miércoles, 31 de enero de 2024

candiliterario 20

 

CANDIL LITERAARIO Nº 20




CAPÍTULO XVII




La mañana siguiente Martínez entró al despacho de Hontanares cuando éste se disponía a romper el plástico de la última novela de Morgan Phillbilly, quien se había vuelto más prolífico con los años. Se titulaba: “Dulces Amargos” y su argumento era el siguiente:”Tallula Perkins trabaja de stripper en un garito llamado “The Hole Greedy”, propiedad de un empresario sin escrúpulos llamado Phineas “Candyman” Busterhill por su afición, obvia, de ofrecer caramelos a las jovencitas menores de dieciocho y mayores de quince años. Su mano derecha es un sicario despiadado que responde por Jeffrey “Steelray” Hillman, especializado en rajar las caras de las jovencitas y las bailarinas que rechazan los caramelos y favores de su jefe. Una de ellas fue Tallula, conocida en el ambiente como “Sweet Cake” por su sinuosa anatomía y sus bailes sensuales. Una noche aciaga aparece el cadáver de “Candyman” Busterhill en la cama de la bailarina. Tallula ronca a los pies del lecho. Tras enérgicos zarandeos, su asistenta consigue reanimarla. Tallula se despierta resacosa y con dolor de cabeza. Descubre el fiambre y grita enloquecida. Después, se prepara un café doble y avisa al sagaz inspector Lynxeyes, antiguo novio del instituto, quien se presenta minutos más tarde, estudia la escena del crimen, y concluye que el asesino es “Steelray” Hillman; pues el muerto tiene la cara marcada como sus víctimas habituales. Tras su detención y posterior interrogatorio confiesa que le mató por despecho, pues estaba enamorado de él y rechazó sus caramelos. Resuelto el caso, regresa a casa de Tallula para informarle del asunto y... recuperar el tiempo perdido desde el instituto”.

  • ¡Buenos días, comisario!

  • ¡Ah!...¿Es usted?

  • ¿Esperaba a alguien?

  • No. ¿Tiene novedades?

  • Estuve en la Asociación del Rancio Abolengo para conocer la actividad del título nobiliario como me había ordenado.

  • ¿Y?

  • Inactivo desde mil ochocientos y pico... ¡Qué gente más rara!

  • Mantienen costumbres antiguas.

  • Rancias como su nombre. He hablado con un vejestorio que sólo sabía decir “Pláceme”. ¿Quién habla así?

  • Los nobles.

  • Los capullos integrales... Y usted, ¿encontró la ropa que buscaba?

  • Pues sí. La ayuda de Silvia ha sido fundamental. ¡Qué buen gusto tiene!

  • Ya se lo dije.

  • ¿Le gustan? - dijo Hontanares, mientras abría la caja que contenía los gemelos.

  • ¡Muy originales, comisario!

  • Y baratos. .. ¡Una ganga!... Ámbar auténtico y oro blanco.

  • ¿Ha comprado un monóculo también?

  • No se me ha ocurrido, pero quizá sea algo excesivo. Sin embargo, he adquirido unas magníficas imitaciones de importantes medallas civiles que transmitirán al sospechoso la magnificencia del vizconde. Yo hubiera escogido la Laureada de San Fernando, pero Silvia, que estaba encantada, me aconsejó más discreción.

  • ¡Una santa!...En usted, nada es excesivo.

  • Ahora hablemos con el Departamento de Electrónica para que les incorporen micrófonos y cámaras de alta definición.

  • Entonces, visitemos al Teleco.

  • ¿El Teleco?

  • Padilla, doctor en Telecomunicaciones por la Universidad Politécnica.

  • ¿Y qué hace trabajando aquí? Con ese título ganaría mucho más dinero en la empresa privada.

  • Pero este es un empleo fijo y tiene una familia que mantener como yo.

  • Entonces, ¿aprobó una oposición?

  • ¡Claro!... Solo los altos cargos entran en dedo. Los demás tenemos que hacer un examen.

  • ¿Usted se examinó? ¿No me había dicho que le enchufó un primo suyo al terminar la mili?

  • Sí, pero tuve que demostrar que sabía leer, escribir y las cuatro reglas.

  • ¡Menudo esfuerzo!

  • No se crea. Los muy mamones me pusieron una raíz cuadrada muy difícil.

  • ¿Cuál?

  • 64.

  • ¿Le parece difícil la raíz cuadrada de 64?

  • Sí, ¿qué pasa? … El trabajo al que aspiraba se reducía a detener a rateros, chulos y putas. Para eso no necesito una licenciatura.

  • ¡Tiene razón!... Vamos a conocer al tal Padilla.

  • ¡Es un genio, comisario!

  • Ardo en deseos de conocerle.

  • ¡Cuidado, no se queme!

Descendieron hasta el primer piso, donde un gran cartel colgado del techo con la leyenda: “ELECTRÓNICA Y ROBÓTICA. LA POLICÍA DEL FUTURO CONTRA EL FUTURO DEL CRIMEN” recibía a los visitantes. Pasaron a un despacho en cuya puerta acristalada estaba escrito: “F. Padilla”. Les recibió un treintañero con rastas y larga barba rubia. Bob Marley sonaba a todo volumen.

  • ¿Qué pasa, Martinez?

  • ¿Qué tal, colega?

  • Hace mucho que no nos enrollamos.

  • Últimamente estoy muy ocupado. Quiero presentarte al comisario Hontanares.

  • ¡Dabuti, tío!

  • Encantado de conocerle – dijo Hontanares.

  • ¡Paz, hermano! - respondió Padilla.

  • Tiene un encargo para ti.

  • Martínez, ¿qué le sucede a .. nuestro compañero? -preguntó el comisario al oído de su ayudante-. Parece muy relajado.

  • Eeeh... su médico le ha recetado un medicamento especial para neutralizar su hiperactividad.

  • ¡Ah!... ¿Algún relajante muscular?

  • Relajante, sí; muscular, no tanto... ¡Está fumado, comisario!

  • Pero... está prohibido durante el servicio, como beber alcohol.

  • ¡Hachís, leñe!...No se entera de nada.

  • ¿Ha visto usted el informe médico que le faculta para drogarse en el trabajo?

  • Con que lo vea la Dirección del Cuerpo me basta.

  • Tendré que informarme al respecto – remató Hontanares.

  • ¿Qué necesitas, colega? - preguntó Padilla.

  • Quisiera que instalase un micrófono y una cámara en estos gemelos para una investigación encubierta – respondió el comisario, mientras le mostraba las mancuernas.

  • ¡Muy originales, tío!... ¿Te corren prisa?

  • Relativa.

  • El que mucho corre pronto para – dijo Padilla entre risotadas sin motivo.

  • Este hombre no está en sus cabales.

  • Efectos secundarios, comisario.

  • Si usted lo dice.

  • ¿Qué alcance has pensado para el micrófono?

  • Habíamos pensado recepcionarlo desde un vehículo camuflado.

  • Puedo hacerlo, aunque  molaría más un piso franco... ¡Arriba España!.. ¡Ja, ja!

  • ¿Por qué?

  • Por la calidad del sonido.

  • Veremos la disponibilidad.

  • La cámara, ¿en blanco y negro o en color?

  • En color, Padilla. Queremos lo mejor – respondió Martínez.

  • ¡Vale!... En un par de días los termino. Luego habrá que probarlos.

  • Haremos un simulacro – comentó Hontanares.

  • Supongo que los lucirás tú, tío – dijo Padilla,  señalando al comisario.

  • En efecto.

  • ¿Quieres escuchar, mientras graban? Puedo añadir un altavoz en miniatura para que lo lleves en el oído o para oír música dabuti como ésta.

  • Podrían descubrirlo.

  • Mejor lo descartamos, Padilla.

  • ¡Vale, colega!

  • Me avisas, cuando los tengas y paso a recogerlos.

  • Es un rollo, pero tienes que rellenar esta solicitud por orden superior de un inferior enchufado.

  • ¿Cómo?

  • Se refiere a Aquél jr.

  • ¡Un respeto a los responsables, compañero! - exclamó Hontanares.

Padilla estalló en nuevas carcajadas, mientras se palmeaba las rodillas y gritaba: .”¡Ha dicho responsables!... ¡Ja, ja!... ¡Ja, ja!”.

  • Bueno, colega, te dejamos trabajar en paz. ¡Nos vemos! - se despidió Martínez, mientras empujaba al comisario fuera del despacho.

  • Cuando vengas, trae un poco de mandanga – señaló Padilla entre grandes carcajadas.

  • Supongo que usted no fuma, cuando se junta con ese... perdido – señaló el comisario.

  • No, por desgracia tengo otro médico – respondió su ayudante.

A esa misma hora, Silvia Alphand telefoneaba desde su despacho al coleccionista para conocer la posibilidad de incluir al X Vizconde de Martino, buen cliente de su empresa, amante del arte y filántropo, dueño de una cuantiosa fortuna basada en bienes raíces y extensos latifundios en varias provincias del país, en la partida de póquer que éste organizaba.

  • Míster Drinker, soy Silvia Alphand, de... ¿Me recuerda?

  • ¡Como no, señorita!... Es difícil olvidar una mujer tan hermosa como usted.

  • ¡Siempre tan amable, míster!

  • Llámeme Ian. Hace muchos años que nos conocemos.

  • Pero usted es un cliente y debo tratarle con el respeto debido.

  • ¡Como quiera!... ¿Tiene alguna buena oferta para mi?

  • No. En este caso quisiera pedirle un favor.

  • Usted dirá.

  • Se trata de otro cliente, el X vizconde de Martino, que estaría interesado en poder participar en alguna de las partidas de póquer que organiza usted. Hace unos días contacté con él, porque también colecciona piezas de arte. Me comentó su deseo de participar en alguna partida discreta, y, entonces, me acordé de usted. Espero que no le moleste.

  • Eeeh, señorita Alphand, deberé consultar con mis tres compañeros de juego. Llevamos muchos años juntos y creo conveniente conocer su opinión.

  • Me parece razonable.

  • ¿Y dice usted que es de absoluta confianza?

  • Ya sabe que sólo trabajamos con personas solventes en todos los significados de la palabra.

  • La llamo en unos minutos, mientas contacto con mis amigos.

  • Estaré esperando. ¡Gracias, en todo caso, por su tiempo!

Tras colgar el aparato, el coleccionista encargó a Max que se informarse sobre un tal vizconde de Martino. Para ello, telefoneó a la Real Asociación del Rancio Abolengo, donde la ya citada Germinal le transmitió los datos que había acordado con Martínez. Satisfecho, míster Drinker volvió a llamar a Silvia.

  • Diga.

  • Señorita Alphand, mis compañeros de juego están de acuerdo en que su cliente se incorpore a la partida.

  • ¡Ah, magnífico! Contactaré con él para comunicárselo.

  • Preferiría hacerlo yo en persona. De ese modo, podremos conocernos, así que si me facilita su número de teléfono...

  • Como guste.

El coleccionista lo anotó y después colgó tras nuevos comentarios sobre la belleza de Silvia, quien, nada más terminar de hablar con él, llamó a Hontanares para informarle de sus gestiones. Mientras hablaban, el comisario dijo:

  • Tengo una llamada por la otra línea. ¡Hasta luego!... ¿Diga?

  • ¿Hablo con el vizconde de Martino?

  • Al aparato.

  • Acabo de hablar con Silvia Alphand, de la empresa...

  • La conozco. Una gran profesional y una mujer bellísima – completó Hontanares.

  • Sin duda.

  • Me ha hablado de que usted también colecciona arte como yo y que estaría interesado en jugar al póquer en algún lugar discreto.

  • En efecto.

  • Resulta que yo organizo todos los viernes desde hace algunos años una partida en mi domicilio con tres amigos de prestigio intachable. Tras consultar con ellos, estaríamos muy honrados en que participase en ella una persona tan importante como usted.

  • ¡Muy agradecido!... ¿Supongo que puedo fiarme de todos ustedes?

  • Por supuesto. Todos disfrutamos una situación económica desahogada que puede enfrentar cualquier apuesta que se produzca. ¿Le gusta apostar fuerte?

  • ¿Juegan sin límite?

  • Solemos decidirlo antes de comenzar cada partida, pero, en principio, no hay problemas en eso.

  • ¿Cuándo será la próxima partida?

  • El próximo viernes a las nueve de la noche en mi domicilio.

  • Allí estaré. ¿Quiere facilitarme la dirección?

  • Calle de la Constancia, nº 22 , tercero derecha.

  • ¿Hay algún inconveniente en que me acompañe mi edecán?

  • ¿Edecán? Creo que nunca había escuchado esa palabra.

  • Es un término militar, pero se utiliza para designar a cualquier asistente,  y Faustino tiene toda mi confianza.

  • Lo siento, pero ni siquiera mi.... edecán..., Max, está presente.

  • Comprendo. Entonces, nos vemos este viernes a... ¿qué hora me dijo?

  • Las nueve en punto.

  • ¡Hasta entonces!

  • ¡Adiós!

Hontanares comunicó con Martínez, quien vigilaba el domicilio del coleccionista, para transmitirle las novedades y para que hablase con Teodoro, el portero, por si conocía algún piso por la zona que pudiera alquilarse. También le encargó conseguir un vehículo digno de un vizconde para el siguiente viernes y que, delante del sospechoso, se llamaría Faustino y sería su chófer y hombre de confianza; por lo que debería vestir traje oscuro, negro o azul marino, con corbata. Terminada la llamada, Martínez se acercó hasta el portal del coleccionista y preguntó al portero por viviendas vacías cercanas. Teodoro se rascó la cabeza, y, después, dijo:

  • Hay un piso cerrado en el número 26 propiedad de un banco al desahuciar al inquilino por impago de la hipoteca.

  • ¿Lleva mucho tiempo vacío?

  • Unos cuatro meses que yo sepa.

  • ¿Hay portero también?

  • No. Tienen una contrata para la limpieza.

  • ¿Qué piso es?

  • El segundo izquierdo.

  • ¿Las llaves las tiene el banco?

  • Supongo.

  • ¡Gracias!

Martínez entró en el número 26 y subió en el ascensor al 2º C. Frente a la puerta, extrajo dos ganzúas, y maniobró en la cerradura hasta forzarla. Encontró un pequeño recibidor del que nacía un largo pasillo por el que avanzó hasta un salón rectangular con una terraza de la misma longitud. Estaba amueblado con un sofá, una mesa cuadrada y cinco sillas. De la sala partían dos pasillos: uno, que terminaba en la cocina y un tendedero y otro, en el que se encontraban el baño -completo- y tres habitaciones de tamaño distinto. En la más grande descubrió una cama de matrimonio. Las otras estancias estaban vacías, salvo la cocina, en la que había una nevera vieja, una mesa y dos sillas de formica verde con cubiertos en su cajón central, una vitro y varios armarios colgados de la pared con algunos platos y vasos. Pensó que podrían instalarse allí para seguir las conversaciones de la partida. Telefoneó a Hontanares.

  • Tenemos piso, comisario.

  • ¿Es muy caro?

  • Yo me ocupo.

  • Localice el coche. La partida será el próximo viernes a las nueve de la noche.

Nada más colgar sonó el teléfono de Martínez.

  • ¿Quién es?

  • Recuenco, del laboratorio.

  • ¡Ah, sí!... Dime,

  • Hemos encontrado tres juegos de huellas en la botella de whisky que trajiste. Tras descartar las tuyas, no hemos encontrado coincidencias con las otras dos.

    Comprendo. ¡Gracias!

Colgó. Después condujo hasta el domicilio del comisario. Le abrió la puerta Silvia embutida en una bata chinesca.

  • Siempre a sus pies, señorita Alphand – saludó Martínez.

  • ¡Muy amable!

  • Sólo sincero.

  • Manuel está en el salón. ¿Quiere tomar algo?

  • Un poco de vino.

  • Enseguida se lo llevo.

Avanzó por la vivienda hasta reunirse con Hontanares.

  • Buenas tardes, comisario.

  • ¡Qué hay!... ¿Tan importantes son las novedades que trae como para no esperar a mañana?

  • No, es que le echaba de menos.

  • ¡Menos guasa, Martínez!

  • Termino de hablar con Recuenco, el del laboratorio. No ha encontrado nada en la botella.

  • Cabía suponerlo. El sospechoso es muy largo. Hablando de otra cosa, ¿ha visto el piso, queda cerca del objetivo?

  • Lo he visto y he estado dentro.

  • ¿Tiene la llave entonces?

  • No, he forzado la cerradura.

  • ¿Cómo? ¿Está reconociendo que ha cometido un delito?

  • Bueno, bueno, todo tiene su medida El piso está en el número 26 de la misma calle del sospechoso. Pertenece a un banco y está cerrado desde hace meses tras el desahucio del inquilino por impago. Para conseguir que el banco nos lo prestase y facilitase las llaves, deberíamos realizar demasiados trámites y no tenemos tiempo para ello.

  • Eso es cierto, pero... ¡que sea la última vez!

  • Aquí tiene su copa -dijo Silvia Alphand, que había entrado en el salón con una bandeja-. He traído también unas almendras y unas aceitunas por si quiere picar algo.

  • ¡Es usted una santa!... ¡No la merece, comisario!

  • ¡Adulador!

  • Estoy de acuerdo con usted, Martínez. ¡Es perfecta! - admitió Hontanares.

Silvia se acercó al comisario y le besó levemente en los labios. Él comisario protestó con un:

  • Silvia, tenemos visita.

  • ¡Huy, sí, puedo escandalizarme! - se burló su ayudante.

  • ¿Algo más?

  • Desde aquí me trasladaré al garaje para buscar un vehículo elegante y que funcione. Después, hablaré con el Teleco para informarme sobre los gemelos, y, de paso, comunicarle que ya puede instalar sus aparatos en el piso franco.

  • Bien, pero...¿cómo van a entrar, si no tenemos llave?

  • Como yo.

  • ¿Otro delito?

  • Necesidades del servicio, comisario.... Este vino es cojonudo, señorita Alphand

  • ¡Martínez! - amonestó Hontanares.

  • Tiene razón, comisario. Le presento mis disculpas. Es un caldo exquisito.

  • Me lo recomendó uno de mis jefes. Es del Bierzo y se llama “Cepas Viejas” de Dominio de Tares.

  • Lo desconozco, pero tiene un bouquet excelente.

  • En efecto. ¿Quiere un poco más?

  • Estoy de servicio y... podría sancionarme mi comisario si llega a enterarse.

  • Yo no le diré nada – comentó Silvia entre risas.

  • Yo tampoco – remató Martínez con una sonrisa cómplice.

  • Os recuerdo que estoy aquí – afirmó Hontanares.

  • Sabe, comisario, es la segunda vez que me tutea. No sé cómo tomármelo.

  • Era una cuestión léxica – aclaró el aludido sin aclarar nada.

  • No les entretengo más. Llego a tiempo de pillar al Teleco en su despacho. ¡Gracias por el vino, señorita Alphand!

  • De nada. Venga siempre que quiera.

  • Y que esté yo presente – añadió Hontanares.

  • ¡Hasta mañana, comisario!... Yo también le aprecio.

Martínez regresó a la calle, subió al Citröen Elysée y condujo hasta el garaje de la DGS, donde departió con Fermín, mientras fumaban un cigarrillo.

  • ¿De qué se trata esta vez? - inquirió el encargado.

  • Debido a la investigación que tenemos en marcha, el comisario Hontanares precisa un vehículo que parezca lujoso y caro, pero no lo sea.

  • ¡Ya!... Hace unos días han entrado tres Volkswagen Passat que podrían servirte. Rellena la solicitud correspondiente y escoge el que quieras. Las llaves están en mi oficina colgadas en un tablero.

  • ¡No te jubiles nunca, Fermín!

  • En cuanto se descuiden.

Martínez le estrechó la mano y, luego, se acercó a revisar los vehículos. Se decidió por uno negro mate que le pareció el más adecuado para todo un noble como el vizconde de Martino.

  • Vendré a recogerlo el próximo viernes.

  • ¡Cuando gustes!

Sin pérdida de tiempo, entró a la Dirección General, saludó al teniente Regal, y se dirigió al despacho de Padilla, el Teleco, al que encontró sentado en su banco de trabajo en pantalón corto, chancletas y una camiseta descolorida de Pink Floyd, mientras sonaba a todo volumen “Highway to hell”. Como no le oyó entrar, Martínez se acercó al amplificador y bajó el sonido. Molesto, Padilla protestó:

  • No lo toques. Me ayuda a trabajar.

  • Lo siento, pero tenemos que hablar.

  • ¡Vale, colega!... ¿Hace un truja?

  • En otro momento. ¿Cómo llevas los gemelos?

  • Están terminados, pero tendrá que venir tu comisario para probarlos y explicarle su funcionamiento.

  • Espero que sea sencillo. Es un poco manazas con la tecnología.

  • Como todos los jefes. ¡Inútiles total!

  • ¡Qué vas a contarme! Le sufro todos los días – añadió Martínez-. He localizado un piso que podría servirnos para instalar el equipo de recepción y grabación.

  • ¡Dabuti, tío!

  • Tiene que estar funcionando antes del próximo viernes a las nueve de la noche.

  • Sin problemas.

  • No tenemos llave de la vivienda.

  • Entonces, ¿cómo entramos?

  • Con imaginación, Padilla. ¿Te parece que vayamos ahora mismo para que lo veas?

  • ¡Vale, tío! Un poco de aire fresco me vendrá bien después de toda la tarde encerrado aquí.

Cogieron al Citröen y Martínez condujo hasta el 26 de la calle de la Constancia. Subieron al 2º C. El policía volvió a abrir con las ganzúas. Padilla se partía de risa. Luego, se sentó en el sofá del salón y estudió la habitación en silencio. Después, se levantó y recorrió el resto de la vivienda. Por fin, dijo.

  • ¡Me sirve!... Nos instalaremos en la sala grande con un amplificador, una antena, una grabadora y un televisor.

  • ¿Cuántos petitorios tendré que rellenar?

  • ¡Menudo rollo, tío!... Tenemos jefes tan incompetentes que sólo se ocupan de estas gilipolleces.

  • Entonces, ¿podemos irnos ya? Nadie sabe ni debe saber que estamos y estaremos aquí.

  • ¿A qué viene tanto sigilo, colega?

  • El piso pertenece a un banco.

  • ¿Estamos ocupando un nido de esas sanguijuelas?... ¡Viva la revolución!

  • ¡Silencio!... ¿Quieres que nos oigan los vecinos y avisen a la policía?

  • ¡Qué la llamen!... ¡Ja, ja, ja!... Hemos llegado antes que ellos... ¡Es acojonante!

  • Vámonos antes de que la líes.

Regresaron al vehículo y Martínez acercó a Padilla hasta su domicilio, una buhardilla en la calle del Alamillo, en plena Morería. Le invito a subir, pero el policía adujo cansancio y se marchó a su domicilio. Eran las ocho y media de la tarde de un día largo e intenso. Para rematar la faena, su mujer se empeñó en ver “Instinto Básico” y luego se puso cariñosa.

Al día siguiente, Martínez y Hontanares se reunieron con el citado Padilla en su laboratorio para probar los gemelos. Con “Animals” de Pink Floyd sonando a todo volumen, el técnico explicó al comisario que el manejo era muy sencillo: el derecho llevaba el micrófono y se activaba presionando la parte ámbar; el izquierdo tenía la cámara y se encendía igual que el otro. No debía mirar al gemelo, cuando hablase, y expresarse con naturalidad; por tanto evitaría los gritos o pronunciar las palabras despacio, pues el receptor las captaba perfectamente y las personas que estuvieran junto a él podían sospechar o extrañarse al oírle hablar de forma afectada. A consecuencia del volumen, Hontanares no se enteró de nada y comenzó a gritar tras presionar el gemelo derecho:

  • Probando, probando, uno, dos, tres, probando, probando.

  • Comisario, no le oye nadie. El receptor está desenchufado – comentó Martínez.

  • Probando, probando, uno, dos, tres, probando, probando.

  • ¡Comisario!... Déjelo ya.

  • Probando, probando, uno, dos, tres, probando, probando.

Padilla se revolcaba por el suelo, mientras tocaba una guitarra eléctrica imaginaria.

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