domingo, 7 de noviembre de 2021

chafardero 150

<<EL NUEVO CHAFARDERO INDOMABLE>>

NÚMERO 150   ANNO VII





PRIMERA PLANA

Zheng He ("eunuco que vale tanto como tres piedras preciosas") o Ma Sanbao fue un navegante y diplomático chino musulmán, al servicio del emperador Yongle de la dinastía Ming, que vivió entre 1371 y 1433.  Su talento le convirtió en almirante de los llamados "barcos del tesoro", imponentes navíos como el de la imagen.  En los siete viajes que realizó al mando de esta flota, exploró Indonesia. Ceilán, la India, el golfo Pérsico, la península arábiga, el sudeste asiático y África oriental hasta Mozambique. Llegó a comandar una flota de 317 navíos durante su primer viaje. En los restantes, gobernó flotas inferiores integradas por diversos tipos de embarcaciones dotadas con un número variable de mástiles (entre 6 y 9).



Los expertos consideran que estos barcos colosales medían entre 164 y 183 metros de eslora y 55 metros de ancho y estaban dotados con 24 cañones de bronce con un alcance de  250 metros, Tras ellos estaban los llamados "barcos-caballo", más pequeños, por dedicarse al transporte de bestias de carga y caballos de combate y diferentes suministros, y otros más pequeños  aún para el transporte de tropas, cargueros en general, tanques de agua, patrulleras y barcos de guerra propiamente dichos.

Sin embargo, los confucionistas, partidarios del aislamiento del país y, por tanto, contrarios a los viajes de Zheng He por considerarlos una forma de apertura al mundo, no cesaron de presionar hasta conseguir que el sucesor e hijo del emperador Yongle los prohibiera y ordenará el amarre de los barcos en sus puertos, donde languidecieron lentamente hasta su completa degradación.

Según algunas fuentes, autorizadas o no, sus viajes inspiraron la figura del mítico Simbad el Marino que aparece en la colección de relatos conocida como Las Mil Noches y Una (según Borges).

Eunuco imperial, la leyenda afirma que siempre llevaba consigo sus pendientes guardados en una artística cajita.




PRIMERA PLANA ALTERNATIVA


WASP es el acrónimo de “white, anglosaxon and protestant”, es decir, “blanco, anglosajón y protestante”. Hace unos días unos cientos de hombres y mujeres wasp usamericanos,  republicanos seguidores de Donnie Trump y de Qanon (una teoría conspiranoica de ultraderecha según la cual un “Estado profundo” ha organizado una trama secreta contra el citado Trump y sus simpatizantes), se concentraron en Dallas para asistir a la resurecciòn de John John Kennedy (fallecido en accidente aéreo junto a su mujer en 1999), hijo del famoso JFK, el presidente asesinado en dicha ciudad, para anunciar “el regreso de Trump a la política y, en tándem con el resucitado, ganar las próximas elecciones presidenciales y gobernar de nuevo el país”. Por desgracia, la lluvia estropeó los fastos y el finado no apareció (quizá por miedo a mojarse).

Días después falleció Huber Carlos Rodrigues, pastor evangélico (lo que, tal vez, signifique que cuidaba ovejas y las entretenía con la Biblia). Antes de su deceso, prometió a sus feligreses que “resucitaría al tercer día como Jesús Cristo”. Una gran multitud custodió su cadáver durante los citados tres días dispuesta a presenciar tan magno acontecimiento; tal vez ávida por tener noticias del Más Allá. ¿Se imaginan que hubiera resucitado John John Kennedy en su lugar?. “Mi cuerpo no tendrá mal olor ni se descompondrá, porque Dios mismo habrá preparado mi carne y mi cerebro para pasar por esta experiencia”, escribió el reverendo en un documento profético de 2008, Para respetar las normas sanitarias vigentes en Brasil, donde se produjo el óbito, sus familiares mantuvieron el cadáver dentro de un congelador en la funeraria. Transcurridos los tres días de rigor, el pastor evangelista recibió cristiana sepultura por... el mal olor que desprendía.

El Santo Padre, por infalible, o algún delegado suyo deberían explicar a los simples como este amanuense  la razón de que la fe se parezca tanto a la credulidad.



¿QUÉ SUCEDIÓ EN ESTOS DÍAS?

- Una jueza retira la custodia de su hijo a una mujer por "vivir en la Galicia profunda, donde tiene menos posibilidades que en Marbella, donde vive el padre".

- Detienen a una mujer por simular su secuestro y emplear  el dinero del rescate en el bingo.

- "Recibió la llamada de Lucifer para cuidar de las calderas",  reza la esquela de un ciudadano irlandés.

- La matanza de elefantes para obtener marfil produjo un aumento de nacimientos de hembras sin colmillos.

- El españolista Abascal teme que la cabra de la Legión le quite la presidencia de Vox.- (El Jueves)

- El teatro pirámide de Nacho Cano programará sacrificios humanos en honor a Ayuso.. (El Jueves).

- Crisis de suministros: ginebra, ron y whisky empiezan a escasear en los bares y discotecas.

- Según el presidente de la Comunitat valenciana, señor Puig, "El sexo anal no es obligatorio".

- Un excursionista perdido durante 24 horas ignora las llamadas de sus rescatadores por ser un número desconocido.

- Un diputado de Vox culpa a la fiesta de Halloween del asesinato del niño de Lardero (Rioja).

- El ayuntamiento capitalino celebra el Festival de la Luz (con el precio de la electricidad por las nubes).

- "El Imperio romano cayó por la inmigración descontrolada".-- (Boris Johnson, premier inglés).

- Miles de personas se congregan en Dallas para asistir a la resurrección de John John Kennedy, muerto en 1999. Todavía siguen allí.

- "Los neandertales fueron los primeros madrileños tabernarios", Isabel Díaz Ayuso, licenciada.






OLDIES

"Samba pa ti" es un clásico incluido en el no menos clásico elepé "Abraxas", editado en 1970 por el guitarrista mejicano Carlos Santana y su banda (de entonces), que integraban José "Chepito" Areas a la percusión,  Greg Rollie e los teclados, David Brown al bajo y Michael Shrieve a la batería. También es famoso por su espectacular portada basada en el cuadro "La Anunciación" del pintor alemán Mati Klarwein. Muchos han sido los momentos agradables que ha producido en nuestras vidas. "Samba pa ti".










LITERALIA




EN EL PARO POR CULPA DE LA TALASOCRACIA




En mi círculo de amigos, me conocen por “Caracol”, dada mi proverbial tranquilidad. A los veinticinco años, casado y padre de dos preciosas criaturas, ya era Jefe de Sección de un banco recién fusionado. Con esto quiero decir que tenía un futuro muy claro por delante, que mi vida era tal y como siempre había soñado: una confortable vivienda en la zona más cara de la ciudad, un coche alemán deportivo y metalizado, un sueldo seguro y suficiente y un apartamento en la costa. Los fines de semana cogía a mi mujer e hijos y nos íbamos a navegar en el cercano pantano de san Juan. ¡Éramos una familia feliz, qué caramba! ¡Éramos la envidia de todos nuestros vecinos, siempre con problemas a fin de mes! Con esto quiero decir que no debía preocuparme por nada. Sin embargo, un atávico e irrefrenable deseo me corroía el cacumen: quería convertirme en funcionario público, servir al Estado, equilibrar la situación, implantar la ósmosis perfecta; pues, al fin y al cabo, el Estado ya me servía a mi. Cuando se lo planteé a Maripi, mi amante esposa, abrió desmesuradamente los ojos y, después, concertó una cita con nuestro psiquiatra.

  • ¿Estás loco o has pillado una depre? – me espetó, indignada.

  • No, querida –respondí-. Sólo quiero hacer justicia.

  • ¿Justicia? ¿No te basta con el ministro correspondiente?

  • Pero, Maripi, puedo cambiar el turno en el banco. ¡Qué más da!

  • Pichurri, ¿te ha sentado mal el desayuno? Nunca te había oído decir tantas estupideces seguidas.

Con esto quiero decir que mi febril deseo, mi justa ambición, no fueron asimilados, ni, por supuesto, bien recibidos. Di por terminada la conversación y me dirigí al trabajo. Allí pregunté a varios compañeros casados con funcionarias públicas sobre las condiciones laborales, salariales y de jubilación. Comprensivos, pensaron que mi mujer, por seguir la moda, quería trabajar y había decidido, a lo loco, preparar una oposición y, por tanto, me respondieron con todo lujo de detalles.

  • Caracol, ¡déjala! No discutas con ella. No sabes cómo se ponen las mujeres, cuando les llevan la contraria.

Y ... ¡era cierto! Yo nunca había discutido con Maripi. Pero..., ¿una oposición?, ¿qué habían querido decir con “preparar una oposición”?, ¿a quién tenía que oponerme?

A escondidas de todos mis conocidos, visité varias academias especializadas en oposiciones a la Administración Pública, y, entre otras cosas, descubrí que no eran partidos políticos contrarios al gobierno vigente, sino que la palabra “oposición” provenía del verbo “opositar”, que, a su vez, representaba uno de los diversos significados de “oponer: pretender un cargo o empleo en concurso con otros aspirantes”. Con esto quiero decir que oponer no significa, necesariamente, oponer; sino que puede equivaler a opositar, sinónimo de oponer. En resumidas cuentas, visité varias academias para informarme de cómo debía oponerme al gobierno y salí confuso y asustado. ¿Cómo permitía un gobierno legítimamente constituido que sus gobernados regentasen lucrativos negocios basados en la preparación de oposiciones a dicho gobierno? ¡No entendía ni jota! Más tarde, entre cerveza y cerveza, un amigo catedrático –por oposición- me sacó de mi error y me obligó a pagar la cuenta. Con esto quiero decir que comprendí la riqueza de nuestro idioma; aunque ¿no debería hablar, más bien, de tacañería por emplear una misma palabra para indicar diferentes acciones? Ni que decir tiene que plantear esta cuestión a mi amigo el profesor me costó una nueva ronda de pintas; pero, como trabajo en un banco, pues...

Por la noche, cenando en un restaurante de moda, rodeados de caras famosas y vidas desconocidas, reiteré mi deseo de oponerme al gobierno; pero mi mujer me ordenó silencio. En la mesa de al lado, cenaba no sé qué ministro; aunque yo no me había percatado de la situación. Entonces, intenté arreglar el entuerto, explicándole lo que me habían dicho en la academia; mas, el representante del ejecutivo, visiblemente indignado, se levantó de su silla, y, en voz alta, me dijo:

  • Caballero, bastante tengo con aguantar las críticas de la oposición; así que haga el favor de dejarme cenar en paz. ¿Estamos?

Asustado, sólo pude balbucear:

  • ¿La oposición? ¿Ustedes también las hacen? Entonces, dígame, ¿a quién se opone el gobierno?

Mi mujer, esa niña de trenzas rubias que conocí a los doce años, me fulminó con la mirada. Con esto quería decir que no eran ni el momento ni el lugar para proseguir mi aclaración.

Al día siguiente, tras una tediosa comida de trabajo con tres representantes de una empresa tejana, me inscribí con nombre falso en una de las citadas academias opositoras. A las cinco de la tarde, dábamos clase de cultura general; de seis a ocho, preparábamos los temas de la convocatoria. A mi lo que más me gustaba era el lenguaje, conocer el significado, siempre imprevisto y sibilino, de palabras como prosopopeya, polisemia, dicotomía, dragomán, trujumán, bardaje, laso, laxo o lato. Con esto quiero decir que mis relaciones con Maripi no se deterioraron progresivamente por mi manía de llamar proemio a los avances del Telediario o sinecura al cargo que ocupaba su hermano en el Ministerio de Hacienda; sino que la cultura diferencia, distancia, aísla. Según avanzaba en mi aprendizaje léxico, se acrecentaba la incomunicación entre mi esposa y yo. El punto culminante de nuestro distanciamiento se produjo a raíz del ataque cardiaco sufrido por mi suegro, don Ramón. Postrado en la cama, entubado por boca y nariz, suero en el brazo derecho y plasma en el izquierdo, presentaba un aspecto patético, como siempre. Como llegué al hospital antes que mi cónyuge, pregunté al médico por el estado de mi padre político. Por eso, cuando apareció Maripi, pude informarle con toda exactitud del verdadero alcance de la dolencia de su progenitor.

  • ¡No te preocupes! Le han puesto una pítima.

Comenzó a preocuparse. Mi sorpresa fue mayúscula, cuando mi costilla me abofeteó en público.

  • No consiento que nadie llame borracho a mi padre y menos tú, un advenedizo en la familia.

Con esto quiero decir que no entendía absolutamente nada; porque una pítima es un socrocio que se aplica sobre el corazón y, que yo sepa, no produce efectos secundarios como vómitos o mareos y, mucho menos, borracheras. Por tanto, decidí preguntarle:

  • Querida, ¿por qué afirmas que he llamado borracho a tu padre? Una pítima es un emplasto de azafrán.

  • Querido esposo, yo también he leído algo y por eso sé que pítima significa, familiarmente, borrachera. ¿Comprendes mi reacción?

  • ¡Perfectamente, querida!

Opositar, oposición, oponer. Pítima, socrocio, emplasto, borrachera. ¡Lo que yo decía! ¡Tacañería, ruindad, ganas de confundir a la gente, qué caramba!

Aclarado el equívoco con mi amada, visitamos al enfermo, que, diez días después, volvía a dirigir su bufete de abogados para desgracia de algún que otro pasante. Para entonces, conocía al dedillo la Constitución vigente y los diferentes tipos de pruebas que podían presentarme. En el banco, cumplía estrictamente mi trabajo y mantenía una relación afable con mis compañeros; aunque, por lo visto y oído, no era suficiente. El director en persona se encargó de pedirme más celo e integración en la plantilla. Aduje problemas familiares, pero no pareció –o no quiso- escucharme.

El primer examen se celebró un domingo, a las nueve de la mañana, en la facultad de Derecho de la Universidad Central. Aunque llegué con tiempo suficiente, a punto estuve de no encontrar el aula A-6 –donde me correspondía examinarme por la inicial de mi apellido- pues tardé media hora en hallarla, gracias a las perfectas y claras indicaciones de los convocantes. Con esto quiero decir que la extrañeza de mi mujer, cuando le dije que había quedado con mi amigo el catedrático para jugar al tenis, no se debe a una irracional desconfianza por su parte; sino a que me conoce perfectamente y sabe que los dos sólo practicamos un deporte: el levantamiento de jarras de cerveza. Pero, abnegada y sumisa, aceptó mi mentira y... me siguió con su coche. Claro que ella no conocía toda la historia. A las once de la mañana, cuando salí del aula cariacontecido y perplejo, me la encontré fumando en el pasillo.

  • ¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?

  • Sí, querido. Pensé que me la pegabas con otra.

  • ¿Yo? Sería incapaz de engañarte.

  • ¿Qué tal te ha ido?

  • Así, así.

  • ¡Me sorprendes! Con toda tu riqueza verbal y, ¿sólo puedes decirme: “Así, así”?

  • ¡Ya ves! Por cierto, ¿tú sabes qué es una talasocracia?

  • ¿Una qué?

  • Talasocracia.

  • ¿Es una de las preguntas que te han puesto?

  • Sí.

  • ¡La madre que los parió!

Regresamos a casa cada uno en su coche. Con eso no quiero decir que nuestras relaciones fueran malas –de hecho, estábamos esperando el tercer hijo-, sino que, si abandonábamos uno de los dos autos en el campus, tendríamos que volver otro día por el y... ¡ya que estábamos allí, pues... ¡

Tras una opípara comida y un buen veguero, consulté en la enciclopedia el significado de la maldita palabra. “Talasocracia: 1) Dominio del mar. 2) Estado cuyo potencial político-económico reside en el dominio que ejerce sobre los mares”.

  • ¿Has oído, querida?

  • Sí. ¿Crees que la habrá contestado alguien?

  • Ni idea, pero espero que no.

  • ¡Es que tienen mala leche! ¿Para qué sirve conoce el significado de esa palabra, si ya no hay Ministerio de Marina?

  • El convocante pone las condiciones. Por cierto, quería decirte algo. Resulta que...

  • Continúa.

  • Pues que me he... despedido del banco.

  • ¿Cómo? ¿Estás tonto o qué?

  • Lo veía tan fácil y deseaba tanto servir al Estado que...

  • ¿Te has planteado en algún momento la posibilidad de suspender? Y ahora, ¿qué va ser de nosotros, de mi, de los niños, de lo que se desarrolla en mi vientre? ¡Egoísta, mal marido, idiota!

Luego, rompió a llorar. Con esto quiero decir que nuestro posterior divorcio -¿Por qué te dejarías asesorar por tu padre, el siniestro don Ramón?- no debió producirse; pues yo me hubiera presentado al año siguiente y, entonces, sabría el significado de talasocracia. Pero, ahora, perdidos el juicio de la separación y la custodia de mis tres hijos, negada la posibilidad de reincorporarme a mi anterior puesto en el banco, me veo abandonado, solo, sin paro y llevando la contabilidad de mi amigo el catedrático, que no quiere pagar a Hacienda. Lo que es peor: me veo obligado a soportar sus bromas y puñeterías. Con esto quiero decir que no me parece justo que mi mejor amigo me diga: “Caracol, en el fondo has tenido suerte. ¡Podrían haber preguntado cuántas ventanas exteriores tiene El Escorial!

¡Qué infausto sino el mío: en el paro por culpa de la talasocracia!




CRÓNICA DE SOCIEDAD (urbi et orbi)

- El nombre "Egipto" proviene del griego Aekeptos, derivado a su vez del egipcio Hat Ka Ptah o Casa del alma de Ptah, nombre del templo de dicha divinidad en Menfis.

- Durante el siglo XII, el Foro romano fue conocido como "campo vaccino" por servir de lugar de pasto para las vacas. Una gran taza de mármol junto a las tres columnas del templo de Cástor y Pólux servía de abrevadero. 

- En una esquina del Parque del Retiro (más o menos, frente  a las Escuelas Aguirre), existe una montaña artificial construida durante el reinado de Fernando VII El Deseado (por unos pocos) que se eleva unos quince metros sobre el suelo. Horadada hacia el interior, su parte central es una gran sala abovedada con una noria dentro, De allí partían varios pasillos laterales en forma de gruta hacia una ría que rodeaba todo el perímetro, en la que vivieron gansos, patos y peces. Un templete oriental ocupaba su cima. Debido a au paulatino abandono, fue conocida como la Montaña de los Gatos.  En 1957, un zahorí llamado Germán Cervera afirmó a la prensa que había descubierto, bajo ella, el tesoro de la actriz María Calderón, favorita del monarca, inquilina de una vivienda cercana durante el siglo XVIII. Tras excavar diecinueve metros, se concluyó la inexistencia del tesoro; sin embargo... diez años después, durante las obras de colocación de la verja que separa el parque del barrio de Pacífico, aparecieron numerosas monedas de oro con las efigies de Carlos III y IV valoradas en 300.000 pesetas. 

- Entre las prescripciones que el rey Herodes I el Grande -el mataniños de la Biblia por haber ordenado la ejecución de los Santos Inocentes- estaba el encierro de trescientos notables judíos -él no lo era- en un hipódromo cercano a su palacio-fortaleza el Herodión (ver fotografía) próximo a Jericó, levantado sobre una colina artificial, que debían ser ejecutados tras su muerte para que quedase en la memoria de sus queridos súbditos.


-Tras la aparición de los naipes -del árabe nayb- en Europa durante el siglo XIV, los juegos de cartas de hicieron tan populares que alertaron a la Santa Madre, siempre pendiente del cumplimiento de las buenas costumbres; llegándose al extremo de construir piras para quemar barajas enteras por ser inventos del diablo tal  y como sucedió en Bolonia.




FRASE DEL DÍA (sea el que sea)


"Cada uno comprende sólo lo que siente".- ("Rubaiyat", Fernando Pessoa)


CONTRAPORTADA




 

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