domingo, 17 de diciembre de 2023

candiliterario 9



CANDIL LITERARIO Nº 9

 




CAPÍTULO VI



A la hora señalada se presentó en el despacho del comisario Hontanares, donde ya se encontraba Martínez, un caballero de sienes plateadas y cabello entrecano, ataviado con un elegante traje negro y corbata gris perla sobre la que destacaba un artístico alfiler que recordaba a la Giralda de Sevilla, que llevaba un portafolios en la mano izquierda, donde lucía un elegante solitario.

  • Buenos días –saludó el comisario-. Mi ayudante, aquí presente, ya me había informado de su visita. Le agradezco su puntualidad.

  • Antiguo Villacañas a su servicio.

  • Un nombre curioso sin duda – admitió Hontanares.

  • Nací en un pueblo toledano cuya patrona es la Virgen de la Antigua.

  • Todo aclarado.

  • ¿Ha traído la documentación que le pedí? - intervino Martínez.

  • Está en el maletín –respondió, mientras lo abría y extraía varios expedientes. Después añadió que no servirían para nada.

  • ¿Por qué? - inquirió el comisario.

  • Todas las armas que expongo y vendo en mi establecimiento son copias fidedignas de los originales como podrá comprobar al inspeccionar la documentación y las fotografías que traigo

Hontanares la examinó con atención y concluyó que el señor Villacañas tenía razón y que todas las armas blancas se habían fabricado en Toledo. En cuanto a las instantáneas pudo reconocer a Tizona, Colada, Excalibur, un gladio romano, una cimitarra, un alfanje, una espada templaria con su cruz en el mango, un mandoble que pudo pertenecer al mismísimo Fernando el Católico según el señor Villacañas, la epada de El Gran Capitán y la de Don Quijote con guarda renacentista (lo que restaba verosimilitud al arma), la imperial de Napoleón e, incluso, una katana de samurai. Hontanares no era ningún experto en el tema, pero le ayudó que cada fotografía tuviese escrito el nombre de cada acero escrito en su envés.

  • Señor Villacañas, ¿por qué no se presentó en esta Dirección General antes?

  • He venido a la hora que me dijo su ayudante.

  • No me refería a eso. ¿Acaso no ha visto los carteles que colocamos por toda la ciudad?

  • Sí, pero son tan ambiguos que no aclaran la naturaleza del objeto reclamado.

  • Se lo advertí, comisario – comentó Martínez.

  • ¡Silencio!... Entonces, ¿debo entender que no vende ni expone ningún arma auténtica en su establecimiento.

  • Ni yo ni ninguno de mis colegas. Además de carísimas, son objetos de museo protegidos por la ley. Podrían acusarnos de robo o contrabando de armas históricas. No merece la pena.

  • Parece razonable – admitió Hontanares.

  • Compruebe la normativa del ramo y verá que tengo razón.

  • ¿Conoce usted la espada de Roldán? - intervino Martínez.

  • Estaba en el museo el día que desapareció. Por cierto, muy buena idea incluir a dos extras disfrazados de Astérix y Obélix. Quedaban muy adecuados en el decorado.

Ambos policías se miraron unos instantes, pero permanecieron en silencio.

  • Reconozco que era un arma espléndida.

  • A mi me parecen todas iguales – comentó Martínez..

  • Señor Villacañas, ¿cree usted que perderíamos el tiempo hablando con otros colegas suyos?

  • Comisario, puede usted visitar todas las tiendas de antigüedades de la ciudad y encontrará algunas, no me atrevo a decirle cuántas, copias de Durandarte; pero ninguna será la que busca. Además, casi todos nos nutrimos de los mismos suministradores, por lo que el material que vendemos es muy parecido.

  • Entonces, ¿dónde puede estar? - preguntó Martínez.

  • En manos de un coleccionista que haya encargado el trabajo – respondió el anticuario.

  • ¿Se le ocurre el nombre de alguno?

  • Ahora mismo no. Si pueden esperar unos días, preguntaré en mi ambiente y les informaré sobre mis pesquisas.

  • ¡Gracias! - comentó el comisario.

  • De todas maneras, indagaremos un poco más. Siempre puede sonar la flauta – señaló el comisario.

  • He visto que hay más establecimientos por la zona donde tiene el suyo, señor Villacañas – señaló Martínez.

  • En efecto. Y por El Rastro también.

    Este hecho era la excusa perfecta para que Martínez pudiese seguir visitando a Reme y mantener viva la llama de la pasión como suele decirse.

  • En fin, señor Villacañas, muchas gracias por su colaboración. Si consigue algún dato nuevo que pueda ayudarnos, comunique con esta Dirección General.

  • A su servicio, comisario... Adiós, caballeros.

  • Este asunto está muy oscuro -reconoció Hontanares una vez solos-. El robo podría ser obra de una grupo internacional que trabajase por encargo para un coleccionista privado como ha señalado el anticuario y..¡hay tantos!

  • Puede, pero no hemos oído nada que lo confirme. En estos casos, suelen filtrarse noticias sobre que fulano, el coleccionista, ha adquirido de manera sorprendente, es decir, sospechosa. tal o cual objeto codiciado por muchos –señaló Martínez-. Además, si el señor Villacañas pudo concluir que la espada expuesta era una copia, ¿no lo descubrirían los citados coleccionistas, muchos de los cuales manejan información privilegiada, sin contar con que algunos pudieran estar presentes el día de la inauguración?

  • ¡Estoy perdido, Martínez!

  • ¿Qué ha sido de su lógica implacable? ¿De su rigor intelectual? ¿De su arrojo y decisión?

  • Siguen ahí, pero son inútiles en la oscuridad total.

  • Bueno, ya se encenderá alguna luz.

Tras estas palabras, sonó el despacho en el teléfono. Descolgó Hontanares y dijo:

  • ¿Qué hay?

  • ¿Comisario Hontanares?

  • Al aparato.

  • Soy Recuenco, del Laboratorio.

  • Yo no me hecho ningún análisis – respondió.

  • Quiero informarle de los resultados del expediente 23/2579A.

  • ¿De qué me habla?

  • De una petición suya para examinar un taxi.

  • ¡Ah, sí!... ¿Por qué no ha empezado por ahí?

  • Hay unos protocolos para transmitir información sensible, comisario.

  • ¿Desde cuándo?

  • Los ha instaurado su jefe directo, Benjamín Prado y Altamirano.

  • Primera noticia que tengo. En fin, ¿qué han descubierto?

  • Aparte de mucha suciedad, envolturas de caramelos, colillas y algún chicle, nada relevante.

  • El señor Carrasquilla es poco higiénico.

  • ¿Quién?

  • El dueño del vehículo.

  • ¿Lo conoce?

  • Lo sufro. Y, en la vaina, ¿qué han encontrado?

  • Una huella en la parte superior y otra en la inferior.

  • ¿Coinciden con alguien fichado?

  • Sí, con un tal Ernesto Valcárcel.

  • No me suena de nada.

Entonces, Martínez dijo:

  • Yo he oído antes ese nombre. ¿Con quién habla?

  • Con un tal Recuenco del laboratorio.

  • Pregúntele si tiene su ficha a la vista.

  • ¿Tiene la ficha del señor Valcárcel a la vista?

  • Sí.

  • ¿Hay algún dato de interés?

  • Varias detenciones por hurtos menores y trapicheo de hachís.

  • ¿Nada más?

  • No, comisario.

  • No parece el elemento idóneo para este trabajo - dijo Hontanares a Martínez, mientras tapaba el auricular del teléfono para que no le oyese su interlocutor.

  • Tendré que hablar con él de todos modos – comentó su ayudante.

  • ¿Tenemos alguna dirección del interfecto? - preguntó el comisario a Recuenco.

  • Calle del Clavel, 22, 3º D.

  • ¿Cómo pueden recuperar la vaina sus legítimos dueños?

  • Tendrá que recogerla la persona que firmó la entrega.

  • ¡Bien, gracias! - se despidió Hontanares. Luego dijo a Martínez:

Le toca cogió la vaina en el laboratorio y llevarla a la embajada. Después, localice al tal Valcárcel y hable con él y, luego, visite a los anticuarios.

  • No me da un respiro, comisario.

  • El deber es el deber.

  • ¿Y usted que hará?

  • Meditar, mientras leo a Morgan Philbilly, y, luego, comer con Silvia.

  • Yo sí que me la comería.

  • ¿Qué ha dicho?

  • Nada, nada, comisario. Ya me voy.

Martínez cogió la vaina en el laboratorio tras firmar un recibí por triplicado -una nueva norma de Aquél jr-, y, luego, condujo hasta la embajada de Parisia; donde se la entregó en mano a monsieur Martel en persona, quien se lo agradeció, mientras le urgía a encontrar la espada desaparecida; pues se jugaban el prestigio de su país y bla, bla, bla. Al policía le extrañó que no preguntase dónde habían encontrado la funda, pero no quiso alargar la conversación. Sin embargo, le preguntó:

  • Disculpe mi ignorancia, monsieur, pero ¿a quién puede interesar un objeto tan valioso y reconocible?

  • A cualquiera que lo codicie; coleccionistas sobre todo.

  • ¿Y ustedes no podían fabricar copias y venderlas a los interesados? Sacarían un beneficio y evitarían los robos.

  • Un objeto es más valioso cuanto más exclusivo es – sentenció el agregado.

  • Lo que aumenta el número de sus posibles ladrones – comentó Martínez.

  • Por eso las medidas de seguridad deben ser infalibles como en nuestros museos -respondió el agregado con cierto retintín-. Por cierto, el embajador quiere que vuelvan Astérix y Obélix. Considera que su presencia ayuda al público a comprender la época histórica de los objetos.

  • ¿Cuál de ellas, pues no son todos de la misma?

  • Todas.

Tras una respuesta tan tajante, Martínez se despidió del monsieur. Subió al vehículo muy triste, pues no había visto a la hermosa Ivonne. Condujo distraído por la imagen de la mujer, lo que casi provoca un choque con el vehículo que le precedía al frenar sin avisar.


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