CANDIL LITERARIO
Nº 33
Madrid, 12 de abril de 2024
Querido Enrique, hace unos días el Mercado Europeo, mal llamado Unión, aprobó un acuerdo migratorio por el que que cualquier país miembro podrá rechazar inmigrantes a cambio de pagar cierta cantidad de dinero. Nuestros representantes europeos han aprobado convertir en mercancías a todos aquellos que huyen de su país por guerras o hambrunas o ser refugiados políticos y buscan rehacer sus vidas en otros lugares más prósperos y seguros en teoría. Por intentarlo se enfrentan a todo tipo de abusos y humillaciones, secuestros y asesinatos, explotaciones y encarcelamientos, muros y alambradas, singladuras por mares desconocidos en embarcaciones precarias sin saber nadar en muchos casos y por cuya travesía han pagado precios muy elevados que les obligan a endeudarse o a sus familiares. Sin embargo, como bien sabes, su situación mejora una barbaridad si poseen una gran fortuna; ya que llegan a los países de acogida en vuelos regulares o privados, se instalan sin provocar recelos o sufrir el rechazo de los nativos, aunque algunos puedan ser delincuentes reclamados por la justicia. La Europa de raíces cristianas, como presume, se rinde al viejo y egoísta racismo monetario de siempre.
Por otro lado, como bien sabes el 99% de nuestra existencia es artificial o... cultural; mientras que el 1% restante es biológico o... natural. Sin embargo, es este pequeño porcentaje el realmente importante, pues a la vida, la Naturaleza, o como quieras llamarlo, le resulta indiferente la otra porción. Cuando llegue el momento de partir -nuestra única seguridad-, la profesión o la afición que hayamos ejercido, los méritos o los fracasos que hayamos cosechado, se diluirán, carecerán de importancia; nos encontraremos solos como en todos los momentos fundamentales de nuestra existencia. Entonces, ¿para qué tanto ahínco,, tanto esfuerzo, tanta pasión, tanto placer, tanta alegría, tanto dolor, tanta esperanza vana? Porque no toleramos vivir sin más, porque necesitamos estar ocupados en algo por descabellado que sea para encontrar un sentido a nuestra existencia que nos permita tolerarla con cierta dignidad.
Aunque cosechemos negativas, o, de vez en cuando, recibamos una buena noticia -como el premio literario que ganaste con un magnífico relato sobre la colonización americana de las pulgas que llevaron los descubridores españoles al llamado Nuevo Mundo-, no es lo más importante. Seguiremos escribiendo, cantando, componiendo, tocando la guitarra o cualquier otro instrumento, creando en definitiva, porque lo necesitamos, porque es el medio elegido para comunicarnos con los demás, que, por amistad o buena educación, nos aceptan con sonrisa condescendiente. Por eso les estamos agradecidos. Nuestra vanidad nos impulsa a seguir adelante, contra viento y marea, frente al desánimo, la incomprensión, o la indiferencia; pues, en definitiva, el principal objetivo es y debe ser mejorar siempre, comunicarse más y mejor con menos palabras o sonidos, perseguir la esencia para encontrar nuestra esencia; pues también es una persecución constante de nosotros mismos. ¡Qué profundo! Sin embargo, a la vida, a la Naturaleza, tanto afán, tanta presunción, tanta perseverancia, le parecen meras fruslerías; pues, llegado el momento, nos dirá alto y claro: “Has tenido una existencia buena, mala o regular; pero hasta aquí has llegado. Quizá hayas sido un triunfador o un perdedor, un héroe o un cobarde, un pionero o un reaccionario, un fanático o un librepensador, un criminal o una buena persona ... ¡Da igual!... Solo me importa que hayas perpetuado tu especie”. Quizá te cite el viejo proverbio latino: “Memento mori”, mientras recuerda tus luchas, tus amores, tus ilusiones, tus derrotas, tus... vanidades; mientras no dejas de preguntarte por qué no podemos vivir simplemente, sin tantas peleas, sin tantos odios, sin tantos esfuerzos inútiles.
Mientras tomáis unas cañas, podrías preguntar a Pateta quién y para qué se creó este valle de lágrimas que bautizamos Tierra, quién disfruta con nuestros padecimientos, nuestras torturas, nuestras guerras, nuestras estupideces. Quizá descubrir una finalidad a tanta insensatez nos conforte, nos ayude a seguir creando nuestra única y preciosa vida, tal vez solo la pesadilla de un demiurgo ignorante y ciego como presuponen los gnósticos.
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