja con el ministro Quintana?
Desde hace cuatro meses, cuando tomó posesión. Pensé que me sustituiría por alguien de su confianza, porque había desempeñado el mismo puesto con su antecesor. Antes de trabajar en el ministerio, fui Miss Canarias.
¡Irrelevante!... ¿Qué puede decirme de su relación con la fuga radiactiva de la central nuclear de Villaluenga?
¿La mía?
¿Tiene alguna?
No.
Entonces, ¿por qué lo pregunta?
Para aclararme.
Me refería a la relación del ministro.
Que yo sepa, ninguna. Con tanto viaje a Bruselas, no tiene tiempo para nada el pobrecito.
¿Mantiene alguna relación sentimental con él?
¿Cómo dice?
Me ha parecido que habla de él con demasiada familiaridad.
¿Cómo se atreve, grosero? - protestó la testigo.
¡Modere su lenguaje o la acusaré de desacato!
¡Encima!
¡Y debajo!
¡Dictador!
¡Señorita...!
No tengo nada más que decir. Pregunte a los responsables de la central, aunque, si lo prefiere, puede entregarle un estudio encargado por el anterior ministro, don José Luuis, muestra la escasa inversión en mantenimiento de la central por parte de la compañía propietaria desde su puesta en marcha hace … muchos años.
¡Irrelevante!... Usted no es quien para decirme cómo debo proceder en la instrucción del caso.
Yo solo digo que...
¡Usted no dice nada!... ¡Buenos días!
La secretaria del ministro abandonó la sala visiblemente enfadada. Desde el juzgado se dirigió a su médico de familia, quien, tras examinarla, le dio la baja por estrés.
V
Con el señor Emperador de parte del juez Arévalo. Es urgente.
Un momento – dijo una voz femenina.
¡Buenos días, magistrado!... ¿Desde dónde me llama?
Desde mi despacho.
¿Con su teléfono particular?
No.
Es peligroso. Las llamadas pueden quedar registradas, por lo que podrían relacionarnos y anular o archivar su instrución. Eso no interesa.
Conseguiré un móvil libre, pero no comprendo tantas preocupaciones repentinas.
Consejo de mis asesores. A partir de ahora informará a Dalmacio Bienvenida, mi jefe de prensa al que ya conoce y goza de toda mi confianza. Después el me comentará lo tratado con usted. Le diré que le haga una llamada perdida
Como guste.
Toda precaución es poca. En fin, ya que estamos, ¿qué novedades tiene para mi?
No muchas. El caso, tal y como lo hemos planteado, avanza despacio. No encuentro pruebas sólidas contra el ministro. En realidad, todo apunta a responsabilidad de la empresa propietaria por no invertir en el mantenimiento de la central.
¿Ha interrogado a los empleados de la nuclear?
Algunos. Apuntan a la falta de inversión como ya he dicho.
Habrá que hacer algo para cambiar el rumbo.
Aún tengo una entrevista pendiente con el ministro, pero no espero mucho de ella.
No desespere.
La semana que viene hablaré con el Jefe de Seguridad de la central.
¿Por qué tan tarde?
Está en un congreso en el extranjero.
Bien. Recuerde: si puede hacer, haga. Ahora debo dejarle. Comienza la sesión de control al gobierno y pienso machacar al presidente con este tema.
¡Siempre a su disposición!
Tras colgar, el magistrado Arévalo marcó el número de su secretaria en el teléfono de su despacho.
Dígame.
¿Tengo alguna cita esta tarde?
No, señoría.
Me la tomaré libre. Mi mujer quiere hacer compras.
¿Y si preguntan por usted?
Estoy ilocalizable. Quien quiera hablar conmigo conoce mi número particular.
Después, recogió su mesa, se embutió en el Loden, se encasquetó el sombrero y abandonó su despacho camino del coche oficial que le trasladaría a su domicilio.
A las cinco y media en punto de la tarde el matrimonio Arévalo-Rodríguez de la Palma estaba en la sastrería “Carmona e Hijos”; aunque ningún vástago del señor Carmona había seguido la profesión paterna.
¡Buenas tardes, doña Inmaculada! - saludó el modisto Eufemiano Carmona, que ya rondaba los setenta años, pero el amor al oficio le mantenía al frente de su taller y, como ya se apuntó, la falta de relevo generacional; pues sus hijos consideraban la sastrería una ocupación homosexual.
¡Inmaculada Concepción, no lo olvide! - corrigió la aludida.
¡Don Manfredo! - dijo el sastre, inclinando levemente la cabeza.
¿Qué tal, Carmona?
Siempre a su servicio.
¡Cómo no podía ser menos! - añadió doña Inmaculada Concepción.
¿En qué puedo servirles?
Queremos... - comenzó a decir la mujer.
En realidad, quiere ella – corrigió su señoría.
¡Silencio, Manfredo!. Yo sé lo que te conviene.
¡Sí, querida!
Como iba diciendo, queremos un traje de gala para que mi marido lo luzca en su próximo ascenso.
¡Enhorabuena, don Manfredo!
¿De qué estás hablando? -interpeló su señoría-. No hay ascensos previstos.
Te lo mereces, Manfredo, y, como me llamo Inmaculada Concepción Rodríguez de la Palma y Saint-Gal, lo conseguirás; aunque tenga que hablar personalmente con ese ministro comunista que tenemos.
Los ascensos no dependen de él, querida.
Entonces, ¿de quién?
Del Consejo General de la Judicatura.
¿El que preside ese rojo de Galíndez?
Pero si es del Opus.
Lo que yo decía: un rojo.
¡Sí, querida!
En fin, Carmona, ¿qué puede ofrecernos a buen precio?
Para usted siempre lo mejor.
Debe ser de entretiempo. La ceremonia se celebrará a principios de mayo.
Pero, ¿qué estás diciendo, mujer?
Que no pienso estar en verano en este horno en que se convierte Madrid, así que ya puedes espabilar para que te lo concedan antes.
¿Cómo tengo que decirte que no hay ascensos previstos?
¡Tú que sabrás!
¿La está oyendo, Carmona?
Sólo entiendo de corte y confección, señoría – respondió el aludido.
¡Cómo debe ser! - apuntilló doña Inmaculada Concepción.
¿Qué le parece la lana? Hemos recibido unas telas magníficas de Australia que... - comenzó a decir el sastre.
¡No, no!... Los australianos viven cabeza abajo y Manfredo siempre la ha llevado muy alta – respondió doña Inmaculada Concepción.
¿Algodón entonces?
Me place. Corte clásico – añadió la misma.
¿Algún color en particular?
Yo prefiero la alpaca – intervino su señoría.
¿Para un traje de gala?... Tú deliras, Manfredo – cortó su media naranja,
Mire esta tela, doña Inmaculada Concepción. Negro zaíno. Brillo tenue. Suavidad extrema – comentó el sastre.
¿Zaíno?... ¿No será piel de toro y pretende engañarme, verdad?
Eeehh... ¿Cómo se le ocurren esas ideas? - protestó el modisto.
Enséñeme más.
Tenemos negro carbón, azabache y grafito.
Doña Inmaculada Concepción pasó la mano por las telas enunciadas, las olió, y, después, anunció que:
El grafito. Me parece más suave y elegante.
Yo quiero el azabache – comentó su señoría.
Tú no quieres nada -cortó su amada esposa-. Tómele medidas, Carmona.
El aludido cogió el metro y lo desplegó por la achaparrada figura del magistrado. Después, anotó con celeridad las cifras en una agenda marrón que sobresalía de un bolsillo de su chaleco azul océano.
Ha engordado usted un poco, señoría.
¿Yo?
La última vez que le medí tenía menos perímetro abdominal. Ha ganado dos tallas.
¡Cállese!... ¿Quiere arruinarme la vida?
¿Por qué?
¿Qué cuchicheas, Manfredo? - inquirió su esposa, mientras admiraba un terno gris perla con botones dorados.
Nada, nada, querida.
Le decía, doña Inmaculada Concepción, que ha cogido algo de peso – señaló el modisto.
¡Inaceptable!... Mañana mismo te apunto a un gimnasio.
Tengo mucho trabajo, querida... ¿Está contento, Carmona?
¡No admito excusas! Mejor aún, hablaré con Jhonny, mi entrenador personal, para que se ocupe de ti. No vas a arruinarme la ceremonia de tu ascenso. Encima que me preocupo por ti, ¡ingrato!
¿Desea algo más, doña Inmaculada Concepción?
Un par de camisas.
¿De seda?
Mi marido no es un afeminado.
Eeeeh... algodón entonces. ¿Blancas supongo?
Con botonería de nácar y mangas preparadas para llevar mancuernas.
¡Muy elegante, señora!
Mi marido debe lucir los gemelos de oro y brillantes con una balanza y una espada en relieve que le regalé por nuestro último aniversario.
¡Qué bochorno! - musitó su señoría.
¡Ah, también quiero una capa española de terciopelo negro con esclavina y broche de plata.
¡Qué buen gusto tiene usted, doña Inmaculada Concepción!
Voy a dejarme el sueldo entero – protestó el magistrado.
Inclúyelo como gastos oficiales o... ¡como se llame!
Tal vez pueda colocarlos como “adquisición de uniforme de gala para un presunto ascenso” - ironizó el magistrado.
¡Muy bien, Manfredo!
¿Cómo debo decirte que no hay ninguno previsto?
¿Y cómo debo decirte que espabiles para conseguirlo? A mi no me arruinas la ilusión de verte en el Supremo.
Soy demasiado viejo y los puestos pasan de padres a hijos.
¡Unas narices!... ¿Cuándo lo tendrá terminado?
En una semana estarán cortados los patrones para que se los pruebe su señoría.
¡Bien!... Avísenos para entonces, pero no se retrase. El futuro de mi familia está en juego, Carmona.
¡Descuide usted, doña Inmaculada Concepción!
Tras despedirse del sastre, el matrimonio Arévalo-Rodríguez de la Palma abandonó el local, y subió al coche oficial, que ya les esperaba en la puerta del establecimiento.Aantes de arrancar, el chófer preguntó:
¿Adónde?
A Jesús de Medinaceli, Matías -respondió doña Inmaculada Concepción-. Tanto regateo me ha puesto de los nervios.
Mientras rezas, tomaré un aperitivo en “La Dolores”.
¡Te lo prohíbo!... Luego te sube el colesterol.
Pues no pienso entrar a la iglesia.
Tú irás dónde yo vaya, ¡grosero!
¡No me das un respiro!
¿Te agobia estar con tu mujer?
Tengo un caso muy complicado entre manos y necesito todas las energías para resolverlo.
¡Arranque, Matías!
Mientras el vehículo circulaba hacia la plaza de Jesús, doña Inmaculada Concepción informaba a su marido que, tras el rezo, tomarían chocolate con churros en San Ginés y, después, cenarían con los Valcárcel-Buenaventura, amigos de toda la vida que habían conocido meses atrás en el club.
¡Y no se te ocurra protestar! - amenazó doña Inmaculada Concepción.
Pero... ¿con esos esnobs? No entiendo qué ves en ellos.
Tienen mucha clase, Manfredo.
La clase del nuevo rico.
¡Clase al fin y al cabo!
Sí, querida.
VI
Tal y como estaba previsto, Enrique Paradores, Director Técnico de la central nuclear de Villaluenga, se personó como testigo ante el juez Arévalo. Resultó ser un cincuentón calvo y miope, embutido en un arrugado traje azul marino que completaba con una corbata negra sin apretar. Con gesto perplejo, se sentó frente al magistrado, quien, tras saludarle, dijo:
Señor... Paradores... el motivo de su citación es...
Sí, ya sé. Mi compañero Quinto ya me ha hablado del asunto.
Bien. ¿Qué responsabilidad tiene usted en la fuga radiactiva acaecida en la central donde trabaja?
Ninguna. El accidente se produjo por la falta de inversión en el mantenimiento de la misma por parte de la empresa propietaria y el consiguiente deterioro de las instalaciones.
Parece usted muy seguro.
El edificio se cae a pedazos desde hace varios años, he presentado informes pormenorizados a los directivos en los que aportaba posibles soluciones a su degradación y varios proyectos para aplicarlas, pero siempre han reaccionado con la callada por respuesta. Era cuestión de tiempo que sucediese algún accidente.
¿Tiene copias de dichos informes y proyectos?
Por supuesto.
Las necesitaré para incorporarlas al sumario – señaló el magistrado.
Faltaría más.
Entonces, ¿descarta usted la participación, directa o indirecta, del actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente?
Por completo.
¿En qué basa su afirmación?
En que lleva unos meses en el cargo y en que la central, como ya he dicho, es propiedad privada.
¡Irrelevante! - exclamó su señoría.
Quizá debería visitar usted la central para comprobar su estado. Estaré encantado de acompañarle y enseñarle el edificio.
¡Irrelevante!... ¿Ha remitido copias de los informes y proyectos al ministerio actual?
¿Para qué? Ya los envié al anterior equipo ministerial, así que entiendo que ya los tienen.
¿Y qué le respondieron?
¿Quién?
Los anteriores responsables.
Que era un asunto privado, y, por tanto,, quedaba fuera de su competencia.
Lo que significa que no descubrieron ninguna anomalía que debiera solucionarse y usted ha exagerado su diagnóstico – concluyó su señoría.
Curiosa interpretación la suya. Llevo quince años trabajando en la central y conozco muy bien su estado de conservación.
¿Y no habrá sido su dejadez la que ha provocado dicho deterioro?
¿Yo?... Por muy Director Técnico que sea necesito el permiso de mis superiores para realizar cualquier trabajo de mantenimiento en la central por motivos de seguridad.
¡Como debe ser!... Empiezo a sospechar que usted saboteó la central y provocó la fuga.
¡Usted delira!
Estoy sopesando imputarle como autor material del escape. Veo indicios muy sólidos.
Pero..., si estaba en Estados Unidos cuando se produjo.
Pudo haberlo dejado preparado para que se produjese.
¿Cómo? ¿Conoce acaso el funcionamiento de una central nuclear?
¡Irrelevante!... Manténgase localizable. Quizá vuelva a interrogarle.
¡Buenos días!
Enrique Paradores abandonó el juzgado jurando en arameo y tildando al magistrado de cretino prepotente. Ya en la calle, encendió un cigarrillo para tranquilizarse. Luego, comenzó a andar hacia calle abajo hacia el metro más cercano.
Entretanto, el juez Arévalo telefoneaba a Dalmacio Bienvenida, jefe de prensa de Norberto Emperador.
Señor Bienvenida, terminó de interrogar al Director Técnico de la central.
¿Y bien?
Insiste en la teoría del deterioro de la nuclear, pero me ha revelado que envió al ministerio informes y proyectos para solucionar los numerosos y variados, a su juicio, desperfectos que sufren las instalaciones y no ha obtenido respuesta alguna a los mismos. Podría ser que los empleados de la central hayan acordado una misma versión de las causas del accidente para exonerar al ministro.
Se lo comunicaré a don Norberto.
Con dichos informes y proyectos en mi poder, podré imputar al ministro por “negligencia lesiva” al no invertir en el mantenimiento de la central, siendo el máximo representante del accionista mayoritario de la empresa propietaria; lo que provocó la fuga radiactiva que se investiga.
¡Magnífico!... ¿Algo más?
Seguiré interrogando a los demás empleados presentes en la central el día del escape.
¡Bien, muy bien!
Salude a don Norberto de mi parte.
Recuerde: si puede hacer, haga.
Tras colgar el magistrado redactó una resolución por la que anulaba la cita pendiente con el ministro.
La siguiente persona que interrogó el juez Arévalo en el curso de su investigación fue José Fernández, empleado de mantenimiento.
¿Qué puede decirme de la fuga radiactiva en la central donde trabaja?
Que tardó mucho en producirse. El edificio se cae a cachos.
¿Es usted ingeniero nuclear?
¿Yo?... Arreglo las pequeñas averías y desperfectos que se producen continuamente, pero no me acercó al núcleo ni loco.
Entonces, ¿cómo puede afirmar con tanta rotundidad que el edificio se cae a cachos?
Porque diez años de trabajo en él me han permitido comprobar el abandono de las instalaciones por parte de la empresa propietaria y, en consecuencia, su continuo desgaste.
¿Puede explicarme la causa precisa de la fuga?
¿No ha hablado con los técnicos a ese respecto?
Aquí las preguntas las hago yo.
¡Cojonudo!... Yo no puedo demostrarlo, pero ya se venía hablando de que la piscina del núcleo tenía filtraciones.
¿Y eso pudo producir la nube radiactiva?
Desconozco ese detalle.
¿Qué hizo el ministerio para solucionar las filtraciones?
¡Nada?... Era competencia exclusiva de la empresa propietaria a la que se dirigió numerosas veces el señor Paradores, el Jefe Técnico, para que hiciesen las reparaciones necesarias.
¿Por qué no se hicieron?
Falta de presupuesto era siempre su respuesta.
Entonces, ¿cree usted que el ministerio no sabia nada?
Según tengo entendido el señor Paradores remitió planos y proyectos con posibles soluciones al ministro anterior, pero no contestaron nunca.
¿Cómo lo sabe?
Porque lo comentó durante alguna comida. ¡Estaba desesperado, porque se temía que pudiese producirse un accidente en cualquier momento!
En su opinión, ¿el actual ministro tenía potestad para resolver todas las deficiencias de la central?
Supongo. Información y medios tiene, pero... al ser una empresa privada...
¡Irrelevante!... ¡Muchas gracias, señor Fernández! Hemos terminado.
¿Ya puedo irme entonces?
Ha sido usted de gran utilidad – comentó el magistrado, mientras le señalaba la puerta de salida.
¿Yo?... ¿Qué he dicho?
¡Adiós, buenos días, señor Fernández!
Una vez solo, el magistrado Arévalo apretó los puños, mientras exclamaba: “¡Ya te tengo!”. Después, descolgó el auricular del teléfono y comunicó a Piluca que salía a almorzar. Antes de entrar a la cafetería “Las murallas de Ávila”, donde solía regalarse un café con leche y una barra con tomate, se acercó hasta la parroquia de San Francisco de Sales para agradecerle al santo su buena suerte.
Como ya había anunciado su señoría, el resto de la semana la empleó en interrogar al resto de la plantilla de la central presente el día de autos, que resultaron ser muy pocos debido a la automatización de la misma.
La primera en pasar por el juzgado fue Pilar Entredosaguas, encargada de la limpieza, quien se limitó a describir sus funciones e insistir en que no se acercaba al núcleo por nada del mundo. Tras un “¡Irrelevante!” ofendido, el magistrado la expulsó de la sala.
Después, acudió Evaristo Senovilla, guardia-jurado y ex legionario, quien explicó su cometido y su pánico cerval a las instalaciones, pero tenía una familia que mantener. El segundo “¡Irrelevante!” concluyó su interrogatorio.
El siguiente fue Anacleto Poveda, operador de la central, al que el magistrado realizó una primera pregunta:
- ¿El escape pudo deberse a un error humano?”
¡Imposible, señoría! Todos los pasos están regulados por un protocolo de actuación muy estricto y los mandos, o botones como quiera llamarlo, críticos están blindados. La única explicación plausible del accidente es el deterioro continuado de las instalaciones.
Entonces, ¿no considera responsable último de la fuga radiactiva al actual ministerio?
Carece de capacidad operativa. Todas las decisiones las adopta el Consejo de Administración bajo la presidencia del señor Ríos.
Pero el ministerio tiene representantes en el mismo.
¡Claro! Pero las decisiones se adoptan por mayoría.
¡Ya, ya!... ¿Por qué tardaron tanto en parar la central?
Se detuvo en el tiempo reglamentario. No puede pararse de golpe por motivos técnicos de seguridad.
¡Irrelevante!... Puede retirarse.
Le siguió Caridad Palomeque, Relaciones Públicas de la Central, una mujer rubia, esbelta, treinta años, muy elegante con su traje chaqueta azul marengo y su blusa rosa con chorreras; aunque lo que más apreció su señoría fue su intenso olor a pachuli.
¿Qué puede decirme del escape, señorita... Palomeque?
¡Nada! Ese día comencé mis vacaciones y estaba en la playa de Benidorm, cuando se produjo.
Entonces, ¿por qué la han citado?
Usted sabrá.
¿Tampoco habló con sus compañeros sobre el accidente?
Estaba muy ocupada con mi Ramón.
¿Ramón?... ¿Qué Ramón?
Mi chico. Es tan celoso, señoría, que no me dejaba tomar el sol en topless.
¡Irrelevante!
¿Cómo que irrelevante? Tengo derecho a broncearme como todo hijo de vecino.
¿Incluidas las partes que nadie ve?
Mi Ramón sí las disfruta.
¡Irrelevante!
Yo quería ir a la playa nudista, pero no me dejó.
¡Degenerada!
Oiga..., ¿qué se ha creído?... Será juez, pero no puede determinar mis gustos y costumbres particulares.
¡Irrelevante!, ¡Irrelevante!... ¡Buenos días, señorita!
¿Hemos terminado?
Sí.
Tras abandonar la sala, la señorita Palomeque, Caritina para los amigos, cogió un taxi hasta la calle Goya, donde visitó varias tiendas hasta que se decidió por un bolso de Carolina Herrera y unos zapatos de Prada, elementos indispensables para poder desarrollar su cometido en la central nuclear. Entretanto, su señoría almorzaba en “Las murallas de Ávila” el consabido café con leche y la barrita con tomate y aceite.
Cuando regresó al juzgado, ya le esperaba Facundo Alcántara, fontanero, quien le recordó sus funciones en la central, su miedo-pavor al núcleo y su ignorancia absoluta sobre el accidente; pues ese día estaba en el hospital con su señora al haber comenzado con las contracciones. De hecho, su hijo Facundito nació a la misma hora de la fuga.
A continuación entró Filomena Sánchez, telefonista, soltera y sin compromiso, cuarenta y tantos, quien le aclaró que solo atendía la centralita y que desconocía y quería desconocer cualquier asunto relativo a la nuclear; pues había aceptado ese trabajo para poder cuidar a su madre enferma, cuando a ella lo que le gustaba en realidad era pintar bodegones y hombres desnudos, aunque rogó al juez que no incluyese ese último comentario en su declaración. Tras un nuevo “¡Irrelevante!”, el magistrado la despidió con cajas destempladas.
Después comprobó que no había más testigos que interrogar, por lo que realizó tres llamadas telefónicas. La primera a Piluca, su secretaria, para ordenarle que avisase a su vehículo oficial e informarle de que se marchaba a comer a su casa. La segunda, a su peluquero para que le recortase el bigote esa misma tarde. La tercera, a Dalmacio Bienvenida, el jefe de prensa de don Norberto Emperador, líder supremo de la Unión de Ciudadanos Ejemplares.
Señor Bienvenida, soy el juez Arévalo.
¡Buenos días!... Dígame.
Finalizados los interrogatorios pendientes del personal de la central nuclear, no he hallado nuevos indicios que modifiquen mi decisión inicial; por lo que me dispongo a redactar una resolución para imputar al actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente como responsable único y directo de la fuga radiactiva producida en dicha instalación.
¡Magnífico!...Se lo comunicaré ahora mismo a don Norberto.
¡A su disposición!
Minutos después, recibió una llamada en su teléfono móvil.
Arévalo, soy Norberto Emperador.
¡Cuánto honor me hace!
Ya me ha comentado Dalmacio su decisión y me congratulo por ello. Está ayudando a su patria a luchar contra la corrupción que la asola.
Disculpe un momento... ¿Qué sucede, Piluca? - preguntó el magistrado a su secretaria, que había entrado al despacho sin llamar, mientras tapaba con la mano el micrófono del móvil.
El abogado del ministerio piensa recusarle.
¿A mi? ¿Por qué?
Lo desconozco, señoría.
Bien, bien... Si me disculpa, estaba hablando con un amigo.
La secretaria abandonó con sigilo el despacho.
¿Qué ocurre, Arévalo? - inquirió Norberto Emperador.
El abogado del ministro pretende recusarme. ¡Por encima de mi cadáver! - comentó el juez a su interlocutor.
¿Puede hacerlo?
¿No es usted abogado?
Sí, pero hace mucho que no ejerzo.
¡Claro que puede! Me informaré de la identidad del instructor y hablaré con él para explicarle la gravedad del asunto y la inoportunidad que representaría una recusación. De todos modos, deberé paralizar las actuaciones hasta que adopte una decisión.
¡Vaya lata!
Esto sucede por tener una legislación demasiado garantista con los delincuentes.
Que derogaré en cuanto gobierne.
¡Bien, bien!... Sólo conseguirá retrasar lo inevitable, pues existe algo llamado cortesía profesional por la que ningún juez pisa el trabajo de otro, salvo que el caso sea muy escandaloso.
¿Hay muchos compañeros suyos que conozcan sus simpatías políticas?
La gran mayoría las comparte, así que no hay problemas por ese lado.
¡Bien, bien!... En todo caso, recuerde a su colega instructor que, si puede hacer, haga.
¡Descuide, don Norberto!
VII
Tal y como anunció el magistrado Arévalo, el instructor encargado de dirimir la recusación contra él, su colega Jacinto Vergara, compañero de oposición y de tertulia en el café “El fiel y la balanza”,, resolvió a su favor sin practicar prueba alguna ni agotar el plazo legal para adoptar su resolución, irrecurrible por otra parte tras informarle de la gravedad del asunto y de los indicios contra el ministro.
Nada más ser informado del fallo favorable, el juez Arévalo activó la providencia en la que recogía los indicios contra el ministro de Tecnología y Medio Ambiente que motivaban su imputación como responsable de la fuga radiactiva producida en la central nuclear de Villaluenga. Después se la entregó a su secretaria para que la comunicase a las partes.
La noticia de la imputación ministerial ocupó las portadas de todos los periódicos y revistas del país al día siguiente tanto digitales como en papel. Las más cercanas a la oposición aplaudieron la medida del juez e incidieron en la corrupción sistemática y generalizada que devoraba al partido gobernante Progreso Social Permanente; mientras que los más próximos a este rechazaban la medida y se preguntaban por qué no imputaba el juez al ministro anterior, cuando el deterioro de la central devenía desde años atrás; a lo que añadían que el actual equipo ministerial llevaba poco tiempo en el cargo y había heredado, por tanto, la situación degradada de la central. Incluso un plumilla atrevido logró preguntárselo al magistrado Arévalo, mientras este corría hacia su coche oficial y gritaba: “¡Irrelevante!... ¡Irrelevante!”. El abogado que defendía al ministro acusó al juez de prevaricación y falta de pruebas reales en su escrito de acusación, a lo que su señoría respondió con una multa por desacato. Mientras las diferentes sensibilidades periodísticas del país defendían sus posturas encontradas y la población se polarizaba según sus afinidades políticas, el juez Arévalo redactó otra providencia en la que señalaba día y hora para el interrogatorio como imputado del actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente, don Anselmo Quintana, como paso previo a la celebración de juicio oral contra él..
Esa misma tarde recibió una llamada telefónica de su viejo amigo Evaristo Ríos, el ya conocido presidente de la empresa propietaria de la central nuclear.
¿Qué tal, Manfredo?
¡Hombre, Evaristo!... Me alegro de saludarte... ¿Qué te cuentas?
He seguido con interés tu instrucción del caso del escape radiactivo y debo contarte algo al respecto.
Tú dirás.
Hemos realizado una inspección interna de las instalaciones de la central que ha concluido que la fuga se produjo por una grieta en el núcleo debido al deterioro del mismo
A lo que el magistrado Arévalo respondió:
¡Irrelevante!
Una vez más el juez Manfredo Arévalo había servido fielmente a su patria.
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