martes, 5 de diciembre de 2023

candiliterario 6

 


CANDIL LITERARIO 6




    CAPÍTULO III



El día D a la hora H menos treinta minutos, es decir, el día siguiente a las nueve y media de la mañana, Hontanares y Martínez se personaron en la embajada de Parisia para recoger a monsieur Martel y acompañarle hasta el museo para supervisar la llegada del tesoro y comprobar que había llegado intacto. La mirada de Martínez se iluminó al ver que Ivonne, la relaciones públicas de la embajada, le acompañaba y estaría en el museo, lo que le daba esperanzas para conocerla mejor.

Cuando llegaron a su destino, encontraron aparcados en la puerta una docena de camiones de mudanza de la empresa “SISEBUTO PANCORBO. PORTES, LIMPIEZA EDIFICIOS, DESAHUCIOS, CHAPUZAS EN GENERAL” con las puertas traseras abiertas de par en par por las que entraban y salían numerosos hombres embutidos en monos azules con las siglas de la compañía -SP- inscritas en su espalda a modo de marca identificativa, aunque también podían significar Servicio Público, o Salida Principal, o... Sueldos Precarios por ejemplo, descargando grandes cajas de madera que los recién llegados supusieron portadoras del tesoro.

Monsieur Martel, seguido de sus guardaespaldas, entró al edificio. En la recepción preguntó por monsieur Pompholix, comisario de la exposición; aunque ya le esperaba a la entrada de la gran sala de la planta baja donde se expondrían los valiosos objetos de la colección. Resultó ser un caballero un poco más bajo -pero más alto que los policías- que el agregado cultural, cabello rojizo cortado a cepillo, mostacho engominado del mismo color,, mofletes rubicundos, nariz pronunciada más rojiza, extremadamente obeso y andares bamboleantes, ataviado con un traje de tweed marrón, que recordó a Martínez un capitán del regimiento donde sirvió a la patria. Para equilibrar su desplazamiento se apoyaba en un recio bastón de avellano que, también, calmaba los dolores intermitentes de un trozo de metralla que se le incrustó durante un simulacro del desembarco de Normandía sin fuego real, por lo que vivía sumido en la confusión; al no poder comprender la presencia de una esquila en su pierna derecha.

Dentro de la sala descubrieron varias vitrinas de cristal, tamaño y alturas diferentes, dotadas de los últimos sistemas de seguridad existentes, que acogerían los valiosos objetos expuestos. Además todo el recinto contaba con un sofisticado sistema de rayos láser que neutralizaba a cualquier persona fuera del horario público. Satisfecho con la seguridad, el agregado monsieur Martel y el comisario Pompholix, seguidos por los policías en todo momento, comenzaron a cotejar los objetos con el listado que tenían para comprobar que habían llegado todos e intactos tal y como sucedió. Luego monsieur Pompholix supervisó su colocación dentro de las vitrinas, tarea que se demoró varios días, dada la meticulosidad y persistencia del mismo; por lo que los agentes sólo abandonaron la sala para comer en la cafetería del museo el menú del día. A las ocho de la tarde cerraron la sala y se despidieron del comisario Pompholix, que se marchó a su hotel para disfrutar una auténtica cena parisina -hors d'oeuvre, ratatouille y sole al citron regados con un Montrachet Cru blanco muy frío- hasta la mañana siguiente. Tras la marcha de los camiones y los empleados, acompañaron a monsieur Martel a la embajada para trasladarse después a sus respectivos domicilios. La seguridad nocturna cerró las puertas del museo y apagó las luces del interior, quedando activados los sistemas de de vigilancia señalados.

Al día siguiente se repitió la operación, con la diferencia de que comenzaron a situar las vitrinas según forma y tamaño en la sala dispuesta al efecto; tarea delicada, aunque rutinaria, que se realizó lenta y progresivamente bajo la atenta direc­ción del comisario monsieur Pompholix y del agregado cultural. Hontanares estaba entusiasmado con los magníficos objetos de la colección, mientras que Martínez aprovechó la falta de actividad y sus nulos avances con Ivonne para conocer mejor a las camareras de la cafetería; por lo que se acomodó en un taburete alto frente a la barra y pidió una copa de coñac. Encendió un cigarrillo, mientras pensaba en... Ivonne, la hermosa relaciones públicas de la embajada, y su novia; pero sobre todo pensó en que podía disfrutar el primer trío de su vida y en la excusa que pondría a su mujer para estar con ambas jóvenes. Hontanares se reunió con él minutos después.

  • ¿Qué hace aquí?... ¿No debe proteger al agregado?

  • ¡Deme un respiro! Además, ¿no está usted con él?

  • Sí, pero yo estoy exento de esas tareas por mi rango.

  • Y los suboficiales como yo también.

  • Pero, como solo está usted y la jerarquía me favorece, pues...

  • ¡Dita sea!... ¿Siguen colocando los objetos?

  • ¡Ssssh!... ¿Quiere que se entere todo el mundo?

  • Aquí solo estamos usted y yo y los empleados del museo – señaló Martínez.

  • ¡Por eso!... Puede chivarse cualquiera... Imagine el escándalo.

Martínez imaginó muchos tipos de escándalos junto a la recepcionista y su chica y sonrió satisfecho.

  • ¿De qué se ríe? - inquirió Hontanares.

  • ¡Cosas mías, comisario!

  • Vuelva a su puesto.

  • ¿Y usted?

  • Pediré un vaso de Vichy Catalán.

  • ¡Suerte! - respondió su ayudante, mientras guiñaba un ojo a la camarera y le preguntaba qué haría al salir. Ella le contestó que reunirse con su novio.

Los empleados de la mudanza y algunos técnicos del museo, siguiendo las precisas instrucciones de monsieur Pompholix, continuaban colocando cada vitrina en su lugar correspondiente. Después, comprobada su perfecta ubicación desde una distancia prudencial para tener una visión periférica, el citado comisario daba su aprobación con un “Trés bien!”. Luego, un técnico colocaba en la peana que sostenía la vitrina un rótulo negro con el nombre, composición, tamaño y antigüedad de la joya o arma expuesta. En medio de todos ellos, destacaba la legendaria espada Durandal o Durandarte, la más afilada del mundo según la Chanson de Roland, el cantar de gesta que ensalzaba las virtudes de tan noble caballero. Al día siguiente entraría el público y... comenzaría la exposición de verdad; en la que también se jugaba el prestigio de la nueva nación Parisia, y, por extensión, de las fuerzas de seguridad nacionales representadas, como sabe suponer, por el comisario Hontanares y Martínez.

Al día siguiente, cuando fue a recoger al comisario, no le vio por ninguna parte. Detuvo el coche frente a su portal. Luego pulsó un botón del portero automático.

  • Comisario, ya estoy aquí.

  • Suba un momento.

Cogió el ascensor hasta el cuarto piso. Llamó al timbre. Le abrió una muy sonriente Silvia Alphand para la hora tan temprana que era. Se saludaron con un ligero movimiento de cabeza, pues ella casi no podía hablar. Algo escamado, el policía avanzó hasta el salón del apartamento, donde descubrió el motivo de su hilaridad. Parado en medio de la habitación, frente a un espejo de cuerpo entero, estaba Obélix, es decir, Hontanares lo había vuelto a hacer. Perplejo por su perplejidad, Martínez le saludó con un:

  • ¿Ha pasado mala noche?

Silvia Aplhand estalló en grandes carcajadas, por lo que tuvo que sentarse en el sofá entre lágrimas e hipidos.

  • Es el camuflaje perfecto para custodiar el tesoro - afirmó el comisario.

  • Y para hacer el ridículo también – remató su ayudante.

  • Este es para usted – dijo Hontanares, señalando otro disfraz.

  • No cuente conmigo para esta majadería.

  • ¡Es una orden!

  • Recuerde que deben ser lógicas y asumibles.

  • Las órdenes no se discuten – insistió el comisario.

  • ¡Renuncio!

  • Informaré en su contra para que le expulsen del cuerpo sin honores.

  • No estamos en los marines – contestó Martínez.

Silvia Alphand se revolcaba sobre el sillón, tal y como le sucedía cuando veía alguna película de los Hermanos Marx.

  • ¡Vístase!... Nos espera monsieur Martel.

  • Cuando nos vea, creerá que estamos locos.

  • Al contrario, comprenderá el gran celo y profesionalidad de la policía nacional.

Minutos después, Astérix y Obélix subían al Citröen Elysée ante la sorpresa de los escasos viandantes que pululaban por las calles. Martínez tenía razón, el agregado cultural, nada más verles llegar, pronunció la palabra “fous”. Por el espejo retrovisor, Martínez observó a Ivonne y su novia Aline besarse en la boca apasionadamente. Comprendió que ese camino estaba cerrado para él.

Cuando llegaron al museo, el aspecto de ambos policías provocó diversas reacciones entre los presentes: recelo entre sus compañeros de cuerpo que vigilaban los accesos, estupor y risas entre el público que esperaba para entrar a la exposición y profunda incomprensión de monsieur Pompholix por más que Martínez intentó explicarle las costumbres de Hontanares.

Los visitantes que visitaban la exposición admirados y satisfechos acudían en gran número ante la satisfacción de ambos monsieurs.

A media mañana, Martínez se acercó a la cafetería del museo, pidió un bocadillo de panceta con pimiento y una cerveza, cogió un diario deportivo que había sobre la barra y se acomodó en una mesa con la sana intención de disfrutar un almuerzo tranquilo a pesar de su disfraz de Astérix. La camarera que tenía novio -María de los Remedios Sanchidrián, Reme para los amigos- le sirvió la bebida. Luego, le comentó que el disfraz le sentaba muy bien, que era gran admiradora de las aventuras de Astérix y que aceptaría encantada tomar una copa con él después del trabajo. Martínez preguntó por su novio, y ella le contestó que había cortado con él. Poco después apareció el comisario vestido de Obélix, seguido por un nutrido grupo de turistas japoneses que no paraban de fotografiarle; lo que contribuyó a la desesperación de su ayudante, que aumentó cuando sonó un poderoso trueno y se fue la luz, impidiendo que la plancha cocinase el bocadillo que había pedido, debido a la gran tormenta que asolaba la ciudad. Por fortuna los grupos electrógenos del museo entraron en funcionamiento y el apagón duró escasos minutos. Cuando volvió la electricidad, se produjo gran tumulto y griterío. Ambos policías corrieron hacia la exposición, donde el alto funcionario monsieur Martel parecía más pequeño a consecuencia de su profunda incredulidad y monsieur Pompholix se rasgaba las ropas entre lágrimas. Algún vivales había aprovechado la oscuridad para sustraer la espada de Roland; pero ¿no contaba el museo con un sistema de seguridad que mantenía activa la vigilancia en todo momento y condición? Según explicó un alto cargo de tan noble institución, los responsables de la institución no habían incluido la tormenta eléctrica en el seguro contratado para la exposición y, por tanto, los técnicos no habían programado el sistema para responder a dicha eventualidad; sin embargo había aumentado un 200% la partida destinada a cócteles y recepciones.

Aprovechando el tumulto y la confusión, Martínez, vestido de paisano, y Reme salieron por una puerta lateral, y entraron a un bar cercano. Hontanares estaba muy ocupado para preocuparse por su ayudante. De la cafetería pasaron al piso de ella, sito en el callejón del Mellizo, donde profundizaron en su amistad después de que Martínez telefonease a su mujer para comunicarle que no iría a dormir por una vigilancia imprevista.




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