lunes, 11 de mayo de 2020

CHAFARDERO 104

<<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE>>
NÚMERO 104    ANNO VI



PRIMERA PLANA


Los filósofos cínicos siempre me han resultado simpáticos. No tanto, porque decidieran vivir en la calle como perros -de donde proviene su apelativo-, sino por la naturalidad de sus actos (según los clásicos); desvergüenza para otros a los que ellos tildaban de hipócritas. El poco conocido Crates de Tebas,  tras donar una gran fortuna a su ciudad, se amancebó con una señorita de la nobleza llamada Hiparquia (según relata Marcel Schwob en sus "Vidas Imaginarias") con la que desarrolló todas -¡todas!- sus necesidades en la calle. Recomendaba la práctica de la autarquía -autosuficiencia- y la sencillez de costumbres, viviendo con lo mínimo, sin ataduras familiares, sociales o laborales (nunca seré un buen cínico; necesito paladear una cerveza bien fría de vez en cuando, todos los días). Fue maestro de Zenón, fundador del estoicismo; nombre que deriva de la stoa, la edificación hipóstila  donde ejercía su magisterio.
A su vez, Crates fue discípulo del fundador del cinismo, Diógenes de Sinope (puerto pesquero del Mar Negro, en la actual Turquía), el que vivía en un barril, un filósofo devorado por su leyenda, es decir, su realidad histórica se diluye en las numerosas anécdotas cuasi legendarias que se cuentan sobre él; lo que desvirtúa su realidad.  Una de ellas refiere que un día recorrió Atenas con  su lámpara encendida en busca de "un hombre honesto". Parece que no lo encontró. 
El término cínico presenta un segundo significado, alejado de la filosofía:  "alguien que actúa con falsedad y desvergüenza descaradas" según la Rae. Por este motivo, también en nuestros días Diógenes el cínico podría recorrer con su lámpara encendida Congresos y Senados, consejos de administración, despachos oficiales, cualquier centro de poder económico y religioso, viviendas particulares, calles de cualquier ciudad en busca de su hombre honesto. Por un motivo u otro, tampoco lo  encontraría; incluso en situaciones tan extremas como las que vivimos. Tal vez, nuestras profundas ignorancia y ambición descerebrada, sobre todo en nuestros dirigentes, nos impiden diferenciar el bien del mal,  lo correcto de lo incorrecto.



¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?

- Retiran del mercado unos caramelos canadienses con sabor a pene que curan la homosexualidad según explica la publicidad del producto.
- Una pareja granadina saca a la calle a un familiar muerto para que la policía no descubra su plantación de marihuana.
- "La pizza se come desde hace mil años y Sanidad no la prohibió", argumenta la sagaz presidenta capitalina.
- La policía detiene a un conductor de cinco años en Utah.
- Vox anima a sus simpatizantes a participar en una Guerra Mundial virtual.
- La patronal del juego pide ayudas fiscales como "industria cultural".
- Se le aparece su abuelo cada vez que se sienta en la taza del retrete.






LITERALIA




LA PELÍCULA



  1. estaba sentado en el salón de su vivienda, viendo una película de ambiente medieval. Paladines de relucientes armaduras montados sobre recios palafrenes mantenían luchas encarnizadas sobre campos devastados entre numerosos cadáveres, cosechas arruinadas y aldeas incendiadas contra un ejército invasor de guerreros semidesnudos armados con hachas dobles y largas lanzas que derribaban a los caballeros con suma facilidad. No obstante, seguían atacándolos con admirable inoperancia. M presentía la inevitable derrota de los paladines, el abandono al saqueo y la barbarie de sus damas y castillos. Los siervos no contaban para ellos. Consumado el descalabro, los caballeros huyeron despavoridos en todas las direcciones conocidas, perseguidos con ahínco por un enemigo ágil e incansable que los alcanzaba con certeros golpes de sus hachas, provocando gran mortandad entre ellos. Después, cuando en el campo sólo quedaron caballos moribundos y las hordas victoriosas dedicadas a la rapiña de los caídos, resonó un cuerno de caza. Todos detuvieron su pillaje e hincaron una rodilla en tierra. Sobre un poderoso percherón negro, surgió entre la humareda un jinete imponente de anchos hombros embutido en una armadura también negra; aunque el detalle más destacado en él era su yelmo: oblongo y sin aberturas, tenía dos adornos a ambos lados que le conferían un aspecto inquietante. El director de la película acercó la cámara hasta su figura para encuadrarla en un primer plano central poderoso e intimidante. Rezumaba fuerza, soberbia, impiedad. El caballero dirigió su casco en dirección a los espectadores, a M., que permanecía sentado tranquilamente frente al televisor, algo aburrido por las obviedades del guión.
    Aprovechando una pausa publicitaria, M. se levantó del sillón y entró a la cocina para coger una lata de cerveza del frigorífico. Cuando regresó al salón, se le cayó de la mano. El caballero de anchos hombros y armadura negra estaba ante él, fuera del televisor, mirándolo fijamente (o eso supuso M. dado que el yelmo cerrado impedía ver sus ojos). M. retrocedió sorprendido, alarmado. Del interior del casco surgieron sonidos guturales e ininteligibles que M. interpretó como algún tipo de lenguaje con el que el desconocido intentaba comunicarse con él, tal vez sorprendido también por haber salido del televisor; aunque sólo comprendió, o creyó comprender, uno: Dragomir. Después, sobrevino un silencio tenso y sobrecogedor. El desconocido desenvainó su descomunal mandoble y, apoyándolo en el hombro de M., le hizo arrodillarse ante él. Dos guerreros semidesnudos armados con hachas dobles salieron del televisor, se situaron a ambos lados de M., y, cogiéndolo por las axilas, lo arrastraron al interior del aparato.
    La película continuaba con M. como actor imprevisto, aunque el campo de batalla había sido sustituido por una estación ferroviaria donde numerosos viajeros esperaban la llegada del tren. Ninguno llevaba equipaje. Todos se miraban con ojos perplejos, alucinados. M. no descubrió a los guerreros por ningún lado ni ningún familiar o amigo charlando amistosamente con los viajeros. En cuanto a él, divorciado y sin hijos, no esperaba la presencia de ningún rosto conocido.
    Una gran humareda precedió a la entrada de una enorme y poderosa locomotora de vapor en la estación. M. pudo contar treinta vagones antes de que, según supuso, empleados del ferrocarril de severos uniformes negros, empujasen a los viajeros al interior del convoy, y los distribuyeran de ocho en ocho en cada departamento. M. se descubrió junto a siete desconocidos de rostros atemorizados sin fuerzas para hablar, apelotonados en las ventanillas del vagón por las que no dejaban de mirar hacia el exterior. M. ocupó un asiento junto a la puerta, mientras estudiaba los ojos recelosos de sus acompañantes. Nadie se atrevía a realizar las preguntas evidentes: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué yo? ¿Adónde vamos? ¿Quién es nuestro anfitrión?”.
    Tras un viaje de varias horas en el que atravesó cordilleras nevadas y profundos barrancos, el convoy llegó a la estación terminal; en cuyo andén esperaban numerosos guerreros semidesnudos armados con hachas de doble filo. Empujados por los mismos empleados de severos uniformes negros, los viajeros descendieron obedientes, resignados. M. y sus compañeros fueron separados en grupos de seis y conducidos por los guerreros hasta carros de madera cerrados tirados por briosos percherones negros. La nieve cubría todas las tierras que vieron por los respiraderos de los carromatos hasta llegar a un tenebroso castillo erguido sobre un solitario altozano que barría un viento gélido y huracanado que ululaba enloquecido. Los compañeros de M. se apretaron en el carro. Temblaban de miedo e incertidumbre. Comenzaron a escuchar lamentos, quejidos y tímidas protestas según se acercaban a su destino que los guerreros sofocaban con latigazos sobre las paredes de los carretas. Dentro del castillo, tras descender, los viajeros fueron conducidos a sus aposentos; donde un camarero, por señas, les conminó a embutirse en las ricas vestimentas que descansaban en las camas con dosel. Las mujeres lucieron vestidos largos de brillantes colores y tocados cónicos que recordaban a las hadas de los cuentos. Los hombres, jubones dorados y rojos -tal vez, los colores del caballero de anchos hombros-, calzas oscuras y gorros con cascabeles que les conferían cierto aire bufonesco. El camarero reapareció para acompañar a los viajeros hasta el descansillo de una gran escalera de piedra, donde los recogió un mayordomo ataviado con una elegante librea . Descendieron los escalones hasta una gran sala hipóstila en la que estaban dispuestas numerosas mesitas con una lamparita cada una y cuatro sillas. Sobrios camareros con uniformes negros de chaquetilla corta y movimientos precisos les indicaron sus respectivos asientos. Después, les sirvieron un cóctel que a M. le recordó a las cerezas. Frente a él y sus compañeros, una orquesta interpretaba viejas melodías que M. reconoció como estándares del período de entreguerras. Algunas parejas bailaban muy apretadas, obligadas por algunos guerreros. Habitualmente frío, M. seguía con su pie el ritmo de las canciones; lo que no le impidió comprobar que, de vez en cuando, algunos guerreros levantaban a los ocupantes de algunas mesas y los conducían a otra estancia de la que no regresaban. M. pensó que estarían en los aseos o que existirían otras salas con diversiones distintas. Quizá, con juegos de mesa, boleras..., El desalojo de las mesas continuó con una frecuencia constante hasta que sólo permaneció ocupada la de M. Al llegar su turno, dos guerreros lo levantaron por las axilas y lo trasladaron hasta un enorme comedor en el que. M. pudo observar los restos de lo que conjeturó un fastuoso banquete. Tras las paredes, escuchó sonidos que le recordaron a los perros cuando masticaban huesos. Los guerreros lo dejaron solo en la estancia, mientras conducían a sus compañeros a otra estancia. Los sonidos de masticación aumentaron poco después. M. volvió a enfrentarse al caballero de anchos hombros, armadura negra y yelmo oblongo, que había permanecido oculto tras una columna. Volvió a escuchar los mismos sonidos guturales e ininteligibles que oyó en el salón de su vivienda y, como entonces, sólo comprendió, o creyó comprender, uno: Dragomir. Luego, cesaron los ruidos. El caballero empezó a despojarse del yelmo, dejando ver su cabeza. Con asombro y cierta preocupación, M. descubrió que era igual que el casco, que los adornos de los laterales protegían sus orejas, o lo que fueran, los apéndices que observó en su testa,, que su lengua era distinta a la suya, que dos ojos negros lo miraban con frialdad, que el caballero se acercaba hacia él, que... La imagen se fue difuminando hasta desaparecer. La palabra FIN apareció en la pantalla. M. apagó el televisor. Después, se lavó los dientes en el aseo. Cuando entró a su habitación, comprendió que la película aún no había terminado.







OLDIES

Chet Baker fue un trompetista y cantante de jazz. Blanco y atractivo, arrasó entre las mujeres junto a sus melodías suaves y envolventes. Drogadicto y pendenciero, perdió todos sus dientes tras una paliza. La dentadura postiza le obligó a reaprender a tocar la trompeta, aunque no perdió el talento. A continuación sus clásicos "My funny Valentine" y "Almost Blue".

My funny Valentine: https://www.youtube.com/watch?v=jvXywhJpOKs
Almost Blue: https://www.youtube.com/watch?v=z4PKzz81m5c



CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi)

. "Las Venus" son dos cuadros pintados por Francisco de Goya y Lucientes entre 1797 y 1800. Ambos representan a la misma modelo, la duquesa de Alba de la época. Son más conocidos como "La Maja desnuda" y  "La Maja vestida".  En un principio adornaron el gabinete particular de Manuel de Godoy, valido de Carlos IV, en su Palacio de las Siete Chimeneas, actual Ministerio de Cultura. Los cuadros estaban colocados de tal manera que sólo se veía la maja desnuda hasta que un artilugio o botón secreto lo elevaba para permitir la contemplación de la desnudez de la duquesa, aunque se sigue dudando sobre la personalidad de la modelo retratada. 

- Jean David Nau fue un bucanero (literalmente, comedor de bucan, carne a la parrilla) francés original de  Les Sables d'Olonne, más conocido como "El Olonés" como parece lógico. que apareció en las Antillas como soldado; aunque pronto se pasó al lado pirata, protegido por el gobernador de la Tortuga para que atacase barcos españoles y robase su carga. Famoso por la crueldad con que trataba a sus prisioneros. Tras interrogarles y torturarles, mandaba descuartizar a uno elegido al azar como advertencia a los demás. Después, arrojaba los despojos a los tiburones, o le arrancaba el corazón y lo mordía en presencia de los demás presos. En los casos en que se sentía más inspirado, cortaba los brazos a todos los tripulantes del barco apresado y los arrojaba ( a los desmembrados) al mar con las consecuencias previsibles. Murió a manos de los guna, exkuna, una tribu  del actual Panamá, a los 37 años.




Bandera de la Revolución Guna (o kuna) de 1925 y de la República de Tule. La esvástica representa al pulpo que originó el mundo.

- Tras el nacimiento de Alfonso XII -"El Pacificador" según algunos- , séptimo de sus once hijos, y dado el papel de España como sostén del catolicismo, el Papa Pío IX otorgó a Isabel II, madre de la criatura, la más alta distinción vaticana: la Rosa de Oro, a pesar de que las críticas de algunos cardenales que la consideraban "ligera de cascos" no sin razón; a lo que el Santo Padre alegó que: "Puttana, ma pía". El ginecólogo de su majestad, don Tomás Eustaquio del Corral y Oña, recibió el título de Marqués del Real Acierto tras anunciar que tendría un niño -el citado Alfonso XII-. Posteriormente, el título se trocó por Marqués de san Gregorio por las críticas recibidas. Para algunas almas sensibles, el título original sonaba a cachondeo.

- Erich von Manstein (Fritz Erich von Lewinski, apellido judío)  fue mariscal de campo y uno de los principales estrategas militares del ejército nazi, responsable de la invasión de la Unión Soviética "Operación Barbarroja". En los juicios de Nuremberg fue condenado a doce años de prisión. Un grupo de oficiales ingleses en desacuerdo con la sentencia pagó su fianza: saliendo de prisión cuatro años después. Reintegrado a su cargo de general, asesoró a la OTAN como miembro de la Bunderwehr o  Fuerzas Armadas alemanas unificadas.

- Lancelot Blackburne, "el alegre y viejo arzobispo de York, que tenía todos los modales de un hombre de calidad", según Horace Walpole, vivió entre 1658 y 1743.  Fue fundador de la Real Inclusa y mantuvo su domicilio en Downing Street  desde  1739  hasta su muerte en 1743 al ser Consejero Privado de Jorge I por su cargo eclesiástico. Una historia popular afirma que entre 1681 y 1684 navegó en barcos piratas, bien como capellán o bien como bucanero, rumor que nunca desmintió. También se rumoreó que casó. aunque tenía esposa, con Melusina de Schulenburgo, amante de Jorge I de Gran Bretaña, para guardar las apariencias, aunque tuvo tres hijas con el monarca.
El citado Walpole afirma que el señor arzobispo mantuvo en Inglaterra alguna de sus costumbres piratas: entre ellas, disponer de un harén personal.

- La gentil y delicada Lady Kiligrew (nacida Mary Wolverston, 1525-1587)  estuvo casada con sir John IV Kiligrew (como cabía esperar) de Arwenack, en Cornwall o Cornualles. Era hija de Philip Wolverston (como también cabía esperar), descrito como "un pirata".  Por orden real de Enrique VIII, la familia Killigrew, desde su castillo de Pendennis,  mantenía el control de todo el tráfico marítimo de Carrick Roads, el tercer puerto natural más grande del mundo; aunque el matrimonio parece que confundió sus obligaciones  y  fue acusado de esconder bienes robados en su casa y sobornar a funcionarios. Años después, la gentil lady Killigrew fue arrestada y condenada a muerte por comandar el asalto a algunos barcos atracados cerca de su mansión; aunque recibió el perdón de Isabel I de Inglaterra, la famosa reina virgen. 

- Epitafio real citado por Luis Carandell: "¡Marianita, nos dejaste a los cinco meses! ¡Qué pronto empezaste a darnos disgustos!".



FRASE DEL DÍA (sea el que sea)

La juventud de un ser no se mide por los años que tiene, sino por la curiosidad que almacena. (Salvador Paniker, filósofo catalán de origen hindú). 



CONTRAPORTADA






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