sábado, 31 de agosto de 2019

CHAFARDERO 82



<<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE>>
NÚMERO 82   ANNO V



PRIMERA PLANA

Casi todos los males del mundo provienen de que muy pocos viven y dejan vivir. El ser humano está impelido a dominar, someter, destruir, asolar para satisfacer una ambición casi siempre acéfala. El ser humano no suele actuar por inteligencia, sino por instinto, y, como ya dijo algún filósofo cuyo nombre no recuerdo, éste es ciego y estúpido. Mucho o poco, la inteligencia es lo único que nos diferencia de los animales llamados irracionales. La inteligencia ha creado la cultura, lo mejor de la Humanidad en todos sus aspectos. Sin embargo, siempre nos han gobernado y sometido los más fuertes, los más zafios, los más inhumanos, los más serviles. ¿Existen, acaso, una inteligencia positiva y otra negativa?
Someterse puede resultar eficaz para mantener la vida en caso de peligro o amenaza vital; pero, en realidad, la existencia en esas condiciones depende del humor del dominador. La inteligencia es rebelde, inquieta, curiosa, siempre insatisfecha. No busca tanto premios como inquisiciones, preguntas, aprendizajes. En alguna medida, no es práctica. No ansía tanto el bien material como embarcarse en el camino hacia ese bien. Persigue el arcoiris para transitar la ruta que conduce hasta él, sabiendo que nunca lo alcanzará. La inteligencia busca caminar más que llegar, o, lo importante es el camino y no tanto la meta. La  inteligencia se mueve por el afán de conocimiento, pues se alimenta de él. Tampoco persigue la sabiduría, pues es consciente de su imposibilidad. Sabemos algo, desconocemos más. A lo largo de la historia humana, el conocimiento ha provocado recelo, es decir, miedo: el único responsable de la carnicería en que se resume la gran Historia humana, las decisiones de los grandes adalides que todos los países entronizan en sus panteones más sagrados. Nuestros grandes prohombres son militares y conquistadores, ¿Dónde colocamos a nuestros científicos, artistas y pensadores? ¿En algún rincón olvidado? Los himnos nacionales ensalzan victorias militares, pasados sin sol e imperios remotos; idealizan tiempos pretéritos ajenos a la actualidad. Muchas banderas integran en sus lienzos el color rojo como recordatorio de que el derramamiento de sangre es el mayor servicio que se puede hacer al país. ¿Las batallas y las gestas militares son nuestras máximas hazañas? ¿Toda nuestra inteligencia sólo sirve para matar más y mejor? ¿Dónde colocamos a nuestros científicos, artistas y pensadores? ¿En el rincón de la sospecha, siempre fuera de los círculos decisorios, enmudecidos para que no influyan en el resto de la población? 
La principal cualidad de los políticos/as actuales en general -aparte de la soberbia, la necedad, el sectarismo, la hipocresía,  o la irresponsabilidad- es su incompetencia. Cobran sueldos y complementos demasiado elevados para la tarea que realizan, viven rodeados de privilegios y asesores que los ofuscan y confunden, escurren el bulto cuando ostentan el cargo y, mucho más, cuando lo abandonan; pues nada saben ni supieron, nada oyen ni oyeron, nada ven ni vieron, nada entienden ni entendieron. Entonces, ¿cómo pudieron legislar, firmar, presidir, gestionar?  Desde la soberbia que les hizo creer capacitados, desde la inutilidad que les hizo creer infalibles, desde el sectarismo que les hizo serviles y arrogantes, desde la estulticia que les hizo creer omniscientes; cuando sólo eran acémilas bien vestidas.
Ciudadanos justifica su negativa a formar coalición de gobierno con el PP en la “mochila de corrupción que lleva sobre sus hombros”. Sin embargo, firma pactos de gobierno en varias comunidades autónomas y ayuntamientos con un partido al que considera corrupto. ¿Desvergüenza, oportunismo, paripé o disimulo para que no pensemos que son lo mismo? Un poco de todo.
El exalcalde de Alcorcón, que dejó en la calle a cien personas mayores e incapacitadas al no respetar el acuerdo que mantenían con su antecesor en el cargo, nombrado Consejero Autonómico de la Vivienda. Ciudadanos, tras denunciarle por corrupción, comparte gobierno con él.
Un senador de Vox, ex presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, retira su apoyo a una declaración institucional en apoyo a los afectados por los incendios de Gran Canaria, porque la citada declaración incluía el cambio climático como una posible causa de los incendios; lo que, a su entender, es "un postulado ideológico que coincide con las ideas de Psoe y Podemos".
Mister Trump pretende comprar Groenlandia a Dinamarca y recibe las mofas de los políticos daneses (y del resto de su población). Siempre le quedaría la opción del trueque entre Usamérica  y la isla danesa. 
Mister Trump aconseja al gobierno israelí negar el permiso de entrada a este país a dos congresistas demócratas musulmanas. Como socio bien avenido, el gobierno israelí acata su recomendación. Por supuesto, la culpa de tan lamentable decisión es de los palestinos.








¡QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?
- Un cliente mata a tiros a un camarero por “ser demasiado lento”.
- Una máquina expendedora vende santos a siete euros la pieza.
- Aparecen microplásticos en la nieve antártica.
- Mal comienzo para la presidenta madrileña: acude a su investidura vestida de rojo.
-Un sacerdote pide a Dios un arquitecto para frenar el deterioro de una carretera.
- “Yo creo que falta poco para que  un político acuse a los patrones del Open Arms de los apuñalamientos de Barcelona”, escribe Jordi Evolé en su Twitter.
- Ciudadanos disculpa la ausencia pública de su líder Rivera durante el mes de agosto, porque "lo que pasa en agosto no existe".
- Las ambulancias gallegas y asturianas obligadas a pagar el  peaje, aunque estén de servicio.
. Un conductor se pasea por Ibiza con una mujer desnuda encima del capó de su Ferrari.





LITERALIA I




ODISEA ESPACIAL



Hace cuatro días que giro lentamente –sin más compañía que una radio portátil para seguir las incidencias de la Liga de fútbol- alrededor de la Tierra. Hace cuatro días que, tras ocho meses, seis horas, quince minutos y cincuenta segundos de permanencia en el espacio, Houston (Texas) permitió a mi compañero Harry Strong volver a casa para reunirse con su desconsolada esposa. Yo también pude haber regresado con él, pero no soporté la idea de ver nuevamente a mi mujer –zafia y rabanera donde las haya- y he preferido quedarme por aquí; mientras envían una nueva tripulación para sustituirme. Por otra parte, existe una obligación contractual que debo respetar y...
Reconozco que, al principio, las horas se me hicieron largas y solitarias; pero, tras conocer los últimos resultados de mi equipo favorito, todo se hizo más llevadero. Además, me he dedicado a sintonizar todos los satélites que he descubierto en mi periplo para poder seguir los partidos desde cualquier punto de la órbita sin perderme detalle alguno.
Cuando me canso de tanto deporte, recuento los cadáveres de los ingenios artificiales que, fuera de servicio, vagan fantasmales alrededor del planeta; antes de incendiarse al entrar en contacto con la atmósfera y estrellarse, luminosos y atractivos, contra su superficie; mientras mis congéneres los ven caer con rostro embobado. En mi pueblo, los llamamos estrellas fugaces; pero siempre hemos sido muy atrasados. 
Provengo de rancia familia manchega que se dedica desde hace varias generaciones al cultivo y recolección de la uva, la oliva y  diversos cereales según la época del año. Poseemos tres viviendas, cuatro tractores, una cosechadora y diez yuntas de mulas, es decir, que no estamos desnudos. 
Mi odisea espacial comenzó un buen día en que marché a la capital para resolver unos asuntos particulares y leí en el periódico un anuncio en el que un desconocido –para mí- Instituto Nacional de Aeronáutica Planetaria (INAP) solicitaba candidatos para realizar  pruebas dirigidas a seleccionar astronautas para la lanzadera espacial. Por gastarles una broma, envié mi currículo agrario a las señas indicadas en el aviso y regresé al pueblo; donde seguí dedicándome a las tareas propias del campo.
Mes y medio después, recibí una carta del citado organismo en la que me notificaba que “me presentase en Robledo de Chavela el día catorce de marzo a las nueve de la mañana, desayunado y con una muda limpia, libre de compromisos, para realizar varios test psicotécnicos, pruebas físicas, cursos intensivos de matemáticas exponenciales y simulacros de pilotaje durante los seis meses siguientes”. ¡No lograba entenderlo! ¿Por qué habían elegido a un simple agricultor como aspirante a astronauta? El citado día catorce los responsables del programa me lo aclararon: “porque era representativo del país”.
Cuando lo comuniqué en casa, mi señora quiso avisar al pediatra –le sonaba igual 
que psiquiatra-, mi padre habló de desheredarme; mientras gritaba: “ ¡Es mi ruina! ¿Quién recogerá ahora la cosecha?”  y mis amigotes se carcajearon en mis narices; mientras me dedicaban toda clase de lindezas y exabruptos. ¡Eran unos pobres ignorantes que confundían la velocidad con el tocino, como suele decirse!
Partí en el coche de las seis de la mañana sin más equipaje que un cepillo de dientes y la muda reglamentaria. Tras dos horas de accidentado viaje, llegué a Robledo de Chavela y me presenté ante los plantones que hacían guardia en la dirección indicada en el sobre.
Me miraron de pies a cabeza y me hicieron girar varias veces sobre mí mismo, mientras sus rostros adoptaban una mueca de profunda incredulidad; pero, como la notificación que les presenté no admitía dudas ni suspicacias, avisaron a un oficial, que me acompañó hasta el despacho del Director del Centro: don Samuel Vázquez, alias “Apolo XII” por ser el más alto  de todos, doctor en Astronomía y Aeromodelismo Aplicado por la Universidad Central. En su compañía, me dirigí hacia un barracón de madera, en cuyo techo destacaba un gran radar que describía un movimiento constante de izquierda a derecha en un ángulo de 33º 15’, según me aclaró el doctor Vázquez.
Tras asignarme una habitación, me presentó a los demás aspirantes –treinta y cuatro en total-, todos ellos titulados superiores con amplia experiencia en el campo aeroespacial. Por supuesto, yo también había incluido en mi currículo que poseía “amplia experiencia en el campo”.
Al día siguiente, el doctor Vázquez –que acompañaría a Estados Unidos al astronauta elegido finalmente- nos presentó a los demás profesores, nos pormenorizó la duración y naturaleza de nuestros trabajos y nos animó a esforzarnos al máximo en todos los estudios y prácticas que desarrollaríamos en los meses siguientes. Para terminar, añadió que “muchos eran los llamados y pocos los elegidos” –estuve tentado de señalar que a mí me habían escrito-; por lo que nos rogaba un buen ambiente para evitar sucesos tan desagradables como los acaecidos en la convocatoria anterior, donde los aspirantes se habían matado entre sí para eliminar competidores. Lo único importante era, según sus palabras, “que un español volviera a conquistar las Américas”.
Desde un principio, me concentré plenamente en cuantas pruebas nos plantearon los instructores para lograr equipararme a los demás candidatos, dado su nivel superior de preparación académica. Resultaba curioso, pero parecía como si las materias que nos explicaban se hubieran pensado para mi; porque, a pesar de mi analfabetismo total, las comprendía perfectamente; aunque no entendía una sola palabra de inglés, idioma en que se impartían las clases. Pronto, la trigonometría, la teoría de la relatividad, Einstein, los números cuánticos y el espacio curvo se hicieron familiares entre todos los aspirantes, con los que no podía intercambiar ninguna frase; pues nos habían prohibido hablar en español para familiarizarnos con la lengua internacional de la astronáutica: el citado inglés. Sin embargo, los paseos en la cámara de ingravidez y las pruebas de pilotaje en el simulador de vuelo me resultaron entretenidas y, tras dos prácticas, dejaron de tener secretos para mí. El propio doctor Vázquez, “Apolo XII”, empleó una palabra imposible –metempsicosis- para explicar mi caso. Al finalizar el curso de preparación, ante la sorpresa de propios y extraños, el citado doctor anunció que tendría el gran placer de acompañarme a mi, Fermín Estrellado,  a Estados Unidos. Todos los candidatos caímos redondos al suelo.
En el pueblo, al conocer la noticia, declararon fiesta local el día de mi nacimiento. Mi padre maldijo al cielo, pues comprendió que la cosecha se había perdido definitivamente. No obstante, se rascó el bolsillo e invitó a comer a toda la familia –y algunos agregados que no conocía-; mientras, a los postres, algo bebido, brindaba en  voz alta “Por el par de mi hijo”. El alcalde –que hacía años que no nos hablaba por un asunto de lindes- pronunció un enardecido discurso en el que me glosó como varón esclarecido e hijo predilecto de la población. Mi mujer, por su parte, empezó a llamarme “¡Adúltero!... ¡Adúltero”, cuando una prima le dijo que “iba  a hacer las Américas”.
Cuando aterrizamos en Houston (Texas), nos encontramos con seis americanos, cuatro soviéticos, un danés despistado, dos ingleses, un japonés que no paraba de hacer fotografías y un lapón con su trineo y sus ocho perros esquimales. Eran mis contrincantes en la prueba final.
Nos sometimos a nuevos y tortuosos experimentos, entrenamientos, simulacros, clases de inglés, adaptación a los hipersensibles instrumentos de la estación orbital y a una profunda resignación ante las insípidas comidas que tomaríamos en el espacio. ¡Cuánto he añorado el cocido de mi señora y el tintorro de mis viñas cada vez que tragaba una de esas anodinas pastillas y esa agua envasada al vacío con que nos alimentábamos!
Tras cuatro meses de continuos tormentos, análisis semanales y perfeccionamiento del idioma –que incluyó una semana de convivencia con los algonquinos  para conocer su lengua-, las más altas jerarquías del programa espacial decidieron que Harry Strong, comandante de las fuerzas aéreas norteamericanas y graduado en Ciencias Físicas por la ilustre, por entonces, universidad de Georgetown, y yo –según rumores nunca confirmados, parece que confundieron mi expediente con el de Anatoli Smirnoff, matemático bielorruso con un coeficiente intelectual de doscientos cincuenta- seríamos los dos primeros astronautas enviados al espacio exterior.
Como pueden colegir, el lanzamiento resultó un completo éxito y, a pesar de la brutal aceleración que nos mantuvo pegados a nuestros asientos, pude ver al “Apolo XII” dando saltos de alegría, mientras se elevaba el cohete, y leer en sus labios: “¡Viva tu par! ¡Viva tu par!” antes de que dos fornidos policías militares le sujetasen por las axilas y le detuvieran por altercado público. Los norteamericanos son muy respetuosos con las ceremonias.
Al principio, la convivencia con mi compañero en la estación resultó fácil y agradable, pues nos pasábamos el tiempo realizando experimentos y comunicando sus resultados a Houston (Texas). Dormíamos en turnos de cuatro horas diurnas y cuatro nocturnas; aunque apenas notábamos la diferencia en nuestras condiciones de noche perenne.
A los siete meses de estancia, situados en una órbita constante de 375 kilómetros sobre el hermoso planeta azul, se produjo la primera crisis de Harry. Comenzó a llorar como un poseso y a perseguirme por toda la estación. Se aproximaba su aniversario de boda y añoraba a su mujer; más concretamente, su anatomía, accidentada y sugestiva, según sus acomentarios nada inocentes. Rogó, imploró, chantajeó, amenazó con destruir la nave; pero el Jefe del Programa Espacial se mantuvo firme desde su cómodo despacho de Houston (Texas) y no le permitió descender antes del plazo estipulado para reunirse con su mujercita en el rancho que tenían en Pensacola (Florida). Le recordó que había firmado un contrato por el que se comprometía a permanecer en el espacio durante un año entero y le aconsejaron, mediante amenazas veladas, que se mantuviera sereno; si no quería perder la pensión de su retiro. La consecuencia fue que aumentaron su nostalgia y desesperación. En algunas ocasiones, cuando se hundía completamente, me mostraba una fotografía de su señora en bañador y me miraba con ojos implorantes. A fuer de sincero, yo también hubiera protestado,  pataleado y blasfemado con tal de conocer mejor a esa montaña rusa llamada Peggy Sue. 
A los nueve meses justos, Peggy consiguió que le permitieran bajar; aunque ignoro los métodos que empleó para lograrlo e imaginármelos quizá resultase injusto con ella. Harry me comunicó su partida, mientras yo estaba fuera de la estación, contemplando las estrellas. Me animó para que le acompañara, y, aunque en un principio pensé que me invitaba a compartir lecho y mujer, le respondí que cumpliría mi contrato con la Agencia Espacial -de lo contrario, podían apalearme en el pueblo- y que esperaría tranquilamente la llegada de la nueva tripulación. Nos despedimos con un efusivo abrazo, amigos para siempre. Prometió bautizar a un hijo suyo con mi nombre -ganas de acomplejar a la criatura- y, luego, separó su cápsula de la estación y la dirigió con habilidad hasta situarse en órbita de acercamiento y atravesar la atmósfera terrestre en un descenso vertiginoso, a la vez que preciso y espectacular, hasta convertirse en lo que mis paisanos como una estrella fugaz.Por mi parte, inicié la sintonización de los satélites artificiales para mantenerme al tanto de los resultados deportivos, no siempre agradables. He alcanzado tal perfección en esta tarea que, cuando el día está despejado, logro reconocer a algunos espectadores.
Dando vueltas lentamente, espero la llegada de mis nuevos compañeros; mientras, agradecido, contemplo la majestuosa aparición del Sol por detrás de la Luna; aunque me deslumbre y tenga que utilizar esa maldita visera que me impide disfrutar espectáculo tan fascinante.
Entretanto, Félix Soteiro sigue comunicando….




LITERALIA II



CAPÍTULO X



Adalberto Rabazas era un hombre sorprendido (1).

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NOTAS:

1) Desde que conoció  a Adriana Montenegro sentía que había disminuido su amor por Maripi Civantos de la Esparraguera, aunque seguía pareciéndole muy rubia y  sugestiva (2).
2) Obsesionado con volver a verla, una tarde, a la salida del banco, caminó hasta la cercana calle de  la Cabeza y buscó el número diez. Era una casa estrecha de dos plantas y portal de hierro forjado. ¿No había dicho ella que vivía en el 4º D? Extrañado, pulsó al azar un piso del portero automático, y, tras oír una voz áspera (su dueña debía estar durmiendo la siesta), preguntó:
- Disculpe usted, ¿hay cuarto piso en este inmueble?
- No quiero nada. ¡Vete, Vete!
- No, no, señora. No vendo nada. Sólo quiero saber si hay cuarto piso en su edificio.
- ¿No saber contar? No cuarto piso.
- ¡Gracias, muy amable! (3)
3) La calle de la Cabeza tomaba su nombre de una curiosa leyenda: “En tiempos de Felipe III vivía en ella un rico sacerdote con un criado portugués que huyó a su país tras decapitarle y robarle el oro. Días después, un sacristán se presentó en la vivienda para llevarle unas rentas. Encontró la puerta abierta sin rastro de amo y criado. Avisada la justicia, no pudo esclarecerse el asunto, olvidándose con el tiempo. Años después, el asesino regresó a Madrid vestido de caballero para visitar El Rastro. Encaprichado de una cabeza de carnero, la compró y guardó bajo su capa. Un alguacil, alertado por el reguero de sangre que dejaba al pasar, le inquirió sobre la naturaleza de lo que ocultaba bajo sus ropajes; contestó que una cabeza de carnero. Amoscado el ministril,  el falso caballero mostró la cabeza del animal que, ante la incredulidad general, se transformó en la cabeza de su amo el sacerdote que había matado tiempo atrás. Confesó su crimen allí mismo y, tras el correspondiente juicio, murió ahorcado en la Plaza Mayor. Cumplida la sentencia, la cabeza sacerdotal volvió a convertirse en cabeza de carnero”.
Durante el reinado del indeseado Fernando VII, hubo en ella una cárcel del Santo Oficio en la que penaron y sufrieron diputados liberales contrarios al absolutista monarca.
Perplejo, Adalberto Rabazas avanzó sin rumbo, moviendo la cabeza. La curiosidad le hizo detenerse ante unas taquillas inalcanzables que había en la calle de Lavapiés. ¿Para quién estaban construidas? En algún momento, ¿el edificio fue más bajo? ¿Por qué hacían tantas cosas sin sentido? (4)
4)  Al salir a la plaza de Tirso de Molina, donde pensaba regalarse una ración de mejillones y unas cervezas en “La Ría”, vio a una joven que le recordó a Adriana Montenegro por sus formas “mórbidas y redondeadas”, pero el maquillaje gótico que llevaba lo descolocó. Ni siquiera intentó abordarla. La obsesión puede crear espejismos (5)
5) Tras devorar dos raciones de moluscos acompañados de varias cervezas, cogió el metro hasta su domicilio. Allí telefoneó a Eudoxio Matallán, un antiguo compañero de estudios que había sido el inspector de policía más joven del país. Tras los saludos de rigor y las preguntas corteses sobre las respectivas familias, Adalberto Rabazas tanteó la posibilidad de que indagase sobre Adriana Montenegro; alegando que había ingresado una cantidad muy elevada en la sucursal bancaria donde trabajaba y que las normas del banco recomendaban informarse sobre el depositante. Su camarada le solicitó los datos que poseía sobre la interfecta, y le emplazó para un par de días después. Luego se despidieron como si no llevaran diez años sin verse, citándose para un próximo encuentro que ambos sabían bastante improbable. Adalberto Rabazas se duchó, y bajó al bar “Los Vencejos” para cenar unas deliciosas croquetas de jamón y Cabrales y un pincho de tortilla insuperables que regó con varias copas de Ramón Bilbao Gran Reserva (6).
6) De vuelta a su piso, telefoneó a Maripi Civantos de la Esparraguera para disculparse por no poder verse el fin de semana por un inexistente curso del banco en Cercedilla. Después, habló con Indalecio Gandarias para quedar a las seis de la tarde en la puerta ocho del Santiago Bernabéu y ver ganar al Real Madrid (7).
(7) La  tradición madridista de la familia Rabazas viene desde don Sisenando, el cornetín de órdenes. Acérrimo seguidor blanco, había pensado llamar Alfredo a su primogénito como el gran Di Stefano, “la saeta rubia“;  pero la insistencia -y cerrazón- de su señora le aconsejó olvidar su intención inicial. Famoso por su afición futbolera en los cuarteles donde sirvió, calentaba la boca tocando el himno madridista con el cornetín de órdenes (8).
8) Adriana Montenegro se apeó de un coche negro con cristales tintados. Precedida por un hombre corpulento trajeado con gafas de sol y pinganillo en un oído, entró en la sede diplomática de un país extranjero donde se celebraba un cóctel en honor del nuevo embajador.





CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi

- El famoso toro de Osborne es un diseño de Manuel Prieto, pintor y diseñador gaditano (1912-1991), comunista y republicano. La silueta del astado fue un encargo de la empresa vinícola a Azor Publicidad en la que trabajaba como director de arte. 
- En arameo, Tomás significa gemelo. Parece ser que santo Tomás era hermano gemelo de Jesús y que ocupó su lugar tras la crucifixión, lo que negaría la resurrección, según afirman los manuscritos de Qunram.
- A las doce de la Noche de san Juan, cada siete años bisiestos todas las fuentes del mundo manan agua del río Jordán, Cunqueiro dixit.
- Según una sentencia del Cabildo de Tuy, los "que tocan flauta, clarinete, oboe o fiscorno no pueden comer guisantes ni habas, pues engordan el aliento y espesan el sonido de los instrumentos".
- En la antigua Roma, existió el "derecho al beso", por el cual los maridos podían besar en cualquier momento a sus esposas para comprobar si habían bebido, pues lo tenían completamente prohibido.





FRASEOLOGÍA
-Cuando más oscura es la metáfora, más el entendimiento entiende que aquella metáfora entiende.- (Raimon LLull).
- El militar es una planta que hay que cuidar para que no dé sus frutos.- (Jacques Tati,  cómico francés).
- Habría una manera de resolver todos los problemas económicos: imponerle impuestos elevados a la vanidad.- (" " ").
- La gente inteligente habla de ideas; la gente común habla de cosas; la gente mediocre habla de gente.- (Jules Romain, escritor francés).
- Hombre paciente no es vencido.- (Raimon Llull)













CONTRAPORTADA




La Amazonia arde por todas partes ante el regocijo del presidente brasileño

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