CANDIL LI TERARIO
Nº 48
IRRELEVANTE
I
El
juez Arévalo, tras cuarenta años de carrera, tenía fama de
incorruptibe. Por sus manos habían pasado casos muy sonados
públicamente como la presunta contabilidad ilegal de un destacado
partido político, el presunto espionaje a varios líderes políticos
provinciales y nacionales, las muertes sospechosas de varios
presuntos activistas violentos que pretendían cambiar el sistema en
las que presuntamente estaban implicadas las fuerzas de seguridad, o
el presunto desfalco de una importante entidad financiera que
presidía, en ese momento, un ex ministro y contaba con otros
políticos de distintas ideologías en su consejo de administración,
y en todos había actuado siempre acorde a la Ley y la estricta
equidad que debe guiar a todo profesional de la justicia; obviando,
por tanto, su ideología o creencias religiosas. Su actual caso, el
escape de material radioactivo en la central nuclear de Villaluenga,
de treinta años de antigüedad, presentaba la circunstancia de que
el presidente de la compañía propietaria de la central era otro
antiguo ministro conservador y el vicepresidente, uno progresista
según propias palabras, y la coincidencia de que el primero había
sido compañero de estudios del magistrado, dato que tal vez podría
haberle hecho considerar la posibilidad de rechazar la investigación
por cercanía con un implicado en el caso, pero el juez Arévalo
tenía un elevado sentido del deber.
Tras
ordenar a las fuerzas de seguridad que realizasen una investigación
pormenorizada de lo acontecido en la fecha del escape -la nube
radiactiva estuvo flotando sobre el país durante varios días entre
el recelo y la perplejidad de la población y las reiteradas llamadas
a la calma de los políticos-, el magistrado se reunió en su
despacho del juzgado con su antiguo camarada.
¡Cuánto tiempo sin verte, Manfredo! -saludó Evaristo
Ríos, presidente de la compañía eléctrica propietaria de la
nuclear-. Te has convertido en todo un defensor de la ley.
¡Enhorabuena!
¡Muy amable, Evaristo, pero solo soy un probo
funcionario que cumple con su deber lo mejor que puede!
Bueno, tú dirás.
Te supongo enterado del escape acaecido en la central
de Villaluenga.
¿Debería?
Ejem, según mis datos, eres el presidente de la
compañía propietaria.
¿Ah, sí?... Bueno, ya sabes, en realidad mi función
es de relaciones públicas, conseguir clientes y patroinadores
importantes gracias a mis contactos tras el paso por el gobierno. De
cuestiones técnicas no tengo ni idea.
Ejem... Entonces, ¿no tienes información sensible
sobre el accidente?
Ni insensible... ¡Ja, ja, ja!
¿Tampoco te han informado tus colaboradores?
Tienen orden tajante de no molestarme con asuntos
menores.
¿Un escape radiactivo te parece un asunto menor?
No me parece nada, porque desconozco todo lo referente
a la energía nuclear. Como ya te he dicho, soy un relaciones
públicas con buenos contactos.
Pero... cobras un dineral por tu alta responsabilidad
y... la población próxima a la central ha podido contaminarse.
¡Ah, ya!... ¿Tienes más preguntas? He quedado dentro
de una hora para jugar al golf.
Hombre... Creí que, por tu puesto, tú...
Manfredo, no creas, no te fíes... Todo es negocio y
solo negocio. El resto es simple romanticismo que no produce
dividendos.
¿Puedes facilitarme un listado del personal presente
de la central el día de autos?
Se lo encargaré a mi secretaria... ¡Ha estado bien
volvernos a vernos! - afirmó Evaristo Ríos, mientras se levantaba
y ofrecía su mano al magistrado, quien se la estrechó
amistosamente.
De
nuevo solo, descolgó el teléfono interior y dijo:
Minutos
después, sonó el mismo teléfono.
El juez Arévalo al aparato.
Soy Piluca.
¡Ah!... Dígame.
La secretaria del señor Paradores...
¿Quién es ese?
El director técnico, señoría.
Continúe.
Me ha informado de que está en Venezuela participando
en un congreso internacional sobre energías verdes y alternativas y
que no volverá hasta la semana siguiente.
¡Vaya por Dios!... Concierte una cita para entonces.
¿Mañana o tarde?
Siempre por la tarde.
Tras
colgar, el magistrado comenzó a escribir en una cuartilla los
escasos datos que conocía sobre el escape nuclear para hacerse
una idea de conjunto. Poco después, sonó su teléfono móvil.
Buenos días, ¿hablo con el juez Manfredo Arévalo?
Al aparato, ¿Quién es usted?
Soy Dalmacio Bienvenida, Jefe de Prensa de don Norberto
Emperador., presidente de la Unión de Ciudadanos Ejemplares.
¡Ah, el señor Emperador! Cuanto honor me hace –
comentó el magistrado.
¡Como a todos!... Le paso con él.
¡Buenos días, magistrado!... El motivo de mi llamada
es interesarme por un caso que, según me han informado, lleva
usted – dijo Norberto Emperador.
¿Puede ser más explícito?
Me refiero al escape en una central nuclear.
¡Ah, sí!
Verá usted, sería una mala publicidad para la empresa
propietaria de la central una sentencia condenatoria, pues podría
afectar a los resultados económicos de la misma y de sus
accionistas. Además, mi antecesor en el cargo y otros exdirigentes
políticos ocupan puestos importantes en su Consejo de
Administración y no podemos, perdón, debemos tolerar manchas en su
magnífico currículo ni menoscabos de sus emolumentos.
Me hago cargo, señor Emperador.
Por otra parte no debemos transmitir a la población,
siempre tan asustadiza, con mensajes alarmistas.
¡Comprendo!... Pero aún estoy en la fase de
instrucción, recabando pruebas e indicios, debo interrogar a los
posibles testigos y a los trabajadores de la central presentes en el
momento del escape, así como estudiar el informe preceptivo de la
Unidad de Fugas Radiactivas y Medioambiente de la Benemérita.
¡Qué gran institución!... Pero no lo dilate mucho
por los motivos antes señalados. En todo caso, soy consciente de su
magnífica carrera judicial y de que adoptará las decisiones más
justas para el caso como siempre ha hecho; mas, si puede hacer,
haga.
Por supuesto.
También he comprobado que es usted simpatizante de
nuestro partido, detalle que me tranquiliza más todavía.
Me afilié cuando mi paisano, y ministro, Veiga creó
el partido para defender los auténticos valores del país: Dios,
patria, familia, orden. No dude de que actuaré con diligencia,
firmeza y equidad.
No esperaba menos de usted, Arévalo.
Siempre a sus órdenes, señor Emperador.
¡Buenos días!
¡Dios le guarde muchos años!
Tras
esta amable conversación, el juez Arévalo consultó su reloj de
pulsera. Después, se levantó, y salió del despacho. Después cogió
el metro hasta la estación de Estrecho, donde se apeó y oyó misa
en la parroquia salesiana de san Francisco de Sales .
II
Esa
misma tarde, tras una agradable comida en su restaurante asturiano
habitual a cargo del ministerio, el juez Arévalo interrogó a Pedro
María Quinto, Jefe de Seguridad de la central, primer nombre de la
lista que había remitido con sorprendente celeridad la secretaria de
su amigo Evaristo, aunque, en realidad, solo era el responsable de la
mesa de control del núcleo. El verdadero Jefe de Seguridad era el
antiguo director general de un ministerio que cobraba un buen sueldo,
pero nunca acudía al trabajo, lo que, teniendo en cuenta su
ignorancia total sobre energía nuclear, agradecían los demás
empleados.
Señor Quinto, ¿puede explicarme sus funciones en un
idioma que yo pueda comprender?
¿No habla español?
Claro que sí.
Entonces, no entiendo su pregunta.
Me refería a que emplease términos comprensibles para
mi, sin tecnicismos.
¡Ah, no se preocupe! No conozco ninguno.
¿No es usted ingeniero nuclear tal y como exige su
cargo según mis informaciones?
¡Qué va!... Sale muy caro.
Entonces, ¿qué preparación tiene usted?
Un cursillo de dos meses y veinte años de trabajo en
la central. La conozco como si la hubiera construido yo.
Pero, ¿qué estudios técnicos tiene?
Ya se lo he dicho: un cursillo de dos meses.
¿Y le dejan manejar la mesa de control?
No quiero repetirme, pero la conozco como si la hubiese
hecho yo.
Ya, pero...
Además, señor juez, es automática, y, por tanto,
casi no necesita intervención humana.
¿Ni en caso de fuga u otro accidente fatal?
En esos casos, salta una alarma en la central para
iniciar la evacuación.
¿Cómo dice?...
Que todos los empleados presentes abandonarían la
instalación en cinco minutos tal y como establece el protocolo de
seguridad.
Pero... ¡explotaría el núcleo!... ¡La radiación se
extendería por el país y nos mataría a todos!
A nosotros no. Tenemos un refugio preparado para
sobrevivir seis meses.
¿Y después?
Volveríamos a la superficie y reanudaríamos nuestra
vida.
Señor Quinto, según mis informaciones seis meses es
poco tiempo para eliminar los efectos de una fuga nuclear.
¿Está seguro?
Al menos eso afirma el protocolo elaborado por la
dirección de... ¡su central! y que he leído antes de su llegada
para conocer mejor la escena de los hechos.
Desconocía su existencia.
¡Magnífico!... ¿Dónde se encontraba usted en el
momento de la fuga?
En la cafetería. Como ya le dije, la mesa es
automática.
También me dijo que saltaría una alarma y creo que no
sucedió.
Bueno..., ejem..., La alarma consiste en un aviso
acústico y unas luces rojas giratorias repartidas por todo el
edificio; pero se ha suprimido, porque el ruido molestaba al
Ingeniero Jefe y las luces no se encienden, por falta de bombillas
de repuesto dado su elevado coste desde la inauguración. La empresa
ha prohibido gastos superfluos como los relativos al mantenimiento
de la instalación. Solo le interesa su rentabilidad.
Pero... ¡es inaudito! Puede producirse una catástrofe
nacional
La culpa es del gobierno, señoría..
¿De cuál?
Del actual, por supuesto.
¡Cómo siempre!... ¿Hay más personal relacionado con
el núcleo?
Los operadores.
¿Qué hicieron antes y durante el escape?
Antes, compartir un café conmigo. Después, correr al
refugio como los demás.
¡Dios mío!... Entonces, ¿quién avisó de la fuga?
La mesa de control.
¡Menos mal que sirve para algo!... Dígame los nombres
de esos operadores.
Otilio Bernárdez, Facundo Gelmírez y Sebastián
Colmado.
¡Gracias! Hemos terminado por el momento.
Las
posteriores declaraciones de los operadores citados consistieron en
refrendar las palabras del señor Quinto. El sagaz magistrado
sospechó que habían hablado entre ellos para ofrecerle la misma
versión de los hechos, pero no podía demostrarlo.
Minutos
después de marcharse el señor Quinto, sonó el teléfono móvil del
magistrado.
¿Con quién hablo?
Dalmacio Bienvenida... Le paso.
¿Juez Arévalo?...Soy Norberto Enperador.
¡Ah! Encantado de saludarle.
Ha llegado a mi conocimiento que un grupo de buenos
ciudadanos que se agrupan en una organización religiosa sin ánimo
de lucro llamada Auxilio Social ha presentado una denuncia contra el
actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente. ¿Quisiera saber si
ha podido estudiarla o la ha admitido a trámite?
Desconozco ese dato. ¿Está seguro de que ha entrado
en el Registro?
Es lo que me han dicho mis asesores.
Preguntaré en todo caso, pero puede que no llegue a
mis manos.
¿Por qué?
Porque hay más jueces.
Pero la denuncia hace referencia a su presunta
responsabilidad en el escape radiactivo de la central que usted está
investigando.
En ese caso...
Ya sabe: si puede hacer, haga.
Una pregunta más, señor Emperador, ¿qué relación
puede tener el actual ministro con un asunto que, por lo que he
averiguado hasta ahora, parece estar relacionado con la falta de
mantenimiento de la central y la escasa preparación del personal?
Ese detalle deberá aclararlo usted, pero, a mi
entender, su relación está muy clara: es un peligroso progresista
que quiere destruir el país con sus políticas. Ya debería
saberlo. Nosotros, nuestro partido, estimado Arévalo, somos los
únicos que podemos y debemos dirigir la patria hacia un nuevo
tiempo en el que no vuelva a ponerse el sol.
Espero que no haya ningún apagón – comentó el
magistrado.
¡Dios no lo quiera!... Sería el caos, aunque...
podría beneficiarnos electoralmente. ¡Una buena idea, Arévalo,
que deberé estudiar!
¿Idea?... ¿Qué idea?
Usted siga con su instrucción para llevarla a buen
puerto, al puerto que las personas de bien esperamos y deseamos.
A su disposición, señor Emperador.
¡Adiós, buenas tardes!
Después,
colgó. El juez marcó el número del Registro de Entrada, y
preguntó:
Soy el magistrado Arévalo. ¿Ha llegado una denuncia
de Auxilio Social?
Ha entrado hace media hora.
Como está relacionada con el caso que investigo, me
hago cargo de la misma.
A sus órdenes, señoría.
El
magistrado Arévalo comenzó a escribir una providencia, que luego
transcribiría a máquina su secretaria Piluca, en la que citaba
como testigo al ministro de Tecnología y Medio Ambiente y señalaba
que acudiría a interrogarle a su despacho ministerial para evitarle
el paseíllo, instalándole a preparar un entorno acorde a la
gravedad de la situación.
III
En cuanto se conoció la citación como testigo del
ministro, la oposición, por medio de su presidente, Norberto
Emperador, exigió “su inmediata dimisión y la convocatoria de
elecciones generales, pues un país tan serio como el nuestro no
podía estar dirigido ni un minuto más por un gobierno implicado en
presuntos delitos y accidentes nucleares que pondrían en peligro la
vida de los ciudadanos”. El prestigioso político silenciaba el
hecho de que la central nuclear donde se produjo el accidente
pertenecía a una empresa extranjera, gracias a la privatización que
realizó un gobierno de su partido Unión de Ciudadanos Ejemplares,
en la que el Estado, y no el gobierno actual, mantenía una presencia
accionarial legal mínima. Uno de los pilares ideológicos del
partido del señor Emperador era la defensa a ultranza del
empresariado como generador de riqueza en los países. Otro, la
guerra permanente contra cualquier plan de progreso y mejora
ciudadana. Dios, patria, familia, orden.
El juez Manfredo Arévalo se trasladó al ministerio en
un coche oficial enviado por el testigo y escoltado por cuatro
agentes motorizados de la Guardia Civil. El ministro, don Anselmo
Quintana, cuarenta y dos años, gafas sin montura, peinado a raya,
traje gris y corbata roja, le recibió en su despacho; pero al
magistrado no le pareció un lugar adecuado para el interrogatorio,
por lo que exigió otro más... impersonal. Alegó que podía haber
micrófonos o cámaras ocultas y que deseaba una reunión sin
testigos. Añadió que la grabaría un auxiliar para que su
secretaria, que no debía ser un testigo por lo visto, la
transcribiera más tarde. Perplejo, pero colaborador, el ministro le
ofreció un despacho más pequeño, anexo al suyo, donde su antecesor
examinaba a sus colaboradoras más directas.
Ministro y magistrado se sentaron frente a frente. A la
izquierda del juez, se instaló un agente judicial que grabó el
interrogatorio. A la siniestra del ministro, un letrado del
ministerio, contra el criterio del magistrado. Por ese motivo, le
amenazó con enjuiciarle por divulgación de secretos. La primera
pregunta que hizo al ministro fue:
¿Cómo explica la fuga radiactiva producida en la
central nuclear de Villaluenga hace unos días?
De ninguna manera. Aparte de llevar cuatro meses en el
cargo, la central pertenece a una empresa privada.
Pero el gobierno tiene una participación accionarial
que le convierte en socio mayoritario.
Es el reparto que establece la ley que se aprobó
durante el mandato de mi antecesor.
¿Su nombre?
José Luis Veiga.
¿A qué partido pertenece?
Unión de Ciudadanos Ejemplares.
¿Cómo?... Entonces no es relevante.
¿Por qué?
Porque lo digo yo.
¿Ha hablado con los empleados sobre el mantenimiento
de la central.?
Tema que compete a su gobierno como socio mayoritario y
a usted como ministro del ramo.
Disculpe que le corrija, magistrado. Todas las
decisiones técnicas las adopta el Consejo de Administración por
mayoría de tres quintos, lo que supera la participación del
gobierno, cuyo presidente, que tiene voto de calidad, fue nombrado
por el ya citado gobierno anterior de la Unión de Ciudadanos
Ejemplares.
Pueden sustituirle por uno de su conveniencia.
Su mandato dura cinco años y su reelección o el
nombramiento de otro candidato exige mayoría absoluta del Consejo
de Administración según establecen los estatutos de la compañía..
Según el listado de empleados de la central que obra
en mi poder, el responsable de compras es... Alfonso Valenzuela.
¿Y?
Que trabajó con usted en la Delegación de Hacienda de
Palencia.
Como otras cien personas o más. Comprenderá que no
conociera a todas.
No comprendo nada ajeno a las pruebas. Y esta
coincidencia puede ser un indicio.
¿De qué?
De su responsabilidad en la fuga de la central.
¿Mía o del señor Valenzuela?
Suya.
Está usted desbarrando, magistrado.
¡Modere su lenguaje o le acusaré de desacato!... No
olvide que yo soy la autoridad.
¡La perra gorda para usted!... ¿Tiene más preguntas?
¿Quién nombró o eligió al citado Alfonso
Valenzuela, funcionario en excedencia, responsable de compras?
Pregúnteselo a él, pero supongo que elegiría un
trabajo mejor remunerado.
Se lo pregunto a usted.
Ya le he contestado.
No me están gustando sus respuestas. Parece que oculta
algo.
Tengo una reunión en quince minutos.
Este interrogatorio...
¿Me acusa de algo?
Como iba diciendo, este interrogatorio terminará
cuándo yo lo decida.
Tiene diez minutos. Debo coger un avión a Bruselas.
¿Debo entender, por tanto, que pretende escapar de la
acción de la justicia?
Debe entender, por tanto, que tengo una reunión a la
que no puedo faltar, porque se discutirá el reparto de fondos
tecnológicos y nos jugamos mucho dinero en ella.
¿Cuándo regresa?
Mañana mismo.
Recibirá una nueva citación. En este caso, será en
el juzgado como imputado. Acuda con su representante legal.
Imputado... ¿en qué?
Como responsable de una fuga radiactiva que pudo
afectar a la salud ciudadana.
El ministro se levantó, visiblemente molesto, y
abandonó el despacho. El agente judicial apagó la grabadora y la
guardó en un portafolios. Después, acompañó al magistrado hasta
el coche oficial que les devolvió al juzgado.
Nada más llegar a su despacho, el juez Arévalo marcó
un número particular.
¿Diga?
Con el señor Emperador.
Al aparato.
Termino de interrogar al ministro de Tecnología y
Medio Ambiente. Carece de coartada para el día de la fuga, así que
voy a imputarle como máximo responsable de la misma.
No esperaba menos de usted, Arévalo. Recuerde: si
puede hacer, haga.
¡A su disposición, don Norberto!
¡Buenos días!
Después, el magistrado comenzó a redactar la
providencia por la que citaba al ministro de Tecnología y Medio
Ambiente, don Anselmo Quintana, para el martes de la semana siguiente
a las diez en punto de la mañana en la Sala nº 4 del Juzgado de
Instrucción nº 18, del que era titular. El hecho de que la fecha y
la hora coincidieran con un Consejo de Ministros no impresionó al
juez, sobre todo porque no lo recordó en ningún momento. Además,
él era la autoridad y lo demás no era relevante.
IV
Dos días después, el magistrado Arévalo interrogó
como testigo al ya citado Alfonso Valenzuela, responsable de compras
en la central nuclear afecta por la fuga radiactiva.
¿Qué relación mantiene con el ministro Quintana? -
preguntó el juez.
¿Quién?
No se ande con rodeos o le mando a prisión – amenazó
el juez, que había dormido mal.
Eeeh... Creo que ninguna.
¿No es cierto que coincidieron en la Delegación de
Hacienda de Palencia?
Puede ser. Fue mi primer destino tras aprobar la
oposición, pero éramos más de cien empleados.
¿Y no recuerda haberle visto por allí?
¿Era funcionario de base? No le pongo cara, señoría.
Según mis datos, es Doctor en Economía por la
Universidad Central.
Entonces, ocuparía un cargo alto; por lo que
resultaría difícil que coincidiéramos. Frecuentábamos ambientes
distintos.
¿Cómo entró usted en la central?
La compañía propietaria convocó un concurso para
cubrir varios puestos vacantes en la central, me presenté y
conseguí un empleo mejor remunerado que el que tenía; aunque debí
solicitar la excedencia como funcionario al ser considerado también
un empleo público por la participación del gobierno en el
accionariado de la compañía.
Entonces, ¿debo entender que no influyo su amistad con
el ministro?
¿Qué amistad?... Ya le he dicho que apenas le
conocía. Llevo cuatro años trabajando en la central y él lleva
en el cargo unos meses.
¡Irrelevante! Pudo enchufarle desde otro puesto.
¿Me está llamando algo? ¿Está dudando de mi
honestidad?
Intento establecer una línea de investigación que
relacione al ministro con el escape radiactivo de la central
nuclear.
Lo tiene claro. La fuga se produjo por la falta crónica
de mantenimiento en las instalaciones. La compañía no invierte un
euro en ellas.
¿Y usted qué sabe?
Hombre, quizá llevar cuatro años trabajando allí me
haya permitido conocer un poco la situación. ¿Ha hablado con algún
responsable de la compañía?
Con el presidente.
El menos indicado.
¡Porque usted lo diga!
A ese... pregúntele sobre golf y sobre el apartamento
donde vive su sobrina y que paga la compañía.
Evaristo... el señor Ríos siempre ha sido muy
generoso.
¡Ah!, ¿le conoce?
Sí, fuimos... ¡No es asunto suyo!
Tampoco es asunto mío que la sobrina no lo sea, y, sin
embargo, lo sé.
¡Un cotilleo sin fundamento! Eva.. el señor Ríos es
un esposo y padre modelo.
¡Y yo... Papá Nöel!
Por ahora hemos terminado. Manténganse localizable.
¡Buenos días!
De nuevo solo, el juez Arévalo redactó un sucinto
resumen del interrogatorio al señor Valenzuela que remató con la
palabra: sospechoso.
Esa misma tarde interrogó como testigo a la secretaria
personal del ministro, señorita Marta Pérez.
¿Desde cuándo trabaja con el ministro Quintana?
Desde hace cuatro meses, cuando tomó posesión. Pensé
que me sustituiría por alguien de su confianza, porque había
desempeñado el mismo puesto con su antecesor. Antes de trabajar en
el ministerio, fui Miss Canarias.
¡Irrelevante!... ¿Qué puede decirme de su relación
con la fuga radiactiva de la central nuclear de Villaluenga?
¿La mía?
¿Tiene alguna?
No.
Entonces, ¿por qué lo pregunta?
Para aclararme.
Me refería a la relación del ministro.
Que yo sepa, ninguna. Con tanto viaje a Bruselas, no
tiene tiempo para nada el pobrecito.
¿Mantiene alguna relación sentimental con él?
¿Cómo dice?
Me ha parecido que habla de él con demasiada
familiaridad.
¿Cómo se atreve, grosero? - protestó la testigo.
¡Modere su lenguaje o la acusaré de desacato!
¡Encima!
¡Y debajo!
¡Dictador!
¡Señorita...!
No tengo nada más que decir. Pregunte a los
responsables de la central, aunque, si lo prefiere, puede
entregarle un estudio encargado por el anterior ministro, don José
Luuis, muestra la escasa inversión en mantenimiento de la central
por parte de la compañía propietaria desde su puesta en marcha
hace … muchos años.
¡Irrelevante!... Usted no es quien para decirme cómo
debo proceder en la instrucción del caso.
Yo solo digo que...
¡Usted no dice nada!... ¡Buenos días!
La secretaria del ministro abandonó la sala
visiblemente enfadada. Desde el juzgado se dirigió a su médico de
familia, quien, tras examinarla, le dio la baja por estrés.
V
Con el señor Emperador de parte del juez Arévalo. Es
urgente.
Un momento – dijo una voz femenina.
¡Buenos días, magistrado!... ¿Desde dónde me llama?
Desde mi despacho.
¿Con su teléfono particular?
No.
Es peligroso. Las llamadas pueden quedar registradas,
por lo que podrían relacionarnos y anular o archivar su
instrución. Eso no interesa.
Conseguiré un móvil libre, pero no comprendo tantas
preocupaciones repentinas.
Consejo de mis asesores. A partir de ahora informará
a Dalmacio Bienvenida, mi jefe de prensa al que ya conoce y goza de
toda mi confianza. Después el me comentará lo tratado con usted.
Le diré que le haga una llamada perdida
Como guste.
Toda precaución es
poca. En fin, ya que estamos, ¿qué novedades tiene para mi?
No muchas. El caso, tal y como lo hemos planteado,
avanza despacio. No encuentro pruebas sólidas contra el ministro.
En realidad, todo apunta a responsabilidad de la empresa propietaria
por no invertir en el mantenimiento de la central.
¿Ha interrogado a los empleados de la nuclear?
Algunos. Apuntan a la falta de inversión como ya he
dicho.
Habrá que hacer algo para cambiar el rumbo.
Aún tengo una entrevista pendiente con el ministro,
pero no espero mucho de ella.
No desespere.
La semana que viene hablaré con el Jefe de Seguridad
de la central.
¿Por qué tan tarde?
Está en un congreso en el extranjero.
Bien. Recuerde: si puede hacer, haga. Ahora debo
dejarle. Comienza la sesión de control al gobierno y pienso
machacar al presidente con este tema.
¡Siempre a su disposición!
Tras colgar, el magistrado Arévalo marcó el número
de su secretaria en el teléfono de su despacho.
Dígame.
¿Tengo alguna cita esta tarde?
No, señoría.
Me la tomaré libre. Mi mujer quiere hacer compras.
¿Y si preguntan por usted?
Estoy ilocalizable. Quien quiera hablar conmigo conoce
mi número particular.
Después, recogió su mesa, se embutió en el Loden, se
encasquetó el sombrero y abandonó su despacho camino del coche
oficial que le trasladaría a su domicilio.
A las cinco y media en punto de la tarde el matrimonio
Arévalo-Rodríguez de la Palma estaba en la sastrería “Carmona e
Hijos”; aunque ningún vástago del señor Carmona había seguido
la profesión paterna.
¡Buenas tardes, doña Inmaculada! - saludó el modisto
Eufemiano Carmona, que ya rondaba los setenta años, pero el amor al
oficio le mantenía al frente de su taller y, como ya se apuntó, la
falta de relevo generacional; pues sus hijos consideraban la
sastrería una ocupación homosexual.
¡Inmaculada Concepción, no lo olvide! - corrigió la
aludida.
¡Don Manfredo! - dijo el sastre, inclinando levemente
la cabeza.
¿Qué tal, Carmona?
Siempre a su servicio.
¡Cómo no podía ser menos! - añadió doña
Inmaculada Concepción.
¿En qué puedo servirles?
Queremos... - comenzó a decir la mujer.
En realidad, quiere ella – corrigió su señoría.
¡Silencio, Manfredo!. Yo sé lo que te conviene.
¡Sí, querida!
Como iba diciendo, queremos un traje de gala para que
mi marido lo luzca en su próximo ascenso.
¡Enhorabuena, don Manfredo!
¿De qué estás hablando? -interpeló su señoría-.
No hay ascensos previstos.
Te lo mereces, Manfredo, y, como me llamo Inmaculada
Concepción Rodríguez de la Palma y Saint-Gal, lo conseguirás;
aunque tenga que hablar personalmente con ese ministro comunista que
tenemos.
Los ascensos no dependen de él, querida.
Entonces, ¿de quién?
Del Consejo General de la Judicatura.
¿El que preside ese rojo de Galíndez?
Pero si es del Opus.
Lo que yo decía: un rojo.
¡Sí, querida!
En fin, Carmona, ¿qué puede ofrecernos a buen precio?
Para usted siempre lo mejor.
Debe ser de entretiempo. La ceremonia se celebrará a
principios de mayo.
Pero, ¿qué estás diciendo, mujer?
Que no pienso estar en verano en este horno en que se
convierte Madrid, así que ya puedes espabilar para que te lo
concedan antes.
¿Cómo tengo que decirte que no hay ascensos
previstos?
¡Tú que sabrás!
¿La está oyendo, Carmona?
Sólo entiendo de corte y confección, señoría –
respondió el aludido.
¡Cómo debe ser! - apuntilló doña Inmaculada
Concepción.
¿Qué le parece la lana? Hemos recibido unas telas
magníficas de Australia que... - comenzó a decir el sastre.
¡No, no!... Los australianos viven cabeza abajo y
Manfredo siempre la ha llevado muy alta – respondió doña
Inmaculada Concepción.
¿Algodón entonces?
Me place. Corte clásico – añadió la misma.
¿Algún color en particular?
Yo prefiero la alpaca – intervino su señoría.
¿Para un traje de gala?... Tú deliras, Manfredo –
cortó su media naranja,
Mire esta tela, doña Inmaculada Concepción. Negro
zaíno. Brillo tenue. Suavidad extrema – comentó el sastre.
¿Zaíno?... ¿No será piel de toro y pretende
engañarme, verdad?
Eeehh... ¿Cómo se le ocurren esas ideas? - protestó
el modisto.
Enséñeme más.
Tenemos negro carbón, azabache y grafito.
Doña Inmaculada Concepción pasó la mano por las telas
enunciadas, las olió, y, después, anunció que:
El grafito. Me parece más suave y elegante.
Yo quiero el azabache – comentó su señoría.
Tú no quieres nada -cortó su amada esposa-. Tómele
medidas, Carmona.
El aludido cogió el metro y lo desplegó por la
achaparrada figura del magistrado. Después, anotó con celeridad las
cifras en una agenda marrón que sobresalía de un bolsillo de su
chaleco azul océano.
Ha engordado usted un poco, señoría.
¿Yo?
La última vez que le medí tenía menos perímetro
abdominal. Ha ganado dos tallas.
¡Cállese!... ¿Quiere arruinarme la vida?
¿Por qué?
¿Qué cuchicheas, Manfredo? - inquirió su esposa,
mientras admiraba un terno gris perla con botones dorados.
Nada, nada, querida.
Le decía, doña Inmaculada Concepción, que ha cogido
algo de peso – señaló el modisto.
¡Inaceptable!... Mañana mismo te apunto a un
gimnasio.
Tengo mucho trabajo, querida... ¿Está contento,
Carmona?
¡No admito excusas! Mejor aún, hablaré con Jhonny,
mi entrenador personal, para que se ocupe de ti. No vas a arruinarme
la ceremonia de tu ascenso. Encima que me preocupo por ti, ¡ingrato!
¿Desea algo más, doña Inmaculada Concepción?
Un par de camisas.
¿De seda?
Mi marido no es un afeminado.
Eeeeh... algodón entonces. ¿Blancas supongo?
Con botonería de nácar y mangas preparadas para
llevar mancuernas.
¡Muy elegante, señora!
Mi marido debe lucir los gemelos de oro y brillantes
con una balanza y una espada en relieve que le regalé por nuestro
último aniversario.
¡Qué bochorno! - musitó su señoría.
¡Ah, también quiero una capa española de terciopelo
negro con esclavina y broche de plata.
¡Qué buen gusto tiene usted, doña Inmaculada
Concepción!
Voy a dejarme el sueldo entero – protestó el
magistrado.
Inclúyelo como gastos oficiales o... ¡como se llame!
Tal vez pueda colocarlos como “adquisición de
uniforme de gala para un presunto ascenso” - ironizó el
magistrado.
¡Muy bien, Manfredo!
¿Cómo debo decirte que no hay ninguno previsto?
¿Y cómo debo decirte que espabiles para conseguirlo?
A mi no me arruinas la ilusión de verte en el Supremo.
Soy demasiado viejo y los puestos pasan de padres a
hijos.
¡Unas narices!... ¿Cuándo lo tendrá terminado?
En una semana estarán cortados los patrones para que
se los pruebe su señoría.
¡Bien!... Avísenos para entonces, pero no se retrase.
El futuro de mi familia está en juego, Carmona.
¡Descuide usted, doña Inmaculada Concepción!
Tras despedirse del sastre, el matrimonio
Arévalo-Rodríguez de la Palma abandonó el local, y subió al coche
oficial, que ya les esperaba en la puerta del establecimiento.Aantes
de arrancar, el chófer preguntó:
¿Adónde?
A Jesús de Medinaceli, Matías -respondió doña
Inmaculada Concepción-. Tanto regateo me ha puesto de los nervios.
Mientras rezas, tomaré un aperitivo en “La Dolores”.
¡Te lo prohíbo!... Luego te sube el colesterol.
Pues no pienso entrar a la iglesia.
Tú irás dónde yo vaya, ¡grosero!
¡No me das un respiro!
¿Te agobia estar con tu mujer?
Tengo un caso muy complicado entre manos y necesito
todas las energías para resolverlo.
¡Arranque, Matías!
Mientras el vehículo circulaba hacia la plaza de Jesús,
doña Inmaculada Concepción informaba a su marido que, tras el rezo,
tomarían chocolate con churros en San Ginés y, después, cenarían
con los Valcárcel-Buenaventura, amigos de toda la vida que habían
conocido meses atrás en el club.
¡Y no se te ocurra protestar! - amenazó doña
Inmaculada Concepción.
Pero... ¿con esos esnobs? No entiendo qué ves en
ellos.
Tienen mucha clase, Manfredo.
La clase del nuevo rico.
¡Clase al fin y al cabo!
Sí, querida.
VI
Tal y como estaba previsto, Enrique Paradores, Director
Técnico de la central nuclear de Villaluenga, se personó como
testigo ante el juez Arévalo. Resultó ser un cincuentón calvo y
miope, embutido en un arrugado traje azul marino que completaba con
una corbata negra sin apretar. Con gesto perplejo, se sentó frente
al magistrado, quien, tras saludarle, dijo:
Señor... Paradores... el motivo de su citación es...
Sí, ya sé. Mi compañero Quinto ya me ha hablado del
asunto.
Bien. ¿Qué responsabilidad tiene usted en la fuga
radiactiva acaecida en la central donde trabaja?
Ninguna. El accidente se produjo por la falta de
inversión en el mantenimiento de la misma por parte de la empresa
propietaria y el consiguiente deterioro de las instalaciones.
Parece usted muy seguro.
El edificio se cae a pedazos desde hace varios años,
he presentado informes pormenorizados a los directivos en los que
aportaba posibles soluciones a su degradación y varios proyectos
para aplicarlas, pero siempre han reaccionado con la callada por
respuesta. Era cuestión de tiempo que sucediese algún accidente.
¿Tiene copias de dichos informes y proyectos?
Por supuesto.
Las necesitaré para incorporarlas al sumario –
señaló el magistrado.
Faltaría más.
Entonces, ¿descarta usted la participación, directa o
indirecta, del actual ministro de Tecnología y Medio Ambiente?
Por completo.
¿En qué basa su afirmación?
En que lleva unos meses en el cargo y en que la
central, como ya he dicho, es propiedad privada.
¡Irrelevante! - exclamó su señoría.
Quizá debería visitar usted la central para comprobar
su estado. Estaré encantado de acompañarle y enseñarle el
edificio.
¡Irrelevante!... ¿Ha remitido copias de los informes
y proyectos al ministerio actual?
¿Para qué? Ya los
envié al anterior equipo ministerial, así que entiendo que ya los
tienen.
¿Y qué le respondieron?
¿Quién?
Los anteriores responsables.
Que era un asunto privado, y, por tanto,, quedaba fuera
de su competencia.
Lo que significa que no descubrieron ninguna anomalía
que debiera solucionarse y usted ha exagerado su diagnóstico –
concluyó su señoría.
Curiosa interpretación la suya. Llevo quince años
trabajando en la central y conozco muy bien su estado de
conservación.
¿Y no habrá sido su dejadez la que ha provocado dicho
deterioro?
¿Yo?... Por muy Director Técnico que sea necesito el
permiso de mis superiores para realizar cualquier trabajo de
mantenimiento en la central por motivos de seguridad.
¡Como debe ser!... Empiezo a sospechar que usted
saboteó la central y provocó la fuga.
¡Usted delira!
Estoy sopesando imputarle como autor material del
escape. Veo indicios muy sólidos.
Pero..., si estaba en Estados Unidos cuando se produjo.
Pudo haberlo dejado preparado para que se produjese.
¿Cómo? ¿Conoce acaso el funcionamiento de una
central nuclear?
¡Irrelevante!... Manténgase localizable. Quizá
vuelva a interrogarle.
¡Buenos días!
Enrique Paradores abandonó el juzgado jurando en arameo
y tildando al magistrado de cretino prepotente. Ya en la calle,
encendió un cigarrillo para tranquilizarse. Luego, comenzó a andar
hacia calle abajo hacia el metro más cercano.
Entretanto, el juez Arévalo telefoneaba a Dalmacio
Bienvenida, jefe de prensa de Norberto Emperador.
Señor Bienvenida, terminó de interrogar al Director
Técnico de la central.
¿Y bien?
Insiste en la teoría del deterioro de la nuclear, pero
me ha revelado que envió al ministerio informes y proyectos para
solucionar los numerosos y variados, a su juicio, desperfectos que
sufren las instalaciones y no ha obtenido respuesta alguna a los
mismos. Podría ser que los empleados de la central hayan acordado
una misma versión de las causas del accidente para exonerar al
ministro.
Se lo comunicaré a don Norberto.
Con dichos informes y proyectos en mi poder, podré
imputar al ministro por “negligencia lesiva” al no invertir en
el mantenimiento de la central, siendo el máximo representante del
accionista mayoritario de la empresa propietaria; lo que provocó la
fuga radiactiva que se investiga.
¡Magnífico!... ¿Algo más?
Seguiré interrogando a los demás empleados presentes
en la central el día del escape.
¡Bien, muy bien!
Salude a don Norberto de mi parte.
Recuerde: si puede hacer, haga.
Tras colgar el magistrado redactó una resolución por
la que anulaba la cita pendiente con el ministro.
La siguiente persona que interrogó el juez Arévalo en
el curso de su investigación fue José Fernández, empleado de
mantenimiento.
¿Qué puede decirme de la fuga radiactiva en la
central donde trabaja?
Que tardó mucho en producirse. El edificio se cae a
cachos.
¿Es usted ingeniero nuclear?
¿Yo?... Arreglo las pequeñas averías y desperfectos
que se producen continuamente, pero no me acercó al núcleo ni
loco.
Entonces, ¿cómo puede afirmar con tanta rotundidad
que el edificio se cae a cachos?
Porque diez años de trabajo en él me han permitido
comprobar el abandono de las instalaciones por parte de la empresa
propietaria y, en consecuencia, su continuo desgaste.
¿Puede explicarme la causa precisa de la fuga?
¿No ha hablado con los técnicos a ese respecto?
Aquí las preguntas las hago yo.
¡Cojonudo!... Yo no puedo demostrarlo, pero ya se
venía hablando de que la piscina del núcleo tenía filtraciones.
¿Y eso pudo producir la nube radiactiva?
Desconozco ese detalle.
¿Qué hizo el ministerio para solucionar las
filtraciones?
¡Nada?... Era competencia exclusiva de la empresa
propietaria a la que se dirigió numerosas veces el señor
Paradores, el Jefe Técnico, para que hiciesen las reparaciones
necesarias.
¿Por qué no se hicieron?
Falta de presupuesto era siempre su respuesta.
Entonces, ¿cree usted que el ministerio no sabia nada?
Según tengo entendido el señor Paradores remitió
planos y proyectos con posibles soluciones al ministro anterior,
pero no contestaron nunca.
¿Cómo lo sabe?
Porque lo comentó durante alguna comida. ¡Estaba
desesperado, porque se temía que pudiese producirse un accidente en
cualquier momento!
En su opinión, ¿el actual ministro tenía potestad
para resolver todas las deficiencias de la central?
Supongo. Información y medios tiene, pero... al ser
una empresa privada...
¡Irrelevante!... ¡Muchas gracias, señor Fernández!
Hemos terminado.
¿Ya puedo irme entonces?
Ha sido usted de gran utilidad – comentó el
magistrado, mientras le señalaba la puerta de salida.
¿Yo?... ¿Qué he dicho?
¡Adiós, buenos días, señor Fernández!
Una vez solo, el magistrado Arévalo apretó los puños,
mientras exclamaba: “¡Ya te tengo!”. Después, descolgó el
auricular del teléfono y comunicó a Piluca que salía a almorzar.
Antes de entrar a la cafetería “Las murallas de Ávila”, donde
solía regalarse un café con leche y una barra con tomate, se acercó
hasta la parroquia de San Francisco de Sales para agradecerle al
santo su buena suerte.
Como
ya había anunciado su señoría, el resto de la semana la empleó en
interrogar al resto de la plantilla de la central presente el día de
autos, que resultaron ser muy pocos debido a la automatización de la
misma.
La primera en pasar por el juzgado fue Pilar
Entredosaguas, encargada de la limpieza, quien se limitó a describir
sus funciones e insistir en que no se acercaba al núcleo por nada
del mundo. Tras un “¡Irrelevante!” ofendido, el magistrado la
expulsó de la sala.
Después, acudió Evaristo Senovilla, guardia-jurado y
ex legionario, quien explicó su cometido y su pánico cerval a las
instalaciones, pero tenía una familia que mantener. El segundo
“¡Irrelevante!” concluyó su interrogatorio.
El siguiente fue Anacleto Poveda, operador de la
central, al que el magistrado realizó una primera pregunta:
- ¿El escape
pudo deberse a un error humano?”
¡Imposible, señoría! Todos los pasos están
regulados por un protocolo de actuación muy estricto y los mandos,
o botones como quiera llamarlo, críticos están blindados. La única
explicación plausible del accidente es el deterioro continuado de
las instalaciones.
Entonces, ¿no considera responsable último de la fuga
radiactiva al actual ministerio?
Carece de capacidad operativa. Todas las decisiones las
adopta el Consejo de Administración bajo la presidencia del señor
Ríos.
Pero el ministerio tiene representantes en el mismo.
¡Claro! Pero las decisiones se adoptan por mayoría.
¡Ya, ya!... ¿Por qué tardaron tanto en parar la
central?
Se detuvo en el tiempo reglamentario. No puede pararse
de golpe por motivos técnicos de seguridad.
¡Irrelevante!... Puede retirarse.
Le siguió Caridad Palomeque, Relaciones Públicas de la
Central, una mujer rubia, esbelta, treinta años, muy elegante con
su traje chaqueta azul marengo y su blusa rosa con chorreras; aunque
lo que más apreció su señoría fue su intenso olor a pachuli.
¿Qué puede decirme del escape, señorita...
Palomeque?
¡Nada! Ese día comencé mis vacaciones y estaba en la
playa de Benidorm, cuando se produjo.
Entonces, ¿por qué la han citado?
Usted sabrá.
¿Tampoco habló con sus compañeros sobre el
accidente?
Estaba muy ocupada con mi Ramón.
¿Ramón?... ¿Qué Ramón?
Mi chico. Es tan celoso, señoría, que no me dejaba
tomar el sol en topless.
¡Irrelevante!
¿Cómo que irrelevante? Tengo derecho a broncearme
como todo hijo de vecino.
¿Incluidas las partes que nadie ve?
Mi Ramón sí las disfruta.
¡Irrelevante!
Yo quería ir a la playa nudista, pero no me dejó.
¡Degenerada!
Oiga..., ¿qué se ha creído?... Será juez, pero no
puede determinar mis gustos y costumbres particulares.
¡Irrelevante!, ¡Irrelevante!... ¡Buenos días,
señorita!
¿Hemos terminado?
Sí.
Tras abandonar la sala, la señorita Palomeque, Caritina
para los amigos, cogió un taxi hasta la calle Goya, donde visitó
varias tiendas hasta que se decidió por un bolso de Carolina Herrera
y unos zapatos de Prada, elementos indispensables para poder
desarrollar su cometido en la central nuclear. Entretanto, su señoría
almorzaba en “Las murallas de Ávila” el consabido café con
leche y la barrita con tomate y aceite.
Cuando regresó al juzgado, ya le esperaba Facundo
Alcántara, fontanero, quien le recordó sus funciones en la central,
su miedo-pavor al núcleo y su ignorancia absoluta sobre el
accidente; pues ese día estaba en el hospital con su señora al
haber comenzado con las contracciones. De hecho, su hijo Facundito
nació a la misma hora de la fuga.
A continuación entró Filomena Sánchez, telefonista,
soltera y sin compromiso, cuarenta y tantos, quien le aclaró que
solo atendía la centralita y que desconocía y quería desconocer
cualquier asunto relativo a la nuclear; pues había aceptado ese
trabajo para poder cuidar a su madre enferma, cuando a ella lo que le
gustaba en realidad era pintar bodegones y hombres desnudos, aunque
rogó al juez que no incluyese ese último comentario en su
declaración. Tras un nuevo “¡Irrelevante!”, el magistrado la
despidió con cajas destempladas.
Después comprobó que no había más testigos que
interrogar, por lo que realizó tres llamadas telefónicas. La
primera a Piluca, su secretaria, para ordenarle que avisase a su
vehículo oficial e informarle de que se marchaba a comer a su casa.
La segunda, a su peluquero para que le recortase el bigote esa misma
tarde. La tercera, a Dalmacio Bienvenida, el jefe de prensa de don
Norberto Emperador, líder supremo de la Unión de Ciudadanos
Ejemplares.
Señor Bienvenida, soy el juez Arévalo.
¡Buenos días!... Dígame.
Finalizados los interrogatorios pendientes del personal
de la central nuclear, no he hallado nuevos indicios que modifiquen
mi decisión inicial; por lo que me dispongo a redactar una
resolución para imputar al actual ministro de Tecnología y Medio
Ambiente como responsable único y directo de la fuga radiactiva
producida en dicha instalación.
¡Magnífico!...Se lo comunicaré ahora mismo a don
Norberto.
¡A su disposición!
Minutos después, recibió una llamada en su teléfono
móvil.
Arévalo, soy Norberto Emperador.
¡Cuánto honor me hace!
Ya me ha comentado Dalmacio su decisión y me
congratulo por ello. Está ayudando a su patria a luchar contra la
corrupción que la asola.
Disculpe un momento... ¿Qué sucede, Piluca? -
preguntó el magistrado a su secretaria, que había entrado al
despacho sin llamar, mientras tapaba con la mano el micrófono del
móvil.
El abogado del ministerio piensa recusarle.
¿A mi? ¿Por qué?
Lo desconozco, señoría.
Bien, bien... Si me disculpa, estaba hablando con un
amigo.
La secretaria abandonó con sigilo el despacho.
¿Qué ocurre, Arévalo? - inquirió Norberto
Emperador.
El abogado del ministro pretende recusarme. ¡Por
encima de mi cadáver! - comentó el juez a su interlocutor.
¿Puede hacerlo?
¿No es usted abogado?
Sí, pero hace mucho que no ejerzo.
¡Claro que puede! Me informaré de la identidad del
instructor y hablaré con él para explicarle la gravedad del asunto
y la inoportunidad que representaría una recusación. De todos
modos, deberé paralizar las actuaciones hasta que adopte una
decisión.
¡Vaya lata!
Esto sucede por tener una legislación demasiado
garantista con los delincuentes.
Que derogaré en cuanto gobierne.
¡Bien, bien!... Sólo conseguirá retrasar lo
inevitable, pues existe algo llamado cortesía profesional por la
que ningún juez pisa el trabajo de otro, salvo que el caso sea muy
escandaloso.
¿Hay muchos compañeros suyos que conozcan sus
simpatías políticas?
La gran mayoría las comparte, así que no hay
problemas por ese lado.
¡Bien, bien!... En todo caso, recuerde a su colega
instructor que, si puede hacer, haga.
¡Descuide, don Norberto!
VII
Tal
y como anunció el magistrado Arévalo, el instructor encargado de
dirimir la recusación contra él, su colega Jacinto Vergara,
compañero de oposición y de tertulia en el café “El fiel y la
balanza”,, resolvió a su favor sin practicar prueba alguna ni
agotar el plazo legal para adoptar su resolución, irrecurrible por
otra parte tras informarle de la gravedad del asunto y de los
indicios contra el ministro.
Nada
más ser informado del fallo favorable, el juez Arévalo activó la
providencia en la que recogía los indicios contra el ministro de
Tecnología y Medio Ambiente que motivaban su imputación como
responsable de la fuga radiactiva producida en la central nuclear de
Villaluenga. Después se la entregó a su secretaria para que la
comunicase a las partes.
La
noticia de la imputación ministerial ocupó las portadas de todos
los periódicos y revistas del país al día siguiente tanto
digitales como en papel. Las más cercanas a la oposición
aplaudieron la medida del juez e incidieron en la corrupción
sistemática y generalizada que devoraba al partido gobernante
Progreso Social Permanente; mientras que los más próximos a este
rechazaban la medida y se preguntaban por qué no imputaba el juez al
ministro anterior, cuando el deterioro de la central devenía desde
años atrás; a lo que añadían que el actual equipo ministerial
llevaba poco tiempo en el cargo y había heredado, por tanto, la
situación degradada de la central. Incluso un plumilla atrevido
logró preguntárselo al magistrado Arévalo, mientras este corría
hacia su coche oficial y gritaba: “¡Irrelevante!...
¡Irrelevante!”. El abogado que defendía al ministro acusó al
juez de prevaricación y falta de pruebas reales en su escrito de
acusación, a lo que su señoría respondió con una multa por
desacato. Mientras las diferentes sensibilidades periodísticas del
país defendían sus posturas encontradas y la población se
polarizaba según sus afinidades políticas, el juez Arévalo redactó
otra providencia en la que señalaba día y hora para el
interrogatorio como imputado del actual ministro de Tecnología y
Medio Ambiente, don Anselmo Quintana, como paso previo a la
celebración de juicio oral contra él..
Esa
misma tarde recibió una llamada telefónica de su viejo amigo
Evaristo Ríos, el ya conocido presidente de la empresa propietaria
de la central nuclear.
¿Qué tal, Manfredo?
¡Hombre, Evaristo!... Me alegro de saludarte... ¿Qué
te cuentas?
He seguido con interés tu instrucción del caso del
escape radiactivo y debo contarte algo al respecto.
Tú dirás.
Hemos realizado una inspección interna de las
instalaciones de la central que ha concluido que la fuga se produjo
por una grieta en el núcleo debido al deterioro del mismo
A
lo que el magistrado Arévalo respondió:
Una
vez más el juez Manfredo Arévalo había servido fielmente a su
patria.