CANDIL LITERARIO Nº 8
CAPÍTULO V
Los dos agentes y su detenido llegaron hasta el despacho nº 352. Uno de ellos golpeó el cristal, mientras el arrestado insistía en que el comisario se alegraría de verle. Tras recibir permiso para entrar, abrieron la puerta y se encontraron a Hontanares, embutido en un elegante terno azul egipcio, tumbado en su diván, leyendo la novela de Morgan Philbilly ya señalada.
¿El comisario Hontanares? - dijo uno de ellos.
¿Qué desean? - respondió sin levantar la vista.
Se presentan los agentes Morán y Pemán con un detenido.
Entréguenlo en el Registro de Entrada.
Venimos de allí. El detenido afirma conocerle.
¿Qué tal, comisario? - intervino Régulo Carrasquilla.
Entonces, Hontanares cerró el libro y preguntó:
¿Usted?... ¿Qué ha hecho ahora?
¿Yo?... Nada.... Estaba aparcado tranquilamente en la calle, cuando...
Delante de una marquesina de autobús en el carril para este último, impidiendo el paso a los viajeros y a los vehículos – informó el agente Morán, un hombre muy alto con la cabeza afeitada y un poblado bigote negro.
Esperaba a un cliente – aclaró el taxista.
Para usted es una costumbre más que no justifica su presencia en mi despacho.
Eso mismo les he dicho a los agentes.
Tras proceder a su detención -señaló el agente Pemán, regordete, metro sesenta escaso y gafas redondas-, encontramos este objeto en el asiento trasero del vehículo. Al verlo, creímos que podría interesarle, comisario. Después, se lo presentó a Hontanares.
El aludido lo observó con atención y detenimiento, gratamente sorprendido. Parecía, y era, la vaina de una espada larga que podía ser, la vida está llena de casualidades, la funda de la espada desaparecida. La tomó en sus manos y la examinó a conciencia. Después, la comparó con una fotografía que tenía sobre su mesa y concluyó que eran idénticas. Despidió a los agentes, reconociendo su gran celo profesional, mientras señalaba que el detenido y él eran, en efecto, antiguos conocidos. Añadió que no era peligroso ni violento. Ambos policías salían del despacho, cuando entraba Martínez. Se saludaron rutinariamente. Al ver al taxista, dijo:
Hombre, amigo Carrasquilla, ¿ya viene a cobrar?
No he tenido tiempo.
Le han detenido los agentes con que se ha cruzado, porque han descubierto este objeto en el asiento trasero de su vehículo – le informó Hontanares
Son novatos, comisario Se han incorporado esta semana al servicio activo.
¿Y qué?
Que todavía cumplen el reglamento a rajatabla, es decir, que... pueden pecar de... estrictos.
¿No estará defendiendo al señor Carrasquilla?
En absoluto, pero la presencia de este objeto en su taxi puede ser una mera coincidencia.
¡Muy bien dicho, amigo! - intervino el taxista.
¿Es la funda de la espada?
Coincide con las fotografías que tenemos.
Por cierto, comisario ¿los parisinos están presionando mucho para que encontremos el arma?
¡Silencio!... ¿Quiere que se entere todo el mundo? - inquirió Hontanares señalando a Régulo.
Por mi no se preocupe. No sé de lo que hablan ni... me importa. ¿Cuándo cobro?
Además, Martínez, nuestro prestigio como fuerzas de seguridad nos exige recuperar la pieza desaparecida.
Amigo Carrasquilla, ¿qué puede decirnos de la presencia de este objeto en su vehículo?
Nada. No lo había visto hasta que sus compañeros lo encontraron.
¿Sabe lo que es? - intervino Hontanares.
Lo ha dicho usted antes: la funda de una espada.
¿De cuál?
¡Y yo qué sé!
¿Debemos creer, por tanto, que usted no pertenece a una red internacional de traficantes de objetos históricos?
Usted delira, comisario. ¿Está seguro de que sólo bebe agua?
¡Un respeto, señor Carrasquilla!... No olvide que represento a la autoridad..
¡Así está el país!
¿Qué insinúa?
Nos estamos desviando, comisario – intervino Martínez.
Tiene razón – admitió el aludido.
¿Cuánto tiempo llevaba usted en la calle, Régulo?
Una hora más o menos. Sólo he podido hacer tres carreras.
¿Las recuerda bien?
Cogí el primer paquete...
¿Paquete? - preguntó el comisario.
Es el nombre que damos a los pasajeros en argot taxista.
Lo comprobaré – comentó Hontanares.
Como iba diciendo, cogí el primer paquete en la Plaza de Benavente y lo llevé a la calle de la Revoltosa.
¿Cómo era?
Una calle normal.
¡El viajero!
Nacional.
¿Qué aspecto tenía?
Vulgar y corriente.
Régulo, ¿puede ser más preciso? - señaló Martínez.
No sé... Veintipocos, pelo cortado a tazón, pendientes en ambas orejas, chandal azul y blanco de Adidas, gorra deportiva con la visera hacia atrás, tatuajes en todo el brazo izquierdo y un gran rosario colgado al cuello.
¿Llevaba algún objeto, cuando subió al taxi? - intervino Hontanares.
Un machete de medio metro.
¿Un machete? - preguntaron, alarmados, ambos policías.
Eso he dicho.
¿Y no se alarmó?
Si supiera las cosas raras que vemos y oímos al cabo del día, comisario. Además no era asunto mío. Cada cual vive como puede.
Pero es un arma potencialmente peligrosa.
Me limité a llevarle al destino solicitado, me pagó y me largué de allí. No es una zona que me guste mucho – aclaró el taxista.
Habrá que reforzar la vigilancia por ese barrio – comentó Hontanares.
La segunda carrera, Régulo.
Una señora mayor muy arreglada y enjoyada. La cogí en Pacífico y la dejé en Jesús de Medinacelli. Según me comentó era archicofadre supernumeraria del Cristo. Detuve el coche en la puerta de la iglesia, me pagó, dejó una buena propina, y regresé al tráfico.
Yo creo que ninguno parece capaz de un robo como el que investigamos – admitió Hontanares.
¿Qué han robado? - se interesó el taxista.
¿No ha leído la prensa ni los carteles que inundan las calles?
Sólo leo la prensa deportiva.
¡Magnífico! -sentenció el comisario-. Háblenos del tercer cliente.
Era un caballero de unos cuarenta años, cazadora azul, pantalones vaqueros, camisa clara, chaleco estampado, sombrero negro, perilla y gafas rectangulares de pasta también negras. Lo recogí en la puerta de un gimnasio de la calle de Silva. Me lo dijo él.
¿El qué? - inquirió el comisario.
La situación de la calle.
- ¿Qué calle?
Donde quería ir
¿Y cómo se llama?
Déjeme recordar... Era algo de ovejas...
¿Por qué se lo dijo?
Porqué se lo pregunté yo para poder llevarle hasta allí y saber si quedaba lejos de mi casa para acercarme a comer algo.
¿Llevaba algún objeto?
Sí, una espada muy larga.
¿Por qué no ha empezado por él y nos hubiera ahorrado toda la sarta de tonterías que nos ha largado? - estalló el comisario.
Me han preguntado por mis carreras – se defendió el taxista.
Pero, amigo Carrasquilla -intervino Martínez-, podría haber comprendido que esta última podría interesarnos más por la naturaleza del objeto que llevaba su cliente.
Desconozco la naturaleza del objeto que buscan, luego no podía suponer o comprender nada – rebatió el aludido.
¡Este hombre es un cenutrio, un peligro público! - comentó Hontanares.
No hace falta que me insulte.
Lo que voy a hacer es encerrarle una buena temporada – amenazó éste.
¿Podría confirmarnos que esta funda es la misma que llevaba su cliente? - inquirió Martínez.
Solo me fijé en el tamaño de la espada.
¿Dónde le dejó?
Frente a la puerta de un negocio de antigüedades. Por la calle Toledo.
¿Recuerda el nombre?
Eeh... era algo sobre armas, o... escudos, o...¿corazas?
¡Es desesperante!
¿Había algún dibujo o cartel en la puerta? - insistió Martínez.
Había un rótulo o algo parecido de metal recortado en forma de dos siluetas humanas: una más alta que la otra, con lanza y montada en un caballo; la otra, regordeta y en un rucio.
¡Don Quijote y Sancho Panza! - exclamó, triunfante, el comisario.
¡Eso es!... Antigüedades Los Panza, calle del Carnero, 22.
Para no conocer las calles de la ciudad, recuerda muy bien ésta – señaló el comisario.
Porque es la última dirección a la que he ido. Sus compañeros me detuvieron en una parada cerca de la Fuentecilla.
¿En una parada? -inquirió Martínez.
Sí, había estacionado delante de una marquesina impidiendo que la gente cogiera el autobús.
¡Cómo es usted, amigo Carrasquilla!
¿No se percató de que la espada que llevaba su cliente carecía de vaina cuando se apeó de su vehículo? - le preguntó Hontanares.
Estaba distraído contando la recaudación.
¿Se le ocurre alguna otra pregunta, Martínez?
No, comisario.
A mi tampoco.
¿Hemos terminado entonces? - se interesó Régulo Carrasquilla.
Por el momento. Lleve la vaina al laboratorio para que busquen huellas y las cotejen con nuestros archivos en caso de encontrarlas, Martínez. Luego, trasládese a la última dirección apuntada por el señor Carrasquilla y pregunté por la espada y su portador.
¡Anda, como en las películas! - comentó el taxista.
En cuanto a usted, señor Carrasquilla, requiso su vehículo para que nuestros técnicos lo revisen concienzudamente por si guardara algún otro indicio.
Protesto enérgicamente. Está usted jugando con el futuro de mi hijo.
¿Qué dice, majadero?
Si no puedo circular, no ganaré dinero para pagarle una carrera universitaria.
Serán pocos días, amigo Carrasquilla. Aprovéchelos para estar con su familia. Lleve a comer y al cine a su mujer, por ejemplo.
Gastar y gastar, sólo piensa en gastar – se quejó el taxista.
Le avisarán, cuando pueda recoger el vehículo. Ahora, márchese, esté localizable y no se meta en líos. Y usted, Martínez, cumpla mis órdenes.
Taxista y policía salieron juntos del despacho y descendieron en el ascensor. Se despidieron en el vestíbulo con un apretón de manos. Luego, Martínez bajó al sótano, entregó la vaina e informó de que debían revisar a conciencia un taxi, cuya matrícula y modelo apuntó en el formulario correspondiente, e informar de sus descubrimientos al comisario Hontanares. Desde allí, a bordo del Citröen Elysée, se trasladó a la tienda de antigüedades. Cuando llegó, la zona le resultó familiar. Mucho más, cuando vio a Reme saliendo de un colmado próximo. Sorprendidos, se saludaron con un beso.
¿Qué haces por aquí? - preguntó ella.
Investigo un caso.
¿Tiene que ver con esos carteles tan raros que hay por todas partes?
Puede ser.
Y tú.
Vivo en la calle siguiente, ¿no recuerdas?
Estaba atento a otros detalles.
¡Pillín!
¿Dónde vas?
A una tienda llamada Los Panza o similar.
¿Los Panza?... No me suena.
¿Algún nombre relacionado con Don Quijote?
¿Don Quijote dices?... (Reme piensa unos momentos?... Hay un anticuario llamado Cervantes en esta misma calle.
¿Podríamos comer más tarde?
Tengo cocido por si te interesa.
Luego me paso. ¿Cómo no estás trabajando?
Han cerrado el museo unos días hasta que se calme la situación. Los franceses están desesperados, sobre todo el más alto. Se pasa el tiempo levantado los brazos al cielo y gritando sacreblé o algo parecido.
Parisinos.
¿No son lo mismo?
Lo eran, porque estos se han independizado en un nuevo país.
¡Como chotas!... Te espero luego.
Volvieron a besarse. Era la una y media del mediodía. Martínez entró a una tasca donde anunciaban vermut de grifo y degustó varios. Para su sorpresa y satisfacción, el gran Rafael Farina sonaba a todo volumen. Tras una deliciosa comida, disfrutó una cariñosa siesta con Reme. Sobre las seis de la tarde entró a la tienda de antigüedades, donde descubrió varias espadas colgadas en la pared. Se identificó ante el dependiente, que resultó ser también el dueño y llamarse Antiguo Villacañas Panzón, y le preguntó por el origen de dichas armas blancas y si tenía toda su documentación. Respondió que tendría que buscarla, aunque tardaría un buen rato. Entonces, le citó para las nueve de la mañana del día siguiente en el despacho nº352 de la Dirección General de Seguridad. Después, entró a beber otro vermut.
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